Mientras dure el fascismo

Mientras dure el fascismo: Existe absoluta coincidencia entre biógrafos e historiadores en que Miguel de Unamuno tomó partido por los rebeldes tras el golpe de Estado de Franco de 1936. El viejo profesor quiso ver en los militares alzados, erróneamente, la solución a la deriva del país, la salida del laberinto en el que se encontraba España gracias a un grupo de salvadores de la patria que llegaban para defender la civilización occidental y la tradición cristiana del ateísmo comunista. Una posición paradójica para un intelectual como él, que el 14 de abril de 1931 había proclamado la Segunda República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca con estas palabras contra la monarquía: “Comienza una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”.

Es cierto que su apoyo al golpe militar de Franco le valió que el Gobierno de la República, y concretamente Azaña, lo cesara en su cargo de rector perpetuo de la Universidad salmantina. Como también es cierto que el Gobierno franquista de Burgos lo repuso después en el cargo, cesándolo de nuevo cuando don Miguel se revolvió contra los militares sublevados al comprobar las atrocidades que estaban cometiendo sobre la población civil. Cuentan que al despacho del filósofo llegaban cada día las cartas de las mujeres de sus amigos detenidos, encarcelados y torturados que le imploraban que mediara por ellos. Poco pudo hacer Unamuno por los pobres desdichados que tuvieron la mala suerte de caer en las mazmorras de los verdugos, aunque lo intentó e incluso se dice que llegó a visitar a Franco en el Palacio Episcopal para suplicarle inútilmente que tuviera clemencia con sus amigos presos. Como es lógico, toda esa barbarie hizo que el intelectual volviera a cambiar de bando, convirtiéndose otra vez en el azote de los fascistas. Puede decirse que de alguna manera su decisión lo redimió al final, no solo de su desatinada toma de partido inicial, sino de su contradicción política, filosófica y humana, haciendo buena la célebre frase de Alexander Pope: “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”.

Hoy ya no cabe duda de que Miguel de Unamuno, don Miguel, tras su imperdonable error, se arrepintió públicamente de su apoyo a los rebeldes. Ahí está, para la posteridad, su histórico cara a cara con el siniestro Millán Astray. El 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad −durante el acto de apertura del curso académico con motivo de la celebración de la Fiesta de la Raza−, el rector se enfrentó públicamente al general que había pronunciado uno de sus habituales discursos cuarteleros e irracionales contra la inteligencia y elogioso de la muerte. “Venceréis, pero no convenceréis…”, les dijo a los fascistas dejando una frase más para la historia.

En la noche del pasado jueves, la conocida anécdota volvió a repetirse con una macabra similitud. Esta vez el escenario no fue un ilustre paraninfo universitario, sino un cine, un simple cine de Valencia, una de esas salas donde va la gente a disfrutar de la vida y de la magia del séptimo arte, a evadirse de la realidad y a soñar con otros mundos mejores que este. Fue en ese momento, al comienzo de la película Mientras dure la guerra, el último film de Alejandro Amenábar, cuando un grupo de veinte ultras de España 2000, energúmenos, gente por civilizar, monstruos sin sensibilidad humana que no respetan nada porque solo conocen el lenguaje de la furia totalitaria, intentó boicotear la proyección de la cinta.

El grupo desplegó una pancarta bajo el lema “Únete a la resistencia, España 2000”. Algunos, cómodamente sentados entre el público, comenzaron a gritar “¡Viva España!”, “Viva Cristo Rey” y “España, una grande, libre” acompañándose de gritos y aplausos que sembraron el miedo entre el público que no entendía nada. Al tiempo, varios espectadores pidieron silencio y se encararon con los saboteadores, pero de una forma o de otra el fascismo siempre acaba ganando la batalla de la violencia y la brutalidad y al menos 15 personas decidieron abandonar la sala, algunas entre lógicos ataques de ansiedad, ya que aquel asalto fue terrorismo en estado puro, aunque la Audiencia Nacional vaya a pasar por alto la «gamberrada» de los patrioteros muchachos.

Cuenta la prensa que la Policía ha detenido a seis integrantes del comando por “alteración del orden público”, lo cual está por ver. Y poco importa la justificación que ha dado España 2000, a cuyos dirigentes parece que no les ha gustado la película de Amenábar porque deja mal parado al fascismo.

Lo que quedó fue que una tarde de cine, de libertad, de cultura, de historia, de magia, de sensibilidad, de humanismo, de amor, de amistad, de familia, de placer, de encuentro con los amigos, se acabó convirtiendo por un momento en una noche de terror, en una noche como aquella que duró 40 años entre 1939 y 1975, en una lóbrega noche como la que soportaron miles de españoles que ya no vieron la luz del día. Por un momento volvieron a ganar ellos, los novios de la muerte, los soldados de las tinieblas, los ángeles exterminadores que durante la guerra y después, durante cuatro décadas, sembraron el país de muertos.

En ese cine Lys de Valencia ha vuelto a materializarse el duelo eterno entre don Miguel y el sanguinario Millán-Astray, entre la luz y la oscuridad, entre la razón y la sinrazón. De forma terrible, se volvió a revivir aquello que nunca más debería repetirse: el odio irrefrenable, las botas militares apagando el sonido de una película de cine (como muchas que fueron censuradas durante el franquismo), los gritos bestiales, animalescos, la humillación y el ultraje a un grupo de personas que solo pretendía pasar una tarde feliz. En ese momento, mientras gritaban los salvajes con la vena del cuello hinchada, nos dimos cuenta de lo hermosa que es la democracia. En ese momento nos percatamos de lo cerca que estamos de la guerra civil nunca superada y de cómo tendremos que luchar, una vez más, para que no nos arrebaten la libertad.


Fuente →  diario16.com

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