La Memoria Histórica es la vida


La Memoria Histórica es la vida: Verdaderamente, alguna persona con sentido común puede afirmar que la Ley de Memoria Histórica le produce espanto? ¿Se puede afirmar desde la propia naturaleza humana, que el derecho de las víctimas de crímenes contra la humanidad a recordar y revivir la memoria de su inmenso sufrimiento y el de sus familiares, abre o remueve unas heridas pretendidamente cerradas «por el abrazo de la transición»? ¿Qué historia pretenden contarnos ahora estos eruditos de la negación del dolor ajeno? ¿La que durante cuarenta años de dictadura franquista ejerció «un programa explícito y diverso de memoricidio que, amparado en la cultura del miedo y el silencio, no sólo negó la existencia de las innumerables víctimas de su sangrienta victoria, sino que impuso una despiadada mordaza a los vencidos y sus familias»? (José María Ruiz-Vargas). ¿Acaso conocen el significado de esta sagrada palabra? ¡Memoria!

«El tiempo vivido es una construcción de la memoria», señala el autor antes citado, a la sazón, Catedrático Emérito de Psicología de la Memoria de la UA de Madrid. Y añade: «los seres humanos somos tiempo y memoria, porque estamos hechos de tiempo: la dimensión fugaz de la vida, y de memoria: el mejor y gran antídoto contra la fugacidad temporal. Y en esa tensión perpetua entre lo efímero que se escapa y nuestros conjuros por retenerlo se construye nuestra biografía. La vida de cada ser humano se construye en su memoria, porque lo que nuestra memoria guarda no son los sucesos o los episodios de la vida, sino las experiencias personales, las vivencias de tales sucesos. Y si la memoria está llena de heridas incurables y con necesidad de hablar; pero te imponen amordazarla, acallarla e incluso arrancarle su propia lengua, entonces la víctima comprueba una verdad suprema para todo ser humano: que sin memoria no hay vida; no hay pasado, presente, ni futuro, porque «la memoria es la vida».

Por eso, es necesario afirmar que cualquier ejercicio de represión de la memoria histórica individual y colectiva, provenga de regímenes dictatoriales o de leyes de Amnistía para los victimarios de crímenes contra la humanidad, sea cual sea la razón y el contexto histórico en que se promulguen, son instrumentos contra la vida, son leyes contra la naturaleza humana que ninguna sociedad democrática y respetuosa con los derechos humanos puede permitir. Y de la misma forma, es necesario afirmar que la Ley 52/2007, llamada de Memoria Histórica, por la que se reconoce «el derecho individual de todos los ciudadanos a la reparación moral y a la recuperación de su memoria personal y familiar», con todas sus limitaciones, es una decidida apuesta de la sociedad española por la vida, por la dignidad de las víctimas olvidadas y por la reconciliación; porque desde el conocimiento de la verdad recuperada, «la memoria aparece como una forma de justicia, se le da un descanso al alma» (Rúa Delgado).

El ejercicio de recuperación de la Memoria Histórica puede ser, además, una experiencia positiva de psicología por la salud para las víctimas y para una sociedad como la nuestra, permanentemente crispada; una oportunidad «para transitar desde el odio y la venganza hacia el reconocimiento del sufrimiento del otro; lo que puede ayudar a establecer la paz personal y, de alguna manera la colectiva» (Juan Carlos Ríos). Todos tenemos lagunas de silencio en nuestra memoria familiar que es preciso recuperar de un pasado que sigue ahí, para comprender mejor lo que hoy somos; «porque el pasado es siempre una morada, pero no existe olvido capaz de demolerlo» (Benedetti). Y cuando el pasado es de sufrimiento y dolor, el recuerdo de ese dolor siempre es el más cercano. En mi experiencia de escuchar a las víctimas de crímenes contra la humanidad en el Tribunal Internacional de El Salvador, siempre me sorprende la cercanía con que la víctima recuerda la vivencia de su herida; sobre todo cuando se evoca el recuerdo de la tortura sufrida («la memoria detiene el tiempo, lo congela y lo convierte en recuerdos; el tiempo físico no existe en el territorio de la memoria, allí se construye la vida sin calendarios», explica Ruiz-Vargas).

Ascensión Mendieta, esa dulce viejecita que se colaba en nuestras casas a través de un canal de televisión de vez en cuando y que pudo morir en paz después de recuperar los restos de su padre, gracias a la Juez Servini, de Argentina, nos recordada siempre con la voz quebrada pero firme: «Aún quedan muchos; hay que sacarlos a todos». Patricia Márquez, una luchadora mujer salvadoreña que lleva casi cuarenta años buscando a su esposo desaparecido forzadamente, cuando ambos tenían poco más de veinte años, me decía hace unas semanas: «es una herida que jamás se cierra, es un dolor que nadie puede saber. ¿Porqué no lo olvidas? me digo a veces. Pero no se puede. Es un dolor muy grande».

Si algo hemos aprendido también es que las víctimas necesitan sobre todo ser escuchadas, para que sus testimonios lleguen a toda la sociedad. El silencio impuesto solo se rompe con la palabra. Y la palabra escuchada es instrumento de sanación y reparación. Mi compañera y Jueza Aronette Díaz lo reclamaba con enorme fortaleza, cuando ofreció su testimonio en el Tribunal de El Salvador, con motivo del asesinato de su esposo por un escuadrón de la muerte delante de toda su familia: «Sabemos las víctimas que muchos quieren robarnos la memoria, pero también resulta irónico que somos muchas veces las víctimas –por no decir siempre- las que damos el primer paso en busca de la reconciliación, pese a que nos quieran robar y ocultar nuestra historia. Pero sabemos que en la medida que nos roben y nos oculten nuestra historia, se estará contribuyendo a que nuestra sociedad no sane. Y es necesario sanar. Sanar significa establecer la verdad, reconocer la verdad de los hechos. Y reconocer la verdad de los hechos significa que a las víctimas no se nos niegue la posibilidad de contar nuestra historia, tanto como sea necesario. Muchas víctimas hasta el momento no han tenido la oportunidad de hacerlo y eso es grave, porque el escuchar la historia de la víctima es básico en la búsqueda de la reconciliación. Que se nos escuche con paciencia».


José Ramón Juániz Maya/Juez Del T.I. De El Salvador Y Autor Del Libro «A La Paz Y La Reconciliación, Solo Por La Verdad Y La Memoria»







Fuente →  levante-emv.com

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