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Giles Tremlett se sienta en una terraza en una mañana soleada en Madrid a finales de junio, deja caer un manuscrito encuadernado en la mesa: “Para demostrar que existe”, bromea. Se trata de una nueva historia de las Brigadas Internacionales que lucharon con el Ejército Republicano en la Guerra Civil española. El mamotreto impresiona, pero Tremlett no lo ha terminado del todo. Para empezar, aún no lo ha leído su editor. “Además, sobran unas 40.000 palabras”, asegura. Si todo va bien, el libro se publicará el próximo verano.
Nacido en Plymouth, Reino Unido, en 1962, Tremlett lleva más de 20 años en la capital española. Periodista y corresponsal durante años de The Guardian y The Economist, ha escrito España ante sus fantasmas (2007), Catalina de Aragón (2013) e Isabel la Católica (2017).
Sus dos últimos libros se ocuparon de reinas españolas de los siglos XV y XVI. ¿Cómo ha sido volver al XX?
Francamente, maravilloso. Mi único problema ha sido la ingente cantidad de materiales con los que trabajar. Mi investigación me ha llevado por todas partes, desde la Institución Hoover en Stanford (California) hasta la Biblioteca Tamiment en Nueva York, pasando por Ámsterdam, Varsovia, Belgrado, París....
Además de ser prácticamente infinitas, sus fuentes estarían redactadas en muchos idiomas diferentes.
las Brigadas pierden la guerra en España, pero ganan la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, tenían razón. Como antifascistas, tenían razón
Sí, esa fue una dificultad adicional. Sé leer bastantes idiomas; los que no, los meto en el Google Translate para tener una idea. Si veo algo que me gusta, busco a un traductor. Pero luego está el problema de la fiabilidad. Hay miles de memorias de brigadistas, pero también hay mucha censura o autocensura. Es obvio que algunas historias han mejorado con el tiempo. Mucha gente, por ejemplo, jura haber avistado al mariscal Tito en España. Es verdad que ayudó a reclutar voluntarios en Yugoslavia. Pero aquí nunca puso el pie.
Este es su tercer libro de historia. A estas alturas, ¿sigue escribiendo como periodista o se ha convertido en un historiador en toda regla?
¿Dónde está la línea? Yo no lo sé. Lo que sí sé es que me interesan las historias y experiencias personales. Quiero ayudar a mis lectores a entender cómo fue estar allí.
Ese enfoque biográfico significa que tiene que seleccionar, centrarse en individuos particulares. ¿Eligió a personas cuyas experiencias cree que son representativas, o se inclinó por las historias más interesantes?
Algunas de las personas más interesantes no llegaron a entrar al libro, precisamente porque quizá lo son demasiado. Algunos de los personajes más obvios, como Robert Merriman [el combatiente estadounidense de mayor graduación de los que participaron en la Guerra Civil], por ejemplo, figuran mucho menos en mi libro que en otros. De hecho, decidí no concentrarme en los voluntarios británicos y estadounidenses. Tienen una fuerte presencia en la bibliografía pero, en realidad, fueron numéricamente menos importantes que los franceses y los belgas, por ejemplo.
¿Tuvo la oportunidad de entrevistar a veteranos?
A lo largo de los años, he entrevistado quizá a una docena de brigadistas. Pero honestamente no sentí la necesidad de hacer más entrevistas. El material documental es lo suficientemente rico. Por otra parte, la memoria no es precisamente fiable setenta u ochenta años después de los hechos. Eso sí, me parece que el hecho de que la generación de los voluntarios haya desaparecido casi por completo hace que este sea un buen momento para intentar contar toda la historia, superando las historias separadas de los diferentes grupos nacionales, todas marcadas por los respectivos marcos nacionales. La Brigada Lincoln es un buen ejemplo: la forma en que se cuenta su historia está muy filtrada por el marco narrativo de la historia norteamericana.
¿Qué significa entender todas esas diferentes líneas narrativas en el contexto de los años 30?
El mundo de los años 30 todavía no está globalizado. Pero está a punto de serlo. Para muchos voluntarios que viajaban a España, cruzar todas esas fronteras suponía un gran reto, incluso en términos culturales. No hay que olvidar que alrededor del 95% eran de la clase obrera. Muchos nunca habían salido de su propio país.
Sin embargo, las Brigadas atrajeron a personas con mentalidad, digamos, internacionalista, e incluían a muchos inmigrantes e hijos de inmigrantes.
Así es. En mi libro, utilizo dos grandes categorías, los “devotos” y los “desplazados”, que a menudo se solapan. Además de los devotos políticos, que eran muchos, los que yo llamo desplazados ya llegan con una experiencia de migración. Luego, por supuesto, estaban los marineros, de los que había muchos entre los escandinavos, americanos y canadienses.
Políticamente, escribir sobre las Brigadas significa meterse en un campo minado. ¿Eran héroes o tontos útiles? ¿Uno se concentra en las historias de coraje e inspiración, o en las experiencias de desencanto y abandono? Como sabemos, la historia de las Brigadas ha servido a muchos fines distintos, sobre todo durante la Guerra Fría.
Lo que planteo es que las guerras, de por sí, son binarias. Normalmente, solo hay dos lados. Y tienes que elegir uno, por muy imperfectos que sean ambos. Entonces, ¿qué lado eliges? La respuesta puede parecer tremendamente obvia para nosotros hoy. Pero claramente no lo era en aquel momento. De lo contrario, los brigadistas no habrían sufrido tanto en sus propios países después de la guerra, por no hablar del Pacto de No Intervención.
Si quieres saber lo que pasó en Belchite, no acudes a un departamento universitario. No. Le preguntas al historiador local que lleva cuarenta años obsesionado por el tema y que ha montado su propio pequeño museo
Ahora, para mí, está claro que hay una definición que se ajusta a casi todos los voluntarios internacionales. Algunos pueden ser operativos supuestamente mexicanos de la Komintern, enviados por Moscú; otros, anarquistas italianos; otros, simples aventureros o desempleados. Pero la categoría que engloba a casi todos era la del antifascismo. Las Brigadas Internacionales no eran una tropa de la Komintern. Eran una tropa antifascista. La Komintern es importante, claro, como los son los diferentes partidos comunistas nacionales. Pero el verdadero denominador común de las Brigadas es el antifascismo.
La historia de las Brigadas Internacionales se ha contado de muchas formas diferente según dónde y cuándo. En la Europa del Este, después de la Segunda Guerra Mundial, eran venerados. En Estados Unidos, fueron “antifascistas prematuros” y perseguidos con saña durante el macartismo. Además, todas estas narraciones están moldeadas por aquellos que tienen el poder o la oportunidad de contarlas. El grupo oficial de los veteranos de la Brigada Abraham Lincoln, por ejemplo, eran un grupo bastante selecto, cuya historia no es necesariamente representativa de los 2.800 brigadistas norteamericanos. ¿Cómo procesar todas estas historias, que no sólo son increíblemente diversas, sino que también están cargadas de controversia e inversión afectiva?
Me he dado cuenta de que hay una clara ventaja en mirar a todas las diferentes nacionalidades juntas. Se aumenta el tamaño de la muestra. Ya no dependes de una sola versión. De hecho, la misma evolución de todas estas diferentes narrativas es fascinante de por sí. Por ejemplo, la historia de los voluntarios judíos, sobre todo los que vinieron de Palestina. Inicialmente, fueron despreciados: habían ido a España en lugar de quedarse a luchar contra los árabes. Más tarde, su historia fue redefinida –en mi opinión, correctamente– como una especie de resistencia al fascismo previo al Holocausto, un acto de resistencia que, como tal, fue inmensamente valioso. A lo largo de los años, Israel ha ido entendiendo esto poco a poco.
En la Europa del Este, hasta 1989, los veteranos de las Brigadas fueron héroes. Luego se les obligó a devolver sus medallas.
Toda la historia de Europa del Este es increíble. Allí, las Brigadas Internacionales fueron un semillero para las futuras élites: ministros del gobierno, generales, diplomáticos, etc. Algunos acabaron purgados, por supuesto. Pero los supervivientes se convirtieron, a menudo, en personajes muy importantes. En muchos casos, sus historias individuales son bastante complejas y desagradables. En Alemania del Este, el Servicio de Seguridad del Estado (la Stasi) estaba dirigido por veteranos de las Brigadas. En Yugoslavia ocurre algo parecido. Sin embargo, en Checoslovaquia, Hungría y Polonia, muchos brigadistas se convierten en víctimas de purgas, a menudo porque eran judíos.
Las historias de lo que vivieron los brigadistas veteranos después de su paso por España llenarían un libro por sí solas. Incluidos, por supuesto, los años inmediatamente posteriores, en la resistencia contra los nazis. ¿Quién disparó al primer oficial alemán en París? ¿Y al segundo? Brigadistas. ¿Quién dirigía muchos de los equipos de los partisanos en Italia y Yugoslavia? De nuevo, los veteranos de España. También escribo sobre el trato horrible que sufrieron en Estados Unidos. O en Holanda, donde los nazis los apresaron utilizando las listas proporcionadas por la policía holandesa.
Esta historia puede contarse como un relato de heroísmo: un momento histórico en el que, increíblemente, unas 35.000 personas arriesgan voluntariamente la vida por una causa noble. Pero uno también se puede centrar en lecciones morales o políticas más complejas. La historia de las Brigadas Internacionales, ¿encierra alguna lección que podamos aprovechar hoy?
En realidad, creo que hay dos narrativas opuestas que se desarrollan al mismo tiempo, y que reflejan de nuevo la naturaleza binaria de la guerra. Sí, es verdad, las Brigadas pierden la guerra en España, pero ganan la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, tenían razón. Como antifascistas, tenían razón. Hoy, eso lo sabe todo el mundo. Lo que trato de hacer en el libro es seguir la historia de la llamada “no intervención” –parte de la historia del apaciguamiento– para ver cómo esta se desarrolla en tiempo real, mientras las Brigadas están luchando. No olvidemos que, después de todo, lo que la República Española está intentando hacer al final es seguir luchando hasta que los demás países le den alcance y se espabilen. Es decir, hasta que haya una lógica en lo que está sucediendo.
Las historias de lo que vivieron los brigadistas veteranos después de su paso por España llenarían un libro por sí solas. Incluidos, por supuesto, los años inmediatamente posteriores, en la resistencia contra los nazis
El arco narrativo en el que los brigadistas terminan ganando el debate está ahí, por supuesto. Pero la victoria sólo llega seis años después de que pierdan la guerra en España. ¿Eso los convierte en héroes? No estoy muy interesado en el heroísmo como tal. Es cierto que, individualmente, muchos de ellos fueron bastante heroicos. Pero lo que es más importante para mí es el hecho de que, como antifascistas, tenían razón. Punto final. Esto, a estas alturas, ¿cómo puede dudarlo nadie?
Si el heroísmo como tal no le interesa, ¿qué pasa con la ejemplaridad? ¿Hay alguna lección política o moral que extraer de esta historia, ochenta años después, sea en términos positivos o negativos?
Ya que me lo pregunta, para mí, la historia de las Brigadas Internacionales es un ejemplo positivo. Pero no lo pondría en estos términos. La lección que yo sacaría, más bien, es esta: frente a las tempestades de la política y de la historia, es valioso aferrarse a una certeza moral. El principio del antifascismo, del que las Brigadas son solo una parte, es un buen ejemplo de una certeza así. Repito que esto no significa que, como individuos, los voluntarios internacionales fueran ejemplares necesariamente. Quiero decir: si luchas contra el fascismo en España para después convertirte en jefe de la Stasi, ¿qué clase de ejemplo eres? Si los brigadistas fueron heroicos lo fueron en el sentido de que se plantaron y arriesgaron sus vidas por el principio del antifascismo. Eso sí, dejan a familias que tienen que hacer frente a las consecuencias de su compromiso político. Y luego en el campo de batalla, individualmente, algunos resultaron ser héroes y otros no tanto. Del mismo modo que, más tarde, algunos se convirtieron en personajes bastante horrorosos. Hay una parte de la devoción política que les impulsa que, históricamente, sale horriblemente mal.
El gran arco narrativo que usted describe como indiscutible –en que se pierde la guerra contra el fascismo en España para ganarla en 1945– no se desarrolla precisamente así en la propia España, un país que sigue sin ser capaz de encajar su propia narrativa histórica en el marco europeo. ¿Cómo cree que será recibido su libro en España?
Honestamente, creo que las posturas aquí en España están demasiado enrocadas para mover la aguja de manera significativa. Aunque también me gustaría pensar que hay una generación más joven que no sabe mucho, que no está muy afectada por su historia familiar y que tiene una mentalidad más abierta, o simplemente está interesada en saber más.
De hecho, una de las cosas que fascinan de España es la cantidad de trabajo local que se ha hecho sobre la Guerra Civil. En este caso, la idea de que la historia se construye sobre hombros de gigantes resulta ser un disparate. Si se construye sobre algo, es sobre el trabajo de docenas y docenas de personas en pueblos pequeños, a menudo como parte de asociaciones locales. Si quieres saber lo que pasó en Belchite, no acudes a un departamento universitario. No. Le preguntas al historiador local que lleva cuarenta años obsesionado por el tema y que ha montado su propio pequeño museo. O encuentras a la persona local que ha echado horas y horas online en el archivo de la Komintern, o desenterrando documentos en el archivo militar de Ávila. Esa es la gente que sabe de verdad.
¿Qué le queda por hacer antes de que salga el libro, además de cortar esas 40.000 palabras de más?
Soy un obsesivo contrastando hechos, y todavía tengo miles de detalles por comprobar. No me quiero equivocar en nada. Siento una gran responsabilidad. A fin de cuentas, este es un gran tema que significa mucho para mucha gente. Hay un ejército de individuos que mantienen viva la memoria de las Brigadas, en asociaciones por todo el mundo. También siento una responsabilidad hacia los propios brigadistas, aunque ya están todos muertos. Por supuesto, al final, como escritor, tienes que salir con tu versión. Que no le va a encantar a todo el mundo. No pasa nada, abramos entonces un debate.
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Una versión en inglés de esta entrevista se publicó en The Volunteer, revista de los Archivos de la Brigada Lincoln.
Fuente → ctxt.es
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