A mi padre, mi abuelo y mi tío Bartolo los mataron sólo por ser de  izquierdas, jamás mataron ni robaron

A mi padre, mi abuelo y mi tío Bartolo los mataron sólo por ser de  izquierdas, jamás mataron ni robaron: Petra hace honor a su apellido y demuestra una fuerza brutal que la represión franquista le obligó a desarrollar. “Mi padre, Antonio Robles Moreno, mi abuelo Pedro Robles Clemente, y mi tío Bartolo, fueron un padre y 2 hijos a los que mataron sólo por ser de izquierdas. Ellos nunca mataron a nadie ni robaron. Y, si no es porque trabajaba para el juez Pedro Antonio Gómez de León de Alhambra, también matan a mi tío Constantino”. Así de tajante se muestra Petra Robles, una mujer de intensos ojos azules –que han visto más de lo que deberían en sus 86 años- y una energía desbordante que hace que, después de lo que tuvo que vivir por la represión franquista, ya no le tenga miedo a nada.

“Yo tenía 8 años con seis meses, pero lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer porque además ahí acabó mi infancia” relata Petra. Y es que no hay que olvidar que si los asesinados eran víctimas, también lo eran las familias que dejaban, generalmente mujeres sin recursos, con varios hijos a su cargo y el ‘sanbenito’ de ser la viuda de un ‘rojo’. En el caso de Petra, su madre se quedó viuda también con otro niño que falleció a los ocho años cuando el barbero, “porque no había practicante” le puso una inyección de morfina excesivamente fuerte para un niño de esa edad por una apendicitis.

El estar sola obligaba a su madre, en la mayor parte de los casos, al estraperlo para tratar de dar de comer lo que fuera a los niños, mientras que esos niños tenían que ponerse a trabajar para contribuir al sustento de su casa.

Esa es una de las penas añadidas que reconoce Petra, que no le dio tiempo a leer ni escribir porque tuvo que ponerse a hacer cualquier cosa que salía: desde cargar con haces de leña “en las costillas” hasta con cántaros de agua, pasando por espigar, por coger paja por las calles que tiraban las piqueras de las casas grandes. “Y cuando ya no había por las calles, nos íbamos a los basureros de esas casas grandes, donde estaba todo seco y de allí llenábamos los sacos para la lumbre”.

Petra no puede evitar emocionarse al pensar en todo lo que ha tenido que penar su familia. “Había dos hermanos de mi madre que se vinieron a vivir con nosotros y se iban de perchas para que, si traían una perdiz, la pudiéramos vender y así comprarle un pan a mi padre para llevárselo a Infantes, donde estaba preso. Nosotros mientras comíamos gachas de harina y cebada”.

En un primer momento, a su padre y al resto de su familia los metieron presos en la cárcel de Alhambra pero luego, cuenta con los ojos humedecidos, “los sacaron en dos camiones a los que para subirlos, porque yo me escondí detrás de la puerta de un comercio y lo ví, los molieron a palos. Le pegaron a mi padre todo lo que quisieron y más para llevárselo a Infantes, donde lo mataron”.

Su familia está en una fosa común porque, cuando dieron la orden de que la familia que quisiera se podía llevar a sus muertos -teniendo ella 20 años- “el secretario no nos avisó, y que por no remover heridas, y no nos enteramos hasta dos meses después y ya no pudimos”.


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