Las rosas de Zufre. El aullido del terror franquista

Las rosas de Zufre. El aullido del terror franquista: Francisco Espinosa cuenta sus nombres y edades en el Libro “La represión en la provincia de Huelva”: Las mujeres de Zufre (Huelva) eran Teodora Garzón Núñez, 46 años, casada; Remedios Gil Cortés, 58 años; Modesta Huerta Santos, 30 años, militante de UGT, viuda; Josefa Labrador Arroyo, 40 años, casada; Elena Ramos Navarro, 55 años (UGT); Bernabela Rodríguez Ruiz, 39 años, casada; Dominica Rodríguez Ruiz, 39 años, viuda; Felipa Rufo Alcaide, 40 años, casada; Amadora Sánchez González, 53 años, casada; Mariana Sánchez Vázquez, 51 años (UGT), ávida lectora, casada; Antonia Padilla Blanco, 51 años; Encarnación Méndez Díaz, 56 años (UGT), Faustina Ventura Sánchez, 62 años; Amadora Domínguez Labrador, 48 años (UGT); Carlota Garzón Muñoz, 47 años y Alejandra Garzón Acemel, 62 años. Las profesiones, “sus labores”.

Todas las detenidas en la cárcel de Zufre escuchaban el siguiente nombre de la lista en el espeso silencio. El guardia añadió: “!Vienen ustedes a declarar a Aracena!” Aquella salida de la cárcel hacia la comandancia de la Guardia de Aracena les costó cruelmente la vida en pocas horas. En una columna de tristeza y desconcierto desfilaron lentamente, sin querer pensar en el desenlace, hacia el funesto camión para el traslado. Muchos niños jugaban alrededor del pilar. Algunos vieron allí por última vez a sus madres, la primera mirada de sorpresa, pero al verlas amarradas en collera, maniatadas con alambres y cuerdas, sollozando, los niños agacharon la cabeza, dejaron de mirar.

Entre las 10 y las 12 de la mañana del 4 de noviembre de 1937, ante el muro del cementerio de la vecina Higuera de la Sierra, el pánico hizo que muchas de ellas no pudieran ni bajar del camión por lo que fueron empujadas a golpe de fusil como si se tratara de una pequeña cuadrilla de animales. Muertas de miedo, al llegar al estrecho camino que lo separaba de la cancela del cementerio comenzó la más absoluta humillación. Las raparon, purgaron con aceite de ricino, desnudaron, bañaron en aceite, azotaron y algunas fueron violadas. Después las fusilaron y arrojaron a una fosa común. De aquella terrible tarde quedan todavía algunas deformaciones en los barrotes del cementerio provocadas por los disparos.

Nunca se supieron las razones del fusilamiento, ni los “delitos” que se imputaban a estas mujeres, se les aplicó el “Bando de guerra” sin ninguna sentencia. Quizá acusadas de auxiliar a fugitivos, ser familiar de represaliados o encarcelados. No estaban relacionadas en ningún caso con delito grave. La pertenencia a UGT o su parentesco con algún republicano las llevó a ser recluidas en prisión sin imaginar el fatal desenlace.

Según Espinosa, “solo 7 fueron inscritas en el Registro Civil en 1937, de las otras nada hasta los años 80”. Murieron antes de declarar en la Comandancia de Aracena. Ninguna defunción se registró en plazo legal: Causa de muerte “anemia aguda” aunque en los 80 ya pone “Bando de Guerra”. Tras 80 años no hay actuaciones sobre su fosa, aún no localizada ni sus cuerpos exhumados. Muchos lugareños la sitúan en unos jardines con una cruz a la entrada del cementerio de Higuera de la Sierra.


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