El impulso de la Escuela Pública como motor del cambio social... hasta el franquismo

El impulso de la Escuela Pública como motor del cambio social... hasta el franquismo: Qué agradable asomarse estos días por la Exposición Madrid, ciudad educadora. Memoria de la Escuela Pública del Museo de Historia de Madrid. Saludamos esta iniciativa del Ayuntamiento –el anterior- que pone en valor la historia de la Escuela Pública. Es una exposición ilustrativa, con materiales rescatados de los colegios madrileños, donde se condensa la historia del salto pedagógico entre finales del s.XIX y la guerra civil.

Si hay que ponerle un pero a la Exposición es que no subraya lo suficiente el compromiso de la II República con la Educación. Sin ocultarlo, prefiere marcar una continuidad en la renovación pedagógica desde finales de siglo, antes que destacar el cambio de la política educativa republicana. Su apuesta firme por la coeducación y la laicidad marcan un hito que no se recoge como merecería. Eso sí, el gráfico que muestra las construcciones de colegios en Madrid habla por sí mismo: entre 1930 y 1935 se dispara muy por encima del resto de los periodos, dejando claro el esfuerzo de la II República.

La Exposición nos sitúa en el contexto histórico. España era entonces un país agrario, con una industrialización desigual y un éxodo rural a las ciudades, donde la vida era menos dura y el acceso a la cultura difusa establecía grandes diferencias entre la población urbana y la rural. Es conocido el valor que la II República dará a las Misiones Pedagógicas y la extensión de la Escuela al medio rural, pero esta Exposición se circunscribe a la ciudad de Madrid, pionera en el XX.

Combatir el analfabetismo
Así, son significativos los datos de analfabetismo que nos aporta, desagregados por sexos, porque no era lo mismo, ni mucho menos, la situación cultural en cada caso. Si en España en general eran analfabetos el 55,46% de los hombres, lo eran el 71,42% de las mujeres. Decíamos que era diferente en Madrid: 21,8% de los hombres, pero todavía el 33,77% de las mujeres.

Ante esta situación de analfabetismo generalizado, una anomalía ya en la Europa de entonces, las reflexiones que acompañaron al desastre del 98 y el regeneracionismo pretendieron alumbrar un nuevo país con una ‘escuela nueva’ como motor del cambio social. Claro que, igual que no hubo acuerdo sobre la idea de lo que debía ser España, tampoco lo habría respecto a cómo debía ser esa escuela nueva. Esto es, no hubo consenso ideológico, obviamente no podía haberlo, aunque sí hubo cierto acuerdo sobre las cuestiones más técnicas. Los conservadores y la Iglesia aspiraban a conformar una Escuela para reformar ‘la raza hispana’ y reconstruir el Imperio católico. Los liberales aspiraban a forjar en la Escuela una identidad colectiva común, como pretendieran aquellos Episodios Nacionales de Galdós frente a la historiografía de las glorias imperiales. Los republicanos defendían una Escuela aconfesional e igual para todos –hoy la continuamos reivindicando en nuestras camisetas de la Marea Verde ‘de tod@s y para tod@s’ - donde ‘se fundieran’ las diferencias de clase, sexo y creencias.

Este ideal de armonía social suele impregnar la historia de la Escuela Pública, que destaca siempre las contribuciones de la Institución Libre de Enseñanza y oscurece un tanto las aportaciones de otras experiencias pedagógicas, especialmente las procedentes del movimiento obrero. Pero habrá que darlo por bueno, ya que la política educativa de la II República partirá de ahí, lo extenderá por todo el país y lo pondrá a disposición de l@s hij@s de los trabajadores como nunca hasta entonces. Y como nunca después en la dictadura. Volver, a continuación, a poner en pie la Escuela Pública ha sido una tarea ingente que no estamos reconociendo bien a la generación que ahora se jubila: El profesorado que ha construido un puente entre las experiencias históricas y nuestro presente, referenciados habitualmente en los Movimientos de Renovación Pedagógica. En las antípodas, por cierto, de los nuevos gurús educativos de las fundaciones bancarias con sus pretensiones neoliberales.

La “Escuela Nueva”
Entonces, ¿en qué consistió ese salto exactamente? En la sustitución de las escuelas unitarias por las escuelas graduadas. Hasta principios del XX, las escuelas eran unitarias. El alumnado estaba mezclado en edades en una sola aula con un solo maestro, en pisos u otros espacios precarios. La nueva escuela graduada establece aulas diferentes por edades –hasta los doce años- con profesorado distinto, grupos homogéneos por desarrollo evolutivo, y se instala en nuevos edificios diseñados con criterios pedagógicos. Se concibe la Escuela Pública desde los planteamientos de la Educación Integral y surgen espacios que hoy son parte indisociable de un colegio: patios, comedores, talleres, laboratorios, gimnasios, bibliotecas… Ya entonces se montaron huertos escolares, aunque creamos que son modas de ahora. Acorde con el higienismo de la época y para educar en la salud, estos nuevos colegios tienen salas de baño… ¡y piscinas! Como aquella del grupo escolar Cervantes, que ha cumplido cien años.

Es inevitable referirse aquí a la actual Consejería del PP, con las eternas construcciones por fases, que niegan que se necesiten esos espacios desde el principio. O los recortes que hacen peligrar los servicios de comedor, como si volviéramos a los años de la Exposición, donde asistir a la cantina escolar era una señal de pobreza y donde se consiguió avanzar en la idea del comedor como espacio también educativo.

Por eso las comunidades educativas reivindicamos lo que la Exposición nos recuerda que es inseparable de la Escuela y, por tanto, innegociable. La Exposición se refiere a una Escuela en construcción. Los planes de construcciones escolares en Madrid se suceden, especialmente en los barrios obreros, hasta entonces carentes de equipamientos. Ya en 1934, el 78,6% de los colegios en Madrid eran escuelas graduadas, frente al 17,6% en el resto del país. La Exposición acierta al recordar que aquellos edificios recibieron nombres que la dictadura suprimirá y que ahora aspiramos a ver restituidos por memoria democrática.

Otros avances de entonces, parece mentira, siguen sin estar garantizados: personal sanitario en los centros, patios para jugar sin exclusiones, actividades extraescolares al alcance de tod@s, comedores gratuitos, autonomía pedagógica de los centros para adaptarlos a sus contextos, escuela laica, basada en la experimentación científica, en el desarrollo de la expresión artística y en la preparación para la vida. Destacamos que la Exposición nos recuerda que la Escuela debe de ser colaborativa. Aparecieron las salas de profesores, los proyectos coordinados por la nueva figura del director/a de grupo escolar, e incluso las Asociaciones de Padres para relacionar a los Centros con sus entornos. Comprobamos entonces que muchas de las novedades que se incorporaron a la Escuela de entonces, forman parte –tras el trágico paréntesis de la dictadura franquista- de nuestras vivencias escolares, como si siempre hubieran estado ahí y, sin embargo, qué cambio aquel, qué desgracia la involución franquista y qué frágiles hoy de mantener, ante los constantes recortes a la Pública. Por eso esta Exposición es importante, porque nos recuerda de dónde venimos y nos ayuda a identificar lo que debemos proteger y aún desarrollar.

En fin, la Exposición concluye con una sala dramática y heroica: los colegios ante la guerra, ante el urbanicidio –que hemos conocido en la exposición Madrid bombardeado- y el infanticidio provocado al bombardear los colegios que quisieron mantener sus puertas abiertas, para que los niñ@s dibujaran los aviones del horror y aprendieran a sobrevivir. Se despide pues la Exposición relatando ‘cómo la infancia y los maestros ganaron la guerra’.


Fuente →  mundoobrero.es

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