Juicio por choriceo a la familia Franco: Comienza en Madrid el primer juicio contra la familia Franco por choriceo. El choriceo, ese concepto asociado a vagos y maleantes en la España del abuelo Francisco, constituye siempre el fin último de una dictadura. ¿Qué hay más lógico después de secuestrar a un país que quedarse con sus bienes? Mientras se ponían de moda los chistes de gitanos robando melones, los Franco se hacían, sin tener que saltar vallas de noche, con los mejores melones del país. Uno de ellos, las dos esculturas románicas de la Catedral de Santiago de las que Carmen Polo se encaprichó en una visita a Compostela en 1954. Envuélvemelas Por La Gracia De Dios que me las llevo al Pazo de Meirás, le dijo la collares al alcalde compostelano del momento y éste se las envolvió y se las mandó al pazo –otro buen melón robado, este con forma de palacio señorial. Aquellas estatuas del siglo XII no fueron robadas, defiende en el juicio la familia del dictador: el regidor al que mi abuelo puso a dedo nos las donó con mucho gusto como gesto de agradecimiento en nombre de todos los compostelanos. Al escuchar el argumento se han escuchado risas en todas las cunetas de Galicia.
El choriceo de Franco y su entorno es uno de esos asuntos tradicionalmente incómodos para la derecha española. Y como asunto incómodo, uno de los más silenciados a la hora de analizar aquella época de paz y prosperidad. No hay fan de Franco que discuta la conveniencia de fusilar rojos para salvar a España de las garras del comunismo, pero poner patrimonio nacional a tu nombre no acaba de casar bien con el encargo que el caudillo recibió de Dios. Por eso es incómodo. Por eso se niega. El choriceo siempre ha tenido una prensa horrible a lo largo de los tiempos, incluso entre la gente más indecente. De ahí que se inventen para él tantos nombres originales. Entonces era donación, hoy es privatización para la mejor gestión de los recursos públicos. Este juicio sobre las estatuas que privatizó Franco para su mejor gestión pública preocupa a la familia del dictador. No tanto por las estatuas en sí, ni porque pudiera ser el primer paso para que acaben devolviendo el patrimonio robado que algunos cálculos sitúan en torno a los 600 millones de euros –a 3.000 euros el fusilado–, sino por lo que representa de humillación que se demuestre que el abuelo caudillo no era en ese sentido diferente a un robamelones cualquiera. El fascismo también es estética. Una estética que hace necesario que sea asunto de todo el país el cadáver del dictador, pero que sea cosa de disfrute de la familia los bienes que el cadáver robó. Cuando la fortuna de los Franco vuelva a ser de todos y sus huesos pasen a ser de sus sucesores, seremos un país algo más decente. Mientras tanto, seguiremos entretenidos viendo en las teles debates sobre endurecer las penas para los gitanos robamelones.
Fuente → ctxt.es
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