El primer miliciano

El primer miliciano: Al comienzo de la Guerra Civil Española (1936-1939), los acontecimientos acaecidos en Cartagena alcanzaron una relevancia vital para el desarrollo de la contienda. Incluso me atrevería a aseverar que, de haber triunfado el llamado 'Alzamiento del 18 de julio' en la Base Naval de Cartagena, la guerra ni siquiera hubiera existido, quedando todo reducido a uno más de los muchos pronunciamientos militares que salpican la historia de este país.

El derramamiento de sangre fue inevitable y supuso el sacrificio de muchas personas que lucharon por unos ideales, que no podían justificar el grado de violencia extrema al que se llegó.

Hoy traemos una serie de fotografías relativas a los primeros días de la guerra en Cartagena. Corresponden a los hechos relacionados con una de las primeras víctimas, el miliciano cartagenero Antonio García Fuentes.

Una vez sofocados los movimientos de rebelión en contra del Gobierno de la República Española en la ciudad, esta volcó sus efectivos militares y los de las milicias hacia el exterior. Unidades regulares del ejército, junto a las autoconstituidas Milicias Populares, y otras fuerzas salieron de Cartagena el 21 de julio.

Formaron una columna en dirección a Albacete, a Hellín y a otras localidades de dicha provincia, en donde fuerzas de la Guardia Civil se habían sublevado. El contingente de tropas viajó en tren. Llegó a Hellín el día 22 por la noche. Antonio García Fuentes formaba parte de la primera milicia constituida en Cartagena, al mando del diputado Amancio Muñoz de Zafra (exalcalde socialista del municipio). Estas unidades armadas, no pertenecientes al ejército, se formaron en torno a partidos políticos y sindicatos obreros.

En uno de los primeros combates Antonio García cayó mortalmente herido por una descarga de fusilería de la Guardia Civil. Las escaramuzas, que tuvieron lugar en el puente a la entrada de Hellín, no evitaron el avance de la milicia. Los sublevados se vieron obligados a replegarse hasta la plaza de toros. Posteriormente, se hicieron fuertes en el cuartel de la Benemérita.

Los milicianos cercaron ambos edificios, que fueron castigados por los disparos de dos compañías de artillería ligera, con el apoyo de bombardeos de la aviación, que tenía base en Los Alcázares. Con el paso de las horas, el combate se convirtió en un verdadero asedio a los rebeldes, entre los que cundió el desánimo. A las nueve de la noche, tuvo lugar la rendición de estas fuerzas.

Las milicias cartageneras entraron en la población una hora después. Detuvieron a 54 agentes y varios civiles. Entre estos últimos estaba el cabecilla de la sublevación, Antonio Falcón.

La noticia de la muerte del primer miliciano en acto de guerra llegó pronto a Cartagena y se dispuso el traslado del cadáver a la ciudad. La prensa local, representada por El Noticiario y el diario La Tierra, se hizo eco del recibimiento que se le dispensó al miliciano. Fue un acto cargado de simbolismo y propaganda, capitalizado fundamentalmente por los nuevos poderes, el Comité del Frente Popular y el Comité de la Alianza Revolucionaria.

Los restos mortales llegaron el día 23 por la noche a la ciudad. Fueron depositados en una sala del Hospital de Caridad, para el velatorio. El entierro fue preparado para las doce del mediodía por el Ayuntamiento, desde donde se cursaron avisos para general conocimiento al comercio, a la industria y a los sindicatos. Poco antes del sepelio, el municipio paralizó su actividad. La industria dejó de producir y el comercio cerró. Durante ese paro general, una multitud se concentró frente al Palacio Consistorial para acompañar al féretro hasta el cementerio.

La comitiva con el ataúd del miliciano envuelto en la bandera de la C.N.T., agrupación a la que pertenecía Antonio García, recorrió varias calles y sedes sindicales: Mayor, Plaza San Francisco, Serreta.

Al frente de la comitiva fúnebre caminaban su viuda, Isabel Díaz, sus familiares y miembros destacados de los diferente comités, así como el concejal Pérez San José, en representación del alcalde. Terminados todos los actos protocolarios, el cuerpo del miliciano fue trasladado en carruaje al cementerio de Nuestra Señora de los Remedios. Allí se le dio cristiana sepultura.

Fue solo el primer combatiente en caer. En los tres años de esta guerra, otros muchos milicianos cartageneros tuvieron el mismo destino. Se calcula que las bajas fueron 4.000 entre los que formaron estas unidades que, a partir de 1937, se integrarían como fuerzas regulares en el naciente Ejército Popular de la República.

Fuente →  laverdad.es

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