Marina Ginestà, soldado en el Ejército Popular

Marina Ginestà, soldado en el Ejército Popular: Hablábamos en nuestro post anterior sobre la autocensura a la que se sometieron algunas de las mujeres combatientes en la Guerra Civil. Uno de los casos que poníamos como ejemplo era el de Marina Ginestà, cuyo archiconocido retrato ha acabado convirtiéndose en un icono de nuestra guerra, e incluso en un símbolo global de empoderamiento femenino. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento y queremos aprovechar la efeméride para recordar su faceta como soldado en el Ejército Popular de la República.

Conocemos bastantes datos sobre Marina, sobre todo en relación a otras mujeres que estudiamos. Muchos de ellos hay que agradecérselos al documentalista de la Agencia EFE Xulio García Bilbao, que fue quien la identificó en 2006. Dos años después logró entrevistarla en París, cuando Marina frisaba los noventa años. Esa entrevista tardía contribuyó a fijar algunos mitos sobre ella que se han asentado a lo largo de la última década. En ella, Marina afirmaba que el fusil se lo dejaron para la foto, que nunca lo había empuñado antes ni lo empuñaría después. Que durante la sublevación obró con ingenuidad propia de su adolescencia –tenía 17 años en el momento en el que el fotógrafo Guzmán captó la instantánea-. Que no era plenamente consciente de lo que implicaba la guerra ni la revolución. Pero hay datos que nos llevan a pensar que ese relato es falso, o, al menos, que fue dulcificado. Que en 1936 era una mujer consciente, activa, de acción. Que combatió, que fue miliciana y continuó en el frente tras la militarización de las milicias, convirtiéndose en soldado del Ejército Popular.

Marina nació en el seno de una familia de emigrantes catalanes en Tolouse. Su abuela materna, Micaela Chalmeta, era socialista, y una de las pioneras del feminismo en Cataluña. Sus padres eran comunistas. Ella se afilió, junto a su hermano, a las juventudes del PC de Cataluña en cuanto fue legalizado por la República. Había vivido el compromiso político desde niña, hasta unos extremos que hoy resultan sorprendentes: fue detenida con solo trece años en una manifestación revolucionaria en Barcelona, en mayo de 1931. Marina era una joven políglota, con cultura e inquietudes. En los años setenta publicaría una novela. Fue atleta –nos constan sus marcas en un festival deportivo de septiembre de 1935-. En febrero de 1936 participó en la manifestación por la liberación de Companys, e iba a trabajar como traductora en la Olimpiada Popular de Barcelona, truncada por el golpe de Estado.

Marina en la portada de “Ahora”, 31 de mayo de 1931.

Varios testimonios la sitúan en el asalto contra el cuartel de las Atarazanas, y recientemente se ha hecho pública una fotografía de aquellos primeros instantes del Golpe que contradice lo que Marina afirmó en su entrevista de 2008: aparece con un fusil en las manos, montando guardia junto a una puerta. Después de los combates en Barcelona trabajó como traductora y mecanógrafa del Comité Militar del PSUC, y en seguida partió al frente de Aragón. Mijail Koltsov, para quien Marina ejerció de traductora, afirmó que ella nunca se separaba de su fusil. Teresa Pàmies escribió que “si [Marina] no llegó a formar parte de la dirección de las JSUC no fue por falta de valía, sino porque prefirió el trabajo en el frente a quedarse en la retaguardia”. El testimonio clave para nuestro tema de estudio nos lo ofrece la historiadora Lisa Lines, quien descubrió a través de un artículo de prensa que Marina seguía combatiendo en el frente tras la militarización de las milicias junto a otras cuatro compañeras, en mayo de 1937 (Probablemente en la 27ª División, antigua columna organizada por el PSUC-UGT).

Marina en los primeros momentos de la sublevación en Barcelona. Foro por la Memoria de Guadalajara, vía X.García Bilbao.

Como hemos visto, son varios los testimonios que sitúan a Marina como combatiente. Son noticias separadas en el tiempo y el espacio, y, sin embargo, coincidentes, lo que, para nosotros, les aporta una considerable credibilidad. Esos testimonios añaden peso al símbolo, le aportan riqueza. Humanizan a Marina Ginestà y al mismo tiempo la convierten en una figura más adulta, autoconsciente, comprometida. Trascienden la belleza estética de la mítica imagen de la azotea del Hotel Colón y la complementan.

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