Felipe VI, trono franquista

La ley no se fizo para perpetuar la memoria de Francisco Franco, ni para que el vergonzoso ducado de Franco fuera mantenido contra la lógica y la opinión general. La ley puede ser tan dura como se quiera, mientras sea ley. Y lo que tenemos en este caso no es exactamente una ley, aunque lleve el nombre de ley, la consideración de ley. La ley, atención, para que sea legítima, debe responder a los valores de la sociedad de la que es ley, debe ser necesariamente coherente. Una ley nazi debe corresponderse con una sociedad nazi de la misma manera que una ley democrática debe corresponderse con una sociedad democrática. La ley es la primera que debe cumplir la ley. Para hacer entender esto a algunos jurisprudentes imprudentes, perdidos en la palabrería vacía de los leguleyos, no hay nada mejor que convocar ahora a un personaje de la historia. Concretamente un tal Jesús de Nazaret, el cual, como si estuviera haciendo de periodista, de comentarista político, recuerda que debe ser exactamente una ley para que sea ley. Lo encontrarán en Marcos, 2, 23-28: “Un sábado que él pasaba por los sembrados, sus discípulos, de camino, comenzaron a arrancar espigas. Los fariseos le dijeron: ‘Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido hacer?’ Y les dijo: ‘¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando se vio en necesidad y tenía hambre, él y los que estaban con él? ¿Coral entró en la casa de Dios, en tiempos de Abiatar, el gran sacerdote, y se comió los panes presentados, que no pueden comer sino los sacerdotes, y dio también a los que estaban con él?’ Y les decía: ‘el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Por ello, el Hijo del hombre es señor también del sábado’.”

El rey Don Felipe VI de España habría podido, de acuerdo con el sentido de la oportunidad histórica e, incluso, del sentido común, en caso de que le tuviese, haberse negado a firmar la orden por la que ya se ha expedido la real carta de sucesión en el título de duquesa de Franco, con Grandeza de España, para Doña Carmen Martínez-Bordiú. Desde un punto de vista técnico esto no es posible, ningún monarca constitucional puede, naturalmente, negarse a firmar ninguna disposición legal. Sería un abuso y un fraude de ley. Pero esta no es toda la verdad, como hemos visto en el pasaje bíblico. La cuestión esencial, entonces como hoy, es saber por qué motivos un gobernante no colabora con la ley, y si estos motivos son sólidos y suficientes, suficientemente legítimos, en un régimen de opinión pública. Si el gobernante, en este caso, Su Católica Majestad Don Felipe VI de España, no firma un documento porque está actuando exclusivamente en su propio beneficio o en el beneficio de la sociedad. La cuestión fundamental es determinar hasta qué punto un monarca constitucional, que tampoco es que se deslome trabajando, tiene el derecho a la resistencia pasiva, a los brazos caídos, a ir a la huelga. A discrepar.

En una ocasión comparable, Don Balduino de Bélgica, rey de los belgas, en 1990, hizo exactamente todo lo contrario que Felipe VI y, naturalmente, acertó. En su caso no estaba en cuestión la legitimidad del trono gracias a ninguna guerra civil ni a ninguna dictadura militar de ultraderecha, que es el núcleo de la cuestión de la reciente restauración borbónica de Juan Carlos i. El trono de aquel prudente príncipe de los belgas no procedía de la legitimidad golpista del 18 de julio de 1936, bastantes problemas tenía ya con los fantasmas del esclavista Leopoldo II y del filonazi Leopoldo III deambulando arriba y abajo por el enorme château de Laeken. Don Balduino de Bélgica en 1990, de acuerdo con sus convicciones católicas, manifestó el grave problema de conciencia que le suponía tener que sancionar la primera ley de despenalización del aborto. Por este motivo y, de acuerdo con su Gobierno, el 3 de abril de 1990, se constata la “imposibilidad de reinar” del monarca de los belgas, de manera que su reinado queda en suspenso durante treinta y seis horas. Un lapso suficiente para que la ley sea promulgada únicamente por el primer ministro y, técnicamente, regente del reino, y que la conciencia religiosa del príncipe quede salva. La democracia se impone y la discrepancia se respeta. Como corresponde a una sociedad libre y avanzada. La opinión pública aplaudió esta solución y los medios de comunicación belgas nombraron a su majestad belga del año. Si el trono de Felipe VI procede de la corona legendaria de Don Pelayo y no de los crímenes y asesinatos del general Franco, que se note.

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