Mientras la represión caliente destruía físicamente a los opositores (líderes republicanos, sindicalistas, masones o liberales), separándolos de la sociedad mediante muerte, cárcel o exilio, la represión fría integraba a la población superviviente en el sistema bajo una amenaza constante.
La Represión Fría se basaba en la privación gradual de derechos, propiedades, empleos y vida social, sin necesidad de violencia explícita. Incluía incautaciones de bienes, multas exorbitantes, destierros forzados, traslados obligatorios de funcionarios y depuraciones sistemáticas de la administración pública (por ejemplo, en el magisterio o la función pública).
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Contaba con un vasto corpus normativo y organismos especializados, como tribunales civiles especiales, juzgados, comisiones depuradoras e incautadoras, así como una red de vigilancia con miles de informantes y delatores. Esto permitía una dosificación del terror a lo largo del tiempo, fomentando la asimilación obligatoria de los valores del régimen nacionalcatólico.
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Mientras la represión caliente destruía físicamente a los opositores (líderes republicanos, sindicalistas, masones o liberales), separándolos de la sociedad mediante muerte, cárcel o exilio, la represión fría integraba a la población superviviente en el sistema bajo una amenaza constante. Esto la convertía en un «mecanismo de control social perfecto» del franquismo, ya que modelaba conductas colectivas (incluso de género, como en el caso de las mujeres) y aseguraba la perpetuación del régimen sin necesidad de violencia constante.
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Esta forma de represión, pese a su eficacia duradera, y a pesar de ser razonablemente conocida desde el punto de vista historiográfico es la gran ausente del relato memorialístico, ya que sus efectos pese afectar a una población mucho más amplia que la directamente ejecutada, eran profundos pero resultaban socialmente invisibles.
Fuente → nuevarevolucion.es


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