Edmundo Fayanás Escuer
En la España del siglo XX, cada cambio de régimen provocaba una fuerte renovación de la élite política.
Una de las características más llamativas que se dan en la vida pública española a lo largo del siglo XX es la falta de continuidad de la clase dirigente, pues en cada cambio de régimen suponía una elevada sustitución de la clase política.
Del gobierno provisional republicano forman parte dos antiguos políticos del régimen monárquico como son el caso de Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, ambos eran católicos y liberales.
Los rasgos personales de ambos personajes contribuyeron de modo decisivo a explicar el fracaso de una opción política que hubiera sido importante para estabilizar la República. Esta había nacido con el apoyo de algunos sectores conservadores, pero estos no estaban organizados para desarrollar una actividad política continuada en un régimen republicano.
La Derecha Liberal Republicana consiguió incorporar a sus filas a algunos antiguos caciques, pero nunca fue un partido moderno con una base social concreta y sin un ideario claro.
Chapaprieta fue un político también de la época monárquica que dirigió la campaña de este partido en las elecciones del año 1931, pero careció de los medios y de propaganda y fue incapaz de incorporar a los católicos a la vida republicana.
El gobierno provisional republicano estaba representado por Azaña, Lerroux y los radicales-socialistas. Azaña en esos momentos era un hombre bastante desconocido fuera de los círculos intelectuales en el año 1931.
Azaña siempre se rodeó de colaboradores en los que confiaba totalmente y que a veces no merecieron el papel importante que Azaña les dio. Su partido Acción Republicana fue según Madariaga “el más competente, inteligente y honrado de los republicanos y el único partido burgués bastante progresivo como para desear de verdad llevar a España a una era nueva y bastante conservador para intentarlo con eficacia”.
Acción Republicana se forma pocas semanas antes de la proclamación de la II República y se basó en figuras de elevada cualificación profesional, aunque fue un partido muy indisciplinado en un primer momento, resultó a la larga el principal núcleo de la izquierda republicana y apostó siempre por la modernidad.
Otro personaje importante en la II República fue Alejandro Lerroux, que como diría Ramón Oliveira era una especie de “agitador cansado” o como señala Madariaga “un león domesticado que rugía siempre a las mil maravillas”, pero que era inocuo.
Lerroux había ejercido durante el reinado de Alfonso XIII una posición puramente formal. Su partido en la época de la II República venía a ser una especie de refugio para los monárquicos inconsolables de la izquierda y los republicanos desconsolados de la derecha, que no encontraban mejor opción política.
Lerroux se convirtió en una especie de concordia equidistante de los maximalismos, pero hizo porque el republicanismo siguiera adelante. Lerroux y su partida centrista practicaban una política que a veces no tomaba partido y que a veces era incapaz de definir su propia política.
Durante el primer bienio progresista republicano y aún más con el gobierno provisional su política fue, ver, oír y callar. Carecía de cuadros con formación y con altura ética.
Tres figuras destacan dentro del campo del socialismo español. Julián Besteiro fue siempre congruente con sus tesis de no colaboración con los regímenes burgueses.
Fernando de los Ríos representaba al socialismo reformista y que había escrito sobre el humanismo durante la época de la Dictadura de Primo de Ribera. Era catedrático de Derecho Político, sin embargo, nunca tuvo un gran peso en la estructura socialista.
Francisco Largo Caballero representaba la tradición sindical del partido. Era incansable y metódico en el trabajo, aunque estaba limitado en su formación. Sin embargo, tenía una gran capacidad de comprender el momento político y llegaba muy bien a la clase obrera con sus planteamientos.
Indalecio Prieto tenía un talento nato para la política y mantenía buenas relaciones con los otros partidos republicanos y era reconocido por su gran corazón. Fue un político tremendamente práctico como gobernante. En la época republicana no era aún socialdemócrata.
LA CONSTITUCIÓN DEL AÑO 1931
Los principales dirigentes republicanos rápidamente se plantearon una reforma integral de la vida española, por ello enseguida plantearon la redacción de una nueva Constitución como nuevo marco político para España.
España en los inicios de los años 1930 era un hervidero de tensión social y además no disponía de unas fuerzas de orden público modernas. Se creó el Cuerpo de Asalto para así evitar recurrir a la Guardia Civil que carecía de otras armas para la represión de disturbios solamente el empleo de sus armas de fuego.
Los gobernadores que existían cuando llega la II República eran deleznables y que habían sido nombrados por el conservador Antonio Maura. Un aspecto muy importante que hizo cambiar el ambiente político fue la cuestión religiosa.
La expulsión de España, a mediados de mayo, del obispo de Vitoria, que había atacado el nuevo régimen fue algo desmesurado, agravado porque ni el presidente del gobierno y sus ministros fueron informados.
Sin embargo, la expulsión del cardenal Segura que era el primado de Toledo en el mes de junio estaba más justificado por sus alabanzas a la monarquía de Alfonso XIII y por la disposición de los bienes religiosos que iba haciendo.
Lo que más provocó al mundo católico español fue la quema de conventos del once de mayo y fue lo que más hizo por polarizar el enfrentamiento político que va a ir dando a un proceso de cambiar el clima en el que se desarrollaba la vida pública en el país.
Tras la apertura de un círculo monárquico en Madrid se produjeron una serie de algaradas que posteriormente se extendieron a otras provincias y que provocaron el incendio de unos cien edificios religiosos en todo el país.
Los resultados de las elecciones constituyentes del año 1931 supusieron un aplastante triunfo de las candidaturas de la conjunción republican-socialista que se presentaban de forma oficial.
Los socialistas tuvieron más de un centenar de diputados y una cifra parecida los radicales-socialistas, Acción Republicana y la Esquerra catalana. Los sectores republicanos del centro político y de la derecha obtuvieron menos diputados, con noventa diputados para los radicales y sólo unos veinte para los seguidores de Alcalá Zamora y Maura.
En el campo de la derecha española, los diputados agrarios, católicos y vasco-navarros fueron unos cuarenta diputados. La región vasco-navarra fue la única donde siguió el dominio de la derecha.
Alcalá Zamora al conocer los resultados electorales afirmó que las Cortes salidas de estas elecciones estaban muy distanciadas de la efectiva y serena representación nacional.
Este resultado se explica en parte a que la derecha estaba desorganizada debido al cambio de la dictadura al nuevo régimen democrático y que los conflictos del orden público y en el terreno religioso que deterioraron la posición de Alcalá Zamora o Maura y no tuvieron tiempo para movilizar a la derecha católica.
Esta composición de las Cortes Constituyentes no fue capaz de lograr un texto de consenso entre todos los sectores sociales y políticos de la sociedad española.
Los constituyentes republicanos tenían una gran altura intelectual, pero al mismo tiempo mostraron ser muy inexpertos al no tener experiencia de gobierno, lo que hizo que no se buscara el consenso.
Se pensó que el texto fuera elaborado como un anteproyecto constitucional por una Comisión Jurídica Asesora presidio por Ossorio, pero los diputados no estaban dispuestos a recibir sugerencias técnicas. Prieto dijo “que en cuanto se suman ocho sabios y se suman las sabidurías el resultado es una imbecilidad”.
Había una marcada tendencia a considerar que la proclamación de la República había sido una revolución que necesitaba ser completada y, en consecuencia, repudiar las apelaciones a la juricidad.
La nueva Constitución republicana fue redactada por una Comisión de las Cortes cuyo presidente fue el diputado socialista, Luis Jiménez de Asúa, quien en declaraciones a la prensa dijo “pretender transfundirle roja sangre política, para evitar que quedaran decepcionadas las ansias de las masas”.
Luis Jiménez de Asúa definía la Constitución republicana como avanzada y de izquierdas pero no socialista, como la mayor parte de las Constituciones en la primera postguerra mundial, con las que guardaba en algunos puntos mucha igualdad.
La Constitución republica era muy larga y abundaba en declaraciones idealistas y mostró una típica reacción de ánimo ante lo que había sido el pasado dictatorial procurando vertebrar que fuera la expresión misma de la democracia.
A estos aspectos positivos de la Constitución debemos añadir una identificación con el pacifismo y una voluntad de extender los derechos individuales y destacaba otro que prohibía la retirada de España de la Sociedad de Naciones y otros donde se regulaba el sufragio de la mujer o los nuevos derechos sociales.
Las dificultades de la Constitución republicana del año 1931 no radicaban en esa abundancia de artículos. Fue criticada por Ortega y Gasset cuando decía que “nos llegan artículos cargados de divisas, gallardetes y banderines que la Constitución va a acabar por parecer una vieja fragata barroca, panzuda y artillada”.
El error de esta Constitución fue no haber intentado redactar un texto sobre todo en materias conflictivas como era el caso religioso que se debería haber intentado un consenso más amplio. Otros inconvenientes que tuvo el texto constitucional era el referido a las relaciones entre los diversos poderes de la República.
La Constitución del año 1931 fue unicameral en contra de los republicanos de centro como Alcalá Zamora, Martínez Barrios que hubieran deseado un Senado moderador, lo mismo que algunos socialista que pedían unos Consejos técnicos a los nacionalistas catalanes que hubieran preferido una segunda Cámara federal.
Había un Tribunal de Garantías Constitucionales, encargado de dictaminar sobre la constitucionalidad de las leyes y se establecía una Diputación Permanente de las Cortes, que desempeña una función supletoria cuando no estuvieran reunidas.
Lo llamativo era que ese parlamentarismo de la Constitución era compatible con una presidencia de carácter muy débil. Era nombrado por seis años y no podía ser reelegido inmediatamente.
Podía disolver las Cortes dos veces, pero de la segunda disolución debía dar cuenta al Parlamento una vez reunido por primera vez. Si analizamos las palabras de Jiménez de Asúa esta elección presidencial era una rareza.
Una de las debilidades de la Constitución republicana es la ausencia de consenso en algunos temas importantes como fue la cuestión religiosa, ni sobre la cuestión regional.
Sin embargo, no se puede atribuir a la Constitución republicana los problemas a los que se tuvo que enfrentar la II República en el año 1936, sino que estos problemas derivaron del sistema de partidos y de la actuación de los protagonistas de la vida pública.
Fuente → nuevatribuna.es


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