Encarnación Jiménez: La nueva «Mariana Pineda» en una Segunda República en armas contra el fascismo internacional
Encarnación Jiménez: La nueva «Mariana Pineda» en una Segunda República en armas contra el fascismo internacional / Manuel Almisas Albéndiz
 
Mariana Pineda, la granadina que ofrendó su vida por bordar la bandera de la libertad, ejecutada durante el reinado de Fernando VII, fue un símbolo para los republicanos, masones y librepensadores de todas las épocas. El 24 de junio de 1927, Federico García Lorca estrenaba su drama «Mariana Pineda» en Barcelona, con la Compañía de Margarita Xirgu y decorados de Dalí. Con la llegada de la Segunda República, las calles y plazas de pueblos y ciudades se llenaron con su nombre, pero también grupos escolares, colectivos culturales y político-sociales, residencias de ancianos, y hasta en Madrid se formó también en las primeras semanas después del 18 de julio de 1936 el Batallón de milicias populares «Mariana Pineda». En la II Conferencia Nacional de Mujeres Antifascistas celebrado en el Conservatorio de Música de Valencia el 29 de octubre de 1937, la presidencia estaba adornada con los grandes retratos de Rosa Luxemburgo, de Clara Zetkin, de María Ulianova (la madre de Lenin) y… ¡de Mariana Pineda! Y para cerrar el círculo, en aquel año de 1937 de guerra y revolución, en varias ciudades republicanas se volvió a representar la obra de García Lorca, destacando la celebrada el mes de julio en Valencia dirigida por el poeta Manuel Altolaguirre.
 

En las primeras semanas del verano y otoño de 1936 se rindieron homenaje a varias mujeres que habían muerto en los frentes de batalla, elevándolas a la categoría de mártires y celebradas como heroínas. La guerra requería de mitos que insuflaran de valor y coraje a los combatientes. Así, junto a los Durruti, Ascaso, Líster o Modesto, surgieron las Aida Lafuente -que pervivía desde la revolución de Asturias del 34-, Lina Odena -muerta en septiembre de 1936 en el frente de Granada- o Paca Solano -muerta en agosto de 1936 en el frente de El Espinar (Segovia)-. Sin embargo, el caso de Encarnación Jiménez fue peculiar y producto de aquellas semanas de guerra. De ser una víctima más de la represión fascista, como tantas y tantas en los pueblos y ciudades ocupadas por las tropas de Queipo de Llano y falangistas y requetés -que sembraron el terror en la Andalucía occidental-, se convirtió en otro mito más, en una nueva Mariana Pineda inmolada en aras de la Libertad: no por bordar una bandera morada con un triángulo verde y las palabras «Libertad, Igualdad y Ley» -como contaba la leyenda-, sino por algo más prosaico y proletario: lavar la ropa de los milicianos heridos.

Los hechos ocurrieron tras la toma de la ciudad de Málaga por las tropas franquistas y fascistas italianas en febrero de 1937. En los días siguientes, los asesinatos de personas izquierdistas o sus parientes -hombres, mujeres y ancianos- se sucedieron en masa; las calles se llenaron de cadáveres anónimos, que quedaron expuestos para terror y escarmiento de la población. Queipo de Llano cumplió su promesa de exterminio. Sin embargo, la llegada de un crucero inglés al puerto de Málaga iba a cambiar la situación. Tras recoger los cadáveres y quemarlos en una gran pira en la Plaza de San Pedro, se prohibieron terminantemente los asesinatos y comenzaron unos pantomimas de Consejos de Guerra para los detenidos que terminaban muchas veces con fusilamientos (1). Se quería dar ejemplo de «legalidad» a los países occidentales. Uno de esos Consejos de Guerra rutinarios y exprés fue el que sufrió Encarnación Jiménez.

Encarna tenía 60 años de edad, una anciana en aquella época; había trabajado en el Hospital Militar como lavandera y no temía que la represión del nuevo régimen le alcanzara. Pero se equivocaba. Fue detenida en su casa por un grupo de falangistas y llevada ante la autoridad militar. Encarnación, al ver enfrente suya a tantos jefes y oficiales les preguntó qué crimen había cometido para llevar una pobre vieja de aquel modo, como una asesina, ante ese Tribunal.

    – Se le acusa -le dijo el que actuaba de Presidente- de haber ayudado a los «rojos».

    – ¡Pero si yo no me he metido nunca en política, ni en Partidos ni en Sindicatos! – protestó Encarnación.

    – Sí, pero ha lavado usted la ropa de los milicianos heridos…

    – ¿Y lavar la ropa es un delito? – medio exclamó, asombrada, la pobre lavandera.

Lo era, y además de extrema gravedad, pues, sin más miramientos, los jueces militares del Consejo de Guerra la condenaron a la pena capital, y fue fusilada aquella misma noche en la ciudad de Málaga, no muy lejos del río Guadalmedina, cuyas aguas teñía de rojo cada mañana Encarnación cuando lavaba los grandes fardos de ropa que recogía del Hospital.

Un corresponsal de algún periódico inglés publicó la noticia en la plaza de Gibraltar, y de allí saltó a toda la prensa republicana. Hasta la Agence Espagne (París) del 4 de marzo, daba esta noticia fechada en Gibraltar ese mismo día: «Noticia desde Málaga: una mujer de 60 años de edad, Encarnación Jiménez, lavandera del Hospital Militar, ha sido condenada a muerte y fusilada». La primera noticia en territorio republicano apareció el 2 de marzo de 1937 en el diario anarquista Fragua Social (Valencia), terminando el reactor con esta frase:

¡Encarnación Jiménez!…¡Tu tendrás un monumento a orillas del Guadalmedina!

Fue el inicio del recorrido para ser convertida en mártir y en mito republicano, una nueva y necesaria «Mariana Pineda», andaluzas las dos. Al día siguiente, se daba un paso más, cuando el poeta anarquista Félix Paredes publicaba en ese mismo medio el primer romance recordando a Encarnación Jiménez (2).

(…)

nosotros, todos nosotros,

ante ti nos descubrimos,

y cada clavel sangriento

que encontraste en los trapillos

-heridas de las descargas

que ametrallan sin tino-

nos ha legado claveles

cinco veces florecidos;

un aroma de explosiones

una flor por cada tiro.

¡Pobre Encarnación Jiménez!

Tus sienes han conocido

la blasfemia en que se amparan

los crímenes del fascismo.

*****

Todo esto tenía lugar pocos días antes de la celebración del Día Internacional de la Mujer y la poetisa y escritora comunista, y feminista revolucionaria, María Luisa Carnelli (3), cronista argentina de la guerra y de la revolución española desde el mismo 18 de julio, en su manifiesto de ese día escribía en Madrid:

Hoy, Día Internacional de la Mujer, la mujer española hace ondear, en el tope de la fortaleza más gloriosa el mundo, su bandera de emancipación y de combate.

Y levanta, como ejemplo imperecedero y magnífico el nombre de sus ardientes heroínas, caídas en la pugna enconada y sangrienta contra la opresión (4): Aida Lafuente, Lina Odena, Paca Solano, y, entre tantas otras, la más humilde de todas: Encarnación Jiménez, la vieja lavandera malagueña, fusilada por orden de los generales facciosos y a la que, en día acaso no lejano, mujeres de todos los rincones del mundo iremos a llevar una flor y un recuerdo al pie del monumento que habrá de perpetuarla en mármol o en piedra, en la misma tosca piedra de su tosca vida proletaria.

¡Salud, Encarna Jiménez! En las aguas del Guadalmedina no volverás a lavar las ropas sangrientas de tus milicianos; pero, al rumor de sus aguas, otras mujeres, ya libres, cantarán, al correr de los años, el romance de tu muerte gloriosa y de tu sacrificio.

Meses más tarde, en la II Conferencia de Mujeres Antifascistas celebrada en Valencia, Encarnación Jiménez fue designada una de las Presidentas de Honor de dicha Conferencia junto a Aida Lafuente, Lina Odena, Aurora Picornell y otras mujeres fusiladas por los franquistas, incluida a última hora a la hermana del Secretario General del Partido Comunista, José Díaz, asesinada en Sevilla.

Por último, la poetisa libertaria Lucía Sánchez Saornil publicará en la revista Mujeres Libres de junio de 1937 su bello «Romance de la vida, pasión y muerte de Encarnación Jiménez, la lavandera del Guadalmedina».

(…)

¿A dónde va Encarnación

Jiménez, altiva y pálida,

una pregunta en los labios

que nadie ha de contestarla,

y una escolta de fusiles

con bayoneta calada?

Solo la luna la sigue

desde los cielos del alba

y el río Guadalmedina,

crecido de sangre y lágrimas.

Ya está la tapia alevosa

traicionándole a la espalda.

La van a matar por pobre

cosa ruin de la “canalla”-.

Justicia que manda hacer

código de aristocracia.

¡Pobres del mundo, acorradla! (5),

suene clarín de batalla.

¡Abajo todos los códigos,

corran veloces las llamas!

¡Cayó Encarnación Jiménez

bajo un huracán de balas!

¡Si hundir el mundo precisa

derrúmbese noramala!

¡En pie los pobres del mundo

en torrentes desbordada!

**********

Imagen del artículo: Izquierda, dibujo aparecido en Mujeres Libres (Barcelona, XI mes de la revolución) junto al poema de Lucía Sánchez Saornil. Derecha, elaboración del autor. Rótulo: Ahora (Madrid) del 7 de marzo de 1937.

NOTAS:

(1) Tomado del diario Ahora (Madrid) del 5 de marzo 1937- «Málaga la Roja» de Ilya Eremburg.

(2) Este poema se publicará en ese mismo año dentro de la recopilación de Emilio Prados titulada «Romancero general de la guerra de España» (Pág. 153-154).

(3) Están en prensa varios trabajos de mi autoría sobre datos novedosos de la vida de María Luisa Carnelli que engrandecen aún más a esta interesantísima poetisa y escritora internacionalista y antifascista.

(4) Aún María Luisa no pudo incluir en este breve lista a Antonia Portero, que siempre mencionará en los meses posteriores. La comisario político de la Compañía de Ametralladoras del 36º Batallón de la 9ª Brigada Mixta (11ª División), murió en el frente de Guadalajara el 13 de marzo de 1937.

(5) Expresión que ya no se usa: hacer un corro alrededor de alguien o de animal.



Fuente → kaosenlared.net

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