La Marcha Verde (1975. Foto: descifrandolaguerra.es
Kissinger, que vio en la Marcha Verde una magnífica oportunidad para los intereses militares, estratégicos y económicos de Estados Unidos sobre la región, no solamente aprobó el proyecto, sino que exigió también la máxima reserva para que Madrid no supiera nada al respecto.
Se cumplen 50 años de aquel 6 de noviembre de 1975 en el que el rey marroquí Hasán II cumplió con su amenaza de ordenar que la Marcha Verde traspasara la frontera entre Marruecos y el entonces Sáhara español. Pasaban pocos minutos de las diez y media de la mañana cuando los primeros manifestantes que iban a la cabeza de aquella marcha convocada semanas atrás por el monarca alauita rebasaban el puesto fronterizo del Tah, abandonado ya por los españoles. Un formidable despliegue mediático orquestado en buena parte por Marruecos cubrió el acontecimiento enseñando al mundo cómo un ejército de “civiles” marroquíes estaba invadiendo el Sáhara Occidental por aquel paso fronterizo.
Pero hubo otra marcha paralela que las televisiones tanto nacionales como internacionales no enseñaron. Los saharauis sí la vieron, porque la sufrieron, pero el mundo no la vio. Todas las cámaras se habían centrado en la Marcha Verde de aquellos civiles desharrapados que habían sido transportados en trenes y camiones desde todo Marruecos hasta ese sector occidental de la frontera, pero esa fue solamente la imagen que quiso ofrecer Hasán II. La otra marcha, la militar, ya había penetrado unos días atrás en el Sáhara Occidental por otro punto de la frontera a unos doscientos kilómetros más al este del paso del Tah invadiendo a sangre y fuego el territorio saharaui y haciendo huir de sus casas a la población civil de la zona. La única oposición que se encontrarían las fuerzas invasoras no sería la del Ejército español, sino la del Frente Polisario, que iniciaba una guerra de resistencia que duraría 16 largos años.
Tres semanas antes, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya había presentado su dictamen con el que rechazaba de plano las tesis que defendían la marroquinidad del Sáhara Occidental, pero, esa noche del 16 de octubre, Hasán II lanzaba un discurso a su nación explicando unas conclusiones de la CIJ tergiversadas y contrarias a las que realmente había dictado el alto tribunal y, dirigiéndose a sus súbditos, declaró:
— ¡No nos queda más que recuperar nuestro Sáhara, cuyas puertas legalmente se nos han abierto!
Con estas palabras, invitó a la población marroquí a que participara en aquella gran empresa que estaba llamada a “recuperar” lo que el monarca llamaba “las provincias del sur”. Hasán II dejaba claro que no buscaba hallar una solución al conflicto del Sáhara, sino que lo que pretendía realmente era imponer su decisión antes de que las vías diplomáticas permitieran una salida basada en las resoluciones de la ONU y, por tanto, en la legalidad internacional.
Al Gobierno español, aquel órdago de Hasán II no le pilló muy desprevenido por muchas explicaciones que utilizaran de excusa después los miembros de último ejecutivo franquista. De sobras se conocían las intenciones de Hasán II, tantas veces verbalizadas antes por él mismo.
El 17 de octubre de 1975, el día siguiente de la publicación del dictamen del CIJ y del discurso del rey Hasán a su nación, el ministro marroquí de Relaciones Exteriores, Ahmed Laraki, anunció que la Marcha Verde echaría a andar desde Tarfaya, en el lado marroquí de la frontera, el 27 de ese mismo mes. Para entonces, la masa de participantes habría sido transportada desde todos los rincones del país hasta Marrakech en una primera fase y luego, hasta la misma Tarfaya, en una segunda.
A dos mil kilómetros de allí, un consejo de ministros deliberaba en Madrid sobre el futuro de la provincia española de Sáhara. Pero los miembros de aquel gobierno tuvieron que presenciar cómo, de pronto, el dictador Francisco Franco abandonaba la reunión por una alarma médica y era trasladado a una habitación contigua donde un equipo médico había instalado unos dispositivos que iban a controlar a distancia el corazón del Caudillo durante el tiempo que durase el Consejo. Antes de empezar la reunión, los médicos habían pedido al jefe del Estado que no presidiera ese consejo de gobierno dada la fragilidad de su salud, pero Franco se empecinó en estar presente dada la importancia de los asuntos que en él se tratarían. Finalmente, tuvo que ser retirado igualmente de la reunión ante la expectación de todos los ministros. El presidente del Gobierno, Arias Navarro, continuó con aquel gabinete que miraba de dilucidar una solución para el conflicto del Sáhara, un asunto que quemaba en las manos de ese ejecutivo que se veía obligado a prescindir, cada vez más, de las decisiones del dictador, cada vez más enfermo y ya en sus últimos días.
Mientras tanto, en las instancias internacionales, España seguía comprometiéndose ante los saharauis y el mundo entero repitiendo que respetaría el derecho de autodeterminación para la población del Sáhara Occidental, pero la verdad fue que se fue gestando un acuerdo con Marruecos que cada vez había tomado más forma hasta llegar a ese Consejo de Ministros del 17 de octubre de 1975, en Madrid, en el que finalmente se tomó la firme decisión de entregar el territorio no solamente a Marruecos, sino también a Mauritania.
Al día siguiente, 18 de octubre, Franco escribía su testamento político. Por su parte, Arias Navarro, presidente del Gobierno, dio orden al Alto Estado Mayor de abandonar el Sáhara a partir del 10 de noviembre.
Todo estaba más que decidido. El Gobierno de Arias Navarro había traicionado al pueblo saharaui, a la propia ONU y, por decirlo de alguna manera, también a todo el Ejército desplegado en el Sáhara, cuyo sentir mayoritario de los allí destinados era defender con las armas el territorio. ¡Qué lejos quedaban aquellas palabras de Carrero Blanco, entonces ministro subsecretario de la Presidencia, cuando, en 1957, escribió en una carta dirigida al entonces gobernador general del Sáhara diciendo aquello de que el Sáhara era “tan territorio español como la provincia de Cuenca”!
Se dice que Franco, en uno de sus últimos momentos, dijo de ir a la guerra contra Marruecos para defender el Sáhara. No podemos saber si eso hubiera acabado ocurriendo o no, pero lo que sí parece ser es que, de no estar tan enfermo Franco, la Marcha Verde no hubiera entrado nunca. Entonces, no hubiera funcionado ningún chantaje del rey Hasán. Pero la realidad es que, en ese momento, el dictador se debatía entre la vida y la muerte y las presiones en la esfera internacional a propósito de la cuestión del Sáhara asfixiaban al Gobierno español en un sentido y en el contrario. El país vivía momentos críticos y, en el ya desgastado Gobierno de Arias Navarro, no existía una verdadera conciencia por mantener el territorio del Sáhara ni un interés suficientemente sólido como para hacer frente a las presiones de la monarquía alauita ni tampoco a las de Francia y Estados Unidos, interesados en que España sucumbiera al pacto con Marruecos.
Por su parte, Hasán II estaba decidido a intensificar esas presiones incluso fuera del ámbito diplomático. Aquel día, varias minas marroquíes harían saltar por los aires “tres vehículos pertenecientes a una unidad de misión de vigilancia” [1] de la Legión en la zona fronteriza de Temboscai, al noreste de Daora, habiéndose que lamentar la muerte del legionario Manuel Torres Álvarez y cuatro heridos de diversa gravedad.
Ese día 20, con el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reunido y en presencia también del presidente de la Asamblea General, Kurt Waldheim, España denunció a Marruecos por boca de su embajador ante la ONU, Jaime de Piniés:
—La marcha sobre el Sáhara anunciada por el rey de Marruecos constituye un acto de fuerza preparado y realizado por súbditos y autoridades marroquíes con el propósito de atentar contra la integridad territorial del Sáhara y de violar una frontera internacionalmente reconocida. De llevarse a cabo tal y como ha sido concebida, constituiría un acto internacionalmente ilícito, contrario a los principios y propósitos de la Carta y en contradicción con las resoluciones de la Asamblea General sobre la descolonización del Sahara [2].
Por su parte, Hasán II hacía alarde, ese mismo día, de un mensaje enviado al secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, en el que le comunicaba su determinación para seguir con la marcha sobre el Sáhara español a menos que España reconociera el derecho de Marruecos sobre el territorio [3]. Hasán II sabía bien lo que se hacía. No en vano, el secretario de Estado norteamericano había sido informado meses atrás sobre la marcha sobre el Sáhara. Kissinger, que vio en la Marcha Verde una magnífica oportunidad para los intereses militares, estratégicos y económicos de Estados Unidos sobre la región, no solamente aprobó el proyecto, sino que exigió también la máxima reserva para que Madrid no supiera nada al respecto. El visto bueno definitivo por parte del secretario de Estado americano llegó el 21 de agosto anterior, cuando la embajada americana en Rabat recibió un telegrama desde la embajada de Estados Unidos en Beirut con un enigmático texto: “Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses, él la ayudará en todo”. “Laissa” era la Marcha Verde y “él”, Estados Unidos.
A partir de entonces, Estados Unidos entró directamente en el juego y no solo planificó la organización de la marcha sobre el Sáhara y asesoró a los marroquíes para su ejecución, sino que también proporcionó a Marruecos equipos, armamento y logística para llevar a cabo la operación. Un gabinete de estudios estratégicos en Londres se encargaría de proyectar la invasión y las monarquías del Golfo Pérsico aportarían los petrodólares para financiar el plan.
La noche del 20 de octubre, Franco sufre una grave angina de pecho y, de madrugada, es puesto en aviso el presidente del Gobierno. Pero la gravedad del estado de salud del Caudillo no impide que dictador y jefe de Gobierno despachen juntos en la tarde del día siguiente, 21 de octubre. La simple idea de entregar el Sáhara a Hasán II resultaba demasiado deshonrosa para alguien como Franco, que había llegado a lo más alto de la carrera militar forjándose en su juventud en las guerras de África durante los primeros años del Protectorado español de Marruecos. Franco ordena entonces a Arias Navarro colocar alambradas en el paso del Tah y sembrar de minas la frontera.
—Hacedle llegar a Hasán que se trata de una decisión personal mía — ordenó el dictador.
Pero el Gobierno de Arias Navarro no se ve con fuerzas para amenazar a Hasán II y correr el riesgo de hacer entrar a España en una guerra con Marruecos, así que decide intentar negociar con el país magrebí a espaldas del Caudillo.
En cuanto a las negociaciones entre las autoridades coloniales españolas y la guerrilla polisaria, no se llegó a ningún acuerdo para la implantación del Frente Polisario en el territorio, aunque, en esos días de octubre, la Administración Popular Saharaui se instaló igualmente en Mahbes, convertida en la capital administrativa del Frente, y también en Guelta Zemur, Hausa y Bir Lehlu, ciudades, todas ellas, consideradas entonces como liberadas por el Polisario.
Mientras tanto, la dirección del Polisario aceptó una invitación del gobernador general del Sáhara y, el 26 de octubre, Brahim Gali [4], Mahfud Ali Beiba y Musa Lebsir entran triunfantes en El Aaiún, capital del Sáhara Occidental, donde son recibidos multitudinariamente por la población saharaui. El objetivo era el de integrar una comisión mixta hispano-saharaui que sí había aceptado constituir Gómez de Salazar con el fin de abordar la situación de transitoriedad que se generaría con una eventual transferencia de poderes. Con esta llegada de la delegación guerrillera a la capital saharaui, el Frente Polisario entró, por primera vez, reconocido oficialmente en el Sáhara Occidental.
La jornada transcurrió según lo previsto y produciéndose una entrevista entre los polisarios y Gómez de Salazar. En las calles, las manifestaciones continuaron el día 27. Pero por la tarde de esa segunda jornada de reuniones y muestras de apoyo por toda la ciudad, los enlaces que el Polisario tenía dentro del Ejército español, concretamente en la organización clandestina Unión Militar Democrática, avisaron de que Madrid había enviado un teletipo donde se decía: “El problema del Sáhara está resuelto. Hay que detener a los polisarios”.
Fueron días de informaciones contradictorias e idas y venidas de políticos, diplomáticos y algún que otro militar entre España y Marruecos. Kurt Waldheim, secretario general de la ONU, también realizó su particular periplo por los países involucrados directamente en el conflicto con el fin de evitar una guerra en la región y para que todo se encauzara según lo previsto en las resoluciones aprobadas por la organización que lideraba. Pero sus esfuerzos eran en vano. Hasán II estaba decidido a aplicar la política de hechos consumados y todo parecía indicar que ya no había vuelta atrás. Ese día, el ministro de Información marroquí, Ahmed Taibi Benhima, anunciaría que el acuerdo con España estaba encarrilado y el Alto Estado Mayor español fijaría las fechas de abandono por parte del Ejército español de cada uno de los puestos militares del territorio para que las Fuerzas Armadas Reales marroquíes los fueran ocupando uno a uno.
Obedeciendo esas órdenes tomadas desde Madrid, el gobernador general del Sáhara, Gómez de Salazar, organizó, muy a su pesar, un gran despliegue de efectivos para ocupar, incluso con carros de combate, los puestos estratégicos para luego entregárselos a Marruecos. Los soldados españoles que fueron, con gran tristeza, protagonistas de aquella entrega de población civil saharaui a Marruecos sintieron vergüenza ante los que habían sido hasta entonces sus conciudadanos. Cumpliendo órdenes, cercaron los barrios musulmanes y los alambraron para que sus residentes no pudieran entrar ni salir y establecieron controles en los accesos a estos. Lo siguiente fue tomar el control de las comunicaciones telefónicas y del suministro de gasolina, llegando a dejar de despachar carburante a los saharauis e incluso a vaciarles el depósito de sus vehículos. Por último, un toque de queda de seis y media de la tarde a siete de la mañana terminaría de sitiar a aquella población para que fuera parte del botín que España dejaría a Hasán II en su ocupación del territorio. Por suerte, Brahim Gali y los polisarios que le acompañaban lograron escapar de la capital saharaui en un turismo y un Land Rover.
Al día siguiente, todos los soldados nativos de las Tropas Nómadas fueron desarmados y licenciados. Corrieron la misma suerte los agentes saharauis de la Policía Territorial. Debían entregar, incluso, los uniformes que portaban. Siempre se había desconfiado de ellos, pero más entonces, cuando todo apuntaba a que, de un momento a otro, podía estallar el conflicto armado. Todos los efectivos despedidos pasaron a engrosar las filas del Polisario.
Con Franco convaleciente, el príncipe Juan Carlos asume, el 30 de octubre, la Jefatura del Estado. Al día siguiente, las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos invaden el Sáhara Occidental por la frontera norte del territorio, concretamente por Echdeiría, Hausa y Farsía. El Ejército español tiene la orden de no ofrecer resistencia. Esta vendrá por parte del Frente Polisario, que se enfrenta al ejército ocupante produciéndose encarnizados combates que dejarán numerosas bajas en un bando y en el otro. Esta fue la invasión militar que precedió en varios días a la Marcha Verde y que entró en el Sáhara arrasando jaimas y poblados sin miramiento alguno por la gente que los habitaba. Hubo violaciones y ejecuciones arbitrarias de población civil saharaui, pero el mundo seguía mirando al sector occidental de la frontera, como si, al no ser televisada, esta invasión totalmente militarizada que entraba por el este no existiera o no fuera tan real como la otra.

El 1 de noviembre de 1975, Juan Carlos, como jefe del Estado en funciones, anunció al presidente del Gobierno, Arias Navarro, al ministro de Asuntos Exteriores, Cortina Mauri, y a los jefes del Estado Mayor del Ejército que, al día siguiente, viajaría a El Aaiún para decirle al gobernador general del Sáhara, Gómez de Salazar, qué y cómo se iba a proceder en los días siguientes para poder hacer efectiva la retirada del territorio. “Con buen orden y dignidad”, se le ocurrió decir al Borbón. Pero nada más lejos de la realidad, el futuro monarca aterrizó el día 2, a las 11h, en la capital saharaui para entrevistarse con Gómez de Salazar y ofrecer, a las 13,30h, en el Casino de Oficiales y ante los mandos militares, el siguiente discurso, que no fue otra cosa que una arenga llena de mentiras:
“He venido para saludaros y vivir unas horas con vosotros. Conozco vuestro espíritu, vuestra disciplina y vuestra eficacia. Siento no poder estar más tiempo aquí con estas magníficas unidades, pero quería daros personalmente la seguridad de que se hará cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y honor.
España cumplirá sus compromisos y tratará de mantener la paz, don precioso que tenemos que conservar. No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se ofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y entendimiento entre los pueblos.
Deseamos proteger también los legítimos derechos de la población civil saharaui, ya que nuestra misión en el mundo y nuestra historia nos lo exigen. A todos un abrazo y un saludo con el mayor afecto, ya que quiero ser el primer soldado de España.” [5]
Ese mismo día regresaría a Madrid. Mientras tanto, y con la Marcha Verde ya concentrada en Tarfaya pendiente de que Hasán II diera la orden de rebasar la frontera, otro vuelo se había cruzado ese mismo día en el espacio aéreo sobre el Sáhara. Se trataba de un reactor de Iberia que llevaba a bordo al presidente de la Yemaa, Jatri uld Said uld Yumani, que viajaba a Las Palmas para hacer un cambio de avión y subirse a otro de la Casa Real marroquí que le llevaría ante el monarca alauita en Agadir. El 5 de noviembre, Jatri rendiría vasallaje al rey Hasán traicionando a la Asamblea General del Sáhara y a todo el pueblo saharaui.

Ya el 3 de noviembre, unos 350 mil marroquíes esperaban junto a la frontera para que, de un momento a otro, su soberano les hiciera traspasar la línea administrativa que separaba su país del Sáhara español. Ese número de participantes correspondía, según el mismo Hasán II, al número de nacimientos en un año en Marruecos. Durante 12 días, todos aquellos voluntarios, en su mayoría campesinos pobres y parados y subempleados de las ciudades reclutados por todo el país, habían sido transportados a Marrakech en 10 trenes diarios y otros medios de transporte para luego ser trasladados en 7.813 camiones hasta Agadir y, de Agadir, a Tarfaya, donde también llegarían miles de toneladas de víveres y agua, carburante, 220 ambulancias y 470 médicos.
Aun así, aún había quien creía en una solución del conflicto en arreglo con la legalidad internacional. El embajador de España ante la ONU, Jaime de Piniés, aseguraba que el secretario general de Naciones Unidas estaba firmemente decidido a hacerse cargo de la administración del territorio. Pero los hechos no acompañaban a los deseos del embajador. Al día siguiente, el Ejército español activó la Operación Marabunta, basada en despejar la frontera y retirarse hasta 10 kilómetros atrás, donde los soldados españoles colocarían una alambrada y minas antipersona. Detrás colocaron otras alambradas más, protegidas también con otras tantas minas. Los 20.000 militares desplegados por la zona no terminaban de creerse lo que estaban haciendo. Se sentían engañados al darse cuenta de que España había vendido el Sáhara a Marruecos y ellos estaban siendo utilizados para consumar parte de aquel pacto tan vergonzante. Tanto, que se dieron algunas deserciones en la tropa.
Pero ni los contactos bilaterales que realizaron miembros del Gobierno español y su cuerpo diplomático ni la misma ONU lograron frenar a Hasán II. El 6 noviembre, el monarca marroquí lanzó finalmente la Marcha Verde sobre la línea fronteriza para que la rebasase e invadiera lo que hasta entonces era el Sáhara español.
Con un siroco infernal, las Fuerzas Armadas Reales marroquíes y las milicias del Frente de Liberación y Unidad (FLU) avanzaron en la vanguardia de aquella marcha camufladas entre grupos de campesinos que portaban banderas marroquíes y ejemplares del Corán. Entre las enseñas, también se podían ver algunas banderas estadounidenses, fiel reflejo de la intromisión de los Estados Unidos en todo aquello.
A las 10,33h de la mañana, los primeros manifestantes alcanzaron las primeras alambradas y las cortaron para que la masa que les seguía pudiera pasar y rebasar la línea administrativa que dividía a los dos países. Al otro lado, ningún soldado aguardaría en el puesto fronterizo, abandonado ya por el Ejército español. Junto a aquellos primeros voluntarios, encabezaron aquella marcha nueve camiones que transportaban algunos ministros, altos funcionarios marroquíes y prensa. A pesar de que Hasán II dijo en su día que él sería el primer voluntario de aquella marcha, aquel día prefirió verlo todo desde Agadir.
Entre la marcha, que entró esos 10 kilómetros acordados con el Gobierno español, iban también camiones militares con ametralladoras y blindados. Por su parte, el Ejército español aguardaba con una línea defensiva a los 13 kilómetros de la frontera administrativa. Por la tarde, unos 50.000 manifestantes habían cruzado la frontera y levantaron campamentos para establecerse allí el tiempo que hiciera falta. En los acuerdos con España, Marruecos había pactado que la marcha se detendría allí y se establecería por tan solo 48 horas, pero, una vez más, Hasán II incumplió con lo acordado.
Por la noche, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 380 (1975) de 6 de noviembre, en la que, “Tomando nota con grave preocupación de que la situación relativa al Sáhara Occidental se ha deteriorado seriamente”, entre otras cosas, deploraba “la realización de la marcha” e instaba a Marruecos a que retirase “inmediatamente del territorio del Sáhara Occidental a todos los participantes en la marcha”. Pero España fue crítica con esta resolución en tanto que, aun siendo contundente, el Consejo no había mencionado el hecho ilícito de violación de una frontera y el atentado a la integridad territorial del Sáhara, que, además, era un territorio considerado por la misma ONU como un territorio no autónomo. Pero lamentablemente, sería la última vez que se adoptaría, en el Consejo de Seguridad, una resolución sobre la cuestión del Sáhara hasta 13 años más tarde, cuando, con la 621 de 1988, se pediría al secretario general de la ONU que presentase “cuanto antes” un informe sobre la celebración de un referéndum para la población del territorio. Pero esta poca firmeza del Consejo de Seguridad en el momento de la invasión marroquí del Sáhara Occidental en el año 1975 pone de manifiesto el doble rasero existente en dicho órgano a la hora de tratar diferentes conflictos, pronunciándose en favor de unos posicionamientos o de otros en función de los intereses de sus miembros permanentes. Pero no cabe ninguna duda de que, desde el punto de vista jurídico, aquella ocupación de la Marcha Verde era una violación del derecho internacional porque era una violación de unas fronteras internacionales, que son las fronteras del Sáhara Occidental, claramente establecidas.
De la noche a la mañana, entraron los soldados marroquíes y ocuparon los primeros puestos y ciudades, que les eran entregados por los militares españoles. Muchos oficiales y soldados españoles tenían amigos y compañeros que eran saharauis de las Tropas Nómadas y de la Policía Territorial, por no hablar también de población civil, y eran conscientes de que los estaban entregando a Marruecos. Los españoles que vivieron aquello aún siguen, décadas después, avergonzados de aquella colaboración forzosa con las Fuerzas Armadas Reales marroquíes ordenada desde los despachos de Madrid y todavía tienen grabada en la retina aquella vergonzante humillación contra los saharauis.
Hasán II utilizó a la población marroquí como carne de cañón, pues sabía que el Ejército español no recibiría la orden de disparar contra la multitud que conformaba aquella marcha. El monarca alauita presionó lo suficiente como para que el Gobierno español cediera cobardemente hacia un posicionamiento distinto al de mantenerse firme ante la invasión que suponía la Marcha Verde. Por el contrario, España prefirió optar por no hacer valer los derechos y responsabilidades que tenía como metrópoli sobre un territorio colonizado y desoyó los dictados de las Naciones Unidas.
Pero ¿por qué aquella pantomima de civiles en la frontera si ya hacía días que las FAR marroquíes habían cruzado la frontera por otras posiciones más al este del puesto fronterizo del Tah? Era imprescindible ofrecer ese escaparate al mundo porque, tanto Marruecos y Mauritania como España, necesitaban dar cierta apariencia de marcha pacífica a lo que realmente fue una invasión militar en toda regla. Y ante esta, al Polisario no le quedó otra que iniciar una guerra de resistencia contra las dos potencias ocupantes que duró 16 largos años.
Tras un proceso de paz fracasado, los saharauis enfrentan actualmente, y desde noviembre de 2020, su segunda guerra de liberación contra Marruecos.Notas:
[1] La Realidad, 19 de octubre de 1975.
[2] La Realidad, 21 de octubre de 1975.
[3] La Realidad, 21 de octubre de 1975.
[4] Brahim Gali es actualmente secretario general del Frente Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
[5] SOBERO, Yolanda, Sáhara. Memoria y olvido, Editorial Planeta, Barcelona, 2010.
Fuente → nuevarevolucion.es



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