En los fenómenos sociales, ningún efecto tiene una sola causa; siempre es preciso hacer un análisis de diferentes procesos que rodean o contextualizan el hecho social investigado. Si ya es complejo analizar y estudiar por qué se produjo el 17 y 18 de julio de 1936 la sublevación de los generales fascistas, más complejo aún es analizar por qué, tras casi tres años de guerra, el Ejército Popular de la República fue derrotado, sobreviniendo una larga noche de exilio, represión y miseria.
Mucho se ha hablado de la superioridad militar del ejército rebelde por la ayuda intensa y temprana de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, de la falta de unidad y desorganización de las milicias antifascistas en los primeros meses de la guerra y del Ejército Popular después; de la disparidad de opiniones y de acción en el seno del Frente Popular (socialistas, comunistas, republicanos, anarquistas, sindicalistas) frente a la unidad que decretó Franco en torno a unos principios ideológicos dictatoriales que no admitían discusión y que generaban severa disciplina militar; por no decir del fracaso a la hora de no valorar la importancia estratégica del Estrecho de Gibraltar y no haberlo cerrado a cal y canto para impedir la llegada a la Península de las tropas del Ejército de Marruecos (Tercio y Regulares), las mejor preparadas y con experiencia de combate que tenía la República antes del 18 de julio.
Sin embargo, no he leído en la abundante bibliografía (Ángel Viñas, Robert Whealey, Paul Preston, Stanley G. Payne o Gerald Howson) nada sobre la retaguardia republicana y la nula capacidad de concienciación y movilización para combatir al fascismo, ni mucho menos para hacer la revolución social, como muchos hubieran querido y anhelado.
Los testimonios que recojo son desgarradores y permiten reflexionar sobre otros aspectos de las causas de la derrota militar de la Segunda República. Son microhistorias que merecen la pena ser tenidas en cuenta porque parten de lo más profundo de las vivencias de quienes vivieron y sufrieron la guerra desde los primeros días de aquel terrible verano del 36, los verdaderos protagonistas.
***
El 17 de noviembre de 1936, tras cuarenta y dos días fuera de los cuarteles de descanso -periodo inusual, pero necesario y vital por la presión de las tropas franquistas, Tercios de requetés, Centurias falangistas y voluntarios italianos y alemanes-, las cuatro Compañías del Batallón «México» (1) de Milicias antifascistas comandadas por José Recalde Vela y su Delegado político Pepe Gallardo llegaron a Málaga procedentes del Frente de El Chorro (Álora-Málaga). Acababan de vivir una de las ofensivas más sangrientas del bando rebelde en aquel frente, donde tuvieron muchas bajas entre muertos y heridos, y entre los primeros el del Delegado político de la 1ª Compañía, el querido comunista malagueño Manolo Bautista Ávila.
La llegada del Batallón lo narraba el teniente de la 3ª Compañía mandada por José Torrealba Ordóñez y su Delegada política Anita Carrillo Domínguez (2), José Buerles Haro, comunista de La Línea (Cádiz), de profesión pintor decorador y uno de los responsables de la Sección Cultural del Batallón y de su periódico mural «Alba Roja», que dirigía Gabriel Baldrich. Su artículo en el ejemplar del 6 de diciembre de la revista Vanguardia (Málaga), «órgano del Comité Provincial del Partido Comunista», era demoledor y descorazonador. Se titulaba «NADA», y llevaba como sobretítulo «Tristes estampas malagueñas».
Después de 42 días de combates, volvía a la ciudad y decía que en Málaga «todo sigue igual. El Parque. La Alameda, los cafés llenos de gente. Aún hay hombres que tienen tiempo que perder, haciendo sonar sobre la loza de mármol de los bares el ruido del entrechocar de huesos de los rectángulos blanquinegros de las fichas de dominó. (…) Aún existe gente que arrastra sus pies por las aceras de las más céntricas «rues» de la «Ciudad Roja», contemplando indiferente las concavidades negras de los huecos de sus casas incendiadas… También criticaba a aquellos hombres insensibles e insolidarios que se molestaban e indignaban cuando las ambulancias con milicianos heridos pasaban raudas por las calles de la ciudad camino de los Hospitales de Sangre sin «respetar» el paso de los peatones. Todo ello le entristecía profundamente, pero los motivos más lacerantes eran otros: Aún hay en Málaga mucha gente que no hace nada. NADA, camaradas. Oídlo bien: ¡NADA! Y mientras tanto, en el agro, muchos kilómetros de tierra de labor sin cultivar. Millares de fanegas de trigo se pierden por falta (¿falta?) de brazos. Millares de olivos, de almendros, de naranjos, ven pudrirse el fruto que generosamente nos brindan. Millares de matas ven caer -gotas de llanto amargo, de ingratitud- los granos de su fruto. Nuestra alimentación de mañana. Un arma más en nuestras manos en la lucha a vida o muerte contra el fascismo vil».
Y su amargura no se detenía ahí, y continuaba: «Qué tristeza, qué frío, qué horror tan enorme produjo en mí, cuando al preguntar a unos camaradas que dejé inactivos al disponerme a marchar, por tercera vez ya, al frente:
– Vosotros, ¿qué hacéis en Málaga todavía?
Y me respondieron:
– Aquí… pues nada.
No contesté. Marché a la pensión. A la mañana siguiente aún me golpeaba los oídos aquella palabra mucho más cruel, mucho más horrorosa, que el silbar de la balas de fusil, que el tac-tac ininterrumpido del tableteo de las ametralladoras, del bum-bum ensordecedor de los cañonazos enemigos.
Nada, nada, nada… Cómo hiere esta palabra en los momentos precisos en que nuestro Madrid, nuestra Málaga, todas nuestras ciudades, viven el horror del bombardeo de las alas imperialistas de Italia y Alemana (los Capronis, Fiats, Heinkels o Junkers…). Cómo hace sangrar el corazón de dolor, al oír en plena Revolución, esa palabra asesina… Nada, nada, NADA…».
Estas reflexiones críticas de la desidia e indiferencia -casi criminal, diría yo- de la retaguardia malagueña las repitió desde otra perspectiva en su artículo del 17 de enero de 1937, titulado «¡FORTIFIQUEMOS!». Buerles escribía que hacía seis meses que «el proletariado español lucha contra el fascismo internacional, contra la invasión de Hitler y Mussolini en nuestro sufrido país, contra los generalotes traidores»; seis meses en los que habían visto caer «víctimas de los negros pajarracos de guerra», a mujeres y niños indefensos, «en los bombardeos aéreos fascistas a Hospitales, escuelas, edificios de Arte, Museos, Bibliotecas, etc., etc.», y que, a pesar de trascurrido esos seis meses de guerra, en Málaga, donde había tantos millares de brazos inactivos -muchos de los cuales habían llegado huyendo del terror fascista de algunos pueblos de Málaga y de Cádiz-, no se había hecho nada o muy poco en materia de fortificación. Y eso que ya había sufrido varios ataques aéreos y uno naval muy recientemente. Buerles argumentaba que era probable que «el enemigo, al ver diariamente diezmarse sus fuerzas ante la barrera infranqueable de Madrid, desmoralizado, no sepa de otros medios que de ataques desesperados a poblaciones indefensas», y que si eso ocurría, «Málaga no tendría las defensas que precisa», a pesar de que no dudaba de que llegado ese caso «le opondríamos el dique irrompible de nuestros pechos», y añadía a continuación: «pero ello no basta, camaradas».
El teniente de milicias José Buerles terminaba con estas palabras: Yo, camaradas, que he llegado varias veces hasta las trincheras enemigas, he podido apreciar que la única resistencia a nuestro valor combativo con que cuenta el enemigo, es su fortificación: construyen parapetos, fortifican los pueblos que se encuentran en su poder, para poder contener el coraje de nuestras valientes fuerzas. Es lo único que tienen que nos mejore a nosotros. Su cobardía es inaudita; hasta huyen abandonándolo todo. Pero… están fortificados.
Por último, añadía la siguiente frase que no escondía del todo la triste realidad que vivía la retaguardia: «Queremos que estas líneas sirvan de protesta a la inactividad manifiesta de millares y millares de camaradas que se encuentran hoy en Málaga».
Sobre este tema de que la inactiva e inconsciente retaguardia ayudara en la necesaria fortificación, su paisano y camarada Gabriel Baldrich Gil, estudiante de Medicina, el poeta combatiente, ya ascendido a teniente de milicias cuando el «Batallón México» se integró en la Columna Motorizada «México», repetía en el ejemplar de Vanguardia del 31 de enero de 1937, poco antes de ser herido en el Frente de El Burgo (Málaga):
¡Fortifiquemos! Sí, camaradas, fortifiquemos. Hagamos inexpugnables nuestras posiciones del campo y la ciudad, trabajándolas intensamente con el pico y la pala. (…) Si sabemos que ellos, gracias al apoyo descarado de las potencias fascistas, poseen un armamento superior al nuestro, fácilmente comprenderemos que para vencer es preciso utilizar otros artificios de guerra que nos coloquen en un plano superior. Y no hay artificio que supere a la FORTIFICACIÓN. Fortificación, fortificación y fortificación. He aquí lo que hay que hacer para vencer; porque para aplastar al fascismo hay que cumplir la consigna de “¡No pasarán!”. Y no pasarán si rodeamos nuestros pueblos de trincheras, y delante de ellas, alambradas. Y detrás, reductos.
Y ¡No pasarán! si unimos al firme propósito de que no pasen, actos materiales. ¡Cada casa, un fortín! Y no nos disculpemos diciendo que no hay armas. Si no las hay, ¡ya las habrá! Pero los nidos de ametralladoras deben estar hechos aunque aquellas todavía no existan. Y la tronera para el fusil. Y si es posible al resguardo del cañón. Y en todos los casos, los refugios contra la aviación. Hay que fortificar para que no pasen nuestros enemigos.
Baldrich, después de la toma de Málaga por las tropas fascistas y de ser dado de alta en el Hospital de Murcia para regresar de nuevo al frente con la 85ª Brigada Mixta del comandante José Torrealba Ordóñez, escribirá el poema «Romance del soldado que acusa» (3), donde volvía a quedar de manifiesto la desidia criminal de los jóvenes de la retaguardia cuando había tanto que hacer para combatir y vencer a Franco y al fascismo internacional. Estas son algunas de sus estrofas, muy significativas:
En los frentes de combate
está naciendo otra España.
Todos los hijos del pueblo
-los hijos de sangre honrada-
están luchando en el frente
contra la traición canalla.
En los frentes de combate
se defiende nuestra España.
Para vencer a las tropas
que el fascismo compra y manda,
nuestros soldados no duermen,
nuestros soldados trabajan.
Trabajan días y noches
a golpe de pico y pala
haciendo fuertes trincheras,
reductos y barricadas;
amontonando las piedras,
abriendo fosos y zanjas:
¡preparando el cementerio
para generales y papas!
***
En los frente de combate
se defiende nuestra España.
Los asesinos a sueldo
quieren pasar… ¡y no pasan!
El Ejército del Pueblo
vigila, lucha y trabaja.
No conoce los domingos
ni quiere hablar de jornadas.
El Ejército del Pueblo,
la juventud fuerte y sana,
tan solo quiere luchar,
ganar todas las batallas.
(…)
***
En un domingo tranquilo,
mientras tú te perfumabas
soñando risas y besos
de prostituta barata;
mientras con ricos licores
llenabas de mierda el alma…
En un domingo, tranquilo
para el azul de tu casa:
allí, en el frente lejano,
entre peñascos y zarzas,
mis compañeros caían
a zarpazos de metralla,
y los campos se volvieron
mudos de voces tempranas.
***
En los frentes de combate
los soldados no descansan;
la Muerte, siempre despierta,
está escondida en las balas.
***
Desde Motril hasta el Norte,
y desde Huesca al Jarama,
obreros y campesinos,
ahora soldados de España,
con el fusil hacen lumbre
y con el pico murallas.
Murallas para los hombres
venidos de tierra extraña,
lumbre forrada de plomo
para el traidor que los manda.
Una tumba gigantesca
construyen de madrugada
-en ella se enterrarán
los generales de Italia-.
Nuestros soldados no saben
lo que son noches de calma.
Y tú, hermano inconsciente,
que estás en la retaguardia,
lloras la tranquilidad
ante un espejo de plata.
(…)
***
El Ejército del Pueblo
vigila, lucha y trabaja.
En el frente de combate
se está forjando otra España.
¡Todos los trabajadores
deben luchar por su patria!
G. BALDRICH
En el frente de Sierra Nevada, el ahora teniente del Batallón 337 de la 85ª Brigada Mixta, Gabriel Baldrich, relataba (4) a comienzos del verano de 1937 una conversación mantenida con los soldados de su Sección para hablar sobre un llamamiento de las Juventudes Socialistas Unificadas para que se animaran a ingresar en las Escuelas de Guerra y convertirse en oficiales del Ejército Popular. En el transcurso de la misma, un soldado decía:
– Llevo once meses en el frente sin pisar la retaguardia. Algunos de los que estáis aquí conocéis mi actuación. He tomado parte en muchos combates. Ahora soy… cabo. No es que me duela esto. Pero sí me hiere que otros jóvenes, que no saben cómo huele la pólvora, que en los primeros días contemplaron nuestra lucha desde detrás de los visillos de sus casas, ahora sean oficiales, porque han podido ir a la Escuela de Guerra. Yo no podré ser nunca más que cabo: no sé leer, no sé escribir y no podré ir a la Escuela. (…) A la Escuela de Guerra acuden muchos que quieren evitarse el venir al frente como simples soldados.
Y a continuación terció en la conversación el sargento Díaz, «con el pelo totalmente al rape, con una barba cerrada que le daba un cierto aspecto respetuoso y con muchos meses de lucha que lo hacían respetar aún más», que aseguraba que les querían negar una realidad, y no de mala fe, porque el teniente llevaba en el frente el mismo tiempo que ellos:
– Pero lo cierto es que somos esclavos de la guerra, que somos los parias de la guerra, y que si seguimos de esta forma, vamos a crear una oficialidad que no es del pueblo. Y al decir que «no son del pueblo», quiero expresar que ellos no sienten, no palpitan, no vibran al unísono nuestro. Si seguimos de esta forma vamos a crear una nueva casta de oficiales.
Los soldados que le escuchaban mostraron su aprobación y Baldrich solo puso decir:
– Tiene razón Díaz. Nuestros oficiales deben ser del pueblo…
Estas críticas de Buerles y Baldrich debieron ser más generalizadas, y no se pusieron remedio ni se hicieron públicas para que corrientes de opinión pudieran forzar a que se produjera algún cambio y se corrigiera el rumbo de la guerra y de la revolución: quedó restringida a la prensa comunista o a la de la propia Brigada Mixta o División. Esta retaguardia dormida y que deprimía el ánimo de los combatientes más conscientes, sin duda fue otra causa de que la Segunda República española fuese definitivamente derrotada el 31 de marzo de 1939.
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NOTA 1: En el siguiente enlace se encuentra la investigación más completa hasta el presente del «Batallón México» de las Milicias Antifascistas de Málaga: batallonmexicodemalaga.blogspot.com
NOTA 2: En el siguiente enlace se puede consultar la vida de Anita Carrillo y José Torrealba: capitanaanitacarrilloejemplodemujer.blogspot.com
NOTA 3: Poema publicado en el folleto «Poesías de Guerra» de Gabriel Baldrich, editado por el Altavoz del Frente de Almería (1937), y disponible en el blog: romancesguerracivilgabrielbaldrich.blogspot.com
NOTA 4: «Reunión al atardecer» de Gabriel Baldrich, publicado en Nuestra Bandera (Alicante) «órgano provincial del Partido Comunista» el 10 de julio de 1937. Publicado en «Poemas de la guerra civil. Desde las trincheras. Gabriel Baldrich Gil», recopilación, biografía y edición de Manuel Almisas Albéndiz: romancesguerracivilgabrielbaldrich.blogspot
Fuente → kaosenlared.net


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