
Iñaki Egaña
La presencia de Falange (FE de las JONS) el pasado día de la fiesta nacional española en Gasteiz ha originado una criminalización de quienes les hicieron frente. Una penalización política a la que probablemente seguirá otra judicial o civil, con la aplicación a los detenidos de la Ley Mordaza, por cierto rechazada por el Parlamento de la CAV (incluidos PNV y PSE). El comunicado posterior de Falange despeja las dudas, por si alguien le quedaba alguna, de las intenciones del grupo fascista: «las autonomías matan, no funcionan y son un peligro para los españoles. Álava, Guipúzcoa y Vizcaya son España y las vamos a defender tantas veces como sea necesario frente a los enemigos internos separatistas o frente a los invasores extranjeros. Los cómplices de intoxicar a la juventud vasca lo pagarán». Descripción ideológica y amenaza explícita.
Y me sorprende, quizás no debiera, esa lectura jeltzale que le ha llevado en los últimos años a aliarse con protagonistas y sucedáneos de esa derecha golpista (Diputación de Gipuzkoa, Durango, Gasteiz, Rioja alavesa...). Porque Falange es el tonto útil, pero detrás están PP-Vox con la recámara dispuesta. Su actividad en esta última legislatura hispana y autonómica es equiparable a la de un sector golpista que nos retrotrae a una de las mayores tragedias que sufrió el pueblo vasco en el siglo XX. En la actualidad, esta estrategia de confrontar electoralmente a la izquierda soberanista ha llevado al partido jeltzale a desdeñar el mayor peligro que corre nuestra sociedad en esta coyuntura, el del asentamiento de un fascismo 2.0, o si quieren de una «dictadura democrática» al estilo de la de Trump que en el Estado español tiene sus replicantes.
La generación jeltzale actual parece desdeñar el pretérito y las terribles consecuencias que sufrieron nuestros antepasados más cercanos. Puedo entender que la ruptura generacional haya creado un hueco enorme entre aquellos veteranos jeltzales antifranquistas y la nueva generación liderada hace unas décadas por los Jobubis y hoy por los tecnócratas/negociantes pradalistas, a los que la historia les parece una materia desechable, exenta de negocio. Puedo entender las declaraciones extemporáneas de la alcaldable jeltzale en las últimas elecciones municipales de Gasteiz, probablemente por su ascendencia familiar ligada a ese pasado que nos traumatizó, aunque bien es cierto que el recorrido de nuestros antecesores no nos debiera ligar a una determinada opción política. Cada cual es responsable de su propia senda. Puedo entender que, ante la falta de recursos en momentos determinados, el PNV se agarre a acontecimientos puntuales como la recuperación de la antigua sede del Gobierno vasco en el exilio en París o al comodín de Lauaxeta, para enfrentar a los iconos antifranquistas y combatientes de la izquierda abertzale, en última ocasión, Txiki y Otaegi.
Pero no puedo entender esa patrimonialización exclusiva del pasado con una narrativa que no se corresponde con la realidad con argumentos tan frívolos como que con la vestimenta de un kaiku ya era suficiente para enfrentar al fascismo. Ese ejercicio no tiene valor alguno en la actualidad, acogotada nuevamente por los descendientes de los halcones que bombardearon Gernika. Recordarles que a la muerte del dictador, este año 50 años, las cárceles albergaban a más de 800 presos políticos vascos, de los que únicamente tres o cuatro pertenecían a su orientación. Recordarles asimismo que en los campos de batalla, la mayoría de los combatientes vascos que fallecieron eran comunistas, anarquistas, socialistas, ekintzales y que en la retaguardia, los ejecutados por el franquismo pertenecían a los mismos grupos. Con una excepción, la de Donostia, donde el 10% de la población que no había huido fue ejecutada, con una mayoría de víctimas jeltzales. Habían protegido iglesias, sedes de la patronal, para evitar el asalto de los rojos. Y cuando entraron los fascistas de Falange, permanecieron en sus viviendas: «Yo no he hecho nada, he sido neutral». No valió a los ojos de los verdugos.
Esa ingenuidad, lectura equivocada de la estrategia del enemigo e interpretación exclusivamente electoral del presente, son las que, en la actualidad, lastran al PNV hacia un abismo. No imagino a leyendas como Manuel Irujo, Uzturre, Rezola, el mismo lehendakari Agirre o incluso el gris Leizaola que alentó la posibilidad de que los pioneros militantes de ETA conformaran la nueva Ertzaintza, alineados con la estrategia jeltzale actual de que fascistas y antifascistas comen de la misma mesa. No imagino que aquellos que en su entorno conocieron de cerca la represión, estén satisfechos de las declaraciones de Zupiria. No imagino a aquellos también luchadores, anteponiendo su partido a Euskal Herria.
Fuente → naiz.eus
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