Xavier Montanyà
Se prolongó hasta 1952 con una guerra de exterminio, silenciada y cruel, contra la resistencia guerrillera que causó más de 8.000 víctimas
La historia universal nos enseña que las guerras civiles no terminan nunca con un armisticio, la mayor parte de las veces se prolongan en forma de guerras irregulares, depuraciones, expulsiones en masa de la población o políticas de homogeneización étnica.
En España, a partir de abril de 1939, el Nuevo Estado militarizó el orden público, depurando y eliminando todo tipo de resistencias reales o potenciales. Utilizó la legislación y la acción de guerra, después de una guerra que habían declarado terminada, para eliminar, perseguir y encarcelar a miles de personas. Muchas, procedentes de procesos relacionados con los años de guerra. Entre 20.000 y 40.000 personas fueron asesinadas en aplicación –o no– de sentencias judiciales. Más de 300.000 prisioneros de guerra fueron internados en campos de concentración. Unos 90.000 trabajadores, forzados y más 180.000 personas, encarceladas. Además, la guerra total contra las guerrillas dejó un saldo de 8.000 muertes entre 1939 y 1952.
Nos lo explica el historiador Javier Rodrigo en La guerra degenerada (Pasado & Presente), que lleva el subtítulo "Violencia y resistencias en la España de posguerra". Como advierte el autor, no es un trabajo amplio y definitivo sobre la historia de la guerrilla antifranquista. No abarca las actividades guerrilleras en todas las regiones de España, aunque hace una caracterización espléndida de los orígenes, la historia y las particularidades de aquellos dieciséis años de guerra guerrillera. El objetivo del autor es más profundo. Estudiar la guerra irregular, la violencia sexual y la resistencia o colaboración, subrayando y documentando la importancia central de las mujeres en la lucha guerrillera.
Javier Rodrigo (1977) es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor en historia por la European University Institute de Florencia. Coordina el Grupo de Investigación en Guerra, Radicalismo Político y Conflicto Social (GRECS) y la Red de Investigación VOICES (Violencia, Identidad y Conflicto en la España del siglo XX). Es autor de numerosos libros, entre ellos Cautivos. Campos de concentración en España franquista 1936-1947 (2005), La guerra fascista. Italia en la Guerra civil española, 1936-1939 "(2016), traducido al inglés y al italiano, o Ellos, los fascistas. La banalización del franquismo y la crisis de la democracia " (2022), con Maximiliano Fuentes, traducido al inglés.
La primera y última resistencia antifascista de Europa
La resistencia antifascista en España fue la primera y la última de Europa. De 1939 a 1952, la Guardia Civil libró una guerra irregular, sin normas, muy violenta y cruel –degenerada, en el sentido que decían los nazis– donde todo se valía para exterminar la resistencia guerrillera. Quema de bosques como en Vietnam para dejar a los guerrilleros al descubierto, represión en masa de pueblos enteros, torturas, ley de fugas, toques de queda, encarcelamientos y ejecuciones extrajudiciales de civiles, especialmente mujeres, que también eran objeto de vejaciones y abusos sexuales.
Los comunicados de la Guardia Civil de la época hablan explícitamente de “exterminio” de los guerrilleros, a los que llamaban bandoleros para reducirlos a la categoría de criminales y restarles la importancia y la legitimidad política.
Fue una guerra de resistencia y supervivencia, porque los guerrilleros sabían desde el principio que, dado el desequilibrio de fuerzas, ellos no podrían derribar al régimen. Al principio, los huidos de guerra fueron la semilla de la resistencia armada. Ponían en cuestión el dominio de los sublevados sobre los territorios que iban conquistando. Huelva, Badajoz, Cáceres, León y Galicia fueron las principales provincias con presencia guerrillera desde el verano de 1936.
En Andalucía fueron prácticamente aniquilados a finales de 1937, en Galicia sobrevivieron oficialmente hasta terminada la guerra. En León y Asturias formaron la primera organización guerrillera de la península. Muchos de ellos pasaban las líneas de frente y se integraban en el Ejército Republicano, que había creado un destacamento guerrillero, el XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero, integrado básicamente por maquis extremeños y andaluces, y pasadores del Pirineo y guías catalanes. La mayoría de ellos eran pequeños campesinos y jornaleros.
Al terminar la guerra, comenzó una nueva fase con la incorporación a la resistencia armada de las montañas de un nuevo grueso de hombres y mujeres que huían de prisiones, campos de concentración, batallones de trabajo y la represión desatada por todas partes.
Hubo varias organizaciones: la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, la Federación de Guerrillas de León-Galicia y la Agrupación de Guerrilleros Españoles, pero no fue hasta 1944 cuando el Partido Comunista empezó a articular la resistencia antifranquista en las montañas. Muchos de los mil guerrilleros de la República que habían luchado con la resistencia francesa, después de haberse instruido en las escuelas guerrilleras del sur del estado francés, entraron clandestinamente en la península para formar los cuadros de un proyecto de ejército guerrillero estatal.
El hecho de armas más destacado fue la invasión del Valle de Arán o la Operación Reconquista de España, en octubre de 1944. El objetivo era ocupar el Valle y resistir tanto tiempo como fuera posible para intentar que el gobierno provisional de la República se instalara, y de esta forma forzar la intervención de las potencias aliadas. Pero el despliegue de 50.000 efectivos del ejército franquista detuvo la invasión de los 4.000 guerrilleros, que ni siquiera lograron tomar Viella. Sin embargo, fue una demostración de fuerza y organización que indignó a Franco. Según se explica, es la única vez que Carmen Polo vio a Franco verdaderamente enojado. “Pero, ¿qué hace la Guardia Civil?”, clamaba el dictador en el Palau del Pardo.
Después de muchos años de guerra degenerada y persecución, en 1950 sólo quedaban dos unidades: la Agrupación Guerrillera de Granada (AGG) y la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA). El PCE decidió desmovilizar a la guerrilla en 1952, pero sólo organizó la evacuación de los últimos maquis del AGLA. Todos los demás quedaron abandonados a su suerte. En Cataluña los maquis anarquistas siguieron la lucha por su cuenta. La guerra total contra ellos fue la causa de la derrota final.
El último maquis fue Ramon Vila Capdevila, Caracremada, que el 7 de agosto de 1963 fue sorprendido por doscientos efectivos de la 231 Comandancia de la Guardia Civil cuando intentaba pasar la frontera. Fue herido de muerte y su agonía duró siete largas horas. Nadie se dignó a dispararle el tiro de gracia.
Las mujeres y el contexto europeo
En esa guerra sin nombre, las mujeres tuvieron un papel central en la lucha de resistencia y, en consecuencia, fueron víctimas muy castigadas por la represión. Su rol fue, históricamente, mucho más importante de lo que se cree, y se ha silenciado injustamente durante décadas, tanto por la impronta machista que impregna los relatos históricos como por la voluntad del poder de restar importancia, popularidad y magnitud al fenómeno guerrillero.
Además, la de los guerrilleros de la República no fue una guerra aislada. Iba en consonancia con todas las actividades guerrilleras europeas contra el fascismo: en Francia, Italia, Grecia o Yugoslavia. La gran diferencia, y esto marca el impacto que lograron en la política de sus países, las guerrillas europeas contaron con el apoyo de las potencias aliadas; la de la República, no. Para seguir fielmente la política de no intervención que siguieron al pie de la letra Francia, Inglaterra y EEUU, contrariamente a lo que hicieron Alemania e Italia, que dieron un importante apoyo militar, humano y logístico a Franco. Algo que, sin duda, fue decisivo para la derrota de los republicanos. Y de la guerrilla.
Cabe recordar, también, que en la resistencia francesa participaron mil guerrilleros republicanos de España. Ellos ayudaron en la liberación de la Francia. Y después, Francia no les correspondió cuando era la hora de liberar a España. Muchos de estos hombres y mujeres entraron clandestinamente en la península y se adhirieron a las partidas guerrilleras.
Importancia y represión de la lucha de las mujeres
Javier Rodrigo ha consultado a los sumarios judiciales de más de cuatrocientos consejos de guerra en los Tribunales Militares Territoriales de Sevilla, Almería y Ferrol. Muchos de ellos son sumarísimos incoados contra mujeres en puestos de lucha antiguerrillera, o en los que hay mujeres implicadas directamente en las actuaciones juzgadas. El relato y el análisis del rol de las mujeres que aparecen en los sumarios es estremecedor, desde pruebas de virginidad para acreditar su posible relación íntima con los maquis hasta todas las formas de violencia sexual y abusos machistas.
Por decisión consciente, vínculo afectivo o supervivencia, las mujeres que mayoritariamente no combatieron directamente con las armas realizaron tareas de información y enlace entre grupos guerrilleros, hacían mantenimiento alimentario y médico, suministraban armas, ropa, y facilitaban de escondrijos y puestos de seguridad. Su rol fue fundamental en esa guerra. Y, de paso, sufrieron –indefensas, porque no iban armadas– toda la violencia represiva fascista en diversas formas.
De la indagación e interrogatorio hasta el asesinato o el suicidio inducido, pasando por la detención, exposición y exclusión simbólica de la comunidad, sometimiento a juicios públicos, represión económica, deportación o confinamiento, encarcelamiento, reeducación política, religiosa o identitaria y el abismo.
Además, hubo un repertorio específico de castigo ejemplar para las mujeres: el rapado de pelo, la humillación vinculada al sexo, la exposición pública (los paseos de la vergüenza y el aceite de ricino con sus usos “depurativos”), el abuso sexual físico o simbólico, y la violación. Todo un compendio de actos represivos y de violencia sexual del que este libro hace un buen y pionero análisis y descripción, extraído de los sumarios de los consejos de guerra, entrevistas y libros de memorias. Con episodios reales, a veces, estremecedores.
Existe la violencia contra las mujeres que las castiga por su pasado o presente militante, pero también, de forma más mayoritaria, por sus relaciones, por ser “mujeres de”, “amantes de”, “hermanas de” o “esposas de”. Muchas de ellas también fueron utilizadas como un instrumento de combate y chantaje contra los guerrilleros. Siendo violentos contra ellas, la Guardia Civil pretendía propiciar la entrega “voluntaria” de los resistentes armados relacionados con ellas.
Fueron dieciséis años de guerra sucia total triangulada entre guardias civiles, guerrilleros resistentes y la población civil, especialmente las mujeres que les apoyaban o se encontraban cerca de los destacamentos guerrilleros en las montañas. El régimen franquista puso en marcha auténticas campañas eliminacionistas. Por lo general, se buscaba el exterminio del enemigo. Al guerrillero no se le juzgaba, se le mataba. Se practicó una violencia de alta intensidad, sin límites, tanto en las formas directas (asesinatos in situ , agresiones sexuales, torturas en sede policial) como judicializadas.
El oficial de la SS Hans Schneider-Bosgard le llamaba, precisamente, la guerra degenerada, concepto que el autor elige para titular su trabajo. Era una especie de guerra que, pese a practicarla de forma intensiva y eficaz, el propio mando alemán consideraba desleal y deshonrosa. Fue una guerra sucia, aberrante.
El libro relata los casos de muchas mujeres que desempeñaron un papel significativo en las filas de las guerrillas y rescata el testimonio de mujeres desconocidas que aparecen en los más de cuatrocientos sumarios de consejos de guerra que el autor ha consultado.
Existe, por ejemplo, el caso de la cordobesa Manuela Díaz Cabezas (1920), esposa de un maquis que fue muerto a tiros por la Guardia Civil y cuyo cadáver pasearon por el pueblo como advertencia. Su mujer, tras ser rapada y torturada por la Guardia Civil, huyó a las montañas y siguió la lucha armada. En 1944, a veinticinco años, cayó en una emboscada. Condenada a treinta años de cárcel acusada de asesinatos (ella nunca llevaba pistola) y de ser “concubina” de los guerrilleros, cumplió diecisiete. El resto de su partida fue condenada a muerte y ejecutada en 1946.
Esperanza Martínez (1927), de Cuenca, empezó muy jovencita haciendo de enlace. Con los años, adoptó el apodo de Sole, y con su amiga Remedios Montero, Celia, pasaron a Francia para reintegrarse después por orden del PCE como pasadoras y evacuadoras de guerrilleros por la frontera. Detenida en 1952, fue sometida a dos consejos de guerra que la condenaron a cuarenta y tres años de cárcel por bandidaje y terrorismo, espionaje y comunismo. Cumplió quince.
La comunista gallega Enriqueta Otero Blanco (1910), maestra, pedagoga, actriz y directora teatral, es considerada la última guerrillera gallega. En 1936 se integró en las milicias de Valentín González, El Campesino, fue coordinadora del Hospital de Carabanchel y secretaria de Dolores Ibárruri. Detenida y encarcelada, se fugó de la cárcel de Ventas e ingresó en el maquis de Galicia. Cayó en febrero de 1946. Recibió torturas brutales hasta el juicio, al que tuvo que asistir con muletas. El Tribunal Militar la condenó a muerte, pena que le fue conmutada por la de treinta años.
E Isidora Merino, Elena Abarca Bautista, Magdalena Cortés Díaz, Carme Casas, María del Carmen Gradell Garcia –que acabó en el campo de Ravensbrück, donde murió de tifus–, María Castelló Ibarz y Generosa Cortina Roig –que acabaron en Dachau– y otras tantas, conocidas y desconocidas, que lo sacaron y que desconocieron. de historia y restitución de la verdad y la dignidad de los últimos luchadores y víctimas reconocidas del franquismo: los guerrilleros.
Fuente → vilaweb.cat



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