Justa Montero
Memòria dibuixada* es el testimonio de Roser Rius i Camps, en el que narra, con gran sensibilidad, dignidad y generosidad, su historia de militancia política y represión que le llevó a la cárcel de Yeserías entre 1974 y 1975. Un relato que, como ella señala, desea que contribuya a establecer verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición frente a la impunidad del franquismo.
Es una historia que empieza mucho antes de ese 8 de octubre de 1974 en el que detienen en Madrid a Roser y a Martí, la torturan en la Dirección General de Seguridad (DGS) y encarcelan en la prisión de mujeres de Yeserías. En el libro Roser nos muestra los caminos que transita (siendo la pequeña de 11 hermanos y hermanas y viviendo en el Raval de Barcelona), a través de los que va tomando conciencia de las injusticias, de las desigualdades, de su condición de mujer, del valor de la lengua, hasta adquirir el compromiso político que le lleva a formar parte, primero del Front Obrer de Catalunya, y más tarde de la LCR-ETA VIª asamblea, en un decidido compromiso Internacionalista y revolucionario.
Es un libro con una cuidada y preciosa edición que sorprende por lo singular y novedoso, por esa capacidad que muestra Roser para entrelazar acontecimientos y emociones. Desde la lucha contra la Dictadura, la tortura, lo que supone la privación de libertad, la vida en la cárcel, el dolor y el miedo, a la valentía y la esperanza, la fuerza de la convicción de los ideales, el amor, la amistad, y el sentido de la vida y del compromiso político. Todo ello con el trasfondo de los acontecimientos de una época particularmente convulsa.
Singular es un libro que, como este, está escrito en tres lenguas. Cada una con su propio hilo narrativo que acompaña el relato de las otras.
En catalán, su querida lengua, reivindicada y celosamente cultivada, están recogidas, a modo de diario carcelario, sus reflexiones, políticas e íntimas, durante los 14 meses que permaneció en prisión. Son las “llibretes de presó”.
En castellano se puede seguir la relación epistolar que mantiene con Martí Caussa, su gran amor y compañero del alma de entonces y de ahora. La represión convirtió esos apenas tres kilómetros que separan las cárceles de Yeserías de la de Carabanchel en una distancia inconmensurable rota por esas cartas.
Se puede no entender bien el catalán o el castellano, pero es imposible no quedar atrapadas por la fuerza y belleza del lenguaje creativo que expresan las setenta ilustraciones que Roser dibuja en prisión, y que, como dice, le permite expresarse con más libertad.
Las “llibretes”, cartas y dibujos todos juntos y cada uno por separado son una auténtica expresión de la poética de los objetos. Objetos que no solo transmiten potentes emociones, sino que tienen su propia memoria material, su propia historia, “sus secretos” (que dice Martí). Tan importantes y necesarios para las biografías personales como para construir la Memoria colectiva.
Cada uno de los tres formatos está atravesado por las preocupaciones, sentimientos y emociones de Roser y son parte de sus estrategias para combatir la soledad, salvaguardar la identidad, y explicarse y comunicar lo que sucedía fuera y dentro de los muros carcelarios.

Emmanillada al radiador [Esposada al radiador]. Agost 1975.
Qué maravilla que Roser y Martí tuvieran una insospechada vocación archivística y conservaran, después de 50 años y no pocos traslados de domicilio, unas cartas que son memoria viva. Muestran, por ejemplo, la impotencia y rabia ante los estragos de una censura que violaba su intimidad, que limitaba, interrumpía y dificultaba su conversación; también cómo la represión franquista carcelaria les obligaba a comunicarse comentando las noticias que les llegaban, los libros que leían, las situaciones vividas y sus sentimientos en castellano, una lengua impuesta que no era la suya. “Hoy me apena más que nunca tener que escribirte en esta lengua ajena que suena a novela radiofónica cuando quiero expresar mis sentimientos”, escribía Roser a Martí.
Pero Roser tenía una poderosa herramienta, en su faceta de ilustradora, y acudía a la fuerza comunicativa de los dibujos: “hacía dibujos sin una intención previa que, a pesar de no saber exactamente qué querían decir, me ayudaban a superar momentos difíciles” (traduzco y espero que Roser me perdone). Una capacidad que Martí lamentaba no tener para poder corresponder con algo parecido que reflejara “cómo estoy, cómo te pienso en otros momentos seguramente más libres y espontáneos que cuando se escribe una carta”.
El libro muestra dibujos en blanco y negro, sin apenas otro color, en espacios cerrados y con “bestias extrañas” que reflejan el terror de la represión y la pérdida de libertad. Dibujos que contrastan con los de espacios abiertos, paisajes luminosos, poblados de pájaros y colores, en los que l’Empordá, sus viñas y olivares, el mar y la casa de las “dulces siestas” de Palau-saverdera aparecen de fondo. También contrastan con los sugerentes dibujos que ella misma califica como “surrealistas”, los que de forma alegórica transmiten su estado de ánimo, sus vivencias y ensoñaciones.
Las cartas, llibretes y dibujos (estos últimos con su serie de “escenas carcelarias”) nos adentran en la vida cotidiana de una cárcel de mujeres como la de Yeserías. Una prisión “de paso” para quienes estaban a la espera de juicio o la libertad condicional (aunque esto supusiera una espera de años), junto con quienes ingresaban por no pagar una multa impuesta. (Yeserías sigue siendo una cárcel de régimen abierto que tanto el movimiento memorialista como el feminista pide sea declarada lugar de Memoria).
Roser no edulcora la vida en la cárcel, la presenta con los claroscuros de la convivencia, de los momentos difíciles y dolorosos, y la “gestión” de los conflictos; la defensa de la habitación propia que diría Virginia Woolf, el estudio, las lecturas y los debates, junto con el ganchillo y las fiestas; así como el sostén que supone la amistad con sus compañeras de dormitorio y de sumario, y la alegría por las reparadoras visitas y cuidados permanentes de toda su familia y la de Martí.
También explicita Roser una preocupación apenas encontrada en otros testimonios carcelarios: cómo sortear la separación entre las presas políticas y las presas comunes que la legislación franquista establecía. Una situación que llevó al movimiento feminista a extender la petición de amnistía para las presas condenadas por la ley de peligrosidad y rehabilitación social. Desde la cárcel Roser escribía a Martí: “Sus problemas expresan claramente la irracionalidad del sistema capitalista y esto me refuerza la necesidad de luchar contra el sistema. Siento una gran impotencia ante sus problemas porque está claro que solo un cambio radical y permanente puede erradicar esta miseria social”. Cuando pudo, pudieron, mostró su apoyo en la cárcel.
Como se puede ver a lo largo del texto en el pensamiento de Roser no cabía ni cabe una idea reduccionista del campo de “lo político” ni una separación entre lo político y lo personal, tal y como formuló el feminismo. Hermosas son las palabras con las que se refiere a la necesidad de mantener una coherencia, de “crear una nueva sensibilidad y romper los límites de la actual obligada razón”. Creo, le dice a Martí en una reveladora conversación, “que en Carabanchel como aquí, somos poco revolucionarios en la mayoría de los aspectos que no sean directamente políticos: sexualidad, arte, familia, literatura… y no dejo de preguntarme si una puede ser revolucionaria en política y reaccionaria en todo lo demás”. 
Estampas de la vida carcelaria: emoción en la despedida de las compañeras del sumario. Desembre 1974.
Así que no es de extrañar que nada más salir de la cárcel Roser se incorporara a la preparación de las primeras “Jornades Catalanes de la Dona”, en 1976, viviendo intensamente esos nuevos espacios de libertad que se abrían.
Y junto aquellas reflexiones y vivencias se sucedían acontecimientos como la caída de Saigón y el final de la guerra de Vietnam, celebradas en la cárcel, o las vicisitudes de su juicio ante el TOP y la incertidumbre de su futuro próximo. Fueron los consejos de guerra con la petición de 5 penas de muerte y los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 de Joan Paredes Manot, Txiqui, Angel Otaegui, Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez Bravo lo que con más apremio y angustia planteó la necesidad de encontrar la forma con la que rebelarse en la cárcel contra esos crímenes. Y así se sumó, junto con otras compañeras, a la huelga de hambre que se realizó en todas las cárceles aquel terrible septiembre.
El dibujo que ilustra la portada del libro “Pantera roja, 26 de setembre de 1975” expresa el dolor, la desolación infinita en Yeserías de aquellas horas en las que, Silvia, la compañera de Jose Luis Sánchez Bravo es conducida desde Yeserías a Carabanchel a comunicar con su marido la noche anterior a que fuera fusilado. En Yeserías estaban también Maruxa, la mujer de Humberto Baena y Concha Tristán y Mª Jesús Dasca con sendas peticiones de pena de muerte y siempre en celdas de castigo.
Estos terribles hechos y otros de los que se hace eco en el libro como el estado de excepción del 75, los asesinatos por las bandas fascistas, las detenciones, torturas, la represión de las luchas que perduran más allá de las fechas de su salida de la cárcel, rebaten, tal y como recoge Roser, el relato oficial de la transición pacífica.
En 2019 Roser presentó una querella, impulsada por la red CEAQUA, contra el torturador Jose Antonio González Pacheco Billy el Niño. “Jo vaig tenir els peus negres l’octubre de 1974, negres, verats de verd i de morat. El dolor pujava pels turmells morint a mitja cama” (…)
“L’amor, les idees, la solidaritat van embolcallar la meva por protegint-me de la delació (…) “Jo vaig tenir els peus negres a l’octbre de l’any 74, però els cops, com el mall contra el ferro, van forjar la meva força” (fragmentos del poema “Peus negres” de Roser, escrito en 2009).
La brutalidad de las torturas hizo que tanto el médico forense en Las Salesas (sede del TOP) como el de Yeserías, se vieran forzados a dar un parte de lesiones que le permitieron a Roser llevar a juicio, estando en la cárcel, a los torturadores. Pero la impunidad del franquismo fue implacable. Como lo fue también al inadmitir a trámite la querella, a pesar de que aquella denuncia reforzaba la acusación por tortura contra Billy el Niño, una impunidad amparada, esta vez en aplicación de la ley de punto final en la que se ha convertido la ley de Amnistía. 
Nostàlgia de Palau, del Cap de Creus, de tu i jo. Abril 1975.
El 2 de diciembre de 1975, tras el indulto general y 15 días después de que muriera el dictador, Roser y Martí salieron de la cárcel, pudieron abrazarse, decirse todo lo que la censura les había impedido expresar y continuar el camino que habían iniciado hacía años.
Y Roser volvió a Catalunya, a su querida Barcelona y a Palau a donde, desde la cárcel y en su subconsciente, siempre “volvía buscando el futuro en trozos del pasado”. Y en ese futuro-presente y con la misma fuerza y convicción sigue regalándonos dibujos que denuncian el genocidio de Palestina, el racismo, el machismo y la represión; ilustrando luchas, siempre de forma solidaria, iluminando felicitaciones de Nadal publicadas en viento sur. En definitiva, haciéndonos partícipes de ese sentimiento de “pertenencia a algo indestructible” del que habla en el libro, que nos infunde fuerza colectiva y esperanza en un futuro emancipador.
Por mi parte solo cabe agradecer a Roser con todo el cariño y admiración esta joya de libro y sentirme muy afortunada por seguir compartiendo militancia social y feminista, pero sobre todas las cosas, por la profunda amistad con ella, Martí y con las otras maravillosas personas que son Nina y Ona, sus hijas.
* Memòria dibuixada. Presó de Yeserías (1974-1975). Roser Rius. Pròleg d’Ignasi Aragay. L’Avenç, Barcelona 2025
Fuente → vientosur.info


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