
España nació como nación en 1978. La Constitución vigente fue redactada con urgencia por padres franquistas, vigilados por un ejército todavía poderoso. El pueblo, que llevaba cuarenta años bajo dictadura, no tuvo voz ni participación real; su legitimidad histórica se apoyó en la necesidad, no en el consenso.
Hoy se invoca ese texto como sagrado cuando surgen proyectos como lo fue el Estatut de Catalunya. Se olvida que es una constitución de transición, confeccionada para evitar conflictos y reacciones militares, no un manual rígido e inmutable. Compararla con constituciones francesa o estadounidense es absurdo: aquellas fueron fruto de debates amplios y participación real; la española nació de circunstancias excepcionales y de urgencia.
Exigir hoy rigidez es ignorar la historia. Los redactores dejaron puertas abiertas por necesidad, no por generosidad; su prudencia no convierte la Constitución en un dogma. La interpretación requiere sentido común, flexibilidad y madurez política: cualidades que España todavía no ha alcanzado plenamente.
La política debe demostrar sensatez y responsabilidad. No se trata de proteger un mito, sino de asumir que la democracia española aún tiene cuentas pendientes con sus ciudadanos y con su propia historia. Reconocerlo es el primer paso para alcanzar una madurez política real. Mientras no se haga así, para mucha población ahora silenciosa, España seguirá siendo una nación provisional compuesta de territorios unidos a la fuerza.
Jaime Richart
Antropólogo y jurista
Fuente → kaosenlared.net
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