El 4 de septiembre de 1975, el histórico dirigente sindical y fundador de Comisiones Obreras (CCOO), Marcelino Camacho, escribió una carta desde la cárcel de Carabanchel (Madrid) dirigida al director del centro penitenciario. En ella denunciaba las condenas a muerte dictadas por tribunales militares contra militantes de ETA y del FRAP, apenas unas semanas antes de los últimos fusilamientos del franquismo, ejecutados el 27 de septiembre de 1975.
En el documento, al que ha tenido acceso Nuevatribuna y que reproducimos íntegro, Camacho se presenta como “preso en la 3ª galería, condenado en el sumario Proceso 1001 por actividades que en otros países serían consideradas como legítimas actividades sindicales en conformidad con los convenios de la OIT”. A continuación, expone su rechazo a las penas capitales dictadas por el régimen:
“Durante estos días la sociedad civil se ha visto gravemente preocupada por la vida de Txiki, Otaegi y otros compañeros, condenados a muerte por un Tribunal Militar en Consejo de Guerra celebrado en Burgos”.
El sindicalista destaca que dichas sentencias suponen una vulneración de los derechos humanos y que la dictadura utilizaba la pena de muerte “de forma abusiva para confrontar y reprimir a la oposición política y a todos los demócratas”.
En un gesto de protesta, Camacho anuncia al director de la prisión su decisión de iniciar una huelga de hambre:
“Ante la gravedad de la situación y como antecedente de conciencia, me declaro en huelga de hambre desde el momento y suplico se me exima de la ejecución de los trabajos que la obligación de recluso me impone”.
El dirigente obrero advierte incluso de los riesgos médicos que conllevaba la medida, debido a su cardiopatía isquémica. Al pie del documento se lee:
“Padeciendo cardiopatía isquémica, solicito ser tratado como en anteriores huelgas de hambre, es decir, presencia permanente de un compañero con él, atención y vigilancia médica…”.
En la carta también recuerda que España tenía compromisos internacionales en materia de derechos humanos y que “la democracia no podrá ser plena hasta que se haga efectivo el reconocimiento y la dignificación de todas las víctimas”.
Este texto, ahora difundido, es testimonio de la oposición pacífica de Marcelino Camacho contra la represión franquista y de su defensa de los valores sindicales en un momento clave de la historia reciente. Apenas tres semanas después, el 27 de septiembre de 1975, serían ejecutados los militantes Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz, Jon Paredes Manot (Txiki) y Ángel Otaegui, en los últimos fusilamientos de la dictadura.
La carta se conserva como un documento histórico único, que refleja la voz de un preso político comprometido con la libertad, la democracia y los derechos humanos en uno de los momentos más oscuros del franquismo.
Fuente → nuevatribuna.es


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