Fosas del olvido en Alicante
Fosas del olvido en Alicante
Ángeles Sanmiguel
 
“¡Que eso pasaba, que no eran milongas, joder! que pasaba y todavía los familiares seguimos aquí”, comenta Encina, recordando a su abuela represaliada.
 

“Las historias de los olvidados, tantas veces negadas durante la dictadura, pero silenciadas también durante la democracia”, siguen enfrentándose al modus operandi de trasmisión intergeneracional hecho a medida del franquismo donde el silencio y orillar la verdad ha sido – y es- sumo precepto a cumplir por el bipartidismo español y dogma para pretendientes monotemáticos que anhelan tocar gobierno, -o sacar tajada offshore (operaciones fuera del país para beneficiarse)-.

“Queremos contribuir a despertar el interés por la recuperación de aquellas historias, de aquellas vidas, de los silenciados, los vencidos”, dice el docente universitario Wilson Ferrús Peris.

“Los torturadores más conocidos de la época franquista no pagaron por lo que hicieron y, además, se les permitió seguir en la policía y, en algunos casos promovidos a los cargos más altos. Los periodistas que se aprovecharon lindamente de su colaboración con el régimen de Franco han continuado con sus carreras; pero no sólo eso: algunos resurgieron como comentaristas respetables”, cuenta John Hooper experimentado periodista británico.

Medios de difusión pervertidos, programas educativos maleados y libros de texto adulterados continúan bajo el patrón inamovible del “atado y bien atado” –discurso navideño de Franco en mil novecientos sesenta y nueve-, trasmitiendo una historia alucinante a la medida de la desfachatez de los ganadores.

“Quinientas ochenta y tres personas”, entre abril del año mil novecientos treinta y nueve y diciembre del cuarenta y seis fueron fusiladas en los muros del campamento militar de Rabasa y en el cementerio municipal de Alicante. “De estas víctimas cuatrocientas veintitrés fueron condenadas también a lo que llamamos el subtierro (ocultadas), depositadas y abandonadas en fosas comunes, sin nombre, desaparecidas, borradas absolutamente de la memoria colectiva durante muchos años, condenadas al olvido social”.

Posteriormente, del citado campamento de Rabasa, en tiempos de la mili obligatoria, ya se decía que era “el famoso matadero de reclutas”, “un campo de concentración donde se era como un esclavo al albur de los mandos”. ¿Justicia cósmica, karma?

Las víctimas “fueron enterradas en el mismo recinto cementerial -infralocus (lugar inferior)-” robándoles, en la hora suprema, la singularidad de su existencia, sepultándolas en “un lugar, no solamente de localización, sino también de instrumentalización de las prácticas de infrahumanización ligadas a la muerte”, declara Ferrús. “Muchas de ellas, todavía, hoy en día, no se han encontrado ni localizado”.

De las cuatrocientas veintitrés víctimas que fueron ejecutadas en Alicante, “y sus cadáveres abandonados en las fosas comunes”, trescientas veintiséis víctimas estaban vinculadas de alguna manera con la República y la lucha antifascista. “¡Muchas siguen sin identificar!” refiere Ferrús. “¡Una forma extrema de exilio interior, -bajo tierra-, en el contexto de una política de exterminio del adversario!”, incide.

Cada víctima del franquismo que vivió y murió en Alicante hizo pueblo, historia y, a día de hoy, el reto por su recuerdo no se somete. William Blake, filósofo del siglo dieciocho, denominado el “artista total”, enterrado anónimamente en una tumba londinense, frasearía: “Todo lo que vive, no vive solo, no para sí mismo”,

¿Cómo permitir que se utilice demagógicamente la trágica y vil lacra de las fosas para discursear cerrilmente? ¿A tal punto de indignidad y cobardía ha llegado la derecha política española acorralada por su alter ego baratero?

¿Cómo poder ser democracia cuando los diferentes gobiernos en España han consolidado el “paso sucesivo de regímenes de olvido social sobre los cadáveres amontonados de las personas que tenían una vida personal, un trayectoria profesional, política, institucional, tenían familia, anhelos”? “¡Todo esto hay que recuperarlo!”.

“Autopsia politicosocial de les víctimes del franquisme des del subtierro del cementeri d´Alacant”, (“Una autopsia político social de las víctimas del franquismo desde el subtierro del cementerio municipal de Alicante”), es la obra conjunta de Wilson Ferrús Peris y Manuel Quilis Moya, presentada en la Casa Mediterráneo alicantina –antigua estación de Benalúa- el diecinueve de septiembre y retrasmitida online. Ferrús, catedrático de Instituto y profesor asociado de Historia de la Educación de la UV (Universidad de València) y Quilis, mediante exhaustiva investigación acercan al pueblo la crueldad represora autócrata del franquismo, de esas iniquidades tan honradas ¡siempre! por “sillones” mantenidos y vividores oportunistas. A una década de la revolución industrial 6.0 España exige enaltecer a sus víctimas del franquismo, identificarlas, restaurar su memoria.

“Porque tras los hechos hay personas que los han sufrido, vidas perdidas, ilusiones frustradas, dolores irreparables que no pueden quedar fuera de estudio y reflexión”, destaca Ferrús.

La presentación del libro cuenta con la participación del alicantino doctor en Historia Carlos Salinas Salinas, del editor Salvador Raga y de María Jesús Pérez Galán de la Asociación de Familiares de los Represaliados por el Franquismo del Cementerio de Alicante”,-último escenario de la Guerra Civil española-.

“Abuelo esto es un homenaje a ti también, porque sé que estás en todos y en cada uno de nosotros”. (Tributo y entrega de restos mortales el pasado uno de junio en el cementerio de Alicante).

¿Cuestión de justicia? ¿de dignidad? ¿de sanidad democrática? ¿de pedagogía de la memoria? ¡Basta ya de injustos olvidos, de desmemorias! Hay que mostrar los horrores, “los horrores que son capaces de construir los seres humanos”.

La obra publicada por la Fundación Vinatea Editorial en sus trescientas cuarenta y seis páginas evidencia una minuciosa revisión histórica, y como dice una antigua máxima: “Saber es poder”.

Es hora de embriagar el corazón colectivo con la verdad ante los insospechados tiempos robóticos de algoritmos tendenciosos posicionados tiránicamente en sociedades ilusas.

“En este trabajo nos hemos querido centrar de manera especial en esas cuatrocientas veintitrés víctimas que fueron lanzadas y enterradas en fosas comunes sin nombre, castigadas doblemente más allá de la vida, ¡castigadas a la desmemoria y al olvido!”, exclama Ferrús.

¡Irrebatible es saber la verdad! Inundar redes sociales, sistemas virtuales y comunicación en línea con pedagogía docente sobre la realidad de los asesinatos franquistas, de los juicios sumarísimos ilegales y las farsas perpetradas. España exige verdad y memoria democrática. El oscarizado director de cine español Pedro Almodóvar en su película “Madres paralelas” recuerda: “que la guerra no ha terminado hasta que no se abran las fosas, hay más de cien mil desparecidos enterrados por ahí, en cunetas, en cementerios”.

¡Ya es hora de honrar a las víctimas! “Conocerlas, identificarlas, más allá de su nombre y apellido, tratar de contextualizar y determinar los hechos y las razones que provocaron sus asesinatos”.

¿Por qué en Cantabria, Murcia y Madrid el montante de las exhumaciones es “muy reducido”?

En el prólogo del libro la magistrada de la Audiencia Provincial de València, Pura Martorell Zulueta, señala: “Tras los hechos, hay personas que los han sufrido, vidas perdidas, ilusiones frustradas, dolores irreparables. La justicia transicional (contra las violaciones de derechos humanos en conflictos) se conecta con la obligación de los Estados de responder a la verdad (también en los relatos históricos de los hechos y en la enseñanza en las aulas), a la justicia frente a los crímenes masivos y las masacres siempre contrarias a los derechos humanos evitando la impunidad, y a la reparación de las víctimas junto a las garantías de no repetición”.

“Una reparación, pero en el sentido amplio, que incluye el deber de sacar a las víctimas de la fosa del olvido”, dictamina.

Ferrús sabe que “los datos no dejan lugar a dudas”. “Los fusilamientos, finalizada la guerra civil, -en periodo de paz-, se intensificaron en las últimas zonas ocupadas”. ¡No se dejó de matar! ni en los territorios donde había triunfado el golpe militar desde un principio, ni en aquellos ocupados a lo largo del periodo bélico, “territorios donde el exterminio y la purga ya se había llevado a término”.

Todo valía para represores acusadores: ser propagandista, votar, simpatizar con el Frente Popular de Izquierda, participar en mítines, manifestaciones, ejercer de rectores, colaborar con los comités locales, militar en una organización sindical, ser afín a la República, “pertenecer a organizaciones como Mujeres Antifascistas, la Alianza Intelectual Antifascista, o el Socorro Rojo”, tal es el caso de Natividad Hernández García, domiciliada en otra provincia, a la cual por pertenecer al Socorro Rojo encargado de alimentar a la infancia, crear hospitales y bibliotecas y apoyar humanitariamente a la población en zona republicana, la sentenciaron a doce años y un día, -reducida a seis años-, entrando en prisión el once de mayo de mil novecientos treinta y nueve. Criaría a su hijo encarcelada y una vez cumplida la sentencia tuvo que reclamar al director de la Prisión Central de Mujeres el documento acreditativo de su libertad definitiva y así poder “quedar exenta de la obligación de presentaciones” mensuales en la Inspección del Cuerpo General de Policía. “Ha sido dolorosísimo”, “no es lo mismo saberlo que confirmarlo”.

Julián Casanova, historiador español estima en cincuenta mil las personas ejecutadas ¡en la década posterior al final de la guerra! “Una cifra escandalosa que pone los pelos de punta”, declara Ferrús. Por su parte Javier Rodrigo, catedrático en la Universitat Atónoma de Barcelona, cuantifica “en cerca de ¡ochenta mil personas!”.

Vicent Gabarda, licenciado en Geografía e Historia por la Universitat de València, investigador sobre las fosas comunes del cementerio de Paterna (Valencia), apunta como cifra de “los muertos que produjo la represión franquista hasta mil novecientos cincuenta y seis” la de cinco mil doscientas sesenta y cinco personas.

“De las víctimas en la provincia de Alicante se ha identificado un total de setecientas cuarenta y dos personas fusiladas” amplía Ferrús. “Asesinados legales en tiempos de paz”. A los que sumar las víctimas no registradas, sobre todo en la primavera de mil novecientos treinta y nueve.

Alfonso Sastre, dramaturgo y militante del Partido Comunista español (PCE), encarcelado por antifranquista, refiriéndose al líder comunista, torturado y fusilado en mil novecientos sesenta y tres, Julián Grimau, escribiría irónicamente: “Que haya un cadáver más, ¡qué importa al mundo?”. Luis Carlos Rejón portavoz de Izquierda Unida (IU), en dos mil dos, afirmó, refiriéndose a Manuel Fraga (Alianza Popular-PP), que “sería duro que, cuando tenemos democracia, uno de los verdugos esté rehabilitado y la víctima no”.

A los fusilamientos hay que sumar los millares de prisioneros que murieron en centros penitenciarios, -también silenciados-. Maltratos, palizas, hambre, insalubridad, torturas físicas y psicológicas, enfermedades, epidemias causaron una gran mortandad encubierta.

“Solamente en el conjunto de las trece provincias de las que se dispone de datos”, a nivel nacional, “la cifra de las personas que murieron durante la posguerra de hambre y epidemias llega a las cuatro mil seiscientas sesenta y tres”, de las que mil ciento sesenta y cinco lo fueron en la País Valencià. “Entre ellas cuarenta niños menores de quince años”. “Solamente en el reformatorio de Alicante murieron ochenta y ocho presos y tres niños” entre el año mil novecientos treinta y nueve y mil novecientos cuarenta y cinco, -año en el que la España franquista fue aislada internacionalmente por su alianza nazi-fascista-.

¡Menos panfletos y más datos!

Medio millón de prisioneros, en mil novecientos treinta y nueve abarrotaron las prisiones y campos de concentración españoles “en situaciones realmente inhumanas”. Según fuentes oficiales franquistas, a finales de ese mismo año, la población represaliada reclusa era de “doscientas setenta mil setecientas y nueve personas”. Cuatro años después, cuando se convocan las Cortes franquistas, “todavía había más de cien mil personas en cárceles y otras quince mil novecientos cuarenta y siete realizaban trabajos forzados utilizados en régimen de semiesclavitud” para latifundistas, en presas, plazas de toros, redes ferroviarias.

El citado John Hooper quien ejerció de corresponsal en Madrid tras la muerte de Franco, rememoraría: “Cuando los Borbones llegaron al trono español, no invitados, sino por un guerra. Un número apreciable de españoles -en especial catalanes, valencianos y aragoneses- apoyaban a los contrincantes de la casa de Borbón y, una vez terminada la guerra, sufrieron castigo por haberse plegado al bando vencido”.


Fuente → levante-emv.com

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