
Mauro Saravia, en el cementerio de Zornotza, en cuya fosa documenta las labores de Aranzadi. (ARITZ LOIOLA | FOKU)
El chileno-vasco Mauro Saravia es probablemente uno de los fotógrafos que más tiempo lleva documentando las exhumaciones de las fosas comunes de la Guerra del 36. Expone en Urduña su emocionante ‘Lupi Belarra’, una selección de sus fotografías premiadas en Chile y Tarragona, y ultima un foto-libro.La llegada a Urduña, esta elegante localidad vizcaina dominada por el cresterío de la Sierra Salvada, provoca sentimientos contrapuestos. Porque la distinción de sus calles y palacetes, y la apertura de su plaza, no ocultan el horror de cuarenta años de dictadura; al contrario, aquí se está haciendo un destacable ejercicio colectivo de memoria.
En esta oleada de neofascismo, muchos no quieren acordarse del franquismo; sin embargo, «¿qué opina de quienes dicen que es mejor no remover el pasado?», preguntamos al fotógrafo documentalista chileno, erradicado en Euskal Herria, Mauro Saravia, quien es también profesor del Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbo. «Al contrario, remover cierra las heridas –contesta–. La gente que encuentra a sus familiares cierra la herida. Hace poco fuimos con Gogora cerca de Pau, a entregarle a una señora los restos de su abuelo. Los dejó en el cementerio de su pueblo, que era muy pequeñito. ‘¿Y ahora qué?’, le preguntamos. Hablaba poco castellano, pero hizo un gesto muy claro de ‘me he quitado un peso de encima’».
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Nos hemos citado con Saravia en el Museo de Urduña: exterior, colorido; el interior pide una visita detenida. Hay que volver a este museo. Hasta el 31 de agosto se expone aquí ‘Lupi Belarra’, una selección que, de alguna manera, resume el trabajo de documentación realizado por este fotógrafo en las exhumaciones de las fosas comunes de los represaliados del franquismo realizadas por Aranzadi y Euskal Prospekzio Taldea. Pero esta no es una retrospectiva al uso, ya que, en realidad, surge a raíz del trabajo realizado por Saravia en Urduña.
Un trabajo fotográfico que, a finales del año pasado, fue seleccionado en el Talent Latent del festival internacional de fotografía Scan de Tarragona –se seleccionan los trabajos de solo unos cuantos fotógrafos, todos de ámbito internacional, y se les produce la edición de una exposición–, y al poco tiempo, en Chile, recibió el premio Fotopress de Reportaje Internacional del 44 Salón de Fotoperiodismo.
«Koldo Badillo, que es el director artístico de este museo, suele ir a Tarragona todos los años. Ve esta fotografía de Urduña [nos señala una, en la que, de fondo, se ven unos nichos] y alucina. Mira qué coincidencia, sus familiares aparecen atrás. Son fotos de la tercera fase de exhumación. Él me contacta y me dice: ‘Tenéis que traer ‘Lupi Belarra’».
Las imágenes, en blanco y negro riguroso, impactan. Tienen, incluso, textura. «Es papel de algodón, con tintas pigmentadas –explica–. Es un papel muy bueno; si le paso la mano, lo rayo. Ayuda mucho a la tridimensionalidad». Pero, además, hay algo más. Hay secuencias a modo de trípticos. «Yo trabajo siempre en 35 milímetros e intento seguir lo que es el ensayo fotográfico, que es contar historias con la imagen. Hago tres procesos: estoy dentro, medio y fuera [se acerca, se aleja un poco y luego un poco más]. Trato de salirme de la ortodoxia fotográfica, porque, mira, por ejemplo, aquí [señala otra imagen, en la que un voluntario, en primer plano, está difuminado y el foco está en los esqueletos], juego con el movimiento. En fotoperiodismo es imposible, pero el documentalismo contemporáneo te permite una total licencia».
Es otra mirada, no tan lejana al fotoperiodismo. Pero, tal vez, es más pausada. Y más comprometida. «Como documentalista, tú no puedes ser neutral ante la violación de derechos humanos. Uno no puede ser parcial ni neutral con eso», explica.
Saravia documentó en su día la segunda y tercera exhumación que se realizaron en Urduña, en 2022 (14 esqueletos) y 2024 (23). Anteriormente, en 2014, se habían localizado otros 14. En total, solo se ha hallado el 42% de los 225 fallecidos consignados oficialmente, leemos en los textos que acompañan a la exposición. Aquí, entre julio de 1937 y septiembre de 1939, los franquistas crearon un campo de concentración en pleno centro, en el colegio de los Jesuitas, hoy en día Josefinos, donde internó a unas 50.000 personas en un lugar con capacidad de 5.000. Una vez terminada la guerra, lo transformaron en prisión central para ‘rojos’ hasta 1941.
De los presos, muchos de ellos extremeños, figuran sus nombres, edad y lugar de nacimiento en el Columbario de la Dignidad situado junto al cementerio. La página web del Ayuntamiento también incluye muchos datos, historias... En el centro de la exposición, objetos que han sido recuperados de las fosas.
De exhumaciones y heridas sabe también Saravia. Por mochila familiar: nieto de refugiados catalanes y vascos, tuvo que reconstruir por su cuenta una historia de silencios; también la pérdida de un tío de 21 años por la dictadura de Pinochet. «No es que yo haya buscado conflicto, sino que hemos vivido en conflicto toda mi vida. Mi hija es la primera generación que no», apostilla. También sabe de heridas por su labor profesional: aunque iba a profesor de educación física, se le ‘cruzó’ un trabajo de documentalismo con los futbolistas de la Copa Libertadores, una especie de Champion League americana. «Entre ellos había un niño de la guerra, que era de Barakaldo y fue futbolista profesional en Chile. Otro era catalán... y me encantó».
¿Y ‘Lupi Belarra’? Es también el título del foto-libro que prepara para setiembre. «El historiador Aitor Miñambres, que es el director del Museo de Memorial del Cinturón de Hierro, derivó que necesitábamos un concepto como la poppy red, que es la amapola roja que sale en los campos de batalla y con la que los ingleses recuerdan la batalla de Flandes. Aitor pensó que necesitamos un concepto así [esta flor verde simboliza la flor del campo de batalla]. Y a mí me parece tan bonito, porque florece. Y también cuando tú coges restos, los recuperas y los identificas, es como un florecimiento: la persona que está olvidada reaparece y florece».
Fuente → naiz.eus
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