Carabanchel, la cárcel que el franquismo levantó y la democracia borró
Carabanchel, la cárcel que el franquismo levantó y la democracia borró
Abraham Rivera
 
El historiador y arqueólogo Luis A. Ruiz Casero reconstruye en su nuevo libro la historia de la cárcel de Carabanchel, símbolo del castigo franquista, la represión postfranquista y el olvido democrático
 
La cárcel de Carabanchel fue una anomalía arquitectónica y una máquina de represión. Ahora, con Carabanchel. La Estrella de la Muerte del franquismo (Libros del K.O., 2025), el historiador Luis A. Ruiz Casero ha puesto negro sobre blanco la historia total de prisión más grande de la dictadura: desde su construcción con mano de obra esclava hasta su demolición en 2008. Y todo con una dificultad añadida: "El archivo histórico ha desaparecido. Por dejación, pasotismo o mala intención… no lo sé. Pero desapareció". Lo que debía ser "una nave industrial de documentación" acabó disperso, destruido o retenido por instituciones. 
 

Ruiz Casero es doctor en Historia, especialista en la Guerra Civil, la represión franquista y la arqueología contemporánea. Desde hace más de 17 años ha trabajado en exhumaciones de fosas comunes, campos de concentración y escenarios de violencia política. "Estoy acostumbrado a investigar con poco. A veces nada. Aquí no había archivo, pero había memoria y muchos textos", dice desde Ibiza, donde ahora excava un yacimiento romano. En medio del polvo y las cerámicas, saca tiempo para conversar sobre Carabanchel, "una cárcel que habla de España entera".

El origen del libro, aclara, fue un encargo: una asociación de antiguos presos le pidió hacer un inventario documental para impulsar un futuro centro de memoria. "Lo que empezó como algo pragmático me enganchó. Me metí de lleno", reconoce. A falta de papeles, el relato se terminó armando a partir de testimonios y una ingente labor de documentación. "Ha venido muchísima gente a contarme cosas. Vecinos, presos, incluso un funcionario que me dijo en persona que no le gustaba nada lo que contaba del cuerpo de prisiones. Pero si no hubiese tenido pruebas sólidas, no lo habría escrito", sentencia.

Arquitectura del castigo, construcción con esclavos

Carabanchel fue diseñada en los años cuarenta como un proyecto de poder. Desde el principio, su construcción tuvo un sello autoritario. "Es un proyecto que nace desde arriba, con intervención directa de las autoridades del régimen, incluso del propio dictador", cuenta el historiador de un diseño panóptico, que curiosamente ya estaba obsoleto en Europa durante esos años. Pero que fue elegido por su capacidad simbólica: "El franquismo opta por una cárcel tradicionalista, anticuada, pero monumental. Una declaración de intenciones".

La cúpula de vigilancia, con 32 metros de diámetro, solo era superada en España por la de San Francisco el Grande. Era un ojo arquitectónico. Vigilancia y castigo, que evidentemente nos remite a Foucault. "La cárcel fue construida por presos. Mano de obra esclava, encuadrada en el sistema de redención de penas. Trabajaban en condiciones miserables, muchos saliendo cada mañana desde Santa Rita, otra prisión provisional", detalla el autor.

Por la obra pasaron entre 600 y 1.000 hombres al día. Entre ellos, el humorista Miguel Gila, que dejó relatos escalofriantes de la faena: hambre, disentería, muertos en carretas. "Los vencidos construyeron su propia jaula y entregaron la llave", escribe Ruiz Casero. El sistema no se abolió hasta mediados de los años ochenta, en plena democracia. "Estuvo en vigor con el PSOE ya en el poder. No es solo cosa del franquismo", señala el arqueólogo, siempre interesado en mostrar las continuidades más allá del 75.

Entre 1944 y 1953, Carabanchel fue uno de los epicentros del terror. Se registraron al menos 183 ejecuciones. "Son los años más oscuros. Aún hay paseos, sacas, violencia física y simbólica", cuenta Ruiz Casero. Los primeros capítulos del libro se centran en esta etapa. "Era una cárcel pensada no solo para encerrar, sino para castigar, purgar, borrar". Durante estos años, los presos políticos eran mayoría aplastante. "Comunistas, sobre todo. El PC, el PSUC, sus ramas juveniles. También socialistas, anarquistas, independentistas, pero en menor número".

Con el tiempo, Carabanchel se convirtió en una escuela de militancia carcelaria. "Las comunas políticas, la organización de dentro, la solidaridad con el exterior… Todo eso empieza ahí", señala. Un elemento clave fueron las mujeres. "Sin ellas, no se explica nada. Eran soporte físico, emocional y político. Llevaban comida, pasaban papeles, hacían de enlace. La huelga de locutorios fue por ellas", recuerda el autor, mencionando a algunas de aquellas que hablaron con él y le contaron cómo sucedió todo.

A partir de los 70, con la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), las revueltas pasan a protagonizarlas los presos comunes. "El motín del 77 fue espectacular. Tomaron la cárcel. Hubo helicópteros, geos… Fue brutal. Pero lograron visibilizar lo invisible". Ruiz Casero insiste: "Quería dar espacio también a esos presos. Al final terminas empatizando con ellos y sintiendo que la lucha no fue solo de los políticos".

Democracia, sida y derribo

Tras la muerte de Franco, Carabanchel no cierra. Aguanta hasta 1998. "Y lo que pasa durante la democracia es igual o más preocupante. Lo que más escandaliza no es lo que hizo el franquismo, sino lo que se permitió después", lanza Ruiz Casero. La cárcel se convierte en un vertedero humano: drogadicción, sida, abandono, suciedad. "La otra orilla, el documental de Adolfo Garijo, muestra una cárcel medieval. Gente muriendo, sin asistencia, con las ratas por los pasillos".

A los viejos males se suman otros nuevos. "Falta de higiene, desatención médica, abandono institucional". Y lo peor: "Era deliberado. El Estado decidió olvidarse de ese lugar. Ya no interesaba". Tampoco interesó cuando se cerró. La Plataforma por el Centro de Memoria pedía un memorial y un hospital. Sin embargo, nada de aquello llegó. "Fue un derribo simbólico. Carabanchel molestaba a todos. Al PP, al PSOE, a los que habían gestionado cárceles sin mirar adentro", denuncia el autor. "Es un desastre urbanístico, pero también una metáfora de cómo funciona la memoria en España".

Un historiador con los pies en la tierra

Luis A. Ruiz Casero comenta que ‘Carabanchel’ no es un libro de entrevistas, aunque esté lleno de voces. "Una de las cosas más potentes ha sido la gente que se me ha acercado en las presentaciones", dice. "Me contaban su historia. Sus padres, sus hermanos, sus años allí dentro". El prólogo de la antropóloga Carmen Ortiz lo define así: "Este libro ha sido escrito con una mano atada a la espalda. Pero no le falta casi nada ni nadie". Para ella, es "una radiografía del sistema penal, del autoritarismo y del silencio posterior".

Cuando se le pregunta con qué se queda de todo el trabajo, Ruiz Casero lo tiene claro: "Me ha marcado el contacto con los presos comunes. Su organización, su dignidad. El motín del 77 es el mejor ejemplo: hasta en los contextos más hostiles se puede resistir". Y añade: "No quería que fuera un libro oscuro. Quería que hablase también de lucha. De cómo enfrentarse a las injusticias".


Fuente → elconfidencial.com

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