
La tensión entre la Iglesia y la enseñanza pública marcó una de las fracturas más profundas de la España del siglo XX. ¿Qué llevó a este enfrentamiento sangriento?
El odio que venía de lejos
No era nuevo, pero en los años 30 se hizo insoportable. Los maestros de la Segunda República representaban todo lo que el clero tradicional despreciaba: la modernidad, la laicidad, la idea de que la educación podía emancipar a las clases populares sin necesidad de intermediarios divinos. Se comentaba en los púlpitos, en las sacristías, incluso en las confesiones: aquellos profesores eran «peligrosos».
Y no eran pocos los curas que lo creían a pies juntillas. La reforma educativa republicana —con su apuesta por escuelas mixtas, la supresión de la obligatoriedad de la religión en las aulas y el impulso a la formación crítica— les parecía una afrenta. «Están envenenando a los niños», llegaron a decir algunos obispos. La gente lo percibía como una batalla por el alma de España.
De la rivalidad a la represión
Cuando estalló la Guerra Civil, ese resentimiento acumulado se tornó en violencia explícita. En la zona sublevada, los maestros republicanos fueron señalados como «rojos» casi por defecto. No importaba si habían sido simplemente funcionarios leales al gobierno legítimo; para muchos eclesiásticos, eran enemigos de la patria y de Dios.
Los datos son escalofriantes: cientos de docentes fueron fusilados, encarcelados o depurados. El franquismo los borró de las escuelas con saña. La Ley de Depuración de Magisterio (1939) fue solo el instrumento legal de una venganza largamente incubada. A algunos les bastaba con haber pertenecido a la FETE (la federación de enseñantes de UGT) para perder su puesto. Otros, como los que habían participado en las Misiones Pedagógicas, directamente temían por sus vidas.
El silencio forzado y la memoria
Lo más triste es que muchos de aquellos maestros no eran revolucionarios. Eran hombres y mujeres que creían en la cultura como herramienta de progreso. Pero en la España de la posguerra, eso era suficiente para ser un blanco. La Iglesia, con honrosas excepciones, avaló —cuando no alentó— la persecución.
¿Crees que aquel odio fue solo ideológico o había algo más? La historia, como siempre, invita a debatir. Comparte tu opinión.
Fuente → dalelikesitegustaria.com
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