Como Valencia resistió el golpe de estado de 1936
Como Valencia resistió el golpe de estado de 1936
Sebastià Carratalà 
 
Al día siguiente, a las 11 de la mañana, comenzó la asonada militar en la capital valenciana

El 18 de julio de 1936 se produjo el golpe de estado contra el gobierno legítimo de la II República española.

Los fantasmas de aquella efeméride siguen bien vivos, algunos bien resucitados, y el caudillo resultante de la rebelión militar todavía es venerado y sus restos hasta hace poco eran todavía cobijados, para disfrute de sus nostálgicos, en un mausoleo digno de un faraón. En el País Valencia, sin embargo, el Alzamiento Nacional fracasó. Los militares traidores en su pueblo y en el gobierno legítimo republicano no salieron adelante, pero el golpe de la asonada militar tuvo consecuencias, que ya nada sería igual a antes del 18 de julio. El Comité Ejecutivo Popular, formado por las centrales sindicales UGT (nada que ver con la de hoy) y CNT, y los partidos políticos del Frente de Izquierdas, se hicieron con el poder.

La rebelión militar en Valencia

El 19 de julio, a las 11 de la mañana empezó la asonada militar en la capital valenciana. Que algo se preparaba era vox populi entonces. decidió repartir armas al pueblo, a las organizaciones obreras, para repeler la agresión golpista.

En Valencia había sido designado, por los golpistas, el general Manuel González Carrasco para encabezar la asonada. Él debía ir a la capitanía general (ya sabéis dónde está, el antiguo y «gloria valenciana» convento de Sant Domènec) y allí conminar al capitán general, el general Fernando Martínez-Monje a unirse a la rebelión. Éste, sin embargo, envió al golpista a hacer puñetas. Sí, así fue. Mientras, la Derecha Regional Valenciana (quizás mejor sería referirnos mejor en español, «Derecha») había apostado militantes armados en torno a capitanía con el objeto de apoyar a los golpistas. Pues mira, fiasco. Luis Lucia (él firmaba, Luis, y Lucía, a la española, pero el acento siempre en la u ), líder de la Derecha Regional Valenciana (DRV), integrada en la CEDA, se posicionó a favor del gobierno legítimo de la República. ¿Y ahora qué? Lúcia, natural de las Cuevas de Vinromà, no era un exaltado como el carpetovetónico salmantino José María Gil-Robles. El mismo día 18, Lucía envió un telegrama al ministro de Gobernación: «Como ex ministro de la República, como jefe de la Derecha Regional Valenciana, como diputado y como español, levanto a esta hora grave mi corazón por encima de todas las diferencias políticas para ponerme al lado de la autoridad que es, frente a la violencia y la rebeldía, la todavía. Sin embargo, esto no le eximitó de ser perseguido y encarcelado. La CEDA había dado cobertura al golpe de estado y la DRV formaba parte.

En la capitanía de Valencia había un hombre del UME, el coronel Bartolomé Barba, un falangista Fernando Martínez-Monje, sin embargo, no cedió . la rebelión y acabó esquilado. Y a los milicianos de derecha ya no digamos las cagarinas que les entró cuando se enteraron de que el González Carrasco y el Barba habían huido dejándolos con el culo al aire. de Unión Radio Valencia para lanzar proclamas y anunciar el triunfo inminente de la « nacional-sindicalista ». revolución . ¿Y ahora qué? Tanto llamar a despertar a la bestia en nombre de un rey vividor y ahuyentado de su país, exiliado en la Roma mussoliniana, y ahora acabarían devorados por la bestia que habían alimentado. La derecha —digamos— parlamentaria ya no pintaría haba, ni en la República ni en el régimen del cabecilla que fue eliminando rivales para convertirse en ningún indiscutible del Alzamiento Nacional . ¡Qué casualidad que el avión que llevaba del exilio portugués el líder del levantamiento, el general Sanjurjo, se estrellara el 20 de julio! Y el Mola, su segundo, perdería la vida también en un accidente aéreo, el 3 de junio de 1937, en Alcocero (Burgos). Muerte Sanjurjo y muerte Mola, Francisco Franco, el general con voz de espinguet, se convirtió en el «caudillo» indiscutible. ¿Fruto del azar?

En Valencia, como en el resto de grandes ciudad donde fracasó la rebelión, el pueblo se armó y estalló una huelga general que paralizó la ciudad y sus alrededores. Fue creado un Comité de Huelga por los sindicatos y los partidos del Frente de Izquierdas, que puso en marcha las primeras milicias armadas, comandadas —atención— por el capitán de la Guardia Civil Manuel Uribarri i Barutell, hijo de Burjassot. No es éste un guardia civil cualquiera, de aquellos de tricornio y fe carpetovetónica. Éste era valenciano, bien valenciano y, además, militante del partido Esquerra Valenciana, el partido de Marco y Miranda. Uribarri inculcó la disciplina castrense en las recién creadas milicias. Él, además, dirigió la columna con su nombre de milicianos valencianistas que reconquistó Ibiza y Formentera en agosto de 1936. Uribarri dirigió la defensa popular contra todo movimiento golpista. Martínez-Monje, mientras, proclamaba su fidelidad y la de los hombres bajo su mando en la República. Sin embargo, ordenó —¿error?— el acuartelamiento de las tropas, lo que levantó sospechas.

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En Valencia, como en el resto de ciudades donde fracasó la rebelión, el pueblo se armó. Plantaron cara aquel 18 de julio, como las milicianas valencianas de la imagen, y el fascismo fue derrotado

El Comité Ejecutivo Popular 
 

Así las cosas, el 22 de julio el Comité de Huelga decidió constituirse en Comité Ejecutivo Popular, un nuevo poder que pretendía suplir la indecisión de las autoridades republicanas, todavía estupefactas por el triunfo del golpe en Marruecos y Canarias. El CEP actuó como el verdadero poder efectivo en ese momento y esto, obviamente, asustó a las autoridades republicanas, que pronto enviaron a Valencia una Junta Delegada para evitar el derramamiento de sangre y restablecer la legalidad. La integraban los políticos Mariano Ruiz-Funes, José Echevarría y el alicantino Carles Esplà, los tres vinculados a la Izquierda Republicana de Azaña. Fue en vano, el CEP decidió no disolverse. Asimismo desde el CEP se decidió asediar a los cuarteles y lanzó un ultimátum para que éstos abrieran sus puertas al pueblo antes del 1 de agosto.

Los cuarteles de Sant Domènec y de Artillería hicieron caso al CEP, abrieron las puertas y proclamaron de forma ostensible su fidelidad a la República. Ahora bien, en los cuarteles de Paterna había movimiento facciones. En el de Sapadors, en concreto, la rebelión fue impedida por la suboficialidad, encabezada por el sargento Carlos Fabra, natural de Xella (la Canal de Navarrés). El día 29, Fabra, conocedor de las intenciones de sus oficiales, dirigió a un grupo de soldados contra los facciosos. Hubo un tiroteo y, finalmente, los golpistas se rindieron. El cuartel fue abierto y las milicias de Paterna y Benimamet lo ocuparon. Al día siguiente, Martínez-Monje hizo pública la fidelidad a la República y el fin del acuartelamiento. Sin embargo, todavía quedaban los cuarteles de Caballería e Infantería de la Alameda, que se negaron a seguir la orden de Martínez-Monje. La noche del 1 al 2 de agosto los milicianos los rodearon y atacaron, utilizando vehículos convertidos en blindados en los talleres de la Unión Naval de Levante. Finalmente, los sediciosos capitularon.

Y así, finalmente, la insurrección militar del 18 de julio, el tan cacareado Alzamiento Nacional fue aplastado en Valencia. La insurrección también fracasó en Alicante, Castellón de la Plana y en el cuartel de Alcoy. Derrota total de los facciosos, que, cabe decirlo, necesitó la ayuda de las milicias populares, verdaderos protagonistas de los hechos. Sin embargo, el golpe de estado seguía amenazando, que el ejército de Marruecos estaba presto para pasar a la Península. De nuevo, la vacilación del gobierno republicano fue decisiva en el desarrollo de los acontecimientos, porque el ejército rebelde consiguió pasar el Estrecho y así iniciar una larga guerra civil. En Valencia y en todo el País Valenciano, sin embargo, de momento las esperanzas estaban incólumas.

Había confianza y seguridad en la derrota del fascismo y fueron organizadas columnas de milicianos para luchar en el frente. Los CEP continuaron hasta diciembre, cuando fueron sustituidos por los Consejos Provinciales y Municipales, con representación de las diversas fuerzas políticas y sindicales de forma proporcional a su implantación. Así surgieron los Consejos Provinciales de Valencia, Alicante y Castellón. Los consejos sustituyeron a los comités y, por lo pronto, vieron recortes sus competencias hasta el punto de convertirse en una especie de diputaciones de guerra. El furor revolucionario de los principios se apaciguó y el retorno a la legalidad republicana se impuso. Había una guerra a ganar, que entonces nadie pensaba que podía perderse. No debió de perderse. Pero se perdió.

Fuentes: David Garrido, « El 18 de julio de 1936 en Valencia », Diari La Veu, 2019



Fuente → diarilaveu.cat

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