1936 ¿El año en que España entró en shock?
1936 ¿El año en que España entró en shock?
Sol Gómez Arteaga

1936 es la sucesión, a lo largo de cuatro horas y media y tres actos, de distintos episodios -unos más conocidos, otros menos- de lo que fue la historia más traumática y reciente de nuestro país.

 

Seis meses han pasado desde que el doce de enero asistí a la escenificación en el Centro Dramático Nacional de la obra titulada “1936, el año que España entró en shock”, y no se me va de la cabeza. Como tampoco se me va de la cabeza la frase de Antoine de Saint-Exupèry que da comienzo al libro de Antony Beevor “La Guerra Civil española”, que dice: Una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad donde el enemigo es interior, casi uno mismo.

¿Pero qué es 1936 y por qué provoca en mí, como espectadora, esta conmoción interior tan intensa y prolongada?

1936 es la sucesión, a lo largo de cuatro horas y media y tres actos, de distintos episodios -unos más conocidos, otros menos- de lo que fue la historia más traumática y reciente de nuestro país.

1936 es un texto firmado por cuatro dramaturgos de sobrada valía: Albert Boronat, Juan Cavestany, Juan Mayorga y el propio director de la obra, Andrés Lima.

1936 es una puesta en escena forjada en meses de trabajo en talleres en los que se analiza la historia con asesoría de expertos.

1936 es un reparto compuesto por un elenco de actores de primera: Antonio Durán, “Morris”, que a su vez es Queipo de Llano, el Obispo Antonio Montero y Nicolas Franco; Alba Flores que recrea a la Pasionaria, al General Rojo y a Mika Etchebéhère; Natalia Fernández que se mete en la piel de Yangüas, Messía, Cardenal Gomá y Señora Guerra; María Morales que representa a Manuel Azaña, Largo Caballero y Clara Campoamor; Paco Ochoa que personifica a Pau Casals, George Orwell y General Mola; Blanca Portillo que hace los papeles de José Antonio Primo de Rivera, Von Richthofen y Rosario La Dinamitera; Guillermo Toledo que encarna al General Yagüe, Alfonso XIII y General Miaja; Juan Vinuesa que se convierte, el tiempo que dura la obra, en Francisco Franco, Norman Bethune y Ramiro de Maeztu, acompañados todos ellos de la extraordinaria intervención de treinta y cinco integrantes del Coro de Jóvenes de Madrid, quienes con sus voces y movimientos dan frescura a los acontecimientos del pasado y los hacen más presentes que nunca.

1936 es la historia de la conspiración de la oligarquía, la aristocracia, la monarquía, de las luchas y desencuentros del bando republicano dentro del complejo contexto internacional que tanto influyó en el desarrollo de la guerra y su desenlace. También la historia de las dos Españas, dirigidas por quienes invariablemente mueven los hilos de la historia, una de las cuales ha de helarte el corazón.

1936 es la recreación de la Desbandá, en la que miles de civiles del bando republicano, mujeres y niños sobre todo, huyen por la carretera de Málaga a Almería -también llamada de la muerte-, y son brutalmente masacrados por el ejército de Franco, junto a aviones alemanes o italianos.

1936 es el bombardeo de la ciudad de Guernica, que años más tarde inmortalizó Picasso en ese cuadro que se ha hecho tan universal como imperecedero, pues por desgracia las guerras no dan tregua en el mundo.

1936 es el bombardeo de la ciudad del “No pasaran”, mientras nosotros, espectadores metidos de lleno en la obra, asistimos a la actuación de un grupo de teatro dentro del propio teatro.

1936 es la batalla del Ebro.

1936 es una anciana, la Señora Guerra, que estos días cumple 89 años, algo desorientada en el mundo de hoy, -¿quién no lo está?-, pero con la memoria del pasado incólume.

1936 es el entrañable diario de Pilar Duaygüaes, adolescente de catorce años, quien a través de sus letras describe como vida y muerte en la Barcelona que le tocó vivir se entrelazan con cotidianidad pasmosa. Así he pensado yo que son las guerras, sin haber vivido de forma directa ninguna, donde en medio del horror y el caos, se vive y ama y teme y sueña y espera y la vida sigue, imparable.

1936 es multitud de canciones de la época que nos hacen sentir y emocionarnos como “El himno de la alegría”, “El himno de la Internacional socialista”, “A las barricadas”, “Mi jaca” “Cuatro muleros”, “Sin Pan” “Cara el sol”, “Ay, Carmela”.

1936 es también un canto a la imaginación porque los escasos elementos escenográficos (cuatro mesas grandes con ruedas y varias sillas altas y bajas) consiguen representar con extraordinaria eficacia los distintos espacios escénicos en los que trascurre la Guerra Civil.

1936 es el epílogo de una gran fosa común sobre la que los nietos, tercera generación afectada por el trauma, indaga, inquiere, pregunta. Porque como bien señalaron Davoine y Gaudillière en su libro “Historia y trauma, la locura de la guerra”: “Lo que no se puede decir, no se puede callar, ni se puede impedir mostrar lo que no se puede decir”. Pese al silencio impuesto durante décadas y las paladas de olvido que han echado sobre la historia, la Memoria irremediablemente emerge con luz propia.

1936 es además de lo que se nos cuenta, lo que nosotros, como público, re-creamos. En mi caso, desde mi esquina, es mi padre, un niño de pueblo, hijo de la guerra, abrazado a su madre, que le pregunta de qué tiene miedo, “Tengo miedo, madre, de los ruidos, de las bombas (que nunca vio) y de los cohetes”.

1936 es una guerra que nos remite a otras guerras, más recientes y oscuras. Es, por tanto, un mensaje que nos pone delante de los ojos, si queremos ver, cómo hechos traumáticos del pasado se repiten todos los días en distintas partes del mundo, para devolvernos un presente imperfecto, cómplice, y un futuro condicional e incierto.

1936 es, desde el compromiso y una rigurosa investigación, arte al servicio de la historia. Levanta el auditorio haya donde se representa y algo muy importante, consigue que no se nos olvide fácilmente. Y también es esperanza, porque como dijo Juan Mayorga “hablar serenamente sobre la guerra, sobre lo que pasó en la guerra, es trabajar para la paz”.

1936 es muchas más cosas, pero yo quería contar éstas cuando se cumplen 89 años desde que España entró en shock, esa afección orgánica de la que, a veces, es difícil salir ileso.


Fuente → nuevarevolucion.es

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