La República, el Rey y los vientos autoritarios
La República, el Rey y los vientos autoritarios
Enrique Del Teso
 
Felipe VI cada vez más representa a las derechas, solo hay que oírlas: puede correr el peligro de perder unas elecciones, como Alfonso XIII.
Hubo mucha coña con el título nobiliario consorte de Esperanza Aguirre. A esto quedaron reducidos los títulos nobiliarios. Un título ya no da más privilegio que poder llevar el sombrero puesto en presencia del Rey y recibir tratamiento de excelentísimo y cosas así. En la práctica ese tratamiento protocolario y el título en sí suenan a cachondeo. Quien se dirigía a Esperanza Aguirre como condesa era Pablo Iglesias, no la gente del PP. Que Ágatha Ruiz de la Prada y Ana Torroja sean marquesas parece algo que les endilgaron por perder una apuesta más que un honor. Antes no era así. Antes, la ley no decía que todos fuéramos iguales ante la ley, sino que reconocía privilegios para los nobles, exenciones fiscales y cosas así. Esta semana termina en Viernes Santo y pasión, pero empezó en 14 de abril, el día en que se recuerda a la Segunda República. Fue la época en que se eliminaron los restos de privilegios nobiliarios, en que las mujeres pudieron votar, en que se separó la Iglesia del Estado, en que se consagró la separación de poderes. Fue la época en que se estructuró la enseñanza pública universal y gratuita. Quienes sienten nostalgia de cuando la Iglesia era la que se encargaba de la educación quizá quieran recordar que el analfabetismo, sobre todo rural y femenino, era atroz. La Iglesia iba a lo suyo y, ni entonces ni ahora, lo suyo era la población común. Lo que se sembró en aquella época se perdió después y costó vidas recuperarlo: libertad. Fue la época que la actual monarquía debería considerar su precedente, si en eso de monarquía constitucional lo que domina es lo democrático; o su antagonista, si es más importante la monarquía que la democracia. A ello iremos.
 

También fue la época en que fracasó la reforma agraria. Más de la mitad de la población vivía de la tierra y la tierra era propiedad de muy pocos. Mucha gente trabajaba para esos pocos a cambio de casi nada. Y mucha tierra permanecía inculta y sin provecho. La República fracasó en conseguir lo que tiempo después tenía que suceder: salarios, derechos y acceso a la tierra. La República afrontó problema tan complejo con dos convicciones que, tiempo después, tuvieron que abrirse paso: impuestos y expropiación. En la actual generación de treintañeros la brecha la marca tener casa (normalmente heredada) o no tenerla. Como ocurría con la tierra, hay mucha casa que no se destina a vivienda. La vivienda se lleva sueldos enteros. De Mallorca se tuvieron que ir médicos porque no podían pagarla. El conocimiento se va para que acumulen más los propietarios. Como el problema de la tierra, el de la vivienda no se arreglará por las buenas. La intensificación del bulo de los okupas e inquiokupas anuncia que no será por las buenas. Recordemos, con la tierra hubo que manejar dos procesos: impuestos y expropiación.

Es un error creer que los problemas consisten en haber perdido algo que se tuvo y que la solución consiste en recuperar un pasado del que nos extraviamos

Es un error creer que los problemas consisten en haber perdido algo que se tuvo y que la solución consiste en recuperar un pasado del que nos extraviamos. No es solo la derecha. Busquen todas las variantes del doliente principio de «la izquierda abandonó a la clase obrera» y se encontrarán esta confusión. Incrustar el pasado en el presente, sin la debida contextualización, es como comerse una piedra, da ardor. Pero desde luego es también un error olvidar el pasado. El presente siempre es un hilván de puntos inconexos que reclaman encontrar la figura oculta que expresan para entender lo que está pasando. El pasado, la historia debidamente analizada, determina en buena medida esa figura que no se ve a simple vista y a la que, en la prosa actual, se viene llamando «relato». Se puede perdonar, se puede indultar, se puede amnistiar, pero es equivocado olvidar. La transición tuvo sus fealdades. La figura del Rey se diseñó en una dictadura y, aunque se hicieron adaptaciones, acabó en adefesio. Además, no se tocaron las fortunas y el poder de las oligarquías franquistas y se mantuvieron más privilegios de la Iglesia de lo normal en nuestras sociedades. Es decir, la transición tuvo algo de lampedusiana, de cambiarlo todo para que todo siga igual. Y consagró el olvido. No el punto final, no el indulto, no el perdón. El olvido. El punto final argentino dejó impunes a asesinos, pero retenía el relato de que eran asesinos y se les dejaba por una razón superior. Aquí el relato extendió la guerra civil hasta 1978, parece que no hubo una dictadura y una enormidad de crímenes, sino viejos rencores que hay que superar. La República parece parte de la propia guerra civil, de esa época de líos. El olvido tiene la consecuencia de formar presentes delirantes, un presente que no recuerda más crímenes que los de ETA, que no mantiene la compostura con los asesinados de la dictadura (Rafael Hernando se mofó de ellos, a Feijóo lo aburren, Vox tiene sueños húmedos con aquella barbarie). Pablo Casado se permitió decir que la República dividió a los españoles y que provocó la guerra. El olvido no une a una comunidad ni enseña nada.

Proclamación de la Segunda República en Barcelona. Foto: Archivo Histórico de Barcelona.
 

No es el pasado. La historia siempre es contemporánea, decía Croce. Se sesga según lo que se quiera justificar en el presente. Mala baba lleva el sesgo que consiste en olvidar crímenes. Las democracias están siendo ferozmente atacadas por variantes de la ultraderecha. La oligarquía la financia, dos de los tres caciques del mundo (China y Rusia) son dictaduras y EEUU camina por esa senda. Las crisis y la desorientación están siendo aprovechadas por la propaganda para conseguir que sean los propios ciudadanos quienes apoyen a los fantoches ultras. La siembra de odios hace muy fértil el impulso de apoyar lo que ofenda a lo que se odia, incluso a costa de los intereses propios. Mucha gente en EEUU piensa que la democracia no es lo prioritario, que lo prioritario es un buen líder. Quien crea que la gente mejor informada es más resistente al delirio se equivoca, sobre todo la gente que tiene poder. Wall Street no lo vio venir. Esa gente se arriesga mucho si se resisten a una tendencia y por eso no lo hacen, se dejan tragar por la marea. Por eso seguiremos viendo que, cuando las encuestas se equivocan, se equivocan todas, nadie quiere dar la nota. Buenos líderes suele implicar simpleza (no simplicidad), contundencia, impiedad y narcisismo patológico.

Felipe VI en la visita a Paiporta. 
 

Felipe VI va siendo la figura a la que recurren aquí estos vientos reaccionarios. Es inevitable que en una monarquía se endulce la figura del Rey y se la mantenga como un espacio simbólico fuera de discusiones. Pero aquí se está utilizando ya ese simbolismo para colocar al Rey por encima de los electos y de la democracia. Los políticos son todos iguales, todos corruptos e incompetentes. El Rey, el señor alto y rubio que decía con arrobo cortesano Pérez Reverte, es ese líder que hace falta más que la democracia y las libertades. Como además su figura está en la Constitución, se puede impostar como constitucional ese principio callado de que necesitamos líder más que democracia. No es el pasado. Alfonso XIII se tuvo que ir de España porque perdió las elecciones convocadas por el Almirante Aznar. Suena raro que un rey pierda unas elecciones. La institución monárquica era tan ideológica que, efectivamente, la derrota de los partidos monárquicos fue el fin de la monarquía.

En la transición se manejó bien el simbolismo de Juan Carlos I como referencia de unidad hacia el cambio de régimen. Su depravación personal fue lo que desmontó las mentiras que había detrás de ese simbolismo, pero se había hecho bien el trabajo. Así llegó el PSOE a ser un partido de cuerpo monárquico y alma republicana, según dijo Rubalcaba (era un cachondo este hombre). Es una figura que gusta a los sumos sacerdotes que guardan los secretos del Reino (Felipe González y sus monaguillos) y que no conciben un estado que no esté tutelado por gente mayor. Felipe VI cada vez más representa a las derechas, solo hay que oírlas. Puede correr el peligro de perder unas elecciones, como Alfonso XIII. Y cada vez más querrán encoger la democracia en nombre de la monarquía. Ya lo hacen. Haría honor a la historia y la Constitución que el 14 de abril el Rey se dejara ver con la bandera tricolor. Se enfadarían los ultras, pero sería un puntazo.


Fuente → nortes.me

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