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La Desbandá: el genocidio franquista de la carretera de Málaga a Almería (febrero 1937) / Paco Barreira
La
caída de Málaga a manos del ejército de Franco el 7 de febrero de 1937
provocó la huida a la desesperada de 300.000 españoles en un trayecto a
pie por la costa donde miles de personas, entre ellos mujeres, niños y
ancianos, perdieron la vida aniquilados desde tierra, mar y aire.
"Caminaban
lenta y pesadamente, agotados, con los pies rozando el duro asfalto,
sus espaldas caídas como si las empujaran hacia delante, sus bocas
colgando abiertas, la mirada en blanco, síntoma inconsciente del
agotamiento absoluto"
"Corrían a
manadas junto a nuestro camión, sin expresión: una chica joven, apenas
de 16 años, a horcajadas sobre un burro, la cabeza reclinada sobre un
niño de pecho; una abuela, su cara vieja semioculta en un chal,
arrastrándose entre dos hombres; un patriarca, ajado hasta la piel y el
hueso, los pies descalzos chorreando sangre en la calzada"
"No
hallarán alimento en los pueblos, ni trenes, ni autobuses que los
transporten. Han de caminar y a medida que caminen tropezarán y se
tambalearán con los pies rasguñados y magullados a lo largo del camino
pedregoso, blanco, mientras los fascistas los bombardean desde el aire y
les disparan desde sus barcos en el mar" "esta marcha forzada, la más grande y terrible evacuación de una ciudad en tiempos modernos"
"No
contentos con bombardear y disparar a esta procesión de campesinos
desarmados a lo largo de la larga ruta, en la tarde del día 12, cuando
el puerto de Almería estaba atestado de refugiados, con su población
multiplicada por dos, cuando 40.000 mil personas exhaustas habían
llegado a lo que consideraban un refugio seguro, fuimos salvajemente
bombardeados por la aviación fascista italiana y alemana"
El
6 de febrero de 1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano
entraron en Málaga. Alrededor de 100.000 republicanos huyeron hacia
Almería por la ruta de la costa. Fue la llamada 'desbandá'. "Es lo más
cercano a un infierno que he visto", recuerda Salvador Guzmán,
superviviente.
Imaginaos 150.000
hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio, temerosos del
ejército nacionalista del general Queipo de Llano. No hay más que un
camino. No hay más vía de escape. La ciudad que buscan es Almería, y hay
que andar hasta allí cerca de 200 kilómetros...Tienen que caminar
mujeres, ancianos y niños... tambaleándose, tropezando, abriéndose los
pies en los pedernales polvorientos, mientras que los fascistas los
bombardean sin piedad desde los aviones y los cañonean desde el mar.
El
testimonio pertenece a la libreta de anotaciones de Norman Bethune,
reputado cirujano pulmonar canadiense que acudió a la Guerra Civil
española como voluntario del Socorro Rojo. Su testimonio escrito y las
fotos de su ayudante, Hazen Size, es de lo poco se conserva de uno de
los episodios más trágicos, y desconocidos, de la Guerra Civil: la
llamada desbandá.
El 6 de febrero de
1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano llegaron a Málaga.
La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la provincia ya
estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los
milicianos republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era la
ruta de la costa, un camino que hoy se recuerda como "la carretera de la
muerte" (la actual N-340).
Por el
norte de Málaga llegaban las tropas italianas; por el oeste, el ejército
de Queipo de Llano; y por mar, los buques del bando franquista. "Por
tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y
alemanes, atacaron a miles de civiles inocentes", asegura la
historiadora de la Universidad de Málaga, Encarna Barranquero, autora
del libro Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio.
Entre
100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta
de la costa. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible,
aunque algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos
cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo.
"Sólo en la fosa común del cementerio de San Rafael de Málaga ya se han
identificado a más de 4.300 víctimas", señala Andrés Fernández,
arqueólogo y responsable científico de las investigaciones en el
cementerio de San Rafael.
"Los niños
llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio
desnudos todos bajo el sol... Niños con los bracitos y las piernas
enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies
hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de
cansancio... cuatro días perseguidos por los aviones de los bárbaros
fascistas, y cuatro noches de caminar en grupo compacto hombres,
mujeres, niños, mulas, burros y cabras, tratando de mantenerse juntas
las familias, llamándose por el nombre propio, buscándose en las
sombras", prosigue el relato de Bethune.
"Lo peor que una persona puede ver"
Una
de esas niñas que caminaba junto a su familia es Natalia Montasaroa.
Tenía 13 años aquel 7 de febrero de 1937. Hoy, 76 años después recuerda
lo que vivió durante aquellos días.
"Salimos
de Málaga el día 7 a las diez de la noche. Teníamos miedo porque oíamos
a Queipo de Llano por la radio, que decía: 'Malagueños, maricones,
ponedle pantalones a la luna'. La carretera estaba llena de gente. No se
me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían
disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le
dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos,
al que no le pasó nada...", recuerda Natalia, quien en 1937 tenía apenas
13 años.
La familia de Natalia, no
obstante, no llegó nunca a Málaga. El ejército italiano los alcanzó
antes. "La cuarta noche de travesía recuerdo que veíamos muchas luces
detrás nuestra. Le pregunté a mi padre que qué era y me dijo que se
trataría del alumbrado de alguna localidad. No era cierto. Se trataba de
los tanques italianos. La gente se escondió en el monte. Desde los
tanques disparaban con las ametralladoras a todo lo que se movía. Al día
siguiente regresamos al camino, una mujer escondida en la cuneta había
sido aplastada por los tanques. Ya no tenía sentido seguir adelante, los
nacionales habían cortado la carretera de Motril", asegura.
No
obstante, la peor parte del camino aun no había llegado para la familia
de Natalia. A pesar de que ya no corrían el peligro de ser atacados por
el ejército italiano, el camino de vuelta a casa dejó marcadas en su
retina "lo peor que una persona puede ver".
"Por
la carretera vimos muchos muertos: milicianos ahorcados; una familia
entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la
cabeza; muchos prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes de
caer en manos de los nacionales. Cuando llegamos a Málaga a mucha gente
la encerraron en un barco que había en el puerto, y a otros muchos los
fusilaron", sentencia Natalia.
"Lo más cercano al infierno"
Salvador
Guzmán, de 85 años, sí consiguió llegar a Almería con su familia. Su
padre, José Guzmán, era el primer teniente de alcalde del ayuntamiento
de Coín (Málaga), gobernado por una coalición de PCE y PSOE. Su huida
arrancó la madrugada del 7 de febrero. En un coche, "similar al Renault
4-L de los 60", la familia del alcalde de la ciudad y la suya
emprendieron un largo camino con destino en Almería. En total, diez
personas en un coche de 1937.
"Lo
primero que se queda en mi retina sucedió nada más salir de Málaga. En
un cruce, vi como un hombre le pegó un tiro en la sien a sus dos hijas,
después a su mujer y, por último, a él mismo. Fueron los primeros
muertos que vi en mi vida pero, desgraciadamente, no fueron los
últimos", recuerda Salvador, que asegura que a lo largo de su travesía
su vehículo fue objeto de los disparos de los buques del bando
franquista el Cervera y el Canarias.
"Los
primeros misiles los tiraron a nuestro coche porque pensarían que
éramos tropa. Aquello era lo más cercano al infierno que he visto nunca.
Conseguimos refugiarnos en un corte de la carretera. Entonces, vimos a
unos paisanos de Coín que también huían. Les dijimos que no pasaran,
pero no nos hicieron caso. Vimos como su coche reventaba en cientos de
pedazos", asegura Salvador.
Cuatro
días después, la familia de Salvador consiguió llegar a Almería. Por el
camino quedaron cientos de víctimas. "Vimos como abrieron las compuertas
de un pantano llevándose a muchísima gente por delante entre gritos de
desesperación de sus familiares", recuerda. La llegada a la capital
almeriense, no obstante, no puso fin al peligro.
La
aviación italiana estaba esperando a los fugitivos. "Los aviones
italianos vinieron todas las noches. Bombardeaban el centro de la ciudad
donde había miles de refugiados", relata Salvador, que se encontraba
refugiada en la casa de unos amigos de la familia. Las noches de
bombardeos sobre la capital de Almería serían los últimos que la familia
de Salvador pasara unida. Terminada la guerra su padre fue detenido,
humillado públicamente y encarcelado. En 1947, fue fusilado.
El
bombardeo sobre Almería fue recogido por el doctor canadiense, quien
llegó a la ciudad tras cuatro días trasladando enfermos desde Málaga a
la ciudad almeriense. "Cuando aquellas 50.000 personas exangües habían
llegado al sitio que creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas,
alemanes e italianos, desataron sobre la población un nutrido
bombardeo... arrojaron diez bombas en el centro mismo de la ciudad, en
la calle principal de Almería, donde, amontonados en el pavimento,
dormían exhaustos los refugiados. La calle parecía un degolladero, con
los muertos y los agonizantes, alumbrado por las llamas de los edificios
que ardían", escribe Norman Bethune en su cuaderno.
Muchos historiadores, como el propio Bethune llegaron a la conclusión
de que se trató de un plan organizado de exterminio. "¿Qué crimen
habían cometido estos hombres de la ciudad para ser asesinados de modo
tan sangriento?", se pregunta Bethune en la conclusión de sus escritos.
"Su único crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo;
moderado paliativo contra la carga aplastante de siglos de codicia del
capitalismo".
-Alejandro Torrús.
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