
Las dependencias policíacas actuales de la Vía Layetana nº 43, que pronto cumplirán 95 años, entraron en servicio en 1929, durante la Dictadura de Primo de Rivera, en aquel entonces bajo el nombre oficial de Jefatura Provincial de Policía. Tras proclamarse la República en abril de 1931, y después de la constitución de la Generalitat de Catalunya el 17 de abril del mismo, las mismas dependencias mudaron el nombre al pasar a ser la Comisaría d´Ordre Public, y con el mismo continuaran hasta la caída de Barcelona en manos franquistas el 26 de enero de 1939.
Posteriormente en el año 1941, el estado franquista instaló en las mismas dependencias la sede de la Brigada de Investigación Social (BIS) más conocida como la temida Brigada Político Social (BPS), en su caso la encargada de perseguir la disidencia política contra el régimen franquista. Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975, la brigada fue reestructurada y sustituida por la Brigada Central de Información, (BCI) que continuó en la misma sede.
Es por ello que de hacer balance, se llega a la conclusión que desde que se inauguró dicho edificio, en los finales de la Dictadura primorriverista, aquellos mismos locales fueron constantemente el epicentro de la represión contra el sindicalismo obrero barcelonés, constituyéndose así en un notorio lugar de represión, momento en que pasó a conocerse en los círculos “obreristas” con el coloquial nombre de “El Molino sangriento”, calificativo que se mantuvo inamovible hasta 1936. Concluida la guerra civil en 1939, únicamente cambiaron los propietarios, porque el resto continúo exactamente igual, hasta la llegada de la democracia en 1977.
En la actualidad, en placa que el Memorial Democratic ha plantado junto al edificio, se reconoce que en aquella comisaria, durante la época republicana, concretamente durante el mandato de Francesc Maciá, hubo represión contra los “obreros”, y por ello pasó a denominarse dentro de “los círculos obreristas” como “el Molino sangriento”. Eso sí, sin entrar dicha placa en más detalles, como por ejemplo quienes fueron durante aquel tiempo los torturadores, o que gobierno concreto fue el responsable de aquella represión. Y está pretende ser su historia.
España 1933, La barbarie gubernamental 1
De hecho, si de la “barbarie gubernamental” ejercida en España se puede conocer en nuestra época con un cierto detalle, es gracias a un pequeño librito titulado España 1933, La barbarie gubernamental, cuyo prologuista fue Federico Urales, alias tras el cual se encontraba Juan Montseny Carret, mientras que muchos de los textos que contiene el mismo son una serie de artículos escritos, pero no siempre publicados, a causa de la censura gubernamental, cuya autora fue una joven llamada Federica Montseny, hija del prologuista, y futura ministra anarquista del gobierno de la República.

En el Prólogo de dicha obra Urales recogía, según el entender de su autor, cuáles eran los ideales de los anarquistas de aquel tiempo: “estos hombres tan maltratados, tan perseguidos y tan vilipendiado, quieren la igualdad de bienes; quieren que la riqueza que hay en cada pueblo sea para todos sus habitantes sin distinción…, que toda la riqueza de la nación sea para todos los habitantes de la nación en común y según las necesidades de cada cual. Quieren que no haya miseria; que todo el mundo trabaje y que todo el mundo coma. Quieren la cooperación y el apoyo mutuo; quieren que el hombre no sea enemigo del hombre, sino su hermano. Quieren que no haya sabios por ser ricos, ni ignorantes por ser pobres; sino que la capacidad sea determinada por la naturaleza de cada uno…
Quieren que el hombre no sea explotado ni engañado, política y económicamente, por el hombre. Quieren que alrededor del hombre no haya víctimas ni verdugos, y los habrá, según opinan los anarquistas, mientras haya ricos y pobres, gobernantes y gobernados. Por eso somos anarquistas, y por serlo se nos persigue y se nos martiriza cual los inquisidores martirizaban a los herejes.2
Las tres insurrecciones anarquistas
Habrá que recordar que durante el periodo republicano español (1931-1939) en España tuvieron lugar tres grandes insurrecciones anarquistas. La primera tuvo lugar en enero de 1932, más conocida como la del Alt Llobregat.3 La segunda es más conocida como la revolución de enero de 1933, y la tercera fue la llamada insurrección de diciembre del mismo año de 1933, y durante la misma tuvieron lugar los sucesos de Casas Viejas.4
La insurrección anarquista de enero de 1933 en Barcelona
Según las propias declaraciones de Federica Montseny, cuando se produjo el movimiento revolucionario el 8 de enero de 1933, ella se encontraba de viaje en Vinaroz. Al regresar a Barcelona en automóvil, a su paso por Tarragona, tuvo las primeras noticias de la insurrección, dado que en dicha capital ya se habían producido muchas detenciones, o dándose ya por concluido el intento. En su camino hacia Barcelona, su taxi fue detenido y registrado por la Guardia civil, en diferentes ocasiones.
Tras llegar a su casa, después de dos noches sin dormir, las noticias que allí encontró no fueron nada satisfactorias, al confirmarse que la partida ya la había ganado el poder republicano, puesto que el gobierno era dueño de la situación, mientras que la radio no cesaba de radiar notas informativas, a semejanza de la prensa burguesa, en contra de los revolucionarios.
La tarde del lunes día 9, recibió una noticia que acabó de elevarle aún más la tensión nerviosa que ya tenía. Una persona de su total confianza le puso al día de lo que estaba sucediendo en la Jefatura de la Vía Layetana, diciéndole que habían visto a García Oliver sin sentido, con la cabeza enormemente hinchada y abierta por un par de sitios, que no dejaban de sangrar y por ello se temía que no saliera con vida de aquel lugar. El mismo testigo le aseguró que la policía apaleaba bárbaramente a todos los presos que detenían con armas, como había sido el caso de García Oliver, o que había muchos guardias de seguridad tan horrorizados que tenían pensado dejar el cuerpo. En aquel momento los verdugos eran los Guardias de Asalto, dirigidos por algunos policías de la Brigada Social.

El Molino Sangriento
En uno de los apartados de la citada obra Federica Montseny describía la Vía Layetana tal como ella la veía en los años 30 del siglo pasado. “La Vía layetana es una de las calles más modernas y suntuosas de Barcelona. Tiene palacios imponentes; grandes edificios de construcción americana; bancos, casas de cambio, compañías de seguros y cinemas de lujo. Pero hay dos cosas que afean enormemente la Vía Layetana y contrastan con la severa elegancia de las líneas aristocráticas: los solares sin edificación, que dejan al descubierto el costillaje carcomido del casco viejo de la ciudad, y un edificio siniestro que llaman el Molino Sangriento.”
“Los solares un día dejaran de serlo. Entonces, bancos, consulados generales y almacenes de lujo taparán con sus moles de cemento y piedra nueva los renegrecidos intestinos que la ciudad vieja tiene ahora al descubierto. Pero el Molino Sangriento continuará siempre allí, contrastando con su mísero aspecto de caserón de ciudad provinciana, con la ostentosa elevación y empaque de los “buildings” de la americanizada Vía Layetana.”
“Llamamos Molino Sangriento a la Jefatura Superior de policía de Barcelona. Malas lenguas se empeñaron en darle ese mote, y la experiencia de la Vida ha demostrado que en torno a ella no concurre ninguna circunstancia eximente de tan significada calificación. El Molino Sangriento es un caserón nuevo, bajo y de mal gusto, que parece apartarse de la nobleza de la línea recta que ha servido para el trazado de la americanizada calle. Diríase que se aparta de la calle para hacerse un poco más atrás, en un gesto de asechanza proyectado sobre la ciudad. O como si, sintiendo vergüenza de existir, buscase una manera de pasar desapercibido.”
“Del Molino Sangriento se cuentan leyendas –que se tienen por verídicas- de misterio y de pavor. Los opulentos vecinos de la Vía Layetana no pasan nunca por cerca del edificio, lo esquivan, buscando hacer un rodeo, o pasándose a la otra cera. A veces sienten como de ella llegan hasta el exterior grandes gritos y lamentos. Entonces, la vecindad toda cierra cuidadosamente los balcones y las ventanas. Sienten miedo y, como el avestruz, esconden la cabeza debajo del ala.”
“Esto ocurría con frecuencia y de noche desde el advenimiento de la República en España y del Estatuto en Cataluña, hasta la madrugada del 9 de enero de 1933. No sabemos si después de esta fecha sentirán los vecinos de la Vía Layetana los mismos gritos y lamentos que tanto recordaban aquellos gritos y lamentos de las películas de misterio que vieron en los cinemas de la ciudad. Pero si estamos seguros que, las masas proletarias de la ciudad condal, mirarán con recelo y odio hacia el caserón de sucia arquitectura que parece hacerse hacia atrás en un gesto de asechanza o de vergüenza.”
“Los obreros barceloneses consideran al Molino Sangriento como a un mercenario enemigo. Cuña de la misma madera que abre grietas en sus carnes doloridas. Dentro de sus muros, la sangre proletaria ha corrido abundantemente como ríos de aceite rielan las piedras de los molinos cuando los rodillos corren sobre la jugosa pulpa de las olivas maduras. Pero también gota a gota, en lento y abandonado desangre, parecido al gotear de las grutas, o al de los golfines de las prensas hidráulicas.”
“El odio que los obreros sienten por el Molino Sangriento, se lo transmiten de generación en generación. Pero los capitalistas, que saltan de gozo cuando los guardias y los obreros se matan, lo desprecian, y no darán nunca sus hijas ni su amistad al Molino Sangriento. ¡No; eso no! Ninguna boda aristocrática perfumará aquellos cuartos que huelen a zotal.”
La caída
En la misma obra se recoge también un texto escrito un tiempo más tarde por el propio García Oliver en la Prisión Modelo de Barcelona, llamada entonces Prisión Celular, en el cual relataba en otras muchas historias su propia detención en un control rutinario, en la barriada de Sans, junto a Gregorio Jover y Antonio Ortiz, en un momento en que los tres estaban armados con pistolas, que entregaron sin dilación a la fuerza pública, al verse rodeados por Guardias de Asalto y policías fuertemente armados, siendo conducidos los tres a la comisaría de Sans, desde donde pocas horas después serían traslados esposados en parejas, junto con otros anarquistas, al Molino Sangriento por los Guardias de Asalto, donde fueron recibidos con todos los “honores”, al subir las escaleras en medio de un “túnel” de guardias armados con porras y fusiles.
(La descripción del “recibimiento” es obra del propio García Oliver). “Los rodillos del Molino Sangriento rodaban y rodaban, en un continuo moler de la carne proletaria. Visión de horror y de asco. Con encarnizada furia llovían los golpes sobre nuestra vanguardia y retaguardia…Cuando llegamos al rellano, los rodillos del Molino Sangriento rechinaron de gozo. La carne y la sangre era abundantes, y en feroz merienda de negros las injurias más soeces mantenían el ritmo de la destrucción… montón de carne revuelta, que gemía y gritaba por nueve bocas sanguinolentas…A golpes deshicieron el revuelto montón de carne humana.
Y los guardias más fuertes nos cogían del pelo y nos ponían casi derechos. En esta postura, sostenidos por el vigor de los puños, las porras cruzaban nuestras caras, abriendo profundas heridas debajo de los ojos… de nueve hombres esposados. Hasta que un culatazo nos devolvía sin piedad al montón. “
Cuando por fin los metieron en un calabozo, García Oliver recordaba… “No pensaba en nada, solo prestaba atención al continuo gotear de la sangre que me caía por las heridas de mi cabeza… debajo del ojo izquierdo, completamente cerrado, tenía una profunda herida; pero, con una pequeña abertura que me quedaba del derecho, contemplaba a los compañeros. Con aquellas cabezas tan enormes y desfiguradas no conocía casi a ninguno. Todos tenían los ojos enormemente negros e hinchados, y largos regueros de sangre seca cruzaban sus caras… Me desangraba poco a poco, pero incesantemente…”
“Llegó un momento que ya no podía sostener derecha la cabeza. Todo me daba igual, mientras yo oía el continuo gotear de la sangre que perdía por la cabeza, y todo parecía muy distanciado. Los guardias de Asalto, los insultos y el mismo Molino Sangriento… Cuanta más sangre perdía, menos dolor sentía en el cuerpo. Calculé que tenía vida por unas diez o doce horas más, al recordar ciertos casos leídos de hemorragias externas, supe que expiraría dulcemente. Treinta horas estuve desangrándome en el calabozo número 10. Más afortunado que otros compañeros fui hospitalizado en un cuarto del segundo piso de Jefatura, con la asistencia de dos médicos, los doctores Díaz Bonilla y Platero, que hicieron todo cuanto les fue posible por salvarme. Las otra victimas restantes, pasaron largos días sin asistencia médica ni cuidados de ninguna clase.”
“Hasta que vino un juez, que nos tomó declaración y pasamos a la prisión celular en concepto de detenidos y procesados por un delito de sedición cometido la noche del 8 de enero de 1933, en ocasión del movimiento revolucionario que conmovió a España entera, excepto las barriadas de Sants, Collblanch, la Torrasa y Hospitalet.” (García Oliver, Prisión Celular, 14-2-1933).
El artículo de Federica Montseny
Tal como recuerda Federica Montseny en el libro citado, al conocer las circunstancias de los 9 anarquistas de los que se tenía noticia de que estaban siendo torturados en el Molino Sangriento, lo único que se le ocurrió fue denunciar las torturas mediante una serie de artículos que envió vía aérea a Madrid con la esperanza de que algún medio madrileño los publicara.
El único de ellos que se publicó se titulaba ¡A los hombres de buena voluntad de España, a todo el mundo civilizado! Trabajo que apareció en C.N.T. el día 11 donde se denunciaban los malos tratos que se estaba dando a todos los detenidos y en particular a los que cogían en posesión de armas cortas, como había sido el caso de García Oliver, Gregorio Jover y Antonio Ortiz.
Un día de aquellos, por la tarde Federica recibió una llamada telefónica desde el diario la Solí, que le informó que dos compañeros periodistas de aquel medio acababan de ver el cadáver de García Oliver en el depósito de cadáveres del Hospital Clínico. El instinto primero de Federica fue localizar inmediatamente a la compañera de García Oliver, con la intención de poder hacerse cargo de su cuerpo y enterrarlo ellos. La compañera, por motivos obvios no estaba en su residencia habitual, y por lo mismo hubo que remover todo el Pueblo Nuevo para localizarla.
Antes de encontrarse con Federica, la buscada recibió la noticia del fallecimiento de su compañero y ante la desgracia había marchado sin consuelo a la redacción de la Soli, que fue donde al final a encontró Federica Montseny, y con el mismo taxi marcharon las dos al Clínico. Donde al final consiguieron que les dieran permiso para poder acceder al depósito cadáveres y poder reconocer el supuesto cuerpo del camarada, ya que las señas que les habían pedido de García Oliver, su edad, su estatura, coincidían al cien por cien, con las de un fallecido no identificado que estaba en el depósito.
Sin embargo, a la primera ojeada identificaron el cadáver, con una mezcla de alegría y dolor, ya que no era García Oliver, sino Joaquín Blanco. “El pobre y valiente Blanco, muerto como un héroe batiéndose con la fuerza pública, reservándose para él, antes de entregarse, la última bala. Que cayó muerto en las escaleras del Sindicato de la Industria Hotelera de Barcelona.5 Pero todavía tardaron varios días más en tener noticias fidedignas de García Oliver, que recibieron tras ser interrogado el secretario del gobernador por cuatro abogados, dos representantes del Comité pro-presos, la compañera de García Oliver y Federica Montseny, que finalmente reveló que García Oliver vivía, pero sin que especificar donde paraba.

A la llegada de García Oliver a la prisión el médico de guardia atenuando en mucho el diagnóstico escribió: Juan García Oliver. Equimosis en ambas fosas orbitarias, con derrame sanguíneo en la esclerótica de ambos ojos. Hematoma infectado en la parte superior de la región interparietal. Equimosis amarillenta en la espalda y antebrazo y brazo derecho y ambas manos. Heridas en las rodillas y en la pierna derecha. (Libro médico de la cárcel). 6
Torturas en la Generalitat
Otro de los testimonios que aparece mencionado en el libro en cuestión es el de un anarquista llamado Antonio Ortiz, que no tiene nada que ver con el otro Ortiz apresado junto a García Oliver, ya que el nuevo testigo había sido apresado en Ripollet, 7 donde previamente ya había sido apaleado por guardias de asalto y mozos de escuadra, en el momento de su detención, para finalmente acabar conducido en un coche a la propia Generalitat de Barcelona. “Donde nada más entrar fueron fotografiados, y visitados por el mismísimo “senyor Farràs”, el comandante de los mozos de escuadra. Guardia de Corps del “senyor Macià”, y en algún tiempo revolucionario catalanófilo”.
Al respecto al personaje, Ortiz declaró que: “De nombre Pérez Farras, pero como el apellido Pérez recordaba al “tirano opresor” y a la “Castilla imperialista”, además de ser un apellido corriente y “vestir” poco. Por eso el “senyor Farràs” lo ha dejado en casa; así puede ser catalanista… y además ¡eso de Pérez! Vamos, a él no le cuadra; él se llama y hace llamar“senyor Farràs”.
Farràs seguidamente llamó a nuestro hombre, para preguntarle con rabia: ¿Dónde estaban los jefes? ¿Qué jefes? respondió el interpelado. Respuesta que mereció un formidable puñetazo en la cara, que lo hizo caer a tierra redondo. Para seguidamente recibir una violenta patada en un costado, a la vez que Farrás gritaba que se levantara, nada más que para recibir una larga sarta de insultos y una lluvia de bofetadas y patadas, que el pobre detenido recibió ya de nuevo caído en el suelo, torturas que se repitieron con cuatro detenidos más, a los que se les aplicó golpes con un vergajo.
Después conducirán a todos a otra dependencia, donde mientras descansaban sonaron en la calle unos disparos de revólver, y casi a la vez en la misma puerta del edificio explotó una bomba, y una voz autoritaria grito, “Si estos se mueven, primero a ellos”. Pasado un rato, y cuando todo parecía que estaba más tranquilo, los mozos que los vigilaban, empezaron a zarandearlos mientras les gritaban: “De pie: que viene el señor Maciá”.
Al poco y con los detenidos ya en pie, hizo aparición el “Avi”, acompañado, como no, por el “senyor Farràs”. El cuadro no resultó muy “estético”, al tener todos los detenidos la cara hinchada por los golpes, y Ortiz además con la ropa llena de sangre y hecha jirones. El “Avi” después de mirarlos hito en hito, y según Ortiz, con los ojos con una mezcla de vergüenza y rencor, al recordar tal vez su destierro en Bélgica, empezó a largarse un sermón, en el cual les habló de la “patria” y la “tranquilidad”, del “caos” que significaban los hechos de aquellos días… Y Ortiz no pudo aguantar más. “Me permite dos palabras, señor Maciá, Diga, diga, respondió sorprendido el aludido.
“Verá usted, el caso es que este señor -señalando a Farrás- nos ha hecho ciertas preguntas, y porque no hemos podido contestarlas como él quería, nos ha maltratado todo lo que le ha venido en gana; a mí en Ripollet me dieron una paliza y ahora aquí otra. Míreme y fíjese en el estado en que me encuentro; haber si hay derecho a esto.
Hombre…verdaderamente… -contestó visiblemente turbado- . Mira, yo te prometo que no te pegaran más. Y dirigiéndose al “senyor Farràs”:
–Procure que esto no pase, señor Farràs– Y al decir esto me pareció que en sus labios se dibujaba una irónica sonrisa.
–Es que si no es así– contestó Farràs- estos no hablan.
–Bueno, bueno; vamos. Y vosotros estad tranquilos, que ya no os pasará nada– habló Maciá mientras se alejaba.
No había pasado mucho tiempo, cuando de nuevo apareció por el cuarto el “senyor Farràs” y cogiéndome por el brazo me zarandeó, diciendo: ¡Ah perro! Si sé que eres anarquista, no te traigo vivo. Te aplico la ley de fugas como un conejo. Y así estuvo un rato sin parar de zarandearle.
Al rato les pasaron lista a los detenidos y después de meterlos en automóviles los condujeron a la Jefatura de Vía Layetana, al Molino Sangriento donde un grupo de guardias de Asalto los recibieron “calurosamente”, y después de ser convenientemente apaleados pasaron a un calabozo, y unos días más tarde los enviaron a la cárcel Modelo, donde lo entrevistó Federica Montseny, en febrero de 1933.
Conclusión
Conocido lo anterior, habrá que reconocer que con todo lo doloroso que fue el trato dado a los antifranquistas en la Vía Layetana, durante la época de la dictadura franquista, no fue mejor el trato que se les había dispensado mucho antes a los anarquistas durante la República y en la época en que ERC precisamente gobernaba en Cataluña. Dado el “trato” que recibieron los “obreristas”8 durante los ocho años “republicanos”, tal como hemos podido ver por los testimonios de algunos de los propios afectados. De ahí de que poco o nada sirvan las placas sino se recuerdan todos los nombres. Menos placas y más historia,empezando por las escuelas.
1 Prologo Federico Urales, epílogo Federica Montseny, España 1933, La barbarie gubernamental en Barcelona, Tarrasa, Sardañola, Ripollet, Lérida, Sallent, Ribarroja, Bugarra, Pedralba, Bétera, Tabernes de Valldigna, Valencia, Arcos de la Frontera, Utrera, Málaga, La Rinconada, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, Alcalá de los Gazules, Medinasidonia, Casa Viejas. Ediciones de “EL LUCHADOR”, Barcelona
2 Op. cit., pp. 11-12.
3 Fran Fernández, La insurrección del Alto Llobregat de 1932, serhistorico.net, 21/06/2018.
4 Luismi García, La insurrección del Bierzo, diciembre de 1933.serhistorico.net, 26/12/2017.
5 Memoria proletaria del Nord-Est: El 8 de gener de 1933 mor a Barcelona el militant anarquista Joaquín Blanco Martínez, 8/001/2016.
6 De dicho libro, pudo sacar Federica Montseny, los partes de más de 20 compañeros.
7 Op. cit. Antonio Ortiz, Hablando con otra victima, Cárcel de Barcelona, febrero de 1933. pp. 70- 79.
8 Obreristas, calificativo actual que se da en la placa del Memorial Historic al movimiento anarquista.
Fuente → serhistorico.net
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