
“Mi hijo siempre ha presumido de que ya antes de nacer me salvó de la tortura física. Me quedé ‘solo’ con la tortura psicológica y las presiones, pero fue muy, muy bestia”, recuerda Isabel, quien en su embarazo perdió sangre por las condiciones insalubres de su encierro.
Un embarazo en prisión: el 10 de octubre que cambió su vida
La fecha del 10 de octubre recuerda momentos difíciles en la vida de Isabel. En 1972, a sus 18 años, fue detenida por primera vez tras participar en una manifestación del Primero de Mayo, en un contexto en el que el derecho a la huelga y la protesta estaban prohibidos. “Pasé 72 horas en comisaría y luego me llevaron a la cárcel de Valencia con una multa gubernativa, sin pasar por el juez. Fue una ruptura brutal con mi familia. Mi madre me culpaba: ‘¿Cómo puedes hacernos esto?’. Acabábamos de perder a mi hermano, —el 10 de octubre anterior—, en un accidente de tráfico, y mi padre no paró de llorar en el locutorio. Me mortificaba, porque sentía que les estaba defraudando”.
Tres años después, el 10 de octubre de 1975, Isabel fue arrestada por última vez, apenas 40 días antes de la muerte de Franco. Ella y su marido habían regresado a Granada a recoger pertenencias tras un verano en Valencia. Estaban en su apartamento del barrio de la Chana, empaquetando libros y otras cosas, cuando la policía rodeó el edificio. “Nos detuvieron a los cuatro que estábamos allí: mi marido, mi antigua compañera de piso, un amigo y yo. Esa misma noche me llevaron a la Jefatura Superior de Policía en Granada y me tuvieron aislada. A esas alturas, la dictadura había endurecido aún más las leyes: con el Decreto Ley Antiterrorista de agosto de 1975, podían mantenerte más de 72 horas en comisaría, registrar tu casa sin orden judicial… Si las dictaduras ya tienen pocos derechos, este decreto significaba aún menos”.
Un trato inhumano: “No había jabón, ni papel higiénico, y la celda estaba asquerosa”
Durante los ocho días que estuvo detenida, Isabel vivió condiciones que califica como “un asco total”. “La celda era muy pequeña, toda de cemento, con un jergón sucio y una manta asquerosa. Yo, embarazada, sin ducharme, y la letrina fuera, compartida y todavía más sucia”. Al segundo día, comenzó a sangrar. “Fue un susto total. Insistí en que me llevaran al médico porque estaba perdiendo sangre y estaba embarazada”. Finalmente, accedieron. “Me esposaron y me subieron a un coche celular para llevarme al hospital de San Juan de Dios. Allí me mantuvieron esposada todo el tiempo, incluso durante la revisión ginecológica”.
La experiencia en el hospital fue humillante: “Era una revisión en condiciones de higiene pésimas. Estaba sucia, y para colmo había un grupo de estudiantes de Medicina que se reían de mí. Era como si no mereciera respeto por estar allí esposada, sucia, venida de la comisaría. Pero al final llegó un médico que los echó. Me dijo que había riesgo de aborto, que necesitaba reposo y medicación”.
Aunque este informe la salvó de ser torturada físicamente, la mantuvieron en condiciones precarias en comisaría. “Yo creo que también influyó que mi padre era notario y tenía un tío magistrado del Tribunal Supremo, pero lo que más pesó fue el embarazo. Me torturaron psicológicamente y fue muy duro. Insistían mucho en mi familia: ‘Tu padre, alférez provisional; tu madre, una mujer de bien… ¿Cómo puedes hacer esto?’. Yo seguía negándolo todo”.
El impacto en su familia: “Estaba luchando contra la dictadura, pero sentía que les destrozaba”
La represión franquista no solo marcó a Isabel, sino también a su
familia, franquista y de clase acomodada. “Cada detención era un
disgusto enorme para ellos. Mi madre llegó a encerrarme en casa tras la
primera detención, y cuando estaba en la cárcel, no me visitaron. Mi
hermano, que acababa de terminar Derecho, vino solo para reñirme”. A
pesar de las tensiones, Isabel reconoce que el dolor que le causó a sus
padres la afectaba profundamente: “Lo que más me angustiaba era mi
familia. Yo tenía claro que debía luchar contra la dictadura, pero no
quería darles esos disgustos. Me mortificaba constantemente”.
La memoria histórica y la reparación: “Los pactos de silencio nos han afectado a todos”
Después de décadas de silencio, Isabel se decidió a presentar esta
querella motivada por un deseo de justicia y reparación colectiva. “Creo
que estos pactos de silencio de la Transición nos han afectado
muchísimo. Fue una injusticia que quiero ayudar a reparar, no solo por
mí, sino por quienes lucharon antes que nosotros, en los años 40 y 50.
Ellos no tuvieron voz en la democracia”.
La Ley de Memoria Democrática de 2022 ha abierto nuevas posibilidades para las víctimas del franquismo, y en ella basa Isabel su querella. “Esta ley es clarísima: crímenes de lesa humanidad, como los que sufrí, son imprescriptibles y no amnistiables. Espero que algún juez lo entienda así y no cierre la investigación. Solo conociendo lo que pasó podemos garantizar que no se repita”.
Silencio y miedo: la vida bajo una dictadura
Isabel insiste en la importancia de transmitir a las nuevas generaciones lo que significaba vivir en una dictadura. “El tardofranquismo seguía violando derechos fundamentales. Era una vida de silencio y miedo. En las dictaduras solo habla la gente que está de acuerdo con el régimen. Si el franquismo hubiera tenido la mayoría de la población, no habría necesitado un golpe de Estado”.
Comparando el miedo que sintió durante el franquismo con el de hoy, dice: “Era como el miedo que sentimos las mujeres ahora cuando salimos de noche. Sabes que corres peligro, pero igual te implicas, porque hay que defender la libertad”.
Un testimonio para no olvidar
Su historia está recogida en el primer capítulo de su novela Como un pulso, y con esta querella, Isabel espera abrir el camino para que más víctimas del franquismo se animen a hablar. “Es importante que sigamos construyendo memoria histórica. Solo conociendo lo que pasó podremos garantizar justicia, reparación y, sobre todo, que esto no vuelva a suceder”.
Fuente → diario.red
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