Celebrar la flebitis del dictador
Celebrar la flebitis del dictador 
Hugo Martínez Abarca

 Es razonable que la derecha española tenga un trauma histórico con la dictadura. Pese a lo mucho que lo reiteran, no han cerrado esa herida, porque las heridas no se curan mirando para otro lado hasta que se infecten y la derecha española siempre ha presumido de que la forma de curar los crímenes de la dictadura era no hablar de ellos y silenciar a sus víctimas mientras se van muriendo. Ese trauma les lleva a hacer el ridículo como están haciendo estos días con sus argumentos para rechazar que 50 años después de la muerte de Franco, los demócratas aprovechemos para celebrar la democracia, recordar a las víctimas del mayor asesino de españoles de la Historia y agradecer a nuestros mayores que lo dieron todo por conseguir que sus hijos, sus nietos, sus bisnietos… recuperásemos la libertad y la democracia que a ellos les habían arrebatado.
 

La celebración de aniversarios redondos del fin de la dictadura no es ninguna novedad que se haya inventado este gobierno.

En los años 90 el tardofelipismo puso en marcha la operación de sacralización de la Transición. Sacaron del cajón unos documentales de Victoria Prego que llevaban un par de años terminados. Los emitieron en La2 en agosto (suponían que la Transición era una cosa que ya no le importaba a nadie) y con duras críticas de los medios de la derecha. Porque el sentido de aquella propaganda de la Transición por parte de los gobiernos de Felipe González era ensalzar el «consenso» en contraposición a la «crispación», esto es, a que la oposición de derecha e izquierda criticase los GAL, Filesa, Mariano Rubio, Luis Roldán… El PP de Aznar vio que esta religión de Estado le podía ser útil (en su manipulación nacionalista del patriotismo constitucional, que arrancó a Habermas para atacar entonces al PNV) e hizo suya la Buena Nueva de la Transición.

El caso es que la sacralización de la Transición triunfó. Triunfó como un mito religioso, con su Biblia (los documentales de Prego, que pronto se regalaron con todos los periódicos), con su santoral de hombres ilustres (el masculino no es genérico) y con sus fiestas de guardar. Las fiestas de guardar consistían en que todos los años eran el aniversario redondo de algún gran evento que teníamos que recordar todo el año.

Si era 1995, había que celebrar el 20º aniversario de la muerte del dictador (nadie discutía entonces la obviedad de que aquella muerte suponía el hito más importante del tránsito de su dictadura a esta democracia). Si era 1996, conmemorábamos el 15º aniversario del 23-F, que fusionaba democracia y monarquía. En 1997 celebrábamos el 20º aniversario de las primeras elecciones democráticas y el PSOE intentaba también colar el 15º aniversario de su victoria electoral en 1982, la primera victoria electoral de la izquierda desde el golpe del 18 de julio. En 1998, por supuesto, el 20º aniversario de la Constitución y, los más audaces, el 25º aniversario de la muerte de Carrero Blanco (hecho con el que arrancaba la Transición en el documental de Victoria Prego). En 1999 celebraríamos el 20º aniversario de los primeros ayuntamientos democráticos. Y en 2000 volvíamos a empezar el ciclo añadiendo cinco años a cada aniversario: 25 años de la muerte de Franco, 20 del 23-F…

Aquel ciclo de conmemoraciones perpetuas se reiteró ininterrumpidamente hasta que la crisis económica de 2008 y el 15M convirtieron la propaganda de la Transición en un bumerán muy poco eficaz para un bipartidismo que pretendiera sobrevivir.

Entre las respuestas ridículas que está dando el PP a la conmemoración del 50º aniversario de la muerte de Franco está que con la muerte del dictador no pasó nada (no hubo democracia al día siguiente: Juan Carlos empezó su reinado como dictador) y, en concreto, en enero el dictador tenía flebitis pero aún tenía fuerza para cometer sus últimos crímenes (las palabras ‘dictador’ y ‘crímenes’ no constan en el argumentario oficial del PP; ‘flebitis’, sí).

Que en enero de 1975 el dictador no había muerto, es un hecho. De hecho, los últimos años y meses de la dictadura fueron de los más duros para la oposición democrática, sólo superados por los terribles años 40. Pero a quienes recordamos cómo se usaba cualquier aniversario para instalar el mito fundacional de la Transición… la exquisitez con la que el PP pretende celebrar la Navidad exclusivamente el 25 de diciembre, el Black Friday sólo un día y la muerte del dictador en la fecha exacta en la que se produjo nos saca una condescendiente sonrisa .

Pero la crítica más reveladora es la otra: la que pretende que la muerte del dictador no supuso ningún evento políticamente rescatable. Lo explican, además, rescatando que el dictador murió en la cama: lo hacen pretendiendo que eso ridiculiza a la oposición democrática. «No sería tan valiente la izquierda», dijo un diputado de Ayuso en diciembre, asumiendo que la derecha no combatía a Franco, que era legítima la violencia armada contra la dictadura -era reprochable que su muerte hubiera sido natural- y ninguneando la valentía de los hombres y mujeres que pagaron con cárcel, tortura, miedo y muerte la defensa de la democracia.

Y es reveladora porque evidencia que quienes vomitan estos argumentarios no han hablado en su vida con ningún demócrata que se opusiera entonces a la dictadura. Porque aquellos demócratas sabían muy bien que la muerte biológica del dictador no traía inmediatamente la democracia. Pero celebraron con cava, con discreción, con cierto miedo pero mucha más alegría que el tirano, el criminal, la figura que había encarnado el golpe de Estado, la alianza fascista contra España y la eterna dictadura… se iba a la mierda. Por supuesto que tenían enorme incertidumbre. Pero los miles de valientes demócratas a los que más agradecimiento y reconocimiento debemos los españoles de hoy sabían que la muerte de Franco era un hito que iba a cambiar su país y sus vidas, que estaba más cerca poder defender ideas sin tener que ser un héroe. Que, al menos, a esa figura criminal ya no iban a verla tanto, ya no iban a verla siempre en todos los segundos, en todas las visiones.

Hace 50 años miles de mujeres y hombres demócratas lloraban de alegría o de incertidumbre: ninguno negaba la grandeza del momento histórico. Lo hacían aún escondidas, igual que la derecha española querría que no hagan ruido hoy quienes quieren homenajearles. Muchos de ellos están entre nosotros: quien no quiera hacer el ridículo, haría bien en preguntarles cómo vivieron los demócratas de 1975 la muerte de Franco.

Le preocupa a la menguante derecha democrática que la memoria de la dictadura sea útil a la izquierda española. Lo tiene muy fácil: la derecha democrática alemana nunca duda en recordar el nazismo y ponerse del lado de sus víctimas y gracias a eso la memoria es un pilar del Estado, no un asunto electoral. Las heridas se curan limpiándolas. El día en que la derecha española deje de evidenciar su incomodidad al señalar como enemigo de España al criminal y como héroes a los demócratas que le enfrentaron habrá hecho un gran favor a España, a la democracia… y también se habrá hecho un gran favor a sí misma.


Fuente → martinezabarca.net

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