Memoria Histórica: La lucha contra el olvido
Memoria Histórica: La lucha contra el olvido
Isabel Ginés

Olvidar es permitir que el horror vuelva a suceder. Si ignoramos las historias de los miles que fueron asesinados, exiliados o torturados por defender un ideal, le damos paso a la indiferencia.

Cuando preguntan porque seguimos recordando y el sentido de la memoria histórica. Yo lo tengo claro. Hablar de memoria histórica es hablar de justicia, de dignidad, y sobre todo, de resistencia. No se trata de anclarnos al pasado, sino de reconocer que el olvido no es neutral; es una herramienta de poder. Porque no hay que olvidar el odio, el rencor, la maldad. Reflexionemos: ¿Qué sucede cuando olvidamos las atrocidades? Cuando borramos de nuestra conciencia colectiva los crímenes, las violaciones, las fosas comunes, ¿quién se beneficia? La falta de memoria histórica perpetúa la opresión, encadena a las nuevas generaciones a las injusticias del pasado, y silencia las voces de quienes lucharon y murieron por un mundo más justo.

Olvidar es permitir que el horror vuelva a suceder. Si ignoramos las historias de los miles que fueron asesinados, exiliados o torturados por defender un ideal, le damos paso a la indiferencia. Saramago advertía que el olvido es la antesala de la indiferencia, y cuando la sociedad se vuelve indiferente, las puertas quedan abiertas para que el odio y la injusticia retornen. No se olvida porque no se debe olvidar la maldad, no porque queramos perpetuar el dolor, sino porque reconocemos que el silencio es cómplice.

Las mujeres violadas, los hombres, mujeres y niños ejecutados en paredones manchados de sangre, las familias separadas, familias señaladas, mujeres rapadas y el exilio… son las historias que algunos quieren borrar. Los vencedores de la Guerra Civil aún nos dicen que “mejor no remover el pasado”, que “no hay que romper la concordia”, mientras ellos siguen ejerciendo el poder desde los ámbitos político, mediático y judicial. Pero, ¿cómo hablar de concordia cuando hay quienes aún pasean por calles con nombres de quienes torturaron, asesinaron o violaron a sus familiares? La memoria histórica es nuestra vacuna contra la intolerancia, nuestro antídoto contra los discursos de odio.

La memoria histórica es la lucha de los míos, de quienes fueron asesinados por sus ideas, por soñar con un país libre donde todos tuviéramos cabida. No olvidamos porque esa lucha es nuestra herencia: compasión, resistencia y dignidad. No somos subcampeones, como algunos pretenden decirnos para humillarnos. Venimos de aquellos que lucharon por todos, mientras otros defienden su falta de humanidad desde una posición de privilegio heredada de la violencia. La diferencia entre ellos y nosotros es que su historia está marcada por el odio y la impunidad, mientras la nuestra está marcada por la lucha, la justicia y la resistencia.

Quieren que olvidemos porque saben que recordar nos da fuerza. Porque recordar es decir: “No volverá a pasar”. No quieren que exijamos justicia porque tienen las manos manchadas de sangre. Pero nosotros no callamos. Nosotros no olvidamos. La memoria histórica no es una carga, es una responsabilidad. Es la promesa de que las vidas arrebatadas por el odio no serán en vano. Es el reconocimiento de quienes soñaron y lucharon para que pudiéramos vivir en libertad.

La memoria histórica es un acto de resistencia en sí mismo. Y resistir es la única forma de garantizar que el pasado no se repita.

No hay democracia plena mientras el pasado siga enterrado en fosas y cunetas, mientras los asesinos y torturadores nunca hayan sido juzgados, y sus herederos continúen ocupando posiciones de poder sin rendir cuentas. La democracia no puede coexistir con la impunidad. Quienes se niegan a abrir las fosas, a identificar a los desaparecidos y a llevar a los culpables ante la justicia son cómplices de perpetuar ese horror.

La falta de acción no es neutral; es una decisión consciente de proteger a los responsables y sus legados. No habrá verdadera justicia hasta que los culpables ocupen la cárcel y los discursos de odio sean condenados, junto con quienes los heredan y perpetúan desde las instituciones. Recordar no es solo un acto de memoria, es un acto de justicia y una advertencia: nunca más permitiremos que el silencio sea cómplice del crimen.

No hay democracia plena mientras el pasado siga enterrado en fosas y cunetas, mientras los asesinos y torturadores no hayan sido juzgados, y sus herederos continúen ocupando posiciones de poder sin rendir cuentas. Debe ser condenable que paren taxi, muestren bandera del pollo y hagan exaltación del franquismo. La democracia no puede coexistir con la impunidad. Quienes se niegan a abrir las fosas, a identificar a los desaparecidos y a llevar a los culpables ante la justicia son cómplices de perpetuar ese horror.

La falta de acción no es neutral; es una decisión consciente de proteger a los responsables y sus legados. No habrá verdadera justicia hasta que los culpables ocupen la cárcel y los discursos de odio sean condenados, junto con quienes los heredan y perpetúan desde las instituciones.

Recordar no es solo un acto de memoria, es un acto de justicia y una advertencia: nunca más permitiremos que el silencio sea cómplice del crimen.


Fuente → nuevarevolucion.es

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