En enero de 1991, en un pueblo en el cantón de Ginebra, moría a los 83 años un pediatra jubilado, soltero y sin hijos, sin que nadie supiera que había desempeñado un papel clave en Madrid durante los primeros meses de la guerra civil de España. No parece que, en los 55 años que siguieron, compartiera con nadie las experiencias que vivió durante los que deben de haber sido los meses más intensos de su vida. Eso sí, en 1961, cuando el historiador británico Hugh Thomas publicó su monumental estudio de la guerra, mencionó al médico en una nota a pie que ha sobrevivido en todas las ediciones posteriores. Desafortunadamente, figura sin nombre de pila y con el apellido mal escrito: Thomas lo llama el Dr. Henry, cuando su nombre verdadero era Georges Henny.
En el otoño de 1936, Henny, que aún no había cumplido los 30, trabajaba como delegado de la Cruz Roja Internacional en la capital española, donde dirigía un equipo de docenas de profesionales y voluntarios que se ocupaban de coordinar alguna forma de ayuda humanitaria y, ante todo, de responder a los miles de solicitudes de información sobre personas presas, desaparecidas o refugiadas que les llegaban cada semana.
Henny, que no hablaba castellano y nunca había estado en España, había llegado en septiembre, poco tiempo después de haber sido contratado por la organización suiza. Su trabajo se intensificó en noviembre y diciembre, después de que el Gobierno de Largo Caballero se trasladara a Valencia. Mientras las fuerzas rebeldes asediaban y bombardeaban Madrid sin tregua y la caída de la capital parecía inminente, las autoridades republicanas tuvieron que decidir qué hacer con los varios miles de prisioneros derechistas –muchos de familias prominentes– recluidos en las cárceles de la capital. Eran presos con los que Henny y sus colaboradores habían mantenido un contacto asiduo, con el beneplácito de las administraciones carcelarias.
Cuando las cárceles por fin se evacuaron y unos dos mil presos acabaron ejecutados en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, Henny estuvo entre los primeros en enterarse. Y porque su despacho había mantenido un riguroso sistema de información, pudo enviar a Ginebra informes con listas detalladas de las víctimas. (Esta documentación, que sobreviviría intacta en los archivos ginebrinos, pasaría desapercibida por los historiadores durante décadas.)
A comienzos de diciembre, Henny estaba tan exhausto que sus jefes decidieron trasladarle a Ginebra para que se recuperase de las tensiones vividas. Pero el día 8, poco después de despegar de Barajas, el avión francés en que viajaba el delegado suizo junto al periodista Louis Delaprée y varios otros pasajeros fue ametrallado por un caza y tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia. Delaprée, herido de gravedad, moriría días después, pero Henny, que acabó con una bala en la pierna, se recuperó y viajó a Suiza el 17 de diciembre. Después de redactar un informe sobre el incidente, Georges Henny dejó la organización y desapareció de la Historia.
Farré revela que las operaciones de la Cruz Roja Internacional servían como tapadera para actividades de espionaje a favor de las fuerzas rebeldes
En un nuevo libro, El Comité Internacional de la Cruz Roja y las matanzas de Paracuellos del Jarama, el historiador Sébastien Farré (Ginebra, 1971) reconstruye las actividades de Henny en Madrid y las misteriosas circunstancias del incidente aéreo en que acabó herido. En esa tarea, Farré se enfrenta al reto de desmontar dos narrativas tan poderosas como tergiversadas. Primero, está el relato triunfal montado por la propia Cruz Roja en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, de la mano de Marcel Junod, que trabajó con Henny durante la guerra española y cuyas memorias acabaron convirtiéndose en un texto fundacional de la organización. Segundo, están los historiadores revisionistas españoles que, partiendo de lecturas franquistas del episodio, mantienen que el avión de Henny fue atacado deliberadamente por las autoridades republicanas porque el delegado portaba importantes revelaciones sobre las matanzas de Paracuellos.
Las conclusiones de Farré son muy diferentes, aunque no menos chocantes. Primero, demuestra que la actitud de la cúpula de la Cruz Roja en Ginebra, y las actividades de sus delegados en España, no eran tan ejemplarmente “neutrales” como después se pretendió Los delegados no solo se vieron obligados a negociar de forma poca ética con poderes y agentes varios, sino que privilegiaron sistemáticamente a las víctimas de la violencia perpetrada en la zona gubernamental, con las cuales les unían lazos de clase e ideología, mientras ignoraban a las víctimas de la represión ejercida por las fuerzas rebeldes. Segundo, Farré revela que las operaciones de la Cruz Roja Internacional, entretejidas como estaban con las redes diplomáticas y los numerosos servicios secretos activos en la capital española, servían como tapadera para actividades de espionaje a favor de las fuerzas rebeldes. De hecho, no excluye la posibilidad de que el propio Henny fuera un espía, aunque no hay pruebas contundentes que lo demuestren.
Farré, experto en la España del siglo XX y en la historia de la ayuda humanitaria, dirige la Maison de l’Histoire de la Université de Genève. Hablamos con él a mediados de octubre.
La Cruz Roja en España no fue tan neutral como después se pretendió
Su libro desmonta nada menos que el relato oficial de la Cruz Roja Internacional.
Bueno, cuestiono que la Cruz Roja, en España, operara con neutralidad y que la actuación del delegado Marcel Junod encarnara los valores del humanitarismo. Es verdad que desmonto un relato muy asumido en Ginebra. Es difícil exagerar la importancia que ha tenido la versión de los hechos presentada por Junod en su libro de memorias, El tercer combatiente. Desde los años sesenta, por ejemplo, todos los delegados de la Cruz Roja recibían un ejemplar de ese libro, que ha sido traducido a no sé cuántos idiomas, y en el cual Junod desarrolla un discurso heroico sobre su trabajo en España.
No es casual que ese libro saliera justo después de la II Guerra Mundial.
Lo escribió en un momento en el que la Cruz Roja era objeto de críticas severas tanto en la URSS como entre los franceses conectados con la Résistance, por no haber hecho nada por las víctimas de los campos de concentración nazis. Las memorias de Junod, en otras palabras, servían para defender a la institución a partir de lo ocurrido en España, donde, según él, la Cruz Roja fue ejemplar en su capacidad de mantenerse neutral en una guerra civil entre “comunistas y fascistas”. El libro subraya que Junod defendía los mismos valores del derecho internacional que después llegarían a encarnarse en las Convenciones de Ginebra de 1949.
Georges Henny (dcha) y su asistente, Andrés de Vizcaya, delante de la delegación de la Cruz Roja Internacional en Madrid, 1936. / Archives CICR (DR)
Pero su investigación demuestra algo bien diferente.
De hecho, estoy trabajando en un segundo libro sobre el final de la guerra donde la posición problemática de Junod queda todavía más clara. Por ejemplo, a principios de febrero de 1939 se dedica al socorro de los presos políticos evacuados de las cárceles republicanas y ve con malos ojos a los refugiados republicanos que cruzan la frontera.
Ese relato fundacional de la Cruz Roja que usted cuestiona, ¿está ligado a la autoimagen positiva de la propia Suiza como nación?
¡Claro! La defensa de la neutralidad y el derecho humanitario es el eje central para entender nuestro pasado nacional. Y sigue guiando los debates hoy, sea con respecto a Palestina o Ucrania.
Pero es una perspectiva que, según usted, acaba por embellecer o simplificar una realidad mucho más compleja.
Yo argumento que, para analizar y comprender la actuación de los agentes humanitarios suizos, en España y en otras partes, no basta con asumir que eran neutrales y defendían los valores del derecho internacional. Hay muchos otros factores que debemos tener en cuenta para explicar el funcionamiento de las instituciones humanitarias.
En toda la historia oficial de la Cruz Roja Internacional no hay nada escrito sobre Henny
En este sentido, la corrección del relato histórico que usted realiza con respecto a la guerra española puede tener cierta validez para nuestro presente, aunque solo fuera como aviso para navegantes.
Exacto. No es que yo no defienda los valores del derecho internacional, del pacifismo y de la acción humanitaria. Pero lo cierto es que cuando tú, como delegado, visitas una cárcel para hablar con un preso, conseguir información o lograr alguna otra cosa, entran otros elementos en juego de los que apenas se suele hablar: la negociación, la corrupción, el chantaje, el espionaje. Cuando hablas con gente que ha trabajado de delegado, te confiesan que esos elementos existen. En tu día a día interactúas con espías y personas corruptas; y empleas las herramientas que tengas para conseguir tus objetivos. Puedes pasar una puerta, puedes ayudar a alguien, pero no es gratis: siempre hay un coste. A mí, como historiador, son esos otros elementos los que me interesan.
A pesar de todo, en su libro Georges Henny sale bien, casi como héroe. Es increíble cuánto logra hacer a pesar de su juventud y nula experiencia.
Seguramente Henny fue más heroico que Marcel Junod, que, por cierto, ni se digna a citarlo en sus memorias. De hecho, en toda la historia oficial de la Cruz Roja Internacional no hay nada escrito sobre Henny.
¿Tan inconveniente era? ¿O Junod lo ninguneó por envidia?
Es una buena pregunta. Es verdad que a Junod le interesaba contar un relato en que él apareciera como actor principal. Es el héroe de su propio libro; todos los demás desaparecen. Pero Henny también era una figura inconveniente, por lo incómodo que resultaba el ataque al avión en que viajaba –tanto para la Cruz Roja como para el gobierno suizo, más interesado en establecer relaciones con la España franquista–. Era más convieniente borrarlo. Así, Henny acabó olvidado en un rincón de la Historia.
Hasta que es descubierto por los que quieren narrar el relato de las matanzas de Paracuellos.
Allí hay mucho ruido, muchas manipulaciones.
Si los archivos de la Cruz Roja se digitalizaron, fue gracias a la ley de memoria histórica de Zapatero
En su nota introductoria al libro, escribe: “El caso Henny es un ejemplo de los apasionados, y a veces nauseabundos, debates que surgen en torno a la fragmentada y compleja memoria de la guerra civil española”. ¿Qué hay de nauseabundo en esos debates?
Déjame que te lo explique con un ejemplo posterior a la publicación de mi libro. Yo ya tenía la intuición de que se aprovecharían de él ciertos autores filofranquistas. Al fin y al cabo, al entrar en el tema Paracuellos me estoy moviendo en un campo historiográfico transitado por historiadores con los que siento poca afinidad, tanto en lo que respecta a su metodología como a su posición política. Pero –me dije– precisamente por eso hay que hacer este trabajo. Como historiadores no podemos asumir que haya ciertos episodios del pasado reservados a los republicanos y otros a los franquistas. Ese, precisamente, ha sido uno de los problemas principales de cómo se han construido los debates memoriales en España. Tenemos que abandonar la idea de que un historiador de izquierdas no pueda trabajar sobre las masacres republicanas. Será un paso decisivo para que España tenga una relación más madura con su pasado.
Georges Henny (izq) y su asistente, Andrés de Vizcaya, delante de la delegación de la Cruz Roja Internacional en Madrid, 1936. / Archives CICR (DR)
Pero usted, al dar el ejemplo, sabía que su labor podría llegar a malinterpretarse.
Y es lo que ha ocurrido. Después de publicar mi libro en francés en open source, un historiador revisionista lo ha aprovechado para sacar varios artículos en Libertad Digital en los que usa lo que le interesa de mi investigación, pero no dialoga con mis conclusiones. Por ejemplo, fui yo quien mandé hacer un examen forense de la bala extraída de la pierna de Henny, demostrando que, en efecto, había sido un caza del gobierno el que había ametrallado el avión francés. Pero yo concluyo que se trató de un ataque accidental, no deliberado. Esa conclusión la obvia el otro autor. Esto lo expliqué en una reacción que escribí en mayo con dos colegas y que, al parecer, llegó a enfadar bastante al autor de Libertad Digital. Para colmo, después ha publicado un libro sobre el tema en el que fusila mi investigación ¡sin citarme siquiera! También obvia que, si los archivos de la Cruz Roja se digitalizaron, fue gracias a la ley de memoria histórica de Zapatero.
¿Hay otros aspectos de la recepción de su trabajo que le hayan sorprendido?
No deja de sorprenderme que en España se siga utilizando al personal humanitario como un referencial de valores –de elementos, si quieres, generosos, positivos– pero siempre con el fin de criticar la barbaridad del enemigo. El autor al que he mencionado tiene su objetivo muy claro. Lo que quiere enseñar es que gracias a estos actores humanitarios ejemplares se puede demostrar, con una mirada supuestamente neutral, la barbaridad de los republicanos. Algo similar ocurre a veces del otro lado.
Se investiga el papel de la Cruz Roja porque es una institución de prestigio; pero el Socorro Rojo, por ejemplo, fue al menos igual de importante
El hecho de que esos “terceros combatientes” se conviertan en palancas morales me recuerda un poco al papel que han venido jugando las y los historiadores no españoles de la guerra. Muchas veces, su supuesta objetividad ha sido aprovechada como munición en los debates internos, como parece haber ocurrido con usted también. ¿Es duro ver que empleen su trabajo en ese sentido?
Puede ser incómodo, sí. También me molesta que el enfoque muchas
veces se limite a una sola organización o unas pocas personas, cuando en
realidad había muchas organizaciones y personas operando y
entrecruzándose en los mismos espacios y momentos. Se investiga el papel
de la Cruz Roja porque es una institución de prestigio que tiene un
archivo y un museo; pero hay muy pocos trabajos sobre la labor realizada
por el Socorro Rojo, por ejemplo, que fue al menos igual de importante,
si no mucho más. Pero no hay casi nadie que trabaje en las
interconexiones entre todos esos actores.
Fuente → ctxt.es
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