En el capítulo anterior España se debatía entre los que se sublevaban contra el Gobierno legalmente establecido, y los que quieren evitar, a toda costa, que ese Gobierno caiga en manos de los militares. En 1920, José Ortega y Gasset ya escribía que, los militares del siglo XIX no creían que fuera preciso luchar para obtener el triunfo en uno de los varios pronunciamientos que se produjeron; ellos no iban a luchar sino a tomar posesión del poder. Esa era la creencia de los sublevados en 1936; pero ante la encontrada resistencia, tan inesperada como tenaz, su movimiento se dislocó en el plano político. Era preciso buscar un sustentáculo ideológico. Pero, ¿Cómo encajar esto? Entre los generales hay monárquicos borbónicos y carlistas, por otro lado, está la Falange, y empieza a parecer necesario dar al movimiento un cariz fascista, debido a que alemanes e italianos han comenzado a enviar material; y no podemos dejar de lado que algunos de los generales son declarados republicanos.
José Antonio Primo de Rivera se encuentra preso en Alicante, José Calvo Sotelo ha sido asesinado, y el 20 de julio el general Sanjurjo muere en un oportuno accidente de aviación, cuando se traslada de Lisboa a Burgos, ciudad en donde funciona de forma provisional, una junta de generales presidida por el general Miguel Cabanellas. Emilio Mola podría ser el jefe, pero debido a su arraigo tradicionalismo sería mal visto por los falangistas. Esta situación favorece a Francisco Franco, —lo cual se veía venir a raíz de los últimos acontecimientos—, que es nombrado jefe del Estado el 1 de octubre de 1936. Meses más tarde, se produce la unificación entre tradicionalistas y falangistas, nace así la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, un partido único del cual se declara jefe Franco. Vemos como acapara el poder del partido único y de la parte sublevada del país.
De los intentos de hacerse con el poder, en la mayor parte posible del territorio, se pasa rápidamente a una guerra en la que el ejército de África más la Legión Extranjera y los Regulares apoyados por material y personal alemán e italiano, se enfrentan a una minoría de militares, defensores de la legalidad; algunos guardias civiles, fieles a su deber; guardias de asalto; pero sobre todo al pueblo.
No pretendo hacer una cronología de los principales combates y batallas que se desarrollaron durante los casi tres años que duró la guerra, aunque de forma cronológica iré haciendo un repaso por los más significativos.
Los sublevados no consiguieron apoderarse de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga o Murcia, aunque sí controlaron Sevilla, Córdoba, Granada, Cádiz, Valladolid y Zaragoza, más todo el Protectorado de Marruecos, Canarias (menos la isla de La Palma) y Baleares (excepto Menorca), aunque dominaban cerca de la mitad de la península (Galicia, León, Castilla la Vieja, Álava, Navarra, gran parte de la provincia de Cáceres, y la mitad occidental de Aragón, incluyendo las tres capitales, menos Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, que quedaron aisladas del resto de la zona republicana, y Cataluña. Fuera de esta área controlaban puntos de resistencia aislados dentro de la zona republicana como la ciudad de Oviedo, que soportó un duro asedio por parte de los republicanos, hasta el 17 de octubre; el cuartel de Simancas en Gijón, el Alcázar de Toledo o el santuario de la Virgen de la Cabeza (Jaén). Esta España controlada por los sublevados se correspondía con la rural.
Se calcula que un 70 % de los 15 000 jefes y oficiales, combatieron en el bando sublevado. De los 210.000 soldados de tropa y suboficiales que constituían el ejército regular en 1936, unos 120.000 quedaron en zona sublevada, de ellos, 47.000 formaban el Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera y los Regulares (tropas indígenas moras mandadas por oficiales españoles) que era la fuerza militar más experimentada de todo el ejército español. La Guardia Civil, por su parte, quedó dividida entre ambos bandos, rompiendo así su juramento de estar siempre al servicio de la nación. En conclusión, el bando sublevado no tuvo que construir su ejército, entre sus fuerzas. Por otro lado, los carlistas (requetés) y los falangistas, fueron integrados en el ejército, al contrario de lo que sucedió entre los republicanos donde las milicias obreras, especialmente las anarquistas, siempre desconfiaron de la institución militar, con la excepción de los comunistas.
En cuanto a la ayuda extranjera, los sublevados recibieron suministros desde el primer día por parte de la Alemania nazi y la Italia Fascista, y pronto se añadieron unidades de la Legión Cóndor alemana y el CTV italiano, en un flujo continuo que nunca se detuvo a largo de toda la guerra. En cuanto a la ayuda extranjera la República, debido a la falta de ayuda por parte de Francia y Gran Bretaña, que además impulsaron el Comité de No Intervención (cuya prohibición de suministrar armas no cumplirían ni Alemania ni Italia, a pesar de haber firmado el acuerdo), tuvo que adquirir material bélico donde pudo, lo que le hizo depender de los suministros de la Unión Soviética, cuyo material bélico acompañado por instructores y consejeros militares, junto con las Brigadas Internacionales reclutadas por la Internacional Comunista o Komintern, no comenzó a llegar hasta octubre de 1936; no pudiendo, además, contar con ninguna unidad militar completa organizada. Tras la decisión del gobierno de José Giral de licenciar a las tropas para evitar que la sublevación se extendiera, estuvo constituida por unidades sueltas y por las milicias de las organizaciones obreras. Será a partir de la llegada, el 5 de septiembre de 1936, del gobierno de Largo Caballero, cuando se inició la construcción de un verdadero ejército, militarizando a las milicias e integrandolas en las Brigadas Mixtas, primer paso para la creación del Ejército Popular, que siempre careció de mandos profesionales; un problema que fue mayor en el caso de la Armada.
Nada más conocer el Gobierno que la sublevación militar había triunfado en el Protectorado, el ministro de Marina José Giral ordenó que varios barcos de guerra se dirigieran a bloquear Ceuta, Larache y Melilla para evitar así el paso a la península de las tropas coloniales. El día 19 de julio, sofocada la rebelión en Madrid, salieron hacia la sierra de Guadarrama varias columnas de milicianos, junto a las unidades militares que habían sido disueltas por orden del gobierno. Allí impidieron que las columnas enviadas por Mola consiguieran atravesar los puertos de montaña de la sierra madrileña y llegar a la capital, quedando el frente norte de Madrid estabilizado hasta el final de la guerra. Mientras tanto, desde Barcelona, donde tampoco triunfó la sublevación, salieron varias columnas para dirigirse a Aragón. La más numerosa de estas columnas, fue la columna Durruti, así llamada estar encabezada por el líder de la FAI Buenaventura Durruti Dumange. Desde Valencia, salió hacia Teruel la columna de Hierro. También desde Barcelona una expedición a Mallorca.
El bloqueo del Ejército de África se pudo superar gracias a ayuda que recibió por parte de la Alemania nazi y de la Italia fascista. El 26 de julio llegaban a Marruecos los primeros 20 aviones Junkers acompañados por cazas, y, cuatro días después, los primeros 9 cazabombarderos italianos. Con estos medios aéreos, pudieron organizar un puente aéreo para transportar a legionarios y regulares. Sin embargo, el desbloqueo completo no se produciría hasta que, el Gobierno, decidió transferir la mayoría de sus barcos de guerra al Cantábrico, posiblemente el mayor error de la Guerra Civil. Decisión motivada por la negativa de Gran Bretaña a que el Gobierno legítimo de España, pudiera detener el tráfico neutral dirigido al territorio enemigo, por lo que los buques de guerra republicanos no podrían impedir que los mercantes alemanes e italianos desembarcaran material de guerra en Ceuta, Melilla, Cádiz, Algeciras o Sevilla.
El 1 de agosto, Franco, da la orden de que las columnas avancen desde Sevilla hacia Madrid a través de Extremadura, ya que siguiendo esta ruta se unirían las dos zonas controladas por los sublevados. Se inicia así la Campaña de Extremadura, con la llamada «columna de la muerte», debido a la brutal represión que aplicó en las localidades extremeñas por las que pasó, siendo el hecho más destacado la matanza de Badajoz; avanzó rápidamente, estableciendo contacto con las fuerzas sublevadas del norte. El avance se volvió en dirección noreste para alcanzar el valle del Tajo y el 2 de septiembre caía Talavera de la Reina, ya en la provincia de Toledo. El rápido avance de los sublevados hacia Madrid y la inminente caída de Irún, provocaron la dimisión del presidente José Giral. El 5 de septiembre se formaba un nuevo gobierno presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, que asumía la cartera de Guerra, con el objetivo de organizar un ejército que pudiera detener el avance de los sublevados y ganar la guerra. La rapidez con que cayeron las poblaciones en el avance por Extremadura se debió a que el Ejército de África estaba integrado por tropas mercenarias (legionarios y regulares) que estaban mejor entrenadas y curtidas en combate, las únicas profesionales en aquellos primeros meses de guerra, mientras que fuerzas republicanas estaban integradas, mayoritariamente, por milicianos faltos de adiestramiento militar. Además, los milicianos, procedentes de organizaciones obreras y partidos de izquierda, desconfiaban de los militares profesionales, rechazando la disciplina, con una excepción, los comunistas que pedían la militarización de las milicias y la creación de un Ejército Popular siguiendo el modelo del Quinto Regimiento creado por ellos.
El 21 de septiembre se reunían los generales sublevados en una finca situada en los alrededores de Salamanca, donde nombrarían a Franco, mando único. Una semana más tarde volverían a reunirse para dilucidar el mando político. El general Franco decidió desviar las columnas que avanzaban hacia Madrid, en dirección a Toledo, para levantar el asedio del Alcázar de Toledo, donde, al mando del director de la Escuela Central de Educación Física, el coronel José Moscardó, guardias civiles, cadetes, algunos voluntarios, con el escudo de la población civil allí refugiada, resistían los ataques republicanos. Esta decisión, posiblemente, hizo perder a los sublevados la posibilidad de tomar Madrid antes de que se organizase su defensa, aunque también es posible que Franco, con esta decisión, consiguiera desgastar a un ejército que aún no estaba organizado. Era importante que, mientras los sublevados seguían recibiendo nuevo material, al ejército del gobierno se le privara del mayor numero de tropas y de material. El mismo día que se levantaba el asedio, el 28 de septiembre, Franco era nombrado jefe del Gobierno del Estado Español, mientras dure la guerra. El 8 de octubre, el Ejército de África, en San Martín de Valdeiglesias, toma contacto con las fuerzas del norte mandadas por el general Emilio Mola, quedando el norte republicano rodeado por tierra por los rebeldes. Así, a principios de octubre, las fuerzas sublevadas se encontraban a entre 40 y 55 kilómetros de la capital. Aunque las fuerzas republicanas opusieron una mayor resistencia debida a la reorganización emprendida por el gobierno Largo Caballero, los ejércitos sublevados fueron estrechando el semicírculo que atenazaba a la capital.
En los primeros días de noviembre, los sublevados daban por hecho la toma de la capital, tanto que, Radio Lisboa llegó a anunciar la caída de la ciudad (narrando la entrada triunfal de Franco a lomos de un caballo blanco). El 6 de noviembre, cuando parecía que el ejército sublevado estaba a punto de entrar en Madrid, el gobierno de Largo Caballero decidió trasladarse a Valencia, encomendando la defensa de la ciudad al general José Miaja Menant presidiendo una Junta de Defensa. Dos días después comenzaba la Batalla de Madrid, que duraría hasta el final de la guerra dos años y medio después, y que en todo momento estuvo dirigida por el coronel Vicente Rojo Llull. El día 13, tras los violentos combates de los días 8 y 11 de noviembre, los sublevados ocupaban el cerro de Garabitas y dos días después, tras cruzar el río Manzanares, se adentran en la Ciudad Universitaria, de donde no pudieron pasar, al no poder vencer la resistencia que presentaron las fuerzas republicanas, junto a las primeras Brigadas Internacionales. El 23 de noviembre Franco desistió de continuar con el ataque frontal a la capital, quedando el frente estabilizado.
Fracasado el ataque frontal, los sublevados decidieron envolver Madrid por el noroeste cortando la carretera de La Coruña y penetrando por allí en la capital. En el primer intento que tuvo lugar a finales de noviembre, solo pudieron avanzar tres de los siete kilómetros previstos, quedando detenido el ataque. El segundo intento tuvo lugar en diciembre, constituyendo un nuevo fracaso. El tercer y último intento tuvo lugar a principios de enero de 1937, cuando, los sublevados con un importante ejército, la División Reforzada de Madrid, se enfrentaron a un ejército republicano con cinco divisiones, mandadas por dos oficiales retirados por la ley Azaña de 1931, dos oficiales de las fuerzas de seguridad, y al comunista Juan Guilloto León "Modesto". Entre los días 6 y 9 de enero la División Reforzada atacó, pero los republicanos resistieron y tuvieron que desistir de su avance. Fracasado el nuevo intento, los sublevados lo intentan por el sureste, en un avance dirigido al río Jarama, destinado a cortar la carretera de Valencia, por donde Madrid recibe la mayoría de sus suministros. La Batalla del Jarama batalla del Jarama se inició el 4 de febrero, dándose por finiquitada el 27 de febrero de 1937.
Al tiempo que tenía lugar la Batalla del Jarama, Málaga era tomada por los sublevados el 8 de febrero de 1937, gracias a la intervención de las unidades motorizadas del Corpo di Truppe Volontarie (CTV) que Mussolini había comenzado a enviar dos meses antes. En el ataque participaron los cruceros Baleares y Canarias. Aunque las milicias republicanas se batieron con indudable valor, tuvieron que emprender la huida por la carretera costera de Málaga a Almería acompañadas por miles de civiles, siendo atacados por aviones italianos y los barcos de los sublevados. Para el Gobierno republicano, la derrota señaló el comienzo de la decepción de los comunistas con respecto a Largo Caballero como Jefe de Gobierno y ministro de la Guerra, llegando las consecuencias a los mandos nombrados por Largo, los cuales fueron procesados como resultado de las investigaciones llevadas a cabo después del desastre.
Envalentonado el Corpo di Truppe Volontarie (CTV), tras la toma de Málaga, insisten en realizar el que será tercer y último intento de envolver Madrid, a lo que accedió Franco, dando lugar a la Batalla de Guadalajara. La idea italiana consistía en dirigirse a Guadalajara y una vez tomada esta ciudad cortar la carretera de Valencia y entrar en Madrid por el noreste. A pesar de desplegar buena parte de los 48.000 soldados con que contaba el CTV, El 19 de marzo las fuerzas republicanas detuvieron su avance. El 23 de marzo terminaba la batalla, destacando el hecho de que muchos «legionari» del CTV fueron capturados por los «garibaldini» de las Brigadas Internacionales. La batalla de Guadalajara había sido el último intento de tomar Madrid, y solo una semana después se inició la Campaña del Norte, con el objetivo de controlar sus recursos mineros e industriales, además de que su conquista permitiría trasladar la flota sublevada al Mediterráneo para intentar detener el tráfico marítimo dirigido a los puertos republicanos.
La ofensiva, al mando del general Mola se inició el 31 de marzo de 1937 desde las posiciones alcanzadas en octubre del año anterior, situadas a unos 35 kilómetros al oeste de San Sebastián. El Ejército Vasco reclutado por José Antonio Aguirre rechazaba la autoridad del general Francisco Llano de la Encomienda que era el jefe del Ejército del Norte. En una primera ofensiva, los sublevados, a pesar de contar con superioridad naval y aérea, avanzaron poco debido a la fuerte resistencia encontrada y a las malas condiciones meteorológicas. La segunda ofensiva iniciada el 20 de abril tuvo más éxito alcanzando cinco días después la línea Guernica-Durango. El día 26 de abril, tras haber bombardeado Jaén y Durango los días anteriores, se produjo el bombardeo de Guernica por aviones de la Legión Cóndor y del CTV causando numerosas víctimas civiles y una enorme destrucción, ya que se utilizaron también bombas incendiarias. Tres días después era ocupada la ciudad y el día 30 de abril llegaban a Bermeo. Momento elegido para que ambos ejércitos se reorganizaran. El «lehendakari» Aguirre asumió el mando supremo del ejército vasco para defender las fortificaciones alrededor de Bilbao, el llamado «Cinturón de Hierro», que había perdido parte de su utilidad porque el ingeniero que las había diseñado, Alejandro Goicoechea, se había pasado al bando sublevado. Gracias a esta circunstancia, los rebeldes pudieron penetrar por sus puntos débiles mientras Bilbao era bombardeada por la artillería y por la aviación. Bilbao cayó el 19 de junio, sin que el gobierno de Valencia, presidido desde el 17 de mayo por el socialista Juan Negrín López, tras superar la crisis de los sucesos de mayo de 1937, hubiera podido organizar algún ataque en otros frentes que hubiera dificultado el avance rebelde.
Era necesario aliviar la presión sobre Madrid, al tiempo que se hacía lo mismo en la Norte. Es por esto por lo que el Gobierno decidió, el 6 de julio, emprender la Batalla de Brunete conquistando primero ese pueblo situado al oeste de la capital, para tomar después la dirección sureste y encontrarse con otras fuerzas que avanzarían desde el sur, lo que, en el caso de tener éxito, obligaría a los rebeldes a replegarse si no querían verse cercados. El ataque fue lanzado por el reorganizado V Cuerpo de Ejército republicano al mando del comandante de milicias Juan Modesto, que, además, contaba con el apoyo de unidades de tanques T-26 soviéticos que ocupó Brunete, sin apenas resistencia, lo que trajo como consecuencia la rápida reacción de Franco, enviando unidades de la Legión y de Regulares más las brigadas de Navarra y 150 aviones italianos y alemanes retirados del frente del Norte. La batalla, de una dureza extraordinaria, concluyó el 26 de julio, por agotamiento. El Ejército Popular Republicano retuvo importantes sectores de territorio, aunque perdió Brunete. Los sublevados se reorganizaron para reanudar la Campaña del Norte atacando Santander desde el sur.
La batalla de Santander comenzó el 14 de agosto atacando Reinosa que fue ocupada en solo dos días. La resistencia republicana en la costa se desplomó ante el avance de la CTV italiana, gracias a la superioridad aérea ya que, los republicanos no pudieron enviar aviación debido a la lejanía de las bases. Las fuerzas republicanas estaban mandadas por el general Mariano Gamir Ulibarri, que había sido nombrado el 6 de agosto. El 24 de agosto, diez días después de iniciada la ofensiva, fue ocupada la ciudad de Santander cuando fuerzas de orden público, una vez evacuados sus mandos, izaron bandera blanca. Fueron muchos los que se pasaron, lo que daba fe de la desmoralización de las filas republicanas.
La segunda ofensiva republicana para aliviar la presión sobre el Norte llegó tarde puesto que comenzó el mismo día que caída Santander. Se desarrolló en el frente de Aragón, que se mantenía inalterado desde el inicio de la guerra cuando las columnas anarquistas, junto a las del POUM salieron de Cataluña y ocuparon la mitad oriental de Aragón, aunque no consiguieron conquistar Zaragoza. El 24 de agosto dio comienzo la ofensiva, cuyo propósito era romper el frente y alcanzar Zaragoza, lo que obligaría a Franco a suspender, de nuevo, su ofensiva del Norte. Al norte del Ebro operaban las divisiones anarquistas, mientras al sur lo hacían las comunistas dirigidas por Enrique Lister Forján y los dos generales internacionales Walter y Kléber. Tras tomar Codo y Quinto, el día 26, cercaron Belchite, dando comienzo la Batalla de Belchite. Los rebeldes encargados de la defensa del pueblo resistieron hasta el 3 de septiembre. Los rebeldes iniciaron una contraofensiva que, al norte del Ebro, hizo retroceder a los anarquistas y, al Sur, en Fuentes de Ebro situado a 26 kilómetros de Zaragoza, consiguió derrotar a los tanques BT-5 y a la XV Brigada Internacional. Belchite permaneció en poder de los republicanos, pero los dos objetivos de la ofensiva no se consiguieron: no se tomó la capital aragonesa y no se detuvo el avance rebelde en el frente norte. Tras ser ocupada Santander, el 1 de septiembre dio comienzo la ofensiva de Asturias, para poner fin al último territorio de la franja norte republicana. Unos días antes se formó en Gijón, el Consejo Soberano de Asturias y León bajo la presidencia del socialista Belarmino Tomás, uno de los dirigentes de la Revolución de Asturias de octubre de 1934, que intentó organizar la defensa. La resistencia al avance enemigo fue muy difícil debido a la carencia de material y alimentos, y la desmoralización de las tropas produjo retiradas desordenadas. No obstante, hasta el 21 de octubre no fue tomado Gijón, último reducto de la Asturias republicana y de todo el norte.
Las consecuencias de la victoria rebelde en el Norte tuvieron una gran importancia en el curso de la guerra, ya que Franco pudo concentrar todas sus fuerzas en las zonas Centro y Mediterráneo, además de hacerse con una industria que no había sido destruida. La victoria restableció el orgullo de Mussolini, perdido por la derrota en Guadalajara, que en adelante cooperaría con Franco. También, la opinión internacional juzgaba que, una vez perdido el Norte, la victoria era cuestión de tiempo. En noviembre el gobierno de Negrín decidió trasladarse de Valencia a Barcelona, donde ya se encontraba el presidente de la República Manuel Azaña para activar la industria de guerra catalana, que quedó bajo la autoridad del gobierno de la República, y así poder suplir la pérdida de las fábricas de armamento de Vizcaya, Cantabria y Asturias, además de asentar definitivamente la autoridad del gobierno en Cataluña, lo que relegó al gobierno de la Generalidad de Lluís Companys a un papel secundario.
El 12 de diciembre de 1937, la 11ª División republicana al mando de Enrique Líster corta las vías de comunicación de Teruel con la retaguardia rebelde. Da comienzo la Batalla de Teruel. La estrategia ha sido diseñada por el jefe del Estado Mayor republicano, el coronel Vicente Rojo. El objetivo es conquistar el saliente de las líneas enemigas que representa Teruel; además, impedirá el ataque previsto, para el día 18 de diciembre, por los rebeldes contra Madrid. Franco reaccionó, rápidamente, para romper el cerco de Teruel, pero al no conseguirlo en un primer intento, envió más fuerzas y suspendió el ataque sobre Madrid.
En la batalla se mostraron las debilidades del ejército republicano, por lo que Franco pospuso el ataque a Madrid, para, en su lugar, lanzar la ofensiva contra Cataluña y Valencia. El ataque comenzó, el 9 de marzo, al sur del Ebro, derrumbándose el frente republicano, ante la cantidad de fuego artillero y aviación. El día 14 el CTV tomaba Alcañiz y el 17 los rebeldes tomaban Caspe, después de reconquistar Belchite. El norte del Ebro, tomaron Fraga el 27 de marzo y a principios de abril llegaron a Lérida. Al norte de la capital ilerdense, avanzaron hasta el Noguera Pallaresa, estableciendo cabezas de puente en Balaguer y Tremp. Una vez alcanzadas estas, Franco descartó dirigirse hacia Barcelona, optando por avanzar hacia el Mediterráneo, al sur de la desembocadura del Ebro, objetivo que alcanzó el 15 de abril al llegar a Vinaroz. La zona republicana quedaba dividida en dos. El fracaso de la Batalla de Teruel y el derrumbe del frente de Aragón provocaron la crisis de marzo de 1938, y el presidente del Gobierno Juan Negrín intentó que Indalecio Prieto Tuero dejara el Ministerio de Defensa ya que, al igual que el presidente de la República Manuel Azaña, consideraba que el ejército republicano no podría ganar la guerra, siendo necesario negociar una rendición con apoyo franco-británico. Al no conseguirlo Negrín le pidió que abandonara al gobierno, asumiendo Negrín, 6 de abril, dicha cartera ministerial, con el comunista coronel Antonio Cordón como Subsecretario de Guerra, que procedió a reorganizar las fuerzas republicanas en dos grandes grupos: el GERC (Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur) y el GERO (Grupo de Ejércitos de la Región Oriental).
Alcanzado el Mediterráneo, Franco dirigió su ataque contra Valencia en lugar de contra Barcelona, sede del Gobierno republicano, no porque Cataluña fuera un bocado difícil, sino porque el posible acercamiento de las fuerzas alemanas e italianas a la frontera francesa podría suscitar tensiones internacionales. De esta manera se inicia la ofensiva del Levante cuyo plan consistía en avanzar por la costa desde Vinaroz y desde Teruel por el interior, para converger en Sagunto, y desde allí tomar Valencia. Pero con lo que no contaba Franco, fue con la dura resistencia republicana, cuando sus tropas, tras conquistar Castellón de la Plana el 13 de junio, alcanzaron la línea de fortificaciones conocida como Línea XYZ que se extendía desde Almenara, al norte de Sagunto en la costa, hasta el río Turia en el interior. Allí los rebeldes tuvieron que detener su avance.
El 25 de julio de 1938 el Ejército del Ebro republicano, del recién creado GERO, cruza por sorpresa el río Ebro entre Mequinenza y Amposta con el objetivo de atacar desde el norte al ejército rebelde que se acercaba a Valencia. Se iniciaba la Batalla del Ebro. El grueso del Ejército republicano llegó a las puertas de Gandesa, población que no logró tomar. Entre el 2 o el 3 de agosto la ofensiva republicana había fracasado, y a partir de ese momento las operaciones se centraron en la bolsa ganada por los republicanos al sur del Ebro, donde se defendieron a toda costa. Algunos colaboradores de Franco le aconsejaron abandonar el frente del Ebro, una vez detenido el avance republicano, y reemprender la ofensiva contra Valencia, pero Franco pensó, en destruir hombres y material de lo mejor de las fuerzas republicanas. Tras tres meses de duros combates, los republicanos tuvieron que retirarse y volver a cruzar el Ebro en sentido contrario. El 16 de noviembre lo hacían las últimas unidades. La Batalla del Ebro había terminado. Mientras tenía lugar la Batalla del Ebro estalló la crisis de los Sudetes que bien podía conducir a la guerra en Europa, por lo que Negrín decidió retirar las Brigadas Internacionales buscando conseguir una actitud favorable hacia la República de Francia y Gran Bretaña. Lo mismo hizo Franco al reducir la presencia de tropas italianas y garantizar a Gran Bretaña y Francia que se mantendría neutral si estallara la guerra en Europa. Pero, el cierre de la crisis con los Acuerdos de Múnich del 29 de septiembre de 1938, según los cuales Checoslovaquia entregaba los Sudetes a Hitler, supuso una nueva derrota para la República, ya que el acuerdo significaba que Francia y Gran Bretaña, continuaban con su política de sumisión ante la Alemania nazi, y si no intervenían para defender a Checoslovaquia menos lo harían para ayudar a la República española.
Los dos ejércitos salieron muy malparados de la batalla del Ebro, pero los rebeldes se repusieron rápidamente gracias a las ayudas de Alemania e Italia, por lo que, a primeros de diciembre de 1938, ya estaban preparados para comenzar la ofensiva de Cataluña. El ataque a Cataluña se retrasó por el mal tiempo, comenzando el 23 de diciembre, y encontrando fuerte resistencia durante las dos primeras semanas. El 6 de enero, los restos del Ejército del Ebro estaban diezmados, mientras el Ejército del Este, se batía en retirada. El jefe de Estado Mayor republicano, el general Vicente Rojo, proyectó una maniobra de diversión en la zona centro-sur para aliviar la presión sobre Cataluña, pero fracasó; la ofensiva en el frente de Extremadura tuvo escaso éxito por la falta de material y medios de transporte. A partir de la primera semana de enero de 1939 el avance de las tropas del Ejército de África, era imparable gracias a la mejor preparación de sus mandos, a su superioridad artillera y aérea por la presencia permanente de la Legión Cóndor y de la aviación italiana, también influyó que, la flota sublevada impidió la llegada a de material para las fuerzas gubernamentales, mediante el bombardeó de los puertos. Artesa de Segre fue tomada el 4 de enero, Tárrega el 15, Villafranca del Panadés el 21, el 22 Igualada y el 24 alcanzaron el río Llobregat. Los destrozados ejércitos republicanos se retiraron hacia la frontera francesa acompañados por una muchedumbre de civiles que colapsaba las carreteras. El 26 de enero los rebeldes, sin apenas resistencia, entraban en Barcelona, que había sido abandonada por el Gobierno y las autoridades militares, los cuales cruzaron la frontera francesa el 5 de febrero después de celebrar una última reunión de las Cortes republicanas en el castillo de Figueras. El 4 de febrero, había sido ocupada Gerona.
Entre el 5 y el 11 de febrero los restos de los dos ejércitos republicanos del GERO cruzaron, ordenadamente, la frontera francesa, deponiendo sus armas y siendo internados en campamentos sin las más mínimas condiciones, más parecían los después vividos campos de concentración nazis y franquistas. Menorca fue ocupada por los rebeldes, gracias a la ayuda británica. Para evitar que la isla, que durante toda la guerra había permanecido bajo soberanía republicana, pudiera caer bajo dominio italiano o alemán, el gobierno británico aceptó la propuesta del jefe franquista Fernando Sartorius, conde de San Luis, para que un barco de la Royal Navy lo trasladara a Mahón y negociar la rendición de la isla a cambio de que las autoridades republicanas pudieran abandonarla bajo protección británica. El gobierno británico puso en marcha la operación sin informar al embajador republicano en Londres, y en la mañana del 7 de febrero arribaba al puerto de Mahón el crucero Devonshire con Sartorius, donde se entrevistó con el capitán de navío Luis González de Ubieta, quien no pudiendo consultar con Negrín, aceptó las condiciones de la rendición. A las 05:00 del 9 de febrero el Devonshire partía rumbo a Marsella con 452 refugiados a bordo. Inmediatamente Menorca fue ocupada.
El día 9 de febrero cruzaba la frontera francesa el presidente del gobierno, Juan Negrín, pero, al día siguiente, en Toulouse cogió un avión para regresar a Alicante acompañado de algunos ministros con la intención de reactivar la guerra en la zona centro-sur, el último reducto de la zona republicana. Allí se desató una última batalla entre los que consideraban inútil seguir combatiendo y los que todavía pensaban que, las tensiones en Europa acabaran estallando y Gran Bretaña y Francia acudirían en ayuda de la República española, o que, al menos, impondrían a Franco una paz sin represalias. El problema para Negrín, que instaló su cuartel general en la finca El Poblet (cuyo nombre en clave era «Posición Yuste»), era cómo terminar la guerra sin combatir y sin condiciones. La situación se hizo insostenible cuando el 27 de febrero, Francia y Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco como el gobierno legítimo de España. Al día siguiente el presidente de la República Manuel Azaña que se encontraba en la embajada española en París renunció a su cargo, siendo sustituido, de forma provisional, por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio. Mientas tanto, el coronel Segismundo Casado López contra Negrín, convencido de que sería fácil liquidar la guerra a través de un entendimiento entre militares, razón por la había entrado en contacto con el Cuartel General de Franco, para rendir el ejército republicano, sin represalias. Algo a lo que los emisarios del Franco no se comprometieron. Casado consiguió el apoyo de jefes militares, como el anarquista Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo de Ejército, y de algunos políticos, como el socialista Julián Besteiro. Todos ellos criticaban la resistencia a ultranza de Negrín y su dependencia del PCE. El 4 de marzo se sublevó la base naval de Cartagena, y el almirante Miguel Buiza ordena zarpar a la flota y dirigirse a la base naval de Bizerta en el protectorado francés de Túnez, a pesar de que la sublevación había sido dominada por las fuerzas republicanas el día 7 de marzo.
El día 5 de marzo, los partidarios de Casado se apoderan de los puntos neurálgicos de Madrid, anunciando la formación de un Consejo Nacional de Defensa presidido por el general Miaja. El Consejo emitió un manifiesto por radio, en el que se deponía al gobierno de Negrín, aunque nada dijo de las negociaciones de paz. Las unidades controladas por los comunistas opusieron resistencia en la capital y sus alrededores, pero fueron derrotados, firmando un acuerdo de paso de mando del Ejército republicano al Ejército sublevado. Al día siguiente Negrín y su gobierno, junto con los principales dirigentes comunistas, abandonaron España para evitar ser apresados. Consumado el golpe de Casado, Franco no concedió a Casado ninguna de las garantías pedidas. Franco solo aceptaba una rendición sin condiciones. Casado y el Consejo Nacional de Defensa embarcaron con sus familias el 29 de marzo en el destructor británico que los trasladó a Marsella, solo se quedó el socialista Julián Besteiro. Un día antes las tropas rebeldes hicieron su entrada en Madrid, ocupando, sin lucha, toda la zona centro-sur que había permanecido bajo la autoridad de la República durante toda la guerra. En Alicante desde el día 29 de marzo unas 15.000 personas que habían huido se apiñaban en el puerto a la espera de embarcar en algún barco. La mayoría no lo lograron y fueron apresados por las tropas italianas de la División Littorio, al mando del general Gastone Gambara. Muchos de ellos fueron ejecutados allí mismo. El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (Radio Nacional de España) difundía el último parte de la guerra, que decía lo siguiente:
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas
nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
El Generalísimo
Fdo. Francisco Franco Bahamonde
Burgos, 1 abril de 1939
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Segunda República Española-Antecedentes: LEER AHORA
Segunda República Española-Cinco años antes de…: LEER AHORA
Segunda República Española-Julio de 1936, la sublevación militar ha llegado. LEER AHORA
BIBLIOGRAFÍA
Segunda República de Rubén Buren
Breve Historia de la Segunda República Española de Luis F. Iñigo Fernández
La Revolución española, vista por una republicana de Clara Campoamor
Segunda República Española (1931-1936) de Julio Gil Pecharromán
Historia de la Segunda República Española de Luis Palacios Bañuelos
Historia de la Segunda República Española de Victor Alba
Crónica de la Guerra Española de la Editorial Codex, S.A. Buenos Aires (Argentina)
Diversos capítulos de mis Blogs Personales: COSAS DE HISTORIA Y ARTE y Una biografía en tu pantalla de Ramón Martín Pérez
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