- Resumen
- Introducción
- Milicianas en combate en primera línea
- Funciones no combativas en el frente
- Batallones femeninos en la retaguardia
- Referencias
- Notas
Resumen
La historia de la participación militar de las mujeres durante la Guerra Civil española ha sido hasta ahora descuidada, subestimada o minimizada por los historiadores. Este artículo pretende corregir este desequilibrio. Examina las acciones de las milicianas, y los papeles militares que desempeñaron, desde el comienzo de la guerra hasta julio de 1937, cuando la mayoría de las mujeres habían sido retiradas del combate. La mayor parte de la literatura secundaria intenta desestimar la contribución militar de las milicianas argumentando que las mujeres no participaron en combate en igualdad de condiciones que los hombres. En su lugar, la literatura se centra en las tareas domésticas y auxiliares desempeñadas por las milicianas en el frente. Este artículo demuestra que, de hecho, las mujeres participaron en combate en igualdad de condiciones que los hombres. Utilizando fuentes primarias, en particular las diversas memorias escritas por milicianas o sus testimonios orales, este artículo analiza el tipo de tareas de combate que desempeñaron las mujeres y las batallas en las que participaron. El artículo demuestra que las milicianas contribuyeron de forma significativa al esfuerzo bélico republicano.
Palabras clave: mujeres combatientes, milicianas, Guerra Civil Española
Introducción
La historia de la participación militar de las mujeres durante la Guerra Civil española ha sido hasta ahora descuidada, subestimada o minimizada por los historiadores. Este artículo pretende corregir este desequilibrio. La comprensión de la participación de las milicianas en combate durante la Guerra Civil española y de sus actividades en el frente y en la retaguardia es necesaria para apreciar la importancia del fenómeno miliciano. La ausencia de tal comprensión permite que continúen los conceptos erróneos sobre las mujeres que tomaron las armas contra los fascistas en España. La importancia histórica del fenómeno de la miliciana no sólo radica en la medida en que estas mujeres ayudaron al esfuerzo bélico. El papel combativo de las milicianas significó un cambio en los roles de género que se estaba produciendo en la zona republicana como consecuencia tanto de la guerra como de la revolución social. Parte de la trascendencia del fenómeno de la miliciana radica también en su singularidad en la historia de España. Mientras que un número limitado de mujeres españolas habían participado en combate antes de la Guerra Civil española, éste fue el primer caso en el que un gran número de mujeres no sólo tomaron las armas para luchar, sino que se integraron en la fuerza de combate como combatientes en igualdad de condiciones que los hombres.
Hay varias distinciones importantes entre las milicianas que lucharon en el frente y las estacionadas en la retaguardia, y es por esta razón que estos dos temas se han tratado por separado. Las milicianas de primera línea se integraron, con pocas excepciones, en la fuerza de combate republicana como miembros de batallones mixtos. En cambio, las milicianas de la retaguardia se organizaron mayoritariamente en batallones exclusivamente femeninos. Otra diferencia es que las combatientes del frente se desplazaban por España en función de las necesidades del conflicto, mientras que las milicianas de la retaguardia permanecían viviendo en sus casas. Los batallones femeninos de la retaguardia desempeñaban un papel defensivo y sólo participaban en combate cuando la batalla llegaba a sus ciudades y pueblos. Hay pocas pruebas de movimientos de mujeres entre el frente y la retaguardia. Así pues, las milicianas del frente y de la retaguardia pueden considerarse dos grupos de mujeres separados y distintos.
Este artículo demostrará el alcance de la participación militar de las mujeres a través de un examen sistemático de sus actividades militares. Se ofrecerá una imagen completa de cómo era la vida de las mujeres que luchaban en el frente, esbozando las funciones de combate que desempeñaban a diario.Contrariamente a lo que se ha afirmado en gran parte de la literatura secundaria, se demostrará que la gran mayoría de las milicianas participaron realmente en combate en igualdad de condiciones con los hombres, aunque también se encargaron en muchos casos de cumplir una función auxiliar.
Además, se demostrará que las milicianas desempeñaron un papel de combate más amplio y sofisticado de lo que se ha demostrado hasta ahora. Este artículo presentará una discusión detallada de las muchas actividades militares que las mujeres llevaron a cabo en el frente, incluyendo la participación en batallas y avances, haciendo guardia, tomando prisioneros, fabricando bombas y disparando contra el enemigo.
Este artículo también incluirá una discusión sobre las tareas auxiliares que las milicianas llevaban a cabo cuando no estaban en combate. En muchos casos, las mujeres sufrían una doble carga en el frente, ya que se esperaba de ellas que realizaran tanto tareas de combate como de apoyo. Esto demuestra que, aunque los roles de género estaban cambiando, no se habían revolucionado por completo. Las mujeres de la zona republicana no habían sido liberadas y no se había alcanzado una verdadera igualdad. Más bien prevalecían ciertas actitudes tradicionales y sexistas, incluso entre algunos miembros de las milicias republicanas y grupos políticos de izquierdas.
Aunque no se suele incluir en la discusión sobre las milicianas, un aspecto importante del fenómeno miliciano fue la presencia de miles de mujeres armadas y entrenadas en la retaguardia, organizadas en batallones femeninos y preparadas para participar en combate si era necesario, ya fuera en el frente o en defensa de sus ciudades y pueblos. Este artículo toma como definición de miliciana a toda mujer armada que participó en combate, o que fue entrenada y preparada para ello, en defensa de la República durante la Guerra Civil española. Aunque estas milicianas de retaguardia no se tratan a menudo en la literatura secundaria, está claro que estas mujeres desempeñaron un papel importante no sólo en términos militares, sino también en términos de demostrar a la sociedad española el cambio en los roles de género y los códigos de comportamiento aceptados que se estaba produciendo al mismo tiempo que la guerra. En este artículo se hablará de las milicianas de retaguardia, de los batallones en los que se organizaron, de su formación armamentística, de su papel militar en la defensa republicana, de las batallas en las que participaron y del debate en torno a su finalidad.
Milicianas en combate en primera línea
Durante los ocho primeros meses de la Guerra Civil española, las milicianas desempeñaron un papel importante en los esfuerzos bélicos de la República. Esta sección pretende corregir tres ideas erróneas en torno a la participación militar de las mujeres en la guerra civil: en primer lugar, que las mujeres no participaron en combate en pie de igualdad con los hombres; en segundo lugar, que desempeñaron un papel limitado y poco sofisticado en el combate; y en tercer lugar, que su participación no fue tan peligrosa ni puso en peligro su vida como la de sus compañeros varones.
La gran mayoría de las milicianas de unidades comunistas, anarquistas, del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) e incluso del Ejército Republicano participaron en combate en igualdad de condiciones que sus compañeros varones. Ello a pesar de que también sufrían una doble carga, ya que a menudo se esperaba de ellas que realizaran tareas tradicionalmente consideradas «femeninas», como cocinar, limpiar, coser y lavar la ropa. En una entrevista con Dolors Marín, Concha Pérez Collado relató con rotundidad que las milicianas anarquistas participaban en los combates en igualdad de condiciones que los hombres:
Mira, exactamente lo mismo que hacían los hombres, lo hacíamos las mujeres.En cualquier caso, mira, como éramos mujeres siempre asumíamos algún trabajo extra, como limpiar más o cocinar o algo así. Pero hacíamos la guardia igual que los hombres. Cuando hubo el ataque en Belchite, fuimos al ataque en igualdad de condiciones con los hombres. Hicimos lo que humanamente pudimos, algunas [mujeres] éramos más fuertes que otras, igual que los hombres (Marín, 1996, p. 356).
Pérez Collado reiteró esta opinión durante una entrevista posterior en 2005, afirmando que hombres y mujeres actuaron por igual en combate (Lines, 2005). El testimonio de Pérez Collado es significativo porque, como mínimo, demuestra que las propias milicianas sentían que hacían la misma contribución militar al esfuerzo de guerra que los milicianos.
En la columna del POUM capitaneada por Mika Etchebéhère, mujeres y hombres participaron en combate por igual. De hecho, en esta columna, todas las tareas, tanto de combate como de apoyo, se realizaban por igual y no existía una división del trabajo en función del género (Etchebéhère, 2003, pp. 39-40). De hecho, las pruebas sugieren que incluso las mujeres combatientes del Ejército Republicano participaban en combate en igualdad de condiciones que sus camaradas masculinos.El capitán Fernando Saavedra, del Batallón Sargento Vázquez, informó de la actividad militar de tres combatientes femeninas de su unidad, Ángeles, Nati y Paca. En una entrevista que se publicó en el diario independiente Crónica en diciembre de 1936, afirmó: «[Son] tres compañeras que, fusil en mano, han venido a luchar con nosotros. Tengo que decir que son valientes y que, como los hombres, cumplen su misión. Hacen guardia, van a las trincheras y, finalmente, combaten como cualquiera de nosotros» (García Vidal, 1936, p. 5.)
Las experiencias de combate de las milicianas no difieren mucho,
independientemente del grupo político (si lo hubo) al que pertenecieran.
Las pruebas que aquí se aportan demuestran que las milicianas
comunistas, anarquistas, del POUM, socialistas y no afiliadas
desempeñaron un sofisticado y amplio papel militar en el conflicto.
Lina
Odena fue quizás la miliciana más conocida, y se hizo famosa tras su
muerte en combate a principios de la Guerra Civil española (véase la
figura 3). Odena era una joven activista comunista y miembro de la
Dirección Nacional de las Juventudes Socialistas Unificadas (Los
Dirigentes, 1936, p. 2). Desde el primer día de la insurrección
fascista, Odena fue una de las líderes de la resistencia antifascista.
En julio ayudó a organizar las milicias en Almería, en la costa sur de
España, y allí luchó en el frente. Desde allí fue a Guadix y dirigió a
las milicias en la batalla (Los Dirigentes, 1936, p. 2). Odena viajó a
varios sectores del frente de Granada, al mando de una unidad de
milicianos, (Mundo Obrero, 26 de agosto de 1936, p. 3) y alcanzó el
puesto de comandante (Rubio Moraga, 1998, p. 104).
El 13 de septiembre de 1936, Odena murió en el frente de Granada, en el sector de Guadix. Odena y un camarada realizaban esa noche una misión de reconocimiento, más allá del puesto más avanzado del sector y tras las líneas enemigas. Se perdieron y fueron descubiertos por los nacionales, que empezaron a dispararles. Ambos respondieron al fuego, pero se vieron superados en número. Casi sin munición y temiendo ser hecha prisionera, Odena utilizó su última bala para dispararse en la cabeza. Estaba claro que era consciente de los horrores de la violación y la mutilación que casi con toda seguridad le esperaban tras su captura. Poco después de su muerte, la unidad de Odena tuvo éxito en el ataque que ella había planeado (Ibárruri et al., 1936, p. 4). Su suicidio fue ampliamente difundido en la prensa comunista, socialista e independiente como un acto valiente y noble, y se convirtió en una leyenda de la guerra republicana.
Miembro de las juventudes comunistas desde los trece años, Fidela Fernández de Velasco Pérez ya era políticamente activa y estaba entrenada en el uso de las armas mucho antes de que estallara la guerra civil (Strobl, 1996, p. 52). Luchó en el frente contra los fascistas desde el principio de la guerra. Poco después de ser enviada al frente, en las afueras de Madrid, participó en un ataque en el que logró capturar un cañón de los fascistas derrotados. Posteriormente combatió en Toledo y volvió al frente de Madrid, donde fue transferida a la misma unidad que Rosario Sánchez Mora. Strobl señala que Fernández de Velasco Pérez siempre participó en las acciones más peligrosas. No sólo luchó en el frente, sino que también participó en muchas misiones detrás de las líneas enemigas como parte de un grupo de tropas de choque.
Durante años, Fernández de Velasco Pérez pudo recordar exactamente cómo construir una bomba. Recordaba: «Hervíamos latas de leche condensada y las rellenábamos con trozos de cristal, piedras y clavos, y añadíamos dinamita. La mecha salía por arriba y teníamos que lanzarlas muy rápido porque la mecha era bastante corta» (Strobl, 1996, p. 52). Fernández de Velasco Pérez recordaba que la vida en las trincheras era difícil, ya que había que dormir en el barro, en la nieve y de pie. A menudo no había comida. Tras año y medio de lucha en el frente, Fernández de Velasco Pérez resultó herida y no pudo seguir combatiendo. En su lugar, se convirtió en agente secreta y asumió muchas misiones peligrosas tras las líneas enemigas. Permaneció en este puesto hasta el final de la guerra (Strobl, 1996, p. 52).
Las historias de milicianas comunistas menos conocidas también destacan su participación en la batalla y su dedicación a la causa republicana. Margarita Ribalta, miembro del Partido Comunista de España (PCE), fue entrevistada por Estampa mientras estaba herida y recuperándose en el cuartel general de la milicia comunista (Lain, 1936, p. 25). Contó al reportero que era miembro de las JSU y que se había alistado en la milicia con un compañero al principio de la guerra.Le enviaron al frente, pero a Ribalta la destinaron a trabajar en el cuartel general, cosa que no le hizo ninguna gracia (Lain, 1936, p. 5). Al cabo de unos días, la enrolaron en una columna y partió hacia el frente. Una vez allí, se ofreció voluntaria inmediatamente para salir con una avanzadilla. Explicó que el grupo subió a lo alto de una colina y vio a lo lejos a un grupo de fascistas disparando con una ametralladora. Los republicanos abrieron fuego contra los fascistas. Dispararon y mataron al hombre que manejaba el arma. El resto del grupo de fascistas fue abatido o huyó (Lain, 1936, p. 5).
Ribalta corrió al campo entre los dos puestos, toda la avanzadilla siguiéndola, y se apoderó de la ametralladora. El grupo desmontó el arma y regresaba a la línea republicana, con Ribalta cargando la ametralladora a la espalda, cuando apareció un avión republicano. Desgraciadamente, al ver que el grupo avanzaba hacia las líneas leales en posesión de una ametralladora, el avión los confundió con fascistas y lanzó una bomba justo cuando habían llegado a la cima de la colina. Ribalta se tiró al suelo y comenzó a rodar colina abajo, pero resultó herido en la cara y en los brazos.Cuando regresó al cuartel general de la milicia comunista para recuperarse, Ribalta descubrió que su amigo también estaba convaleciente allí. Ribalta explicó que por este motivo se quedó allí para recuperarse: Estoy aquí porque él también está. Si no, con vendas y todo, ya habría vuelto al frente» (Lain, 1936, p. 5).
Trinidad Revolto Cervello ingresó en las JSU en 1933 (Rodrigo, 1999, p. 76). Tras haber participado en combates frente a la Comandancia Militar y en el cuartel de Atarazanas de Barcelona durante los primeros días de la sublevación, Revolto Cervello se incorporó después a las Milicias Populares y participó en el ataque a Mallorca (Rodrigo, 1999, p. 76). Al principio de la guerra, Teófila Madroñal se alistó en el Batallón Leningrado y recibió instrucción armamentística (Rodrigo, 1999, p. 76).
Cuando comenzó el sitio de Madrid, el 7 de noviembre de 1936, Madroñal luchó en el sector cercano a la carretera de Extremadura. Con sólo diecisiete años, Julia Manzanal se convirtió en comisaria política del Batallón Municipal de Madrid. A pesar de que su función principal era proporcionar educación política a sus camaradas, Manzanal relató que iba armada con un fusil y un revólver Messerschmitt del 38, participaba en los combates durante las batallas, hacía turnos de guardia y, en varias ocasiones, incluso trabajó como espía (Strobl, 1996, p. 63).
Es significativo que varias mujeres comunistas ocuparan puestos de mando en las milicias y en el Ejército Regular. Aurora Arnáiz, con 22 años, estaba al mando de la primera columna de las JSU, y las condujo a la batalla en el frente de Madrid contra las tropas del general Mola (Scanlon, 1976, p. 292). Odena, como ya se ha mencionado, también ejerció de comandante y condujo a sus tropas a la batalla en Granada (Rubio Moraga, 1998, p. 104).
Las historias de las milicianas anarquistas no difieren significativamente de las de las milicianas comunistas. Una vez sofocada la sublevación nacionalista en Barcelona, Pérez Collado viajó a Caspe, en el frente de Aragón, donde se unió a la Columna Ortíz (Rello, 2006). Su unidad se trasladó después a Azaida, donde permanecieron hasta que el 24 de agosto comenzó el ataque a Belchite, en el que participaron Pérez Collado y sus milicianos (Thomas, 2003, p. 704).Mientras estuvo destinada en Azaida, Pérez Collado conoció a otras milicianas anarquistas que habían acudido al frente a luchar, entre ellas Carmen Crespo, miembro de la Columna Sur-Ebro. Crespo murió más tarde por una granada en una batalla en la Sierra de la Serna en diciembre de 1936 (Marín, 1996, p. 354-355; Giménez, 2006, p. 239).
La anarquista vasca Casilda Méndez luchó en muchos frentes y en varias milicias diferentes durante la guerra. Inicialmente, Méndez luchó como miembro del Grupo Likiniano en la lucha callejera, y luego viajó con este grupo al frente de San Marcial, donde luchó hasta la caída de Irún (Jiménez de Aberasturi, 1985, p. x). Aunque Méndez revela que cocinaba para su unidad, subraya que no era una mera cocinera. Participó en el combate junto con los hombres de su milicia, y se implicó igualmente en otras tareas militares como levantar parapetos y cavar trincheras (Jiménez de Aberasturi, 1985, p. 42).
Más tarde, luchó con la columna Hilario-Zamora en el frente de
Aragón, y participó en el ataque a Almudévar (Jiménez de Aberasturi,
1985, p. x). Señala que en el frente de Aragón las mujeres disfrutaron
de una mayor igualdad, y su identidad cambió de «mujer» a «combatiente»
(Jiménez de Aberasturi, 1985, p. 49).Méndez luchó en la batalla para
capturar Quinto y Monte Carmelo (Iñiguez, 1985). Tras un breve periodo
trabajando en una fábrica en la retaguardia, volvió de nuevo al frente
en el sector del Ebro con la 153 División, donde relata que las
condiciones eran continuamente desfavorables para los republicanos, y
luchó en la Batalla por el Ebro (Jiménez de Aberasturi, 1985, p. 65).
Méndez creía que la batalla «nos desangró sin hacernos ningún bien»,
salvo que «quizá retrasó un poco el final de la guerra» (Jiménez de
Aberasturi, 1985, p. 65).
Los relatos de las milicianas, aunque la
mayoría de las veces destacan su confianza y capacidad en el combate,
también incluyen información sobre las dificultades a las que se
enfrentaron en el frente. Las viejas armas utilizadas por los
republicanos eran a menudo muy pesadas e incómodas. Sin embargo, tras
describir los problemas iniciales causados por estas armas, la mayoría
de los relatos de las mujeres terminan haciendo hincapié en lo fuertes y
capaces que se sintieron una vez que pudieron usar y llevar estas armas
con eficacia.
Sofía Blasco entrevistó a una miliciana anarquista llamada Carmen a la que conoció en el frente de Sierra. Carmen había sido ayudante de costurera en Madrid antes de la guerra, y se había unido a la milicia planeando hacer la colada y coser para los milicianos. Una vez en el frente, habiendo sido testigo de la dureza del conflicto y habiendo visto morir a compañeros, cogió un arma y se unió a la resistencia armada contra el fascismo (Blasco, 1938, pp. 89- 91). Blasco volvió a encontrarse con Carmen varios meses después y observó que se había transformado. La propia Carmen había quedado impactada por su transformación: «Fíjate en mí, una mujer débil, y ahora puedo manejar una pistola con la facilidad que antes blandía una aguja» (Blasco, 1938, p. 89). Carmen se había convertido en una experta en el manejo de su arma y ahora, lejos de tener dificultades para cargar con el pesado fusil, mientras «subía y bajaba la cuesta tenía la sensación de que era el fusil el que la llevaba a ella» (Blasco, 1938, p. 90).
Muchas de las historias de milicianas no terminan con su retirada forzosa del frente en 1937, sino con su muerte en combate. Un grupo de milicianas anarquistas del Grupo Internacional de la Columna Durruti murieron en los combates de Perdiguera en octubre de 1936. Entre ellas estaban Suzanne Girbe y Augusta Marx que fueron asesinadas el 16 de octubre. Augusta era miembro del Partido Socialista Obrero Alemán y era enfermera diplomada, pero se unió a la milicia como combatiente (Giménez, 2006, pp. 293 y 535). Juliette Baudard, Eugenie Casteu y Georgette Kokoczinski murieron en combate al día siguiente. Kokoczinski había servido como enfermera en la columna, pero participaba regularmente en incursiones nocturnas tras las líneas nacionalistas con el grupo Hijos de la Noche. Fue capturada por los fascistas y ejecutada (Giménez, 2006, pp. 241- 242 y 533). Suzanne Hans, también del Grupo Internacional de la Columna Durruti, fue asesinada en un combate en Farlete en noviembre de 1936, a la edad de 22 años. Su compañero Louis Recoulis murió en el mismo combate (Giménez, 2006, pp. 276 y 535). Leopoldine Kokes fue una de las pocas milicianas del Grupo Internacional de la Columna Durruti que quedó con vida al ser expulsada de la milicia varios meses después (Giménez, 2006, p. 536).
Aunque hubo menos milicianas POUMistas que comunistas y anarquistas, sus historias son sin embargo bien conocidas debido a las memorias de Etchebéhère, Mi Guerra de España, ampliamente publicadas, y las memorias de Mary Low y Juan Breà, Cuaderno Rojo Español.En The Spanish Cockpit, Franz Borkenau relata un incidente en el que se encontró y habló con un grupo de milicianas del POUM frente al Hotel Falcon de Barcelona, que el POUM utilizaba como cuartel general, pero no da ninguna información específica sobre sus acciones en la batalla (Borkenau, 1937, p. 72). Se dice que una de las milicianas era una voluntaria extranjera, casada con un corresponsal de prensa suizo. Más adelante, Borkenau se refiere a una inglesa a la que también conoció en Barcelona y que se había alistado voluntaria en las milicias del POUM (Borkenau, 1937, p. 113).
Etchebéhère se convirtió en combatiente tras la muerte de su marido Hipólito, ocupando su lugar en la milicia. En octubre de 1936, Etchebéhère estuvo destinada en Sigüenza durante el asedio nacionalista, en el que soldados, milicianos y civiles quedaron atrapados y se escondieron en la catedral mientras eran bombardeados por los fascistas (Etchebéhère, 2003, pp. 84-95). Más tarde, Etchebéhère se reunió con Low y Breà en Barcelona, y les relató lo sucedido en Sigüenza. Esta conversación quedó registrada en el Cuaderno Rojo Español, que fue escrito sólo unos meses más tarde:
Estuve allí hasta el final. … Nos atrincheramos en la catedral …Estuvimos allí cuatro días, sin comida ni nada, disparando a la ciudad y muriendo como moscas. No paraban de disparar balas de cañón contra la catedral… Al final los muros empezaron a caerse sobre nosotros, y no nos quedaba munición para nada, así que los que quedábamos decidimos huir al anochecer porque ya no podíamos luchar más. … Algunos de los camaradas se perdieron y corrieron directamente hacia los fascistas y fueron acribillados a balazos. Empezaron a dispararnos enseguida, por supuesto, y nos dispersamos y llegamos al bosque bajo una lluvia de balas de ametralladora. Estuve deambulando durante veinticuatro horas, escondida entre los árboles y la maleza, mientras me perseguían, antes de poder llegar a nuestras líneas… Alrededor de un tercio de los que salimos de la catedral llegamos a casa. Yo casi deliraba de agotamiento y falta de comida (Low y Breà, 1937, pp. 171-172).
Gracias a su valentía y decisión en el sitio de Sigüenza, Etchebéhère fue ascendida a capitana de la segunda compañía del batallón Lenin del POUM (Durgan, 1997). A continuación fue trasladada al frente de Moncloa, donde dirigió una brigada especial de tropas de choque que emprendió las operaciones más peligrosas (Low y Breà, 1937, pp. 169 y 172).
Low, la miliciana australiana que se unió al POUM en Barcelona, cuenta en sus memorias la historia de otra voluntaria extranjera, Simone. Había querido llevar armas consigo cuando vino a luchar con el POUM, pero no había podido entrar en el país con las armas por los canales normales. Su determinación fue tal que se ató las ametralladoras al cuerpo y saltó de un avión sobre Cataluña. Más tarde, Simone demostró esa misma determinación en el frente de batalla. Low habló con un joven miliciano que había luchado junto a Simone en las trincheras. Le contó la primera vez que su unidad fue atacada. Cuando los fascistas atacaron por primera vez y se abalanzaron sobre nosotros, Pepe y yo pensamos que todo había terminado y que era mejor salir corriendo. Pero ella no. Nos golpeó la cabeza -cómo nos dolió-, sí, realmente tuvo tiempo de pensar en todo el mundo en un momento así, y nos empujó hacia atrás por el pescuezo». Low preguntó al hombre si habían mantenido su posición después de esto. Sí, la mantuvimos. Seguimos manteniéndola» (Low y Breà, 1937, pp. 191-192).
Breà relató una conversación que mantuvo con una miliciana suiza identificada sólo como Clara, que recordaba sus experiencias en el frente de Aragón en una milicia del POUM. Contó que su sector era relativamente tranquilo, y que lo peor de sus tareas era hacer guardia: «La mayor parte del tiempo habría estado bien, si no fuera por el polvo. Hacer guardia fuera era espantoso, cuando soplaba el viento y todos teníamos que turnarnos. Una no se atrevía a darse la vuelta y cubrirse la cabeza ni siquiera un momento, porque siempre esperábamos un ataque sorpresa, y los ojos se te llenaban de arena y se te inyectaban en sangre, y era horrible» (Low y Breà, 1937, p. 144). Clara también mostró a Breà un gran moratón azul oscuro en el hombro que se había hecho al disparar su mosquetón. Explicó: «Son mucho más ligeros de llevar que un rifle cuando vas de un lado a otro, pero ¡qué retroceso tienen! Y concluía positivamente: «Con el tiempo te acostumbras… [y] ahora no tengo mala puntería» (Low y Breà, 1937, p. 144).
A pesar de presentarse como un partido revolucionario, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) rechazó la noción de la miliciana radical desde el principio.Para el PSOE, el único papel aceptable que podía desempeñar una mujer en la resistencia antifascista era el de «heroína del frente interno», realizando tareas de resistencia civil, asegurando la supervivencia diaria de la población y llevando a cabo labores de ayuda y voluntariado (Nash, 1998, p. 374). Esto no es sorprendente, dada la histórica falta de atención del PSOE a las cuestiones de género. Aunque algunas milicianas habían sido miembros del PSOE, eran relativamente pocas. La JSU, la organización juvenil comunista y socialista, había reclutado a algunas de sus miembros femeninas para puestos de combate en primera línea, por lo que fue principalmente de esta forma como las mujeres socialistas se implicaron militarmente en la guerra civil (Alcalde, 1976, p. 123).
María Elisa García es una de las pocas mujeres identificadas específicamente como socialistas de las que se sabe que participaron en combate. García escapó de Oviedo con su padre y sus hermanos el 18 de julio de 1936, para unirse a las Milicias Populares. Luchó con su padre como miembro de la compañía Somoza, tercera compañía del Batallón Asturias (Zubizaola, 1937, p. 9). Participó por primera vez en combate en el frente de Lugones (al norte de Oviedo), donde su padre fue asesinado. De allí, García pasó con su batallón a luchar en las montañas vascas.Un artículo del periódico comunista Mujeres relata un incidente ocurrido durante una noche especialmente fría, cuando los hombres de su compañía, preocupados por ella, le aseguraron que no hacía falta que tomara su turno y que debía volver al interior de su alojamiento temporal para calentarse. García se negó rotundamente: «No, no, me quedo aquí, con vosotros. Sí. Me quedaré aquí. Tengo que vengar a alguien. Tengo que vengar a mi padre» (Zubizaola, 1937, p. 9). La noche del 9 de mayo de 1937, mientras García estaba en su puesto en las montañas de Múgica, el enemigo atacó. García entró en combate, junto a sus compañeros varones, como había hecho en todos los demás ataques. Durante el enfrentamiento, recibió un disparo en la cabeza y murió en el acto (Zubizaola, 1937, p. 9).
No todas las pruebas primarias relativas a las mujeres en combate especifican el trasfondo político de la miliciana en cuestión. Además, no todas las milicianas se identificaban en términos políticos, ya que no todas eran miembros de grupos políticos. A continuación se presenta una selección de pruebas que demuestran la participación militar de estas mujeres.
Jacinta Pérez Alvarez era una de las diez milicianas de la sexta compañía de la Brigada Acero (ABC, 30 de julio de 1936, p. 23). Pérez Alvarez nunca había considerado inusual la idea de que las mujeres participaran en combate.De hecho, cuando le preguntaron qué pensaba hacer después de la guerra, Pérez Alvarez había contestado que si había un ejército femenino, ella se alistaría en él (Alcalde, 1976, p. 133). Fue asesinada en agosto de 1936 durante una batalla en la que había combatido durante cinco días consecutivos, en la primera avanzadilla del frente fuera de Madrid (Entierro de una Miliciana, 1936, p. 2). Un artículo publicado en el diario independiente El Sol informaba de que, tras recibir un disparo, Pérez Alvarez gritó valientemente a sus compañeros: «Avanzad, seguid adelante, sólo es una molestia, yo os seguiré enseguida» (Entierro de una Miliciana, 1936, p. 2).
La primera compañía del Batallón Largo Caballero contaba con unas diez milicianas, de las cuales Josefina Vara era una (Héroes del Pueblo, 1936, p. 5). El batallón luchó en el frente de la Sierra, y en un artículo publicado en Crónica el 13 de septiembre de 1936, Vara recibió una mención especial por sus acciones en la batalla del 4 de agosto. Suministró munición a la avanzadilla, además de disparar su propia arma, y más tarde ayudó a su capitán a capturar y desarmar a varios prisioneros (Héroes del Pueblo, 1936, p. 5). Se dice que Vara no tenía miedo y que lo único que le preocupaba era que la obligaran a abandonar el frente para ir a la retaguardia (Héroes del Pueblo, 1936, p. 5).
La prensa comunista informaba sobre las mujeres que ascendían a puestos de mando. Argentina García era la capitana de la compañía de ametralladoras del segundo Batallón Asturias (Estampas de Oviedo, 1937, p. 6). Tres meses antes de ser ascendida a capitana, García había sido herida y dada por muerta mientras combatía en Oviedo. Había sufrido cuatro heridas en el estómago y en el brazo, y permaneció inconsciente durante horas en el campo de batalla. Aquella noche la despertó el frío y consiguió llegar a las líneas republicanas sin ser descubierta por el enemigo. En cuanto sanó, García volvió a combatir en el frente de San Esteban de las Cruces, y fue ascendida a capitana por su valor en la batalla (Estampas de Oviedo, 1937, p. 6).
Francisca Solano, miembro de la unidad del Círculo Socialista del Oeste, participó en la toma de El Espinar en julio de 1936 junto con otras dos milicianas de su unidad (ABC, 29 de julio de 1936, p. 3) (véase la figura 4.) Estas mujeres y muchas otras de su zona habían participado en la resistencia armada al fascismo desde la insurrección (La Heroína de El Espinar, 1936, p. 3; Lázaro, 1936, p. 6). Al estallar la guerra civil, el tío de Solano la animó a ir al frente como enfermera, ya que había trabajado anteriormente como tal.Sin embargo, Solano se negó a hacerlo, prefiriendo alistarse en la milicia como combatiente: ‘No. No seré enfermera. Quiero ir a luchar contra los fascistas» (de Ontañon, 1936, pp. 10-12). A pesar de las objeciones de su familia, Solano se alistó en el Círculo del Oeste, recibió su uniforme y su fusil, y ese mismo día partió para el frente. Fue esta determinación la que la llevó a participar en la batalla junto a sus compañeros varones.
Un sábado de agosto, a primera hora de la mañana, la unidad de Solano entró en El Espinar sin disparar un solo tiro. Se dirigieron al ayuntamiento e izaron la bandera de su columna (de Ontañon, 1936, p. 11). Poco después la unidad se enteró de que un batallón de fascistas avanzaba por la carretera hacia el pueblo. Se hicieron preparativos para defender El Espinar contra los nacionales, pero el ataque llegó inesperadamente por delante y por detrás. Solano y su grupo emprendieron la retirada, luchando a su paso. Durante la batalla, uno de los compañeros de Solano resultó herido y ella lo llevó al hospital para que lo atendieran.
El resto de la unidad no descubrió este hecho hasta que se habían retirado a salvo y el combate había cesado.Se dieron cuenta de que Solano y su camarada habían desaparecido, y nunca volvieron a verlos. Corrían rumores sobre lo que le había ocurrido a Solano, pero nadie sabía la verdad. Algunos creían que la habían hecho prisionera en el hospital, mientras que otros habían oído que cuando la apresaron había disparado y matado a un teniente nacionalista. Otros creían que había sido fusilada. Los miembros de la unidad de Solano la recordaban como su heroína, «que siempre había ido en cabeza, la más entusiasta y valiente de todas» (de Ontañon, 1936, p. 11).
Aunque la mayoría de las mujeres lucharon como milicianas, algunas ingresaron en el ejército republicano. Esperanza Rodríguez fue una de ellas. Rodríguez no sólo luchó junto a sus compañeros varones contra los fascistas, sino que su capitán la describió como la combatiente más valiente de la unidad. En un artículo publicado en Estampa el 10 de octubre de 1936, el capitán de Rodríguez decía de ella: «¡Qué valiente! De verdad. Mira, hace ocho años que estoy en el Ejército Regular y sé que esto es una cosa seria’. La describió como ‘la mejor en combate, siempre la más viva, la primera en disparar, la más incansable’. En una batalla pasó once horas de pie, disparando» (Cada Region, 1936, p. 15).
La mayoría de las milicianas lucharon como miembros de batallones mixtos. Uno de los pocos batallones exclusivamente femeninos en el frente fue el Batallón Femenino destacado a las afueras de Madrid. A finales de julio de 1936, el PCE organizó un Quinto Regimiento en Madrid (Jackson, 1974, p. 87). Se organizó un batallón entero de mujeres, el Batallón Femenino del 5º Regimiento de Milicias Populares. Este batallón reclutó y entrenó específicamente a mujeres para el combate, y las envió al frente, a las afueras de Madrid. Un artículo publicado en el periódico independiente Crónica el 2 de agosto de 1936 (Gandia, 1936, pp. 5-7) proporciona pruebas sobre este batallón y las acciones militares de sus miembros. Cabe señalar que las mujeres también se alistaron y participaron en combates en secciones del Quinto Regimiento distintas del batallón femenino.
El artículo de Crónica comienza describiendo la concentración de un numeroso grupo de mujeres en el patio del cuartel general del Quinto Regimiento para alistarse, recibir el uniforme y el arma, y organizarse en sus unidades listas para partir al frente. El artículo hace especial mención a un grupo de mujeres que ya habían estado en el frente de Sierra trabajando como enfermeras, pero que habían regresado para alistarse como milicianas.Ellas explicaron: ‘Queremos luchar. Por eso nos hemos alistado en el Batallón Femenino» (Gandia, 1936, p. 5). El artículo habla de una estudiante que se empeñó en ser enviada a Somosierra para reunirse con sus dos hermanos que luchaban allí. Una viuda explicaba que el día anterior su marido había muerto combatiendo en la Sierra, y que ella le había prometido que seguiría luchando. El artículo incluía varias fotografías de mujeres entrenándose con armas, y relata que el entrenamiento que reciben es «exactamente igual al de los hombres» (Gandia, 1936, p. 6). Termina describiendo el numeroso grupo de mujeres que suben a los camiones y parten hacia el frente.
Una vez reclutadas y adiestradas, las integrantes del Batallón Femenino del Quinto Regimiento fueron destinadas al frente en las afueras de Madrid. Walter Gregory, en sus memorias The Shallow Grave, recuerda la visión habitual de los miembros del batallón entrando y saliendo de servicio. Explica que subían y bajaban por la Gran Vía de dos en dos y de tres en tres, ya que estaba tan bombardeada que era demasiado peligroso para ellos marchar en la formación adecuada (Gregory, 1986, p. 73).Observó que «se parecían mucho a las mujeres de todo el mundo y sólo sus desaliñados uniformes caqui tras varias noches en las trincheras las distinguían como algo especial» (Gregory, 1986, p. 73).
Muchos testimonios de observadores extranjeros destacan el valor
mostrado por las milicianas en la batalla, demostrando que en algunos
casos exhibían incluso más valor que los milicianos. Borkenau, en su
anotación del 5 de septiembre de 1936, escribió sobre el bombardeo del
pueblo de Cerro Muriano. Mientras que se escandalizaba al ver tropas de
Jaén y Valencia que «huían ante nuestros ojos», Borkenau observó una
pequeña milicia de Alcoy (sureste de Valencia), incluidas dos
milicianas, que «soportaron el bombardeo… con la más orgullosa gallardía
y despreocupación» (Borkenau, 1937, p. 164). Subrayó que las dos
mujeres eran «más valientes incluso que los hombres» (Borkenau, 1937, p.
164).
Del mismo modo, en su testimonio oral, el voluntario escocés
Tom Clarke relató que durante la batalla del Jarama, en enero de 1937,
fue la valentía de tres milicianas españolas lo que impidió que su
batallón se retirara:
Recuerdo que hubo una pequeña retirada. Corrió un rumor, no recuerdo cuál, y empezaron a retirarse.Habíamos retrocedido un poco, y algunos de ellos estaban corriendo. Y aquí nos encontramos con tres mujeres sentadas detrás de una ametralladora justo al pasar donde estábamos, mujeres españolas. Las vi mirándonos. No sé si nos avergonzó o qué. Pero estas mujeres se quedaron allí (MacDougall, 1986, p. 62).
La valentía de las milicianas también queda demostrada por el hecho de que se arriesgaban a ser heridas y a morir por defender la República. Cuando eran capturadas, las milicianas no estaban protegidas de la ejecución por el mero hecho de ser mujeres. Anthony Beevor relata que el embajador alemán se alarmó durante una visita con el general Francisco Franco cuando éste ordenó la ejecución de un grupo de milicianas que estaban prisioneras, y luego siguió comiendo su almuerzo (Beevor, 1982, 89). Breà relató haber conocido en Sigüenza a un hombre llamado Casimiro que le contó que incluso las milicianas embarazadas eran ejecutadas por los nacionales:
Me había estado hablando de unos prisioneros que se habían llevado los fascistas cuando él aún servía en su ejército y buscaba una forma de escapar. Eran tres hombres y una mujer. … ‘Sé lo que les pasó a esos prisioneros porque aquel día tuve que atender a los oficiales en su almuerzo y hablaron delante de mí.»Bueno, ¿han fusilado ya a esos cuatro prisioneros?», preguntó uno de los oficiales. Tendríais que haber oído la despreocupación con que hablaban de ello, como si se tratara de muchas cabezas de ganado. El médico soltó una carcajada y le guiñó un ojo al capitán. «¿Cuatro? Seguramente se refería a los cinco prisioneros. … Olvida que la mujer era… bueno…». (Low y Breà, 1937, pp. 165-166).
Funciones no combativas en el frente
La gran mayoría de las milicianas participaron en combate en igualdad de condiciones que sus compañeros varones. Esto es una clara demostración de que los roles de género estaban cambiando en la zona republicana durante la Guerra Civil española, y que los códigos de comportamiento aceptados se estaban volviendo más progresistas. Sin embargo, los roles de género no se habían revolucionado por completo, y la igualdad aún no se había alcanzado. El sexismo seguía prevaleciendo en la sociedad española, incluso entre los elementos revolucionarios. Esto es evidente porque las milicianas sufrían en gran medida una doble carga en el frente, cargando con la responsabilidad de la mayor parte de las tareas domésticas además de sus deberes de combate.
El papel de combate desempeñado por las milicianas es lo más importante, ya que era la primera vez en la historia de España que un gran número de mujeres desempeñaba este papel, y por tanto simbolizaba el cambio en los roles de género.Sin embargo, para dar una imagen completa de cómo era la vida de las milicianas en el frente, es importante hablar de las funciones no combativas que desempeñaban además de sus actividades militares. Las mujeres desempeñaron muchas tareas auxiliares en el frente, independientemente de si luchaban con milicias controladas por los comunistas, los anarquistas, el POUM, los socialistas o el gobierno republicano. Una vez más, se observa que el día a día de las mujeres en el frente no variaba significativamente según el grupo político al que pertenecieran. Estas tareas incluían la cocina, la limpieza, la lavandería, el trabajo sanitario, médico y político. En algunos casos, estas tareas eran realizadas por hombres y mujeres por igual, pero en la mayoría de los casos, es cierto que las mujeres sufrían una doble carga, ya que se esperaba que realizaran estas tareas además de cumplir con los mismos deberes de combate que los hombres.
Blasco relata que las cinco milicianas que conoció, María, Rosario, Anita, Julia y Margarita estaban siempre trabajando (Blasco, 1938, pp. 125-126). Cocinaban, limpiaban, hacían la colada y arreglaban la ropa hasta bien entrada la noche, después de que sus compañeros hubieran terminado sus tareas de combate del día.Las mujeres contaron a Blasco que estaban constantemente agotadas. A pesar de que hacían la guardia y participaban en el combate igual que los hombres, también eran responsables de las «molestas tareas que siempre recaen sobre las mujeres» (Blasco, 1938, pp. 125-126). Leonor Benito también explicó que, aunque hacía la guardia y participaba en otras tareas de combate igual que los hombres de su unidad, se esperaba de ella que lavara la ropa para los hombres (Arostegui, 1988, p. 159).
Dos milicianas, Manuela y Nati, pidieron unirse a la columna de Etchebéhère debido a su descontento con el trato que recibían en el Quinto Regimiento de las Milicias Populares. Describen las tareas domésticas que se les exigían en la Columna Pasionaria, y aducen este motivo como la razón por la que querían unirse a una columna diferente. El suyo es un ejemplo notable porque es uno de los pocos en los que las milicianas informan de que se les impidió cumplir una función de combate: «Me llamo Manuela… Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme aquí con todos vosotros. Nunca quisieron dar armas a las chicas. Sólo servíamos para lavar platos y ropa. Nuestro barrio está vacío. La mayoría de los milicianos luchan en otros sitios. Los otros están ayudando a Martínez de Aragón a defender la catedral, dicen.El capitán quiere que todas las chicas abandonen Sigüenza». A esto, uno de los milicianos de Etchebéhère respondió: «Entonces, ¿por qué no os habéis ido? Manuela explica: «Porque queremos ayudar». Y añadió: «Mi amiga Nati también quiere quedarse con vosotros. Antes llevaba coletas largas. Ahora se las ha cortado, porque si caemos en manos de los fascistas nos raparán la cabeza, así que es mejor llevar el pelo corto. Entonces, ¿podemos quedarnos?» (Etchebéhère, 2003, p. 73).
Al principio, las dos mujeres fueron rechazadas por un viejo miliciano que alegó que no sabrían utilizar un arma. Nati respondió rápidamente: «Sí que sabemos, incluso podemos desmontarla, engrasarla, todo… También podemos rellenar los cartuchos con dinamita. Pero si no nos dais un arma, dejadnos al menos que nos quedemos a cocinar y a limpiar; este piso está muy sucio’. Sin embargo, Manuela intervino indignada: ‘Eso no lo haremos. He oído decir que en su columna las milicianas tienen los mismos derechos que los hombres, y no [sólo] lavan la ropa o los platos». En lo que se ha convertido en una célebre declaración, Manuela proclamó: «No he venido al frente a morir por la revolución con un paño de cocina en la mano» (Etchebéhère, 2003, p. 74).Los milicianos aplaudieron y las dos mujeres pudieron unirse a la columna de Etchebéhère.
A menudo, las milicianas también se encargaban de atender a los heridos. Breà relató haber conocido a una miliciana del POUM a la que su capitán ordenó ayudar a las enfermeras de un hospital mientras su unidad estaba estacionada en una ciudad (Low y Breà, 1937, p 105). El comunista Browne fue tiroteado mientras prestaba primeros auxilios a un camarada caído (Jackson, 2002, p. 103). La anarquista Kokoczinski, miembro del Grupo Internacional de la Columna Durruti, ejerció tanto de miliciana como de enfermera (Giménez, 2006, pp. 241-242 y 533). Se trata de una cuestión compleja, ya que muchas mujeres que sirvieron en el frente principalmente como enfermeras también iban armadas y realizaban tareas limitadas de combate. En ocasiones, no está claro quién puede clasificarse como miliciana que también cuidaba de los heridos y quién era una enfermera que también participaba en combate. La comunista Josefa Rionda es un ejemplo de ello. Sirvió como enfermera en el frente de Colloto, y disparaba habitualmente contra el enemigo mientras estaba en las trincheras ayudando a los heridos. En un artículo publicado en Mujeres se hace referencia a Rionda como enfermera y miliciana. (Mujeres, 6 de marzo de 1937, p. 6).
Las descripciones dadas por las propias milicianas de las actividades no relacionadas con el combate tienden a centrarse en la desigualdad y en el desagrado de las mujeres ante lo que consideraban una situación discriminatoria. Sin embargo, los casos en los que la prensa independiente republicana destacó las actividades domésticas de las milicianas tienden a presentar este papel de manera muy diferente. La prensa independiente, mostrando actitudes sexistas continuadas a pesar de los avances hacia la igualdad, parecía ver el papel doméstico de las milicianas en el frente en términos positivos. Periódicos como La Voz y ABC publicaron numerosas fotografías de mujeres combatientes cocinando, limpiando, lavando y cosiendo, y las presentaron de una manera que demostraba claramente que los periodistas y editores creían que éste era el papel natural de las mujeres en el frente.
Una fotografía publicada en La Voz el 9 de septiembre de 1936 mostraba a tres milicianas en el frente de Somosierra, lavando ropa. El pie de foto decía: «Estas valientes mujeres que después de disparar balas, ahora lavan en un arroyo la ropa de sus compañeros combatientes». Una fotografía con un tema similar se publicó en el diario independiente ABC el 3 de noviembre de 1936. Representa a una miliciana que luchó como parte de la avanzadilla en el frente.La fotografía la muestra de uniforme y con su fusil al lado, cosiendo el uniforme de un miliciano. El pie de foto dice: «Esta muchacha… acaba de abandonar su puesto de combate para coser la ropa de sus camaradas masculinos». A finales de 1936, el número de fotografías y referencias a milicianas realizando tareas de apoyo en el frente aumentó bruscamente.
No todas las tareas no relacionadas con el combate que realizaban las
milicianas en el frente podían considerarse «trabajo femenino»
tradicional. La comunista Manzanal desempeñó numerosas tareas en el
frente, además de las de combate. Trabajaba como comisaria política, lo
que requería que mantuviera a sus camaradas informados de las noticias
de otros frentes y de los acontecimientos políticos, que impartiera
cursos de lectura y escritura, que llevara a cabo una educación política
y también que mantuviera alto el ánimo de su unidad (Strobl, 1996, p.
63).
Sin embargo, no en todas las milicias se eximía a los hombres de
las tareas domésticas. En algunas unidades, como la del POUM
capitaneada por Etchebéhère, las tareas auxiliares se repartían a partes
iguales entre los combatientes masculinos y femeninos. Estos casos son
importantes porque demuestran que se estaba avanzando en las actitudes
tradicionalmente sexistas de la sociedad española.Poco después de que
Etchebéhère ascendiera a capitana, los hombres de su unidad se negaron a
hacer las camas, barrer o realizar otras tareas domésticas, ya que
afirmaban que se trataba de «trabajo de mujeres» y que debían hacerlo
las cuatro milicianas de la unidad. Muy tranquila, Etchebéhère preguntó
si esperaban que lavara sus calcetines. ‘Tú no, claro que no’, respondió
uno de los hombres. Tampoco las otras mujeres, camarada», declara
Etchebéhère. Dirigiéndose a toda la unidad, la capitana anunció: ‘Las
chicas que están entre nosotros son milicianas, no empleadas domésticas.
Todos luchamos por la revolución, hombres y mujeres, de igual a igual,
no lo olvidéis nunca. Y ahora, rápido, dos voluntarias para hacer la
limpieza’ (Etchebéhère, 2003, pp. 39-40).
La división del trabajo también era igualitaria en la columna comunista de Fernández de Velasco Pérez. En su entrevista con Strobl, Fernández de Velasco Pérez confirmó que, a la hora de comer, todos se turnaban para cocinar, incluidos los hombres. No había diferencia, todos hacían de todo. Y a veces yo también me turnaba para pelar patatas, aunque no muy a menudo. … Nos trataban como a hombres en todos los aspectos, y también actuábamos como hombres» (Strobl, 1996, pp. 53-54).Es interesante señalar que para que las mujeres fueran tratadas como iguales, no sólo tenían que ser tratadas como hombres, sino también actuar como ellos.
Los relatos históricos que enfatizan el papel auxiliar de las milicianas en el frente e ignoran o minimizan el hecho de que las milicianas también participaron en combate en igualdad de condiciones que los hombres, implícitamente menosprecian la contribución militar de las mujeres durante la guerra civil. Además, estos relatos niegan el valor de milicianas como García, Browne, Solano, Odena y muchas otras que murieron bajo el fuego enemigo mientras cumplían con su deber normal como miliciana.
Batallones femeninos en la retaguardia
La participación militar de las mujeres durante la Guerra Civil
española no se limitó al frente. Muchas más mujeres participaron en la
defensa armada de sus ciudades y pueblos, o se entrenaron para
prepararse para dicha defensa. Miles de mujeres de la zona republicana
fueron organizadas en milicias y adiestradas en el uso de las armas a
partir de julio de 1936, con vistas a ser enviadas al frente (aunque no
hay constancia de que esto ocurriera) o para que pudieran contribuir a
la defensa militar de sus hogares en caso de que fuera necesario.
Las
milicianas de la retaguardia no se tratan a menudo en la literatura
secundaria, y en los pocos casos en que se hace, no se las clasifica
como combatientes. La mayoría de los historiadores no incluyen a los
batallones femeninos de la retaguardia en sus debates sobre las
milicianas, y en algunos casos ni siquiera hablan de ellas. La
infravaloración del papel militar de las mujeres se ve agravada por la
ignorancia del papel militar desempeñado por las mujeres en la
retaguardia. Las milicianas de la retaguardia estaban armadas,
entrenadas y preparadas para el combate. Algunas de estas mujeres,
aunque no todas, participaron en algún tipo de combate durante la guerra
civil.
Las mujeres combatientes en la retaguardia fueron significativas porque desempeñaron un importante papel militar en la defensa de las ciudades, aunque finalmente no fueran requeridas para el combate. Además, estas milicianas eran mucho más numerosas y más visibles para el resto de la sociedad española que las milicianas destacadas en el frente. En consecuencia, se podría argumentar que desempeñaron un papel aún más importante como modelos de los cambiantes roles de género y de los nuevos códigos de conducta para las mujeres que se estaban desarrollando durante la revolución social.Las combatientes de la retaguardia demuestran que durante la Guerra Civil española la participación militar femenina fue aceptada y formó parte de la vida cotidiana en la zona republicana.
Existen pruebas de que varios batallones femeninos participaron en batallas para defender sus ciudades. Entre estas unidades se encuentran la milicia femenina organizada por el PSUC en Barcelona, el Batallón Rosa Luxemburgo que participó en la batalla para defender Mallorca, (Nash, 1998, p. 107; Keene, 1999, p.123) y la Unión de Muchachas que luchó en la Batalla por Madrid en noviembre de 1936 (Coleman, 1999, p. 48).
Aunque la Batalla por Madrid de noviembre de 1936 puede considerarse claramente un combate en primera línea, el ejemplo se analiza aquí porque la mayoría de las mujeres que participaron en esta batalla eran miembros de batallones femeninos de retaguardia. La defensa de Madrid es probablemente el ejemplo más destacado de milicianas de retaguardia participando en combate. La batalla comenzó el 8 de noviembre de 1936, cuando los fascistas atacaron con tres fuerzas de asalto principales la Casa de Campo, al tiempo que atacaban Carabanchel Alto como distracción (Beevor, 1998, p. 136). Catherine Coleman informa de que miles de mujeres participaron activamente en la batalla para defender Madrid.Entre ellas se encontraba la Unión de Muchachas, un grupo juvenil comunista de dos mil mujeres de entre catorce y veinticinco años que habían estado recibiendo entrenamiento armamentístico y prácticas de tiro desde el estallido de la guerra. Este grupo de mujeres participó en combates en los alrededores del Puente de Segovia y en el frente de Carabanchel, cerca de Gestafe (Coleman, 1999, p. 48). Estas mujeres lucharon con valentía y, según los informes, fueron las últimas en retirarse (Willis, 1975, p. 4). A pesar de que las mujeres constituían un porcentaje significativo de la fuerza combatiente en Carabanchel, y a pesar del gran papel desempeñado por éstas y otras mujeres en la Batalla de Madrid, es muy raro encontrar información sobre ellas incluida en las historias generales del asedio.
Durante la guerra, hubo diversas corrientes de opinión sobre la necesidad de que las mujeres de la retaguardia recibieran formación militar y formaran batallones femeninos. Algunos pensaban que la formación militar de las mujeres era necesaria en caso de que fueran necesarias en el frente. Carlos Rodríguez, por ejemplo, argumentaba en un artículo publicado en Estampa que los batallones femeninos «constituían una retaguardia tan organizada que podía presentarse como el propio frente de combate. La militarización no tiene por qué ser sólo de los hombres» (Rodríguez, 1937, p. 3).Un examen de estas diferentes perspectivas muestra que las milicianas de la retaguardia contribuyeron militarmente al esfuerzo bélico republicano y desempeñaron un papel significativo en los combates.
Un artículo de Etheria Artay publicado en Crónica detallaba el entrenamiento militar que recibían varios batallones femeninos, y explicaba: «Las mujeres de Barcelona se están preparando, por si llega el momento en que ellas también tengan que luchar» (Artay, 1936, pp. 7-8). Varias horas a la semana, a partir de las 8 de la mañana de los domingos, estas mujeres recibían entrenamiento militar. En su mayoría trabajadoras de fábrica, se las denominaba «futuras milicianas», ya que se creía que la situación militar podía llegar a ser tan grave que fuera necesario enviar a estas mujeres a combatir en el frente para ayudar a los defensores republicanos (Artay, 1936, p. 7). El artículo explicaba que no sólo en Barcelona las mujeres de la retaguardia recibían instrucción militar, sino que lo mismo ocurría en Madrid, Valencia, Vizcaya, Santander y Asturias (Artay, 1936, p. 8).
La mayoría de los batallones femeninos no se formaron con el fin de ser trasladados al frente, sino con la intención de que las mujeres estuvieran preparadas militarmente para defender sus propios pueblos o ciudades (Herrmann, 2003, p. 18).El Batallón Lina Odena de Madrid se formó poco después del comienzo de la guerra, con el propósito de proporcionar entrenamiento militar a las mujeres de la retaguardia. El batallón no estaba destinado a ser utilizado en el frente, salvo en caso de emergencia si la retaguardia se convertía alguna vez en la primera línea de combate (Scanlon, 1976, p. 295). Un artículo publicado en ABC declaraba: «Las mujeres, decididas a defender la República con las armas, se preparan para la guerra». Estas chicas, alistadas en el Batallón Lina Odena, aprenden instrucción militar» (ABC, 31 de octubre de 1936, p. 4). La fotografía muestra a un grupo de mujeres marchando en formación por una calle, pero no llevan uniforme ni armas.
Louise Gómez, la organizadora del Secretariado Femenino del POUM en Barcelona, decidió que era necesario formar un batallón femenino poco después de que comenzara la guerra. Low se hizo miembro poco después de su llegada a España, y escribió sobre sus experiencias en sus memorias (Low y Breà, 1937, pp. 185-190). Informó de que el regimiento se reunía y entrenaba a diario, participando en ejercicios, practicando la marcha, recibiendo entrenamiento con armas y realizando prácticas de tiro (Low y Breà, 1937, pp. 186-187). Low escribió detalladamente sobre el entrenamiento con armas que recibió su batallón.Informó de que, tras las prácticas de tiro y los simulacros, las mujeres recibían formación especializada en el uso de ametralladoras:
Era lo único realmente difícil. No teníamos ningún giro mecánico, y pasamos mucho tiempo aprendiendo a desmontar todas las piezas de la máquina y volverlas a montar correctamente, y además, la máquina era muy dura y pesada para nosotras. Pero aprendimos. Al final, creo que podríamos haber montado las piezas de una ametralladora en la oscuridad, sin un ruido metálico que mostrara al enemigo dónde estábamos escondidos, y dispararla por sorpresa (Low y Breà, 1937, p. 190).
Tal era el aprecio de Low por el armamento que más tarde, cuando ella y Breà abandonaban España y cruzaban la frontera con Francia, «no podía soportar separarse» de su revólver.2
El papel militar desempeñado por las mujeres durante la Guerra Civil española fue sofisticado y extenso. Las milicianas de las unidades destacadas en el frente no vieron limitadas las funciones de combate que podían desempeñar en defensa de la República y de la revolución social. Las integrantes de los batallones femeninos en la retaguardia también desempeñaron un valioso papel militar, y sirvieron de ejemplo al público en general de los roles de género para la mujer que ahora existían en la zona republicana.
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Notas
1 Centre for Rural Health and Community Development University of South Australia
2 Low and Breà, Notebook, 238.
Fuente → libertamen.wordpress.com
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