Qué papel desempeñó la Inteligencia británica en la rendición de la II República española?
Según Manuel Medina, autor de este articulo, en marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado y sus aliados dieron un golpe mortal contra la Segunda República, sellando su trágica caída. Convencido de que Franco ofrecería condiciones de paz, Casado abrió las puertas al enemigo y traicionó a sus propios compañeros, entregando a miles de republicanos a la brutal represión franquista. Pero ¿qué otro tipo de objetivos se escondían tras el putch golpista de Casado y de determinados sectores de la cúpula del PSOE?
En las últimas semanas de la Guerra Civil Española, cuando el Ejército franquista avanzaba implacable y Madrid se tambaleaba, algunos miembros del alto mando republicano comenzaron a urdir la idea de que había llegado la hora de la rendición. No la hora de una resistencia digna, ni del último esfuerzo colectivo por defender los ideales de libertad e igualdad que, pese a las tormentas de la guerra, la Segunda República todavía intentaba preservar.
En lugar de eso, los que dieron ese último paso tomaron la decisión de dar la espalda a aquellos principios, de desmontar la aspiración que se había defendido con la sangre de centenares de miles de ciudadanos españoles durante tres largos y duros años.
El Gobierno republicano, encabezado por el canario Juan Negrín, aún creía posible una última resistencia, proponiéndose alargar la guerra con la esperanza de que el conflicto civil español pudiera enlazarse con la guerra general que todo el mundo preveía estaba a punto de estallar en Europa.
La Guerra Civil terminó oficialmente el 1º de Abril de 1939. Apenas cinco meses después de producirse la caótica derrota de la República propiciada por Casado y sus complotados, el 1 de septiembre de ese mismo año, comenzaba la II Guerra Mundial.
Los hechos se encargaron de demostrar que la propuesta de una resistencia posible por parte del Gobierno de Negrín no carecía de sentido.
LOS PROTAGONISTAS DE LA TRAICIÓN
El protagonista de la traición final que desencadenó la tragedia española fue el coronel Segismundo Casado, un oficial que se jactaba de su perspicacia militar, así como de su supuesta capacidad de lectura de la situación, pero que estaba lejos de comprender las consecuencias reales de las acciones que había contribuido a desencadenar.
Acompañado por un grupo de colaboradores que compartían con él su visión derrotista, Casado montó lo que pretendía ser un "golpe salvador", que en realidad concluyó como el golpe mortal para la República.
Casado se rodeó de una serie de figuras entre las que se encontraba Julián Besteiro, un socialista perteneciente al sector más derechista del PSOE cuya memoria aún hoy miembros de ese partido reivindican y que, en su desesperación, había perdido toda fe en la causa republicana y, convencido de que resistir era inútil, se unió a Casado en su plan.
Otro de ellos fue Cipriano Mera, un líder anarquista y comandante de las fuerzas de la CNT que también se unió al complot, probablemente agotado y vencido por la dureza de la guerra. Entre todos ellos sellaron el destino de la República, creyendo que el golpe que iban a protagonizar podría constituir una suerte de “salvavidas” que les serviría para contar con la benevolencia de los militares insurrectos.
El 5 de marzo de 1939, Casado y el resto de complotados pusieron en marcha su putch contra el gobierno de Juan Negrín, último presidente del Consejo de Ministros de la República.
La retórica de Casado se construyó sobre la idea de que Negrín y sus aliados, especialmente los comunistas, se aferraban a un ideal de resistencia total que solo conducía a la destrucción completa. La perspectiva casadista argumentaba que su Consejo Nacional de Defensa representaba el "realismo" y la “sensatez” que la República necesitaba para enfrentar el inminente desenlace, proclamándose como el líder que "salvaría lo que quedaba de Madrid".
Sin embargo, la supuesta “lucidez” de Casado estaba manchada por el cinismo. Para el coronel y su séquito de desmoralizados el golpe se justificaba en la mentira de que Franco, en algún rincón de su conciencia, podría estar dispuesto a conceder condiciones de paz mínimamente aceptables para los derrotados.
Casado parecía estar convencido de que, entregando Madrid en bandeja, el bando sublevado estaría dispuesto a ofrecer una transición sin represalias, en lugar de la rendición incondicional que siempre había exigido.
Para Paul Preston, historiador y profesor británico, autor de diversas obras sobre la historia contemporánea de España:
“Casado representó un intento de autonegociación egoísta, intentando salvar su propia posición mientras dejaba a sus compatriotas en la absoluta indefensión.” Preston ve en Casado una “figura narcisista que creyó poder dialogar con Franco ignorando las advertencias de sus compañeros.”
Los hechos fueron muy distintos de lo que los golpistas habían imaginado. La promesa de Casado y de sus colaboradores de una transición "menos sangrienta" se desplomó como un castillo de naipes. Franco y su ejército jamás estuvieron ni siquiera predispuestos a negociar ni a suavizar la derrota republicana. Casado, encumbrado por su propio orgullo, subestimó gravemente las ansias de victoria del nuevo caudillo fascista, y su Consejo Nacional de Defensa fue ignorado y despreciado por el bando franquista desde el primer momento.
Franco no solo se sentó a la mesa de negociaciones, sino que esperó pacientemente a que la ciudad, debilitada por los enfrentamientos internos provocados por el golpe casadista, cayera por sí misma. En realidad, el propio Casado fue su principal aliado en esa fase final de la II República española.
El breve, pero también caótico conflicto interno que desató Casado en Madrid hizo que las calles se tiñeran de sangre republicana. La ciudad quedó atrapada en una lucha fratricida entre las fuerzas comunistas leales a Negrín, por una parte, y el Consejo Nacional de Defensa de Casado, por otra.
Durante esos días de enfrentamientos, las milicias que hasta hacía poco habían combatido juntas contra el avance franquista se disparaban entre sí, dejando alrededor de más de dos mil muertos. Aquel último esfuerzo de resistencia fue desmoronado desde dentro por aquellos que, sin valor para sostener la línea de defensa, decidieron pasarse al otro lado.
No deja de resultar irónico que Casado y sus aliados condenaran al Gobierno de Negrín por su supuesta falta de realismo y pragmatismo en la defensa republicana, mientras que ellos, envueltos en su ilusión de salvar a España mediante un "trato honorable" con el enemigo fascista, encarnaron un romanticismo trágico. La figura de Casado era la de un hombre que, atrapado entre su ambición y el desgaste emocional de la guerra, se disfrazó de salvador, convencido de su propio criterio, cuando lo único que lograba era empujar al último bastión republicano a la rendición sin condiciones.
La traición de Casado y los suyos, al margen de lo estratégico, revela también el lado más oscuro de su personalidad: su convicción de superioridad moral sobre los mismos compañeros a los que traicionaba. Con una arrogancia que rivalizaba con quejas constantes sobre las limitaciones del gobierno republicano, se autoproclamó el héroe que "recuperaría" la dignidad de una República en la que, claramente, ya no creía.
El historiador estadounidense Gabriel Jackson, autor de "La República Española y la Guerra Civil", considera a Casado como
“un traidor en tiempos de desesperación”, que antepuso su aversión personal hacia los comunistas y su afán de protagonismo a la responsabilidad de defender el régimen republicano. Para Jackson, Casado “cometió el error de juzgar a Franco y al franquismo desde un prisma equivocado, pensando que la República caería de pie y con condiciones”.
En realidad, subraya Jackson, el golpe de Casado solo sirvió para desmoronar las defensas republicanas y facilitar la brutal represión que seguiría.
Entre sus aliados, Besteiro, Mera y otros conspiradores hicieron lo mismo, confiando en una fantasía de rendición honorable completamente ajena a la realidad. Muchos años después, Besteiro moriría en una cárcel franquista, reconociendo a quienes quedaban vivos que la decisión de alinearse con el golpe de Casado no solo selló la derrota militar, sino que facilitó la caída total del régimen republicano. Casado y sus colaboradores se convirtieron en figuras que, incapaces de sostener el peso de la lucha hasta el final, prefirieron abrir las puertas al enemigo.
LA REPRESIÓN ANTICOMUNISTA
Tras el golpe de Casado, en marzo de 1939, las fuerzas bajo su mando capturaron y entregaron a las tropas franquistas a militantes comunistas y otros leales al gobierno de Juan Negrín que se habían opuesto al levantamiento interno.
Durante el conflicto fratricida que siguió al golpe casadista, muchos comunistas y simpatizantes del gobierno legítimo, considerados "irreductibles" o dispuestos a seguir resistiendo, fueron arrestados y retenidos por las fuerzas de Casado. Cuando las tropas franquistas finalmente entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939, los republicanos capturados, incluidos los comunistas, fueron puestos en manos de los franquistas como parte del acuerdo de rendición.
Esta entrega fue especialmente amarga, ya que, desde la perspectiva de los leales a Negrín y los comunistas, representó una traición dentro de su propio bando. La represión franquista no tardó en cobrarse una venganza feroz, ejecutando, encarcelando y persiguiendo a aquellos republicanos que consideraba enemigos irreconciliables. Entre los entregados a Franco hubo dirigentes, cuadros comunistas y otros luchadores que hasta el último momento habían creído en la resistencia.
Este sangriento escenario fue visto, especialmente entre los comunistas, como el colofón de la traición de Casado, que, en lugar de preservar a quienes habían luchado por la República, facilitó la caída de muchos de ellos en manos de un Régimen totalitario contra el que tanto habían combatido. Así, Casado y sus aliados no solo aceleraron la rendición de Madrid y el fin de la República, sino que también dejaron a numerosos combatientes vulnerables ante la brutal represión de la dictadura franquista que se iba a mantener en el poder durante los casi cuarenta años siguientes.
"Después del golpe, las fuerzas comunistas fieles a Negrín se enfrentaron con las de Casado, lo que derivó en una serie de combates internos en Madrid que causaron alrededor de dos mil muertes. Al rendirse Madrid, muchos de los comunistas y leales al gobierno fueron entregados a las fuerzas franquistas".
Fuente: Preston, Paul. El Holocausto español. Debate, 2011.
El 28 de marzo de 1939 Madrid caía en manos de las tropas franquistas y la República desaparecía para dar lugar a un régimen que se cobraría la derrota con persecuciones, exilios y miles de ejecuciones.
EL EXILIO DE CASADO
Casado, por su parte, logró escapar de España, dejando atrás la ruina que había ayudado a forjar con su ceguera, su arrogancia y su incapacidad de comprender la profundidad del sacrificio que el pueblo español estaba dispuesto a hacer. Los ideales republicanos, aquellos que él mismo había defendido en el pasado, quedaron pisoteados por quienes, como él y sus aliados, eligieron el camino de la traición disfrazada de pragmatismo.
Después de su golpe en 1939 y la caída de la República, Segismundo Casado, quien había intentado negociar con el bando franquista sin ningún éxito, escapó de España para evitar las represalias que seguramente lo hubieran alcanzado bajo el nuevo Régimen. Se exilió primero en Francia, donde vivió un tiempo antes de establecerse en América Latina, principalmente en Venezuela y Colombia. Eventualmente, regresó a Francia y se instaló en Londres, Reino Unido, donde permaneció la mayor parte de su vida. Casado murió en Madrid en 1968, después de haber sido autorizado benevolentemente por el dictador a regresar a su España.
Durante su exilio, Casado trató de justificar su golpe cruento de 1939 como un “acto de realismo”, insistiendo en que su único objetivo había sido “salvar vidas”. Sin embargo, esos argumentos nunca convencieron al exilio republicano, especialmente a aquellos que habían sufrido las consecuencias de su traición. Para muchos, Casado no había sido más que un militar ambicioso que, al traicionar a su propio bando, facilitó la victoria de Franco.
CASADO: ¿AL SERVICIO DE LA INTELIGENCIA BRITÁNICA?
La relación de Casado con los Servicios de Inteligencia británicos ha sido objeto de hipótesis y frecuentes debates históricos. Según algunas investigaciones y los archivos desclasificados, el Servicio de Inteligencia Británico (MI6), tuvo interés en el fin de la Guerra Civil Española, principalmente para evitar una prolongación del conflicto que pudiese abrir un frente de inestabilidad en Europa en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque no existen pruebas concluyentes de que Casado fuera formalmente un agente británico, se sabe que ciertos sectores diplomáticos y de Inteligencia británicos favorecieron cualquier medida que acelerara la derrota de la República y la retirada de las tropas extranjeras.
“Aunque no existen pruebas concluyentes de que Casado fuera formalmente un agente del MI6, la inteligencia británica tenía interés en el fin de la Guerra Civil Española. El objetivo consistia en tratar de evitar que España cayera bajo la influencia soviética o se convirtiera en un foco de inestabilidad en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial”.
Fuente: Moradiellos, Enrique. 1939: el final de la Guerra Civil. Crítica, 2011.
El historiador británico Hugh Thomas y otros estudiosos del tema han sugerido que Casado pudo haber sido alentado, directa o indirectamente, por el MI6 para realizar su golpe. El objetivo británico habría sido una España neutral, sin influencia comunista o soviética, lo que sería menos amenazante para los intereses británicos.
Sin embargo, los vínculos concretos entre Casado y la Inteligencia británica no aparecen documentados con claridad, y hasta hoy su relación con estos intereses externos continúa siendo en gran medida especulativa.
Lo que parece evidente, sin embargo, es que Casado fue percibido por algunos círculos británicos como un "mal menor" dentro delalucha que se había producido entre los contrapuestos sectores que apoyaban a la República. En cualquier caso, la derrota de la República no significó la posibilidad de una hipotética España neutral, tal y como quedó demostrado con la aplicación de una ambigua política de “no beligerancia” por parte de la dictadura de Franco.
(*) MANUEL MEDINA es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia.
Fuente → canarias-semanal.org
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