El martes por la noche, el Sin ficción estrenaba Anita. La miliciana tenía nombre. El documental tiene una característica muy bonita y poética. Toda la historia, con distintas capas narrativas, se desarrolla a partir de una sola imagen. Es la fotografía de una chica encaramada en una barricada, que sonríe y enarbola una bandera de la CNT y la FAI durante la Guerra Civil. La imagen de la chica se ha convertido en un icono del anarquismo y del empoderamiento femenino. Y lo que hace el documental es llenar de significado un icono que, como tantos otros iconos, tiene el riesgo de convertirse en una imagen despojada de su verdadero valor. Por tanto, el documental reconstruye la historia de la chica protagonista y de quien la retrató.
Anita. La miliciana tenía nombre se elabora casi como un tapiz, del que primero sólo tenemos diferentes madejas de hilo, que deben desbaratar y después ir trenzando entre ellas. Está la madeja que lleva a descubrir al fotógrafo, Antoni Campañà, a raíz del trabajo con su fondo para la exposición del MNAC en el 2021. Las motivaciones e inquietudes del autor, el análisis de su mirada y las implicaciones técnicas detrás del instante de pulsar el disparo de la cámara. También está la madeja histórica, que permite entender el contexto, el significado político y social, el momento que vivía la ciudad de Barcelona y la vida de las Ramblas, las implicaciones de esa reivindicación. También explica el valor de los detalles de la imagen, como la ropa que lleva la chica, el lazo que lleva en la cintura y su gesto. Y por último, la madeja de la protagonista, que tiene que ver con el deber de seguir el rastro de otros hilos. Es la parte más emocionante de la investigación. ¿Quién es esa chica, cuáles eran sus circunstancias y sus ideales, cómo llegó hasta allí y qué se hizo de ella.
Y a partir de estas tres fajas de algodón se construye el documental, y en la composición intervienen factores como el azar, la conciencia creativa, el talento narrativo y la investigación histórica. A medida que se va tejiendo el proceso y se cosen los fragmentos, se va construyendo una cierta intriga por la chica protagonista. Quizás, en cuanto a los tempos narrativos, le atribuyen la identidad demasiado deprisa, apenas hay tiempo de construir un cierto suspense. Pero, sin embargo, el documental sabe mantener las ganas del espectador de descubrir su historia. Anita. La miliciana tenía nombre es valiente porque se atreve a realizar el análisis teórico de la imagen, confiando plenamente en el deseo de saber de la audiencia. Y poco a poco, con la forma en que van apareciendo los personajes, sus descendientes, los cruces de testigos y expertos, llegas al final del documental, a la culminación de todo el trenzado de hilos y descubres el tapiz entero. Y de cómo esa imagen inicial está llena de un nuevo significado mucho más rico y emocionante. Y constatas la belleza del proceso y del resultado final.
Fuente → es.ara.cat
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