F. Javier López Martín
Ahora toca cambiarlo todo para que nada cambie, en la mejor tradición lampedusiana y gatopardista. Ahora toca matar al rey para que otro rey tome el poder.
Es el título de una hermosa novela de Mary Renault, El rey debe morir. Teseo desembarca en Eleusis, un matriarcado que rinde culto a la diosa. Año tras año, el rey elegido debe morir y sus restos descuartizados abonan la tierra, fertilizan el suelo que dará una buena cosecha.
Teseo, efectivamente, mata al rey y durante un año será el nuevo rey, vivirá con la reina, disfrutará del placer, del poder, de la riqueza. Luego matará a la reina a tiempo de evitar su propia muerte. El rey debe morir, pero hay reyes capaces de sortear el destino, cambiarlo, dejarlo de lado.
Hubo un tiempo en el que este país de despeñaba hacia el precipicio de la mano de políticos que no daban la talla, se mire por donde se mire. Hay quien cree, crece la sensación de que esos políticos son los culpables de cuanto nos ocurre. En realidad, son tan sólo el resultado, el efecto y el producto de cuanto somos nosotros mismos.
Roban cuanto nosotros quisiéramos poder robar. Acaparan riquezas que desearíamos guardar y gastar a borbotones. Disfrutan de la impunidad de la que nosotros quisiéramos disfrutar. Beben, comen, retozan cuanto nosotros quisiéramos beber, comer, retozar. Gozan de una impunidad de la que nosotros nunca podremos disfrutar.
Por eso, cada cierto tiempo… tienen que morir. De su muerte depende nuestra vida. Existe una fascinación de especie con eso de matar para vivir. Hasta de comer al fallecido para asegurarnos la vida. Lo hacían los aztecas, lo hacían los incas. Lo hicieron los pueblos mediterráneos, los nórdicos.
Y no sólo matar y comer a los prisioneros, a los esclavos, a los derrotados. Matar también a los nobles, a los propios hijos. Sacrificar lo más querido para traer el agua, o el sol, una buena cosecha, asegurar la supervivencia. Cómo no sacrificar a un político, por muy deseado que haya sido. Por imponente que haya sido su poder.
Abuchean a Mazón, a Sánchez, al Rey, a la Reina. Veo volar las bolas de barro y los palos enarbolados y descargados sobre nuestros gobernantes. El regocijo de cuantos alientan la rabia, airean las noticias falsas y señalan a los supuestos culpables. Los políticos.
Y no digo que no sean dignos acreedores de una parte alícuota de rabia. Pero si queremos buscar culpables habría que remontarse a cuantos burlaron los designios de la naturaleza y construyeron viviendas en mitad de las ramblas. Quienes pusieron el dinero de los ladrillos por encima de cualquier otra consideración que tuviera que ver con la seguridad.
No llegan aquí los huracanes, pero nuestras DANAS, cada vez más frecuentes, comienzan a parecerse mucho a ellos. Es cierto que, de vez en cuando, nos han golpeado con fiereza. Nadie pudo preverlo, pero cada vez nos visitan con mayor insistencia.
Nadie creyó que las finanzas mundiales se hundirían con la facilidad con la que se hundieron en 2008. Nadie pensó que la mal llamada gripe española de 1918 pudiera renacer con el nombre de coronavirus a finales de 2019. Nadie vio venir la cadena de desastres climáticos cada vez más frecuentes. Tampoco la guerra de Siria, Ucrania, Palestina. Nadie quiere ver las desconocidas guerras de Yemen, el Congo, o Sudán
Cuantos se ríen de las previsiones meteorológicas. Cuantos se mofan de aquellos que nos alertan de posibles desastres. Aquellos que protestan por la puesta en marcha de medidas preventivas extraordinarias, que muchas veces parecen injustificadas, suelen ser los mismos que luego propagan las falsas noticias y acumulan proyectiles de barro, o aún más contundentes.
Ahora toca cambiarlo todo para que nada cambie, en la mejor tradición lampedusiana y gatopardista. Ahora toca matar al rey para que otro rey tome el poder. De nuevo Osiris debe morir y resucitar. El niño Dionisos debe morir y resucitar. Mitra debe matar al toro para que el mundo renazca. De nuevo un Cristo debe morir para que el resto de la humanidad se salve.
Ignorando, eso sí, que ningún imperio del pasado sobrevivió a los desastres naturales que acompañaron su caída, por muchos mitos que haya cultivado, por muchos seres vivos que haya matado, por muchos humanos que se hayan comido.
Ahora lo importante es salvar a las personas. Ahora lo importante es desescombrar las ruinas. Ahora lo importante es reconstruir y recrear espacios habitables. Pero lo siguiente, lo inmediato, es repensar unos pueblos, unas ciudades, unas viviendas, unas calles, unas vidas humanas, en un mundo que ya no volverá a ser el mismo.
Habrá quien se conforme con matar a un rey de turno. Pero la muerte nunca basta, ni es suficiente, ni soluciona los problemas por sí misma. Es la vida, la dignidad de la vida la que está en juego. Necesitamos pensar, construir, amar cada vida, la vida de todos. La vida que merecemos.
Fuente → nuevarevolucion.es
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