A principios de octubre de 1934, hace noventa años, la clase obrera en Asturias se lanzaba a la toma del poder e instauraba, durante pocos días, el poder obrero. Se trata de una experiencia revolucionaria que ha quedado a la sombra de la guerra civil que dos años más tarde devastaría España, y, por eso mismo, se nos presenta como una tarea presente la recuperación de la memoria de Octubre y su estudio para extraer las lecciones políticas necesarias. Por ello consideramos de gran importancia la recuperación de los análisis que los propios comunistas realizaron en su momento y, así, poder comprender de forma más profunda y concreta tanto los aciertos y errores que ellos mismos detectaron, como aquellos que no pudieron detectar.
El documento aquí transcrito es una resolución del Buró Político del PCE publicada como folleto en diciembre de 1934, en el cual se hace una valoración sobre los desarollos políticos de la Revolución de Asturias. Es interesante mencionar que tanto en este texto como en la resolución del Comité Central del PCE de septiembre de 1934 en la que se acuerda la entrada en las Alianzas Obreras, se puede observar que se mantienen lógicas propias de la política de frente único por la base, aunque con cambios evidentes en la forma de afrontar las relaciones con otras fuerzas políticas y sindicales. El PCE pasó de publicar folletos con títulos del estilo de «¿Alianza Obrera? El proyecto original de la Alianza Obrera surge en Cataluña en diciembre de 1933 a propuesta del Bloc Obrer i Camperol (BOC) de Maurín, como fórmula de frente único contra el fascismo y, en buena medida, como forma de contrarrestar la política de frente único por la base del PCE (no tanto por su influencia concreta, que no era muy fuerte, como por encuadrarse en una actitud de oposición general al PCE o la Internacional Comunista) y más aún la hegemonía de la CNT en el movimiento obrero en Cataluña. En marzo de 1933 existe ya una Alianza Obrera contra el Fascismo también impulsada por el BOC y la Unió Socialista de Catalunya pero que no tiene continuidad y que podemos señalar como antecedente pero no como la misma organización a pesar de compartir nombre. Su extensión por otros territorios tiene que ver con lo que se ha conocido como proceso de radicalización del PSOE (en cierta manera más efectista que efectivo) usando la terminología de algunos historiadores (véase Marta Bizcarrondo) que da a su presencia en las alianzas obreras (al no existir una estructura a nivel nacional podemos hablar en plural) mayor o menor relevancia en función de las correlaciones de fuerzas con otras organizaciones y de las dinámicas de las luchas internas en el PSOE, la UGT y la FJS. Una de las críticas de los comunistas previas a su ingreso tiene que ver con el rechazo a las reivindicaciones parciales. La posición de la socialdemocracia fue la de «nada de huelgas» a la espera de la revolución. A modo de ejemplo: las reticencias en la UGT a que su organización en el campo, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT), impulsase la huelga de verano de 1934. La dinámica de la lucha de clases en Asturias hacía inviable mantener esa táctica por parte de los socialistas (tanto la FSA como la UGT y en concreto el SOMA se vieron desbordadas o a punto de serlo en diversos conflictos). El hecho de no tener unas fuerzas que inhibiesen a cada paso las luchas de la clase obrera bajo la retórica de «con las luchas parciales no se consigue nada» (frase de Carrillo en abril del 34 en el contexto del conflicto de los obreros metalúrgicos en Madrid, recogida por Sandra Souto en su tesis doctoral «Poder, acción colectiva y violencia en la provincia de Madrid (1934-1936)») ayudó a que el proletariado asturiano se encontrase en mejores condiciones para afrontar los combates de Octubre. 1 ¡No! ¡Frente Único! Esta es la salida», a pedir su ingreso en ellas.
La apelación a la participación del conjunto de trabajadores y no únicamente los de determinadas organizaciones, la apuesta por los comités de fábrica y de campesinos como base de las alianzas obreras y su articulación en los lugares de trabajo, o la relación de las luchas por reivindicaciones parciales con la estrategia revolucionaria general, son algunos de esos elementos de continuidad.
Asimismo se observa un planteamiento crítico sobre la no incorporación, en la concepción inicial de las Alianzas, de los campesinos. Si bien hay excepciones, como el caso de que de la Alianza Obrera en Cataluña formase parte la Unió de Rabassaires, (lo cual se ha usado como contraargumento a la crítica del PCE), no se puede negar que el papel que se le daba a los campesinos era más bien limitado. 2 De ahí la insistencia comunista en su transformación en Alianzas Obreras y Campesinas. Esto entronca tanto con una acertada visión leninista de la importancia de la alianza obrero-campesina, como con las posiciones erróneas imperantes durante esos años en el PCE y la Internacional Comunista sobre la necesidad de culminar la etapa democrático-burguesa de la revolución en España, mediadas por una sobrevaloración de los vestigios de las relaciones feudales o semifeudales; o si se quiere ver de otra forma, por una infravaloración, cuando no negación, del alcance del proceso de revolución burguesa en la España del siglo XIX. Esto influye, y así se puede observar en este mismo documento, en los planteamientos etapistas y en las posiciones sobre lo que el PCE llamaba nacionalidades oprimidas.
La lectura de la entrada del PCE en las Alianzas Obreras ha sido interpretada en ocasiones como una suerte de viraje frente a la política anterior del Partido, como una ruptura con lo que algunos consideran planteamientos sectarios. En otro artículo publicado en nuestra web se critica esta visión de la historia del comunismo, en la que, por ejemplo con el caso de la Internacional Comunista, se explica su historia como oscilando entre unos supuestos momentos sectarios y unos momentos no-sectarios en función de cuáles fueran sus relaciones con la socialdemocracia. Véase Apuntes sobre la Internacional Comunista. 3 Esto, sin negar los elementos de autocrítica que hay en la propia decisión de entrar a las Alianzas Obreras, Una explicación extensa de cómo se produce la decisión puede encontrarse en Elorza, A., y Bizcarrondo, M., (2006), Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939, Planeta DeAgostini, Barcelona. 4 en buena medida tiene que ver con una lectura realizada a posteriori, es decir, valorando este ingreso sabiendo ya lo que ocurriría durante los años siguientes: VII Congreso de la Internacional Comunista, conformación de los Frentes Populares, y aplicación de la política de creación del partido único del proletariado (concretado en Cataluña en el PSUC y a nivel juvenil en la JSU pero no a nivel del conjunto del país más allá del establecimiento de Comités de Enlace entre el PSOE y el PCE).
No se puede obviar las implicaciones de esa entrada en todos esos desarrollos posteriores, pero no es correcto verla como una especie de puerta de entrada (o de paso) en un camino de vía única. Más allá de la relación con la política previa y posterior del PCE, la cuestión fundamental que se aborda a lo largo del texto y que desde esta introducción se considera clave es la insistencia en la transformación de las alianzas obreras y campesinas en órganos de poder, es decir, en soviets.
En 1934 la clase obrera luchó por el poder llegando a tomarlo en sus propias manos. En 2024 sigue vigente esa lucha por el poder.
LOS COMBATES DE OCTUBRE
Editado como folleto por Ediciones Bandera Roja a un precio de 20 cts. En la versión consultada aparece escrito a mano XII-1934. Fuente: Archivo Histórico del PCE. Documentos 1934-35 Carpeta 15. El texto se puede consultar asimismo en Bizcarrondo, M. (1977), Octubre del 34. Reflexiones sobre una revolución, Ayuso, Madrid. 5
Resolución del Buró Político del Partido Comunista de España (S.E. de la I.C.)
I. Enseñanzas de los combates de Octubre
En el mes de octubre, una explosión revolucionaria de grandiosa envergadura ha estremecido hasta la raíz los cimientos del régimen burgués terrateniente. Millones de trabajadores se lanzaron a la batalla en todo el país, encendidos de indignación revolucionaria, frente al avance descarado de las hordas fascistas vaticanistas, y con el propósito de instaurar su propio poder.
La huelga general y la insurrección de octubre han sido el resultado del proceso de maduración de la conciencia revolucionaria de las masas, a través de la experiencia de cinco años de revolución. Las masas que el 14 de abril siguieron a los partidos pequeño-burgueses, radicales-socialistas, Esquerra, Orga, etc… y socialistas que, una vez en el Gobierno, defendieron los intereses de la burguesía y de los terratenientes, fueron comprobando, poco a poco, que la colaboración de clases, en régimen republicano, como en cualquier otro, no llevaba al socialismo, como se les había prometido, sino al fascismo. Por otra parte, las masas veían cómo en la Unión Soviética había desaparecido el paro y la miseria, que no existía peligro fascista y se estaba construyendo victoriosamente el socialismo. Esos factores contribuyeron a la elevación de su conciencia de clase, lo que las hizo comprender que solamente la lucha abierta por el Poder, la lucha contra todo el régimen de explotación burgués-terrateniente –dejado intacto por la República–, podía impedir los avances de la reacción y del fascismo, y terminar con la miseria, la opresión y el hambre. De esta forma, el forcejeo entre la fuerza de la revolución y las de la contrarrevolución fue agudizándose progresivamente, hasta transformarse en guerra civil abierta. Nuestra heroica clase obrera, al empuñar las armas, se proponía cerrar el paso la la reacción y al fascismo y conquistar el Poder Se respeta el uso de mayúsculas del original, aún no siendo correcto formalmente en todos los casos, entendiendo que en buena medida están puestas a propósito para remarcar unos conceptos u otros. 6 para instaurar el Gobierno Obrero y Campesino. Todas las negritas del texto aparecen así en el original. 7
Este fue el significado de las gloriosas jornadas de octubre.
La huelga general política de masas contra el fascismo, adquirió tal amplitud que se transformó en lucha armada en varias provincias, en lucha insurreccional en Vizcaya, Guipúzcoa y León, y en Asturias en una grandiosa insurrección popular, en una batalla de tal envergadura, en la que todo el pueblo en armas mantuvo a raya en el frente de batalla, durante más de quince días, a todo un ejército, pertrechado con arreglo a la última palabra de la técnica guerrera moderna. Teniendo presente el ejemplo glorioso de la Unión Soviética, el proletariado de Asturias supo sentar las bases de su propio poder, del Gobierno Obrero y Campesino, sobre la base de los Soviets, organizando el Ejército Rojo, adoptando medidas inmediatas para la defensa de la revolución, tomando rehenes, organizando la producción para atender las necesidades del pueblo laborioso y la equipación de su Ejército, creando departamentos de Guerra, Sanidad. Abastos, etc… El proletariado asturiano, en alianza con los campesinos con el apoyo de las amplias masas populares, pasó a la creación de un nuevo orden, del orden revolucionario, declarando abolida la renta sobre la tierra, incautándose de los medios de producción, de transportes, ferrocarriles, etc., y confiscando los grandes almacenes de víveres y los artículos de primera necesidad, poniéndolos a disposición de la población laboriosa.
En su breve existencia de Poder, el proletariado de Asturias ha evidenciado toda la enorme capacidad de organización y dirección que se oculta en el seno de la clase obrera, y dado un ejemplo al proletariado mundial de heroísmo y abnegación en la lucha.
Por su táctica ofensiva, por sus métodos de lucha, en muchos aspectos nuevos y originales, los valientes mineros asturianos han llenado páginas de riquísima experiencia para el movimiento revolucionario del proletariado mundial. La lucha de los proletarios de Asturias ha reducido a polvo la teoría contrarrevolucionaria de los ideólogos evolucionistas de la social-democracia, que pretenden que el proletariado no puede hacer frente ni vencer en lucha directa y violenta al formidable y moderno aparato guerrero de la burguesía. El heroico proletariado de Asturias, en armas, ha demostrado ser capaz, no solamente de conquistar el Poder en lucha abierta, sino también de derrotar las fuerzas de la contrarrevolución, concentradas en aquella región, y defender su poder, haciendo frente, con éxito, durante dos semanas, a todo un Ejército, pertrechado con artillería, aviación, marina y tanques, a las Legiones salvajes del Tercio y a los traidores de su propio pueblo, las bandas Regulares de tropas mercenarias moras. A pesar de la falta de una dirección política militar única, y a pesar de poseer un armamento muy deficiente, el pueblo en armas ha desplegado y representado una tal fuerza, que el generalísimo del Ejército de la contrarrevolución, López Ochoa, se vió obligado a parlamentar con los reрrеsentantes del Ejército Rojo y a aceptar, en parte, sus condiciones. Los hechos han demostrado que, a pesar de la falsa posición del Partido Socialista, frente a los problemas políticos y de organización, propios de la revolución –falta de un programa claro de la revolución, subestimación del papel del campesinado, como segunda fuerza motriz, falta de organización de las Alianzas Obreras y Campesinas en los lugares de trabajo, como embriones de los órganos de Poder (Soviets)– si en Cataluña los dirigentes de la C. N. T. no hubiesen traicionado, si los líderes de la Esquerra no hubiesen capitulado, y si en Madrid y en Euzkadi Se respeta la forma de escribir «Euzkadi» del texto original al ser de uso habitual en aquellos años. 8 se hubiese pasado a una táctica de ofensiva audaz –táctica que fue saboteada conscientemente por varios dirigentes socialistas, que ocultaron y negaron las armas al pueblo, al igual que en muchas otras provincias, donde los depósitos quedaron intactos para ser, más tarde, copados por la Guardia civil, dirigentes que sabotearon la orden de huelga en infinidad de lugares, o que, como en Vizcaya, dan orden de disolverse a una columna de 600 mineros, armados, de La Arboleda, que bajaban hacia Bilbao– las clases dominantes, a no haber sido por eso, no hubiesen podido concentrar el grueso de sus tropas sobre Asturias, y de este modo, Asturias, Cataluña, Madrid y Euzkadi, en armas, hubiesen alzado insurreccionalmente al resto del país, y la táctica y consigna de nuestro Partido se hubiese impuesto, asegurando de este modo el triunfo de la revolución de los obreros y campesinos. En octubre, al iniciarse la lucha, existían condiciones favorables para su triunfo; pero, para asegurarlo, faltó la dirección única, firme, proletaria, que sólo se la podía dar un Partido, con una táctica y una experiencia revolucionaria, basada en los principios del marxismo-leninismo. Desgraciadamente, nuestro Partido, el Partido Comunista, único capaz de desempeñar ese papel –y allí donde tenía fuerzas importantes, como en Asturias y Euzkadi, lo demostró– no había adquirido todavía una influencia decisiva sobre las masas trabajadoras de todo el país, que marchaban, en su mayoría, al dictado del Partido Socialista, o seguían las inspiraciones de los jefes anarquistas. En vísperas de las batallas de octubre, el proletariado estaba desunido. A pesar de que la proporción del proletariado organizado sindicalmente era, relativamente, elevada, esa enorme masa de proletarios organizados estaba dividida en diferentes centrales sindicales, y escisionada, no sólo orgánicamente, sino también desde el punto de vista político. Además de no haber existido una dirección revolucionaria del movimiento el Partido Comunista no representaba más que una minoría en crecimiento no existían los órganos apropiados para la lucha (Comités de Fábrica, de Campesinos. Alianzas Obreras y Campesinas, como embriones de Soviets), o si existían lo eran en número insignificante, lo que dificultaba la ligazón estrecha y orgánica entre el proletariado, y entre éste y las masas campesinas. Sin embargo, todos esos factores negativos, gracias a la actividad de nuestro Partido, tendían a desaparecer rápidamente. El frente único de lucha se abría camino a través de una avalancha formidable de huelgas políticas generales, de huelgas de solidaridad (Madrid, Asturias, Cádiz, León, etc.) y a través de enormes concentraciones antifascistas (manifestación en el entierro de De Grado, concentración en el Stadium de Madrid, etc.). Por otra parte, a pesar de que el movimiento de los campesinos y de los obreros agrícolas, que se encontraban en atraso manifiesto sobre el movimiento del proletariado industrial y de los pueblos oprimidos de Cataluña y de Euzkadi, ante la proximidad del otoño y del invierno, se abría para él, el período clásico de los grandes movimientos. Además, ciertas capas de la pequeña burguesía urbana en parte gracias a la actividad del Partido Comunista empezaban a orientarse, de más en más, hacia la revolución.
Bajo esa imponente marea revolucionaria, se ahogaba el Gobierno Samper, cuyas medidas represivas no bastaban ya para frenar el arrollador empuje de las masas.
Ante el pánico de que pudiera llegarse en breve a una real y efectiva concentración de todas las fuerzas proletarias, para luchar en común, la contrarrevolución se coaliga y se concentra bajo un objetivo inmediato: crear un Gobierno de mano dura, para dar la batalla a la revolución. Con ese fin, coinciden todas las fuerzas más reaccionarias y chauvinistas, desde los monarco-fascistas a los republicanos históricos, pasando por los clérico-fascistas. Ellas comprenden que a medida que el frente de lucha de las masas se unifica y realiza, la influencia y el papel director del Partido Comunista aumenta; las masas asimilan rápidamente sus consignas de lucha, adquieren conciencia de los objetivos revolucionarios, marchan hacia la preparación orgánica y política de la revolución y aseguran su triunfo. La burguesía y los terratenientes no querían, ni podían esperar, que ese proceso revolucionario se terminase, so pena de perder toda esperanza de truncarlo. Por eso lanzaban ante las masas el desafío del Gobierno radical-cedista, aun sabiendo que esto provocaría la guerra civil; sabiendo, como sabían, que las masas revolucionarias no permitirían impunemente que la reacción y el fascismo se entronizasen en el Poder. La burguesía y los terratenientes querían dar la batalla antes de que fuese tarde para ellos.
Tal era la situación en vísperas de la gran batalla, librada entre la revolución y la contrarrevolución en el mes de octubre. La batalla ha sido ganada, momentáneamente, por la burguesía y los terratenientes. Pero la insurrección de octubre ha demostrado claramente que la clase obrera de España, y las masas trabajadoras, no aceptan, y que lucharán encarnizadamente, contra la dictadura fascista del bloque burgués terrateniente. El proletariado ha dado un paso formidable hacia adelante. La revolución ha crecido. La idea de los Soviets de obreros y campesinos y la necesidad de la lucha por su propio poder ha hecho carne en las masas. La necesidad de la unidad de acción, y de tener un verdadero partido revolucionario proletario, el Partido Bolcheviqui (sic) único, como organizador y dirigente de la revolución ha ganado terreno. El camino de Asturias, el camino del Gobierno Obrero y Campesino es el faro que señala a las masas la única senda de su liberación. De ahí que las fuerzas de la contrarrevolución, que saben que la revolución no está vencida, traten de aprovechar la situación para oprimir al pueblo laborioso que no se siente vencido. Pero eso tienen que hacerlo apoyándose en un aparato de represión descomunal, porque la indignación revolucionaria hierve en el seno de las masas, dispuestas a estallar impetuosamente, a través de la primera grieta que se produzca en el aparato de la represión.
II. La posición del Partido Comunista y de las demás organizaciones obreras en la preparación orgánica y política de la revolución
Basándose en la concepción de que su papel es el de organizador de la revolución, el P. C., orientó su acción en la máxima de que «el triunfo de la revolución jamás llega por sí solo. Es necesario prepararle y conquistarle. Y sólo un fuerte Partido proletario revolucionario puede hacerlo. Hay momentos en que la situación es revolucionaria, el poder de la burguesía tiembla hasta los cimientos, y no obstante, el triunfo de la revolución no llega, porque no existe un Partido revolucionario del proletariado suficientemente fuerte y prestigioso para conducir tras de sí a las masas y tomar el Poder en sus manos» (Stalin).
Consecuentes con este criterio, procedemos, convencidos de que para que un Partido pueda emprender con garantías de éxito, la organización y dirección de la revolución, precisa, ante todo, un programa, una táctica y una estrategia revolucionaria; una unidad de hierro tanto política como orgánicamente; un Partido que con los hechos demuestre ser la parte más experimentada y aguerrida de la clase obrera, que posea una teoría y un programa justo, y que para mejorar sus métodos de lucha utilice en su seno, con firmeza bolchevique, el arma formidable de la crítica y autocrítica. Esto hace del Partido Comunista un Partido monolítico, orgánica e ideológicamente, y no como el Partido Socialista de España, que, al no tener un programa y una táctica revolucionaria, puede permitir que existan en su seno una derecha, un centro y una izquierda, aunque practiquen políticas distintas. Un Partido así, no puede ser un Partido revolucionario consecuente, y, por consiguiente, capaz de dirigir con mano firme la revolución. El Partido Socialista, después del fracaso de su política y táctica colaboracionista reformista –característica en los Partidos de la II Internacional– bajo la presión de las masas lanzó la consigna de «dictadura del proletariado», pero rechazando la idea de los Soviets –forma histórica de la dictadura del proletariado, e impidiendo la alianza de los obreros y del campesinado, no siendo una táctica consecuentemente revolucionaria, al no plantearse el problema del poder de forma revolucionaria– a pesar de sus declaraciones en contrario los dirigentes del Partido Socialista no se salieron de los marcos del régimen burgués. El Partido Socialista nunca quiso entrar a analizar el carácter de la revolución en España, sus fuerzas motrices y sus etapas de desarrollo. En lugar de hacer un análisis justo de la situación y dar las consignas correspondientes para la lucha, el Partido Socialista ha reemplazado este análisis con declaraciones generales sobre la «dictadura del proletariado» y sobre el «Gobierno Socialista», pero sin preparar seriamente la lucha para alcanzar ese objetivo. De ahí su subestimación del papel de las masas campesinas en la revolución, y del papel revolucionario que desempeñan las nacionalidades oprimidas en su lucha contra el imperialismo español. Haciéndose eco de la teoría de la espontaneidad, el Partido Socialista se opuso a la creación de amplios órganos de lucha en los lugares de trabajo, y hostigó el desarrollo de las Alianzas Obreras y Campesinas. Los dirigentes socialistas han hecho declaraciones generales sobre la necesidad de la «dictadura del proletariado», pero no han querido comprender el papel que juegan las luchas por reivindicaciones parciales, para alcanzar ese objetivo. No han querido comprender que solamente desencadenando las luchas parciales bajo diversas formas sin jugar a la «huelga general», como hacen los dirigentes anarquistas ganando, batalla tras batalla, desalojando al enemigo de sus posiciones, levantando la moral revolucionaria y aumentando la confianza de las masas en sus propias fuerzas, se puede marchar, junto con la mayoría del proletariado y de las masas campesinas, hacia la insurrección armada. Al no haber querido comprender eso, los dirigentes del Partido Socialista han frenado el desarrollo de las energías de las masas, y han detenido, en parte, su empuje.
Pero el hecho mismo de que gran parte del P. Socialista se viese precisado a lanzarse a la insurrección de octubre, ha evidenciado la quiebra de toda la política tradicional de la II Internacional y del Partido Socialista de España, porque tal hecho está en contradicción flagrante con su propia manera de ser y de actuar. De otro lado, ello ha sido la confirmación más neta de la justeza de la línea política de la III Internacional, y de nuestro Partido, que en todo momento han defendido la idea de la lucha insurreccional para derrocar el poder de la burguesía.
En vísperas de los combates de octubre, el Partido Comunista daba la voz de alerta, reafirmándose sobre algunos problemas esenciales para lograr la victoria. En la resolución adoptada en la reunión extraordinaria de su Comité Central, a mediados de septiembre, afirmaba que «la lucha por el Poder se ha transformado en el problema cardinal de toda la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos. Las fuerzas de la revolución y contrarrevolución están frente a frente, y se aprestan en breve a librar combates decisivos. Partiendo de esta situación, el nudo esencial para asegurar el triunfo de la revolución lo constituyen la organización y la unificación de las fuerzas de la revolución bajo una dirección firme y consciente en sus objetivos». Y más adelante insistimos en que «la revolución no puede triunfar si en ella no participan, debidamente preparados y organizados, todos los explotados de la ciudad y del campo».
He aquí cuál era nuestra preocupación principal de siempre, pero principalmente en vísperas de las batallas de octubre, Porque ningún Partido puede proponerse seriamente organizar la revolución, si desconoce que el impulso victorioso sólo puede nacer y Asturias lo ha demostrado de la unificación de todas las fuerzas proletarias.
Campeones siempre, en esta batalla por la lucha en común, entre comunistas, socialistas y anarquistas, nuestro Partido no vaciló en ingresar en las Alianzas, declarando que «defendería en forma cordial y democrática sus puntos de vista en el interior de las mismas». Y agregaba que las Alianzas no eran aún verdaderos órganos de frente único, porque «en las Alianzas Obreras y Campesinas no están representadas las masas de la C. N. T., Se mantiene la forma de escribir las siglas (con puntos entre ellas) del original. 9 de los sindicatos autónomos, y están ausentes gran masa de obreros inorganizados; no están representados los obreros parados, ni tienen representación los trabajadores en uniforme». Y afirmaba que había que lograr la atracción de todas esas fuerzas, y que «para que las Alianzas expresen democráticamente la voluntad revolucionaria de las masas es preciso que se rijan por las reglas de la democracia proletaria y que los representantes de ellas sean designados democráticamente por las asambleas de trabajadores de los organismos que la integran. Es preciso también que las Alianzas sean órganos de frente único de lucha de todas las acciones de los obreros y de las masas campesinas, sean o no parciales, económicas o políticas, orientándolas hacia objetivos finales. Para que las Alianzas sean los órganos que preparen y aseguren la insurrección victoriosa, deben basarse en los Comités de Fábrica y en los Comités de Campesinos, como órganos permanentes de frente único en los propios lugares de trabajo. Las Alianzas, en fin, deben tender hacia la creación de los Soviets» (Resolución más arriba citada).
Los dirigentes socialistas no comprendieron que estas organizaciones podían ser elementos valiosísimos en la preparación directa de la lucha insurreccional, trasformándose de esta suerte en órganos de poder de los obreros y campesinos, como lo ha demostrado, sin duda alguna, el ejemplo de la conquista heroica del poder en Asturias y en algunos pueblos de la zona minera de Vizcaya. Es decir, que allí, donde las Alianzas Obreras y Campesinas, bajo la influencia de los comunistas, tomaron en sus manos la dirección de la lucha, supieron desplegar la energía y capacidad de las masas unificadas en su seno, lo cual dio como resultado la conquista del Poder, por los obreros y campesinos, y su sostenimiento durante quince días. Los Comités de Alianza Obrera y Campesina de Asturias se convirtieron, en el propio curso de la lucha, por las necesidades de ésta, en los verdaderos órganos de Poder: en Soviets, con la participación directa de delegados campesinos. El ejemplo de Asturias y de algunos pueblos de Euzkadi y Cataluña han acreditado las Alianzas Obreras y Campesinas como órganos completamente aptos para las luchas diarias, y capaces de transformarse, en el curso de la lucha, en órganos de Poder. (Soviets).
La revolución, para ser victoriosa, ha de ser una revolución popular de masas, una revolución preparada y organizada con la participación activa de las masas mismas que han de entrar en lucha. Quien no comprenda esta necesidad, está incapacitado de dirigir y conducir la revolución a la victoria. De aquí la necesidad de dar a las Alianzas Obreras y Campesinas una dirección, tanto local como nacional, donde todas las fuerzas partidos, englobados en la misma, estudien, elaboren, organicen y dirijan en común las luchas de todos los trabajadores. Sólo así, las Alianzas Obreras y Campesinas serán órganos verdaderos de frente único, El Partido Comunista y la U. G. T. Aparece así en el folleto pero a la vista de lo que se dice sobre la UGT casi a renglón seguido, seguramente se trate de una errata y deba poner C.G.T.U. (Confederación General del Trabajo Unitaria). 10 han luchado denodadamente por la realización de la unidad sindical, arma de combate formidable contra la burguesía. Pero, desgraciadamente, los dirigentes de las dos centrales (de la U. G. T. y de la C. N. T.), se han opuesto categóricamente a la realización de esta unidad, bajo el pretexto de que «la unidad ya está realizada en el seno de su propia central sindical». Es así como, a pesar de nuestras reiteradas advertencias, el proletariado ha sido lanzado a la batalla con sus fuerzas divididas.
El sectarismo clásico de los dirigentes anarquistas de la F. A.I. y de la C. N. T., expresado en su fórmula de que «la C. N. T. se basta a sí misma», su ideología pequeño-burguesa, su falso apoliticismo, han llevado las masas trabajadoras, a través de diversos movimientos putchistas, a grandes sangrías, que han determinado la derrota del proletariado en luchas económicas y políticas que tenían todas las condiciones para el triunfo. Y han favorecido (elecciones del 19 de noviembre de 1933) el triunfo de los Partidos de derecha, incluso de los monárquicos. Es así como los dirigentes anarquistas se han transformado muchas veces, consciente o inconscientemente, en los aliados de la reacción más negra. Su posición negativa, en la cuestión nacional en Cataluña, ha servido para empujar a las masas, nacionalmente oprimidas, en los brazos de los partidos burgueses. En el momento decisivo de la batalla de octubre, en lugar de estar al lado de las masas, insurreccionadas contra el poder imperialista, al dar orden el Comité Nacional de la C. N. T. de que sus organizaciones no debían participar en el movimiento, y al querer truncarlo, cuando éste había estallado, han asumido la responsabilidad principal por la derrota de la insurrección. El hecho de los obreros anarquistas y sus organizaciones en Asturias y en algunas otras localidades, guiados por su instinto de clase, hayan luchado heroicamente, codo con codo con sus hermanos de clase, comunistas y socialistas, subraya con más fuerza aún la responsabilidad aplastante del Comité Nacional de la C. N. T.
Los obreros anarquistas, ayudados por nuestro Partido, sabrán extraer las enseñanzas del pasado, y que saben extraerlas, lo demuestra el hecho de que la corriente de frente único, de la necesidad de la lucha en común, con los socialistas y comunistas, gana terreno entre ellos.
Nuestro Partido comprende muy bien que la política realizada por el Partido Socialista, desde el Poder, ha sido de tal naturaleza, que despertaba la desconfianza de las masas sobre sus propósitos revolucionarios y que esa desconfianza se haya mostrado más fuerte en los trabajadores anarquistas, porque éstos, como nosotros, han sido víctimas de persecuciones incalificables durante los Gobiernos republicano-socialistas. Pero nuestro Partido, que pone por encima de todos, los intereses de la revolución, a pesar de las divergencias profundas de programa y de táctica, que han existido, y que existen, entre nuestro Partido y las demás organizaciones obreras, éste, porque es un verdadero partido revolucionario, proletario, en el momento en que se inició la lucha, a pesar de las divergencias, se ha lanzado a la misma con todo su entusiasmo, sin condiciones ni reservas, con la única preocupación de ganar la batalla y hacer triunfar la revolución.
Queríamos corregir los errores en el curso mismo de la lucha cosa que logramos, en parte, en Asturias y Euzkadi –allí donde nuestras fuerzas nos permitirían hacerlo–. En Asturias, donde el Partido Comunista representaba una gran fuerza, donde habían arraigado profundamente sus células en las minas, en las industrias de guerra, en el transporte; donde había creado Comités de mina y de fábrica, donde había llevado a cabo un gran trabajo de masas y dirigido muchas luchas económicas y políticas, el frente único de todos los trabajadores pudo formarse, se armó al pueblo desde el primer momento y, con ímpetu y arrojo, se emprendió una táctica ofensiva, arrolladora, creando los órganos de dirección de la revolución y del Poder (Soviets). Desgraciadamente, no pudo suceder lo mismo en el resto del país; pues si bien bajo el empuje de nuestros militantes, unidos a los obreros socialistas y a los trabajadores en general, se mantuvo el movimiento hasta el último día, nuestra fuerza e influencia no era la suficiente para haber hecho cambiar el giro de la lucha, pese a los prodigios de energía y decisión realizados por nuestro Partido y nuestra heroica Juventud Comunista. Centenares de millares de manifiestos, dando orientación en cada momento de la lucha; decenas de instructores, salidos del centro para las provincias más decisivas, trataron de orientar y dirigir el movimiento. Muchísimos de esos instructores y de nuestros dirigentes regionales han caído valientemente en la lucha bajo el plomo de la reacción. Centenares de comunistas han muerto en la batalla, defendiendo el glorioso pabellón soviético en las cuencas mineras de Asturias, afirmando una vez más con eso que el Partido de la revolución, el Partido Comunista de España, es el primero en la lucha.
En Asturias, a pesar de que en el comienzo de la acción de los dirigentes del Partido Socialista, se resistieron a la intervención del Partido Comunista en la dirección del movimiento, en el curso de la lucha las masas trabajadoras, los abnegados obreros y jóvenes socialistas y las bravas mujeres proletarias, confiaron a los comunistas los puestos más responsables y los más peligrosos. Ocupando las primeras filas de la batalla iniciada, gracias a su valor, a su decisión, a su energía, a sus justas proposiciones y a su clarividencia, esos simples obreros comunistas, armados de marxismo-leninismo, merecieron rápidamente la confianza de los valientes luchadores de las cuencas mineras, después que la primera dirección del movimiento, compuesta, en su inmensa mayoría, por elementos socialistas, indecisos y vacilantes, desertaron los puestos de mando, nuestros camaradas comunistas cogieron la dirección, con mano de hierro, y continuaron la batalla hasta el último instante.
Por consiguiente nuestro Partido ha tenido antes, y durante la batalla de octubre, una línea política firme y justa. Si a pesar de eso no ha obtenido resultados prácticos más considerables, si no se ha transformado aún en el Partido fundamental del proletariado, que tenga la confianza decisiva de la clase trabajadora, y poderla llevar así a paso firme hacia la victoria, es debido, sobre todo, al hecho de que el trabajo de nuestro Partido entre las masas ha sido y es insuficiente, y no bastante concreto, es porque no hemos sabido prácticamente abordar la realización de la unidad sindical y vencer, por consiguiente, la resistencia de los opositores, penetrar profundamente en el campo con nuestro programa agrario para conquistar a las masas campesinas, llevar este programa entre los campesinos uniformados, asegurar debidamente la preparación técnico-militar de la insurrección, vencer completamente el sectarismo en la cuestión nacional. Pero el defecto capital está en el hecho de que nuestro Partido no ha sabido, y no sabe todavía, organizar suficientemente su creciente influencia entre las masas trabajadoras.
III. Los aliados del proletariado en la batalla y la conquista del ejército
En las batallas de octubre el proletariado, que se ha lanzado a la lucha, no ha podido arrastrar tras sí a las grandes masas de campesinos y de obreros agrícolas. Este enorme ejército de explotados y de hambrientos, en su gran mayoría, no ha participado activamente en la lucha. Eso ha sido una de las causas fundamentales de la derrota momentánea de la insurrección. Los campesinos de España, en su enorme mayoría, eran y son revolucionarios. Si a pesar de su estado de espíritu revolucionario y de su combatividad, y de las millares de batallas heroicas, libradas en el campo, en estos años de revolución, las masas campesinas no han tomado una parte más activa en la reciente lucha, es porque al ver que el Partido Socialista era el dirigente principal de la batalla (nuestro Partido es muy débil en el campo), despertaba su desconfianza, puesto que ese Partido, cuando estuvo en el Poder, no entregó la tierra a los que la trabajan, sino que, por el contrario, impidió por la fuerza la ocupación de la tierra de parte de los campesinos y de los obreros agrícolas hambrientos, manteniendo intactos los grandes latifundios como base fundamental de la contrarrevolución. Esa desconfianza se mantenía también, porque después que el P. S. tuvo que abandonar el Poder, no rectificó su actitud, y no se sumó a la consigna de nuestro Partido, de expropiación sin indemnización y ocupación inmediata de la tierra de los grandes latifundistas, y su repartición gratuita entre los campesinos y obreros agrícolas, y no quiso participar en la lucha para la realización de esas consignas. Como consecuencia de esa política, los campesinos no vieron claramente las ventajas que obtendrían en la lucha, y no participaron ampliamente en ella. Por otra parte, los obreros agrícolas, que fueron abandonados en el mes de junio, durante la huelga general, por los mismos que los habían lanzado a la lucha –a pesar de que nuestro Partido propuso al P. S. y a la C. N. T. organizar una acción de solidaridad de gran amplitud, en favor de los obreros agrícolas en lucha, éstos no la aceptaron– sufrían todavía la consecuencia de los golpes recibidos por la contrarrevolución y по participaron ampliamente en la lucha. Pero es seguro que se hubiesen lanzado a la batalla, a pesar de todo, si hubiesen sido verdaderamente preparados y movilizados para ese fin, tal y como propuso reiteradamente nuestro Partido. Pero los dirigentes de las organizaciones sindicales, que tienen influencia decisiva entre los obreros agrícolas, no hicieron nada para lanzarlos a la lucha. Esta es la consecuencia lógica de toda la política efectuada por el Partido Socialista en el campo y de su posición frente al problema del poder de la revolución.
En Cataluña, donde masas importantes de la pequeña burguesía rural y urbana, oprimidas nacional y sоcialmente, se lanzaron a la lucha, les faltó una dirección firme, una dirección que ningún partido burgués, o pequeño-burgués podía asegurarle la pequeña burguesía, siempre vacilante pero que en cambio podía asegurarla el proletariado revolucionario, con un potente Partido Comunista a la cabeza. La capitulación de la Generalidad, en Cataluña, y el paso de los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco, al lado del Gobierno central, han demostrado, una vez más, que la liberación de los pueblos oprimidos debe ser realizada bajo la dirección del proletariado, única clase consecuentemente revolucionaria.
Los errores fundamentales cometidos frente a la cuestión agraria, están ligados con los errores realizados frente al Ejército, ya que el Ejército está compuesto, en su mayoría, de elementos campesinos y de obreros agrícolas. Eso explica, en gran parte, por qué las tropas no han pasado, en forma más activa y más amplia al lado de las barricadas de la revolución. Los soldados de origen campesino no han alcanzado a comprender, a causa de dicha política cosa que comprendieron en Rusia, gracias a la justa política del Partido de Lenin que al luchar al lado del proletariado, luchaban por la tierra y forjaban su propio porvenir.
Es preciso agregar algunos otros factores importantes, tales como la falsa concepción de parte del Partido Socialista, en lo que respecta al trabajo en el Ejército, puesto que se orientaban casi exclusivamente hacia los oficiales, y no hacia la masa de soldados; falsa concepción sobre las Milicias, que no consideraban como órganos de masa, capaces de englobar y de armar al pueblo trabajador, sino como órganos exclusivamente del P. S. y la sobrestimación del papel de los elementos pequeño-burgueses en la dirección de las Milicias. Ciertamente, que hay que reconocer que el trabajo político de nuestro Partido, entre la masa de trabajadores uniformados, era insuficiente, lo que impedía contrarrestar los errores del P. S. en este sector tan importante para la suerte de la revolución.
La batalla de octubre la han ganado la burguesía y los terratenientes porque el proletariado no estaba suficientemente unido ni dotado de una organización adecuada y de una dirección firme, capaz de conducirle a la victoria. Pero el ciclo revolucionario en España continúa, y los síntomas de resurgimiento y desarrollo de las luchas revolucionarias se van manifestando inequívocamente.
IV. La contrarrevolución lleva al país a la catástrofe
Por eso el bloque burgués-terrateniente de la contrarrevolución tiene prisa, Los explotadores no quieren ni pueden esperar. Quieren obtener hasta el máximo de las ventajas logradas después de la batalla de octubre.
Más de dos mil proletarios han sido masacrados solamente en Asturias; las mujeres del pueblo han sido violadas a centenares por las bandas mercenarias del Gobierno Lerroux-Gil Robles; han sido aherrojados en las cárceles más de 60.000 prisioneros; la aplicación de la «ley de fugas» está al orden del día en todas partes; se están habilitando los campos de concentración para los luchadores revolucionarios; se aplican torturas crueles y sádicas, como en la época de la «santa Inquisición»; se ha restablecido la pena de muerte y se vive bajo el estado de guerra y de excepción permanente. Las organizaciones obreras y las Casas del Pueblo están cerradas; las cajas de los Sindicatos y de las organizaciones obreras, robadas por el Estado; la jornada de trabajo prolongada; las cuarenta y cuatro horas semanales, suprimidas. Se aplica la selección de los trabajadores en masa; se disminuyen los salarios; se cierran las fábricas y las minas y se abandona la explotación de la tierra para hacer morir de hambre a los trabajadores rebeldes. Se fragua una sedicente ley de Asociaciones y de Prensa, para amordazar al pueblo laborioso; se introduce la odiosa carta de trabajo en las minas de Asturias; se suprimen los plenos de los Jurados mixtos; se aumenta, hasta triplicarla, la policía secreta, y se hace lo mismo con los guardias civiles y de asalto, mientras se atacan las condiciones de vida de los modestos funcionarios públicos y se intensifican los preparativos de guerra, con vistas a la guerra civil y a la guerra imperialista y de pillaje colonial. Entre tanto, crece aceleradamente el paro y el hambre; florece la corrupción en las esferas oficiales, entre los «ganster» que han asaltado el Poder, que llevan su desvergonzado saqueo hasta el extremo de regalar 70 millones de pesetas a los capitalistas de Asturias y de 15 millones a los asesinos del pueblo trabajador. He aquí el balance por cierto muy incompleto de la política económica y social de la contrarrevolución después de octubre. Las fuerzas de la contrarrevolución tratan de impedir la existencia de toda organización obrera, y con el apoyo oficial del Estado, de crear un sedicente «sindicalismo católico»: o sea, un sindicalismo fascista, con el propósito de quebrar todo movimiento reivindicativo de las masas trabajadoras e impedir toda organización sindical de clase. En lo que concierne al campo, los partidos de la contrarrevolución gubernamental no regatean su demagogia. Pero en realidad siguen en este terreno el mismo camino de reacción social y económica que el seguido respecto a los obreros industriales. Declaran y decretan la intangibilidad de la tierra, de los tiburones feudales y capitalistas, pero al mismo tiempo, y utilizando un engaño canallesco, prometen a los arrendatarios transformarles en propietarios de la tierra, en un plazo de nueve a doce años, como mínimo, si es que pagan regularmente la renta y luego adelantan el dinero necesario para adquirir la tierra a los precios que convengan a los propietarios. Ante la amenaza abierta de insurrección de los campesinos de Extremadura (yunteros), y con el propósito de ganar tiempo, retrasan un año la aplicación de la decisión ya tomada, de expulsar a los campesinos que cultiva desde hace dos años, y como buenos jesuitas que son, presentan este retraso forzado por la situación, como si ello fuese un gran favor que conceden a los campesinos de Extremadura. Se preparan abiertamente, y, desde ahora mismo, a suprimir hasta las miserables migajas de la tan cacareada Reforma Agraria, que se proponía dar a cierto número de familias campesinas, algunas parcelas de tierra, y se disponen a eliminar toda la expropiación de las tierras señoriales. El cacique y la guardia civil, el cura y el terrateniente, son, hoy en día, más que nunca, los dueños de la aldea española.
La reacción se desencadena, en forma encarnizada, sobre los pueblos oprimidos. El Estatuto de Cataluña, está suprimido de hecho; los «rabassaires» que no pueden pagar sus deudas, son encarcelados, torturados y llevados a los tribunales militares, que les condenan a prisión por deuda, como en la época feudal. La ley de Contrato de Cultivos y la ley de Conflictos, han sido anuladas.
Las cargas fiscales, los impuestos, las contribuciones «voluntarias» e involuntarias, amenazan aplastar bajo su peso a los pequeños productores y pequeños comerciantes, a toda la clase media.
Es así como el Gobierno de la contrarrevolución clerical fascista, para asegurar su dominación y los intereses de las clases dominantes, lleva al país, a las masas trabajadoras de la ciudad y del campo hacia la catástrofe, hacia la más espantosa miseria y hambre que se haya conocido. El Gobierno actual radical-cedista, a pesar de sus divergencias de táctica con los partidos monárquicos, propulsores de la instauración a través de un golpe de fuerza de una dictadura fascista, persigue el mismo objetivo, incrustando diariamente nuevas medidas fascistas en la estructura de la República burguesa-terrateniente del 14 de abril, para transformarla orgánicamente en una completa dictadura fascista.
V. ¿Cómo se puede evitar la catástrofe?
Todo eso demuestra que para el proletariado y las masas trabajadoras la única salida de este infierno, es la que ha indicado antes, durante y después de la batalla de octubre, el Partido Comunista de España: la preparación política y orgánica corrigiendo los errores cometidos de las masas trabajadoras, para derrocar, a través de la insurrección popular armada, el poder de los capitalistas y de los terratenientes y la instauración del poder de los obreros y campesinos, base en los Soviets.
El proletariado de España ha sufrido un rudo golpe, pero no está vencido. Su espíritu de combatividad ha quedado intacto. A pesar de la represión bestial y del estado de guerra, lucha denodadamente (la heroica resistencia de los mineros asturianos; huelga de metalúrgicos en Zaragoza, Valencia y Barcelona; huelgas de mineros en Peñarroya y Vizcaya; diversos movimientos de los obreros agrícolas en la provincia de Sevilla y otros, etc.). Se trata, pues, de organizar las luchas diarias, de unificar todos los esfuerzos y todas las fuerzas, teniendo siempre en vista la perspectiva de la preparación de la lucha decisiva, para derrocar el poder de los capitalistas y de los terratenientes.
Teniendo como perspectiva las luchas por el poder, por el Gobierno Obrero y Campesino, por los Soviets, el Partido Comunista, en la actual situación actual, orienta su acción:
Primero. Hacia la unificación de todas las fuerzas trabajadoras. Reforzando el contacto con las masas y organizaciones del P. S.; organizando y reforzando, allí donde existan, los Comités de enlace, tanto local como nacionalmente, entre las organizaciones de ambos Partidos, con vistas a la lucha común contra los ataques de la reacción y del fascismo; contra la rebaja de los salarios y aumento de la jornada; contra los ataques a las Casas del Pueblo y a las organizaciones de clase del proletariado, por la ayuda a los heroicos mineros de Asturias y por la liberación de todos los prisioneros sociales, contra la pena de muerte, contra la guerra imperialista, por la defensa de la Unión Soviética, etc.
Segundo. En el terreno sindical, debemos marchar con decisión y audacia a la creación de los sindicatos por la base, en primer lugar, y a la fusión de la C. G. T. U. y de la U. G. T. y también de los sindicatos de la C. N. T. y autónomos, para llegar a la creación de los Sindicatos unificados de industria, y propugnando por la formación de una única central sindical.
Tercero. El papel desempeñado por las Alianzas Obreras y Campesinas en las pasadas luchas, las ha evidenciado como organizaciones de concentración de las fuerzas trabajadoras, aptas para la lucha, y eso plantea la necesidad de ir a la creación rápida de las mismas en todas las ciudades, aldeas y lugares de trabajo, y de darles una dirección nacional. Las Alianzas Obreras y Campesinas deben ser creadas sobre la base del más amplio criterio democrático, y sus delegados deben ser directamente designados por las masas de las organizaciones que las integran, así como en las fábricas y aldeas.
Cuarto. La necesidad de concentrar todas las fuerzas antifascistas, con objeto de impedir la instauración de una dictadura absoluta, exige la formación de una amplia concentración popular antifascista, sobre la base de una plataforma de lucha. A esta concentración deben ser atraídas todas las fuerzas y todas las organizaciones que estén dispuestas a luchar contra el facismo (sic) y la reacción económica y social, y su representación directa, que es el Gobierno Lerroux-Gil Robles.
Quinto. Teniendo en cuenta las enseñanzas de la batalla de octubre, el trabajo del Partido y de las Alianzas en el campo, deben merecer una atención especial, al igual que en las nacionalidades oprimidas, con el fin de obtener la hegemonía del proletariado en el movimiento nacional de Cataluña, Euzkadi y Galicia, también el trabajo en el Ejército, sin olvidar el trabajo colonial. Asimismo debe merecer toda nuestra atención la difusión de nuestro programa de Gobierno Obrero y Campesino, la organización de la lucha por las reivindicaciones inmediatas de los obreros agrícolas y de los campesinos; por la tierra y el reforzamiento de su base de organización.
La condición indispensable para la realización de estas tareas eslabón primordial para la preparación de las masas trabajadoras para la conquista revolucionaria del poder es la formación de un único у роtente Partido del proletariado, de un Partido Comunista que sepa ligarse estrechamente con las masas, que sea capaz de reclutar, incesantemente, para atraer a sus filas a los millares y millares de obreros que en las gloriosas jornadas de octubre han demostrado su abnegación y heroísmo por la causa, un Partido que sepa romper los cuadros de la ilegalidad y organizar las luchas de los obreros, de los campesinos, de la pequeña burguesía urbana, de los estudiantes pobres, de los intelectuales honrados, de todo los que sufren la reacción económica y social, y no quieren vivir en un manicomio fascista.
Nuestro Partido, a través de una lucha persistente, y de la acción común con los obreros socialistas, debe demostrar que el movimiento de octubre ha sido la piedra de toque que ha puesto de manifiesto que el programa, la táctica y las consignas del P. S. han fracasado, y que, por el contrario, el programa, la táctica y las consignas de la Internacional Comunista y de su Sección española, no solamente han resistido a la prueba de fuego, sino que han demostrado ser las únicas, a través de las cuales las masas oprimidas de España pueden alcanzar el triunfo.
Nuestro Partido sabrá transformarse en un verdadero Partido Bolchevique de masas, en el Partido único del proletariado, en el Partido de hierro de Lenin y de Stalin, que será invencible y sabrá llevar al proletariado y a las masas campesinas de España, a través de las luchas diarias, hacia la nueva y victoriosa insurrección armada; hacia el Octubre Rojo; hacia la República Soviética de España.
Resolución del Buró Político del Partido Comunista de España sobre las batallas de octubre.
Notas:
- El proyecto original de la Alianza Obrera surge en Cataluña en diciembre de 1933 a propuesta del Bloc Obrer i Camperol (BOC) de Maurín, como fórmula de frente único contra el fascismo y, en buena medida, como forma de contrarrestar la política de frente único por la base del PCE (no tanto por su influencia concreta, que no era muy fuerte, como por encuadrarse en una actitud de oposición general al PCE o la Internacional Comunista) y más aún la hegemonía de la CNT en el movimiento obrero en Cataluña. En marzo de 1933 existe ya una Alianza Obrera contra el Fascismo también impulsada por el BOC y la Unió Socialista de Catalunya pero que no tiene continuidad y que podemos señalar como antecedente pero no como la misma organización a pesar de compartir nombre. Su extensión por otros territorios tiene que ver con lo que se ha conocido como proceso de radicalización del PSOE (en cierta manera más efectista que efectivo) usando la terminología de algunos historiadores (véase Marta Bizcarrondo) que da a su presencia en las alianzas obreras (al no existir una estructura a nivel nacional podemos hablar en plural) mayor o menor relevancia en función de las correlaciones de fuerzas con otras organizaciones y de las dinámicas de las luchas internas en el PSOE, la UGT y la FJS. Una de las críticas de los comunistas previas a su ingreso tiene que ver con el rechazo a las reivindicaciones parciales. La posición de la socialdemocracia fue la de «nada de huelgas» a la espera de la revolución. A modo de ejemplo: las reticencias en la UGT a que su organización en el campo, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT), impulsase la huelga de verano de 1934. La dinámica de la lucha de clases en Asturias hacía inviable mantener esa táctica por parte de los socialistas (tanto la FSA como la UGT y en concreto el SOMA se vieron desbordadas o a punto de serlo en diversos conflictos). El hecho de no tener unas fuerzas que inhibiesen a cada paso las luchas de la clase obrera bajo la retórica de «con las luchas parciales no se consigue nada» (frase de Carrillo en abril del 34 en el contexto del conflicto de los obreros metalúrgicos en Madrid, recogida por Sandra Souto en su tesis doctoral «Poder, acción colectiva y violencia en la provincia de Madrid (1934-1936)») ayudó a que el proletariado asturiano se encontrase en mejores condiciones para afrontar los combates de Octubre.
- Si bien hay excepciones, como el caso de que de la Alianza Obrera en Cataluña formase parte la Unió de Rabassaires, (lo cual se ha usado como contraargumento a la crítica del PCE), no se puede negar que el papel que se le daba a los campesinos era más bien limitado.
- En otro artículo publicado en nuestra web se critica esta visión de la historia del comunismo, en la que, por ejemplo con el caso de la Internacional Comunista, se explica su historia como oscilando entre unos supuestos momentos sectarios y unos momentos no-sectarios en función de cuáles fueran sus relaciones con la socialdemocracia. Véase Apuntes sobre la Internacional Comunista.
- Una explicación extensa de cómo se produce la decisión puede encontrarse en Elorza, A., y Bizcarrondo, M., (2006), Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939, Planeta DeAgostini, Barcelona.
- Editado como folleto por Ediciones Bandera Roja a un precio de 20 cts. En la versión consultada aparece escrito a mano XII-1934. Fuente: Archivo Histórico del PCE. Documentos 1934-35 Carpeta 15. El texto se puede consultar asimismo en Bizcarrondo, M. (1977), Octubre del 34. Reflexiones sobre una revolución, Ayuso, Madrid.
- Se respeta el uso de mayúsculas del original, aún no siendo correcto formalmente en todos los casos, entendiendo que en buena medida están puestas a propósito para remarcar unos conceptos u otros.
- Todas las negritas del texto aparecen así en el original.
- Se respeta la forma de escribir «Euzkadi» del texto original al ser de uso habitual en aquellos años.
- Se mantiene la forma de escribir las siglas (con puntos entre ellas) del original.
- Aparece así en el folleto pero a la vista de lo que se dice sobre la UGT casi a renglón seguido, seguramente se trate de una errata y deba poner C.G.T.U. (Confederación General del Trabajo Unitaria).
Fuente → paralavoz.com
No hay comentarios
Publicar un comentario