Cada vez son más los estudios que ponen en valor la participación de las mujeres en la movilización social que contribuyó a la crisis del franquismo y la transición a la democracia. Y ahora una serie de televisión, Las abogadas, hace de ellas las protagonistas del relato.
Las jóvenes de posguerra
Venidas de distintos lugares –barrios, campo, universidad, fábricas, integradas en otros movimientos sociales o creando sus propias organizaciones–, las veinteañeras españolas de los años 60 tuvieron la sensación de convertirse, por primera vez en mucho tiempo, en agentes de su propio destino.
Hablamos de una generación que no vivió la guerra y que pasó su infancia y juventud en las décadas de los 40 y 50. Influenciadas por los modelos que introducían el cine, los seriales radiofónicos o la publicidad, no les resultaba atractivo el modelo de abnegada madre y esposa, ángel de hogar o reposo del guerrero que veían en sus progenitoras, y que había impuesto la dictadura franquista.
En aquella década, las mujeres que accedían a la universidad representaban en torno a un 30 % de los estudiantes. Y ahí estaban Manuela Carmena, Francisca Sauquillo y Lola González, protagonistas de Las abogadas junto a Cristina Almeida, estudiando Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. En aquellos momentos, ese era un foco de protesta antifranquista muy activo, donde las reivindicaciones académicas (tasas, elecciones libres de estudiantes…) habían dado paso a las demandas políticas en favor de la amnistía y los derechos humanos.
Las redes personales, las amistades y la convivencia en pisos compartidos las condujeron a la militancia y al compromiso. A través de experiencias previas en clubes juveniles o grupos de cristianos de base (HOAC, JOC, Vanguardias Obreras…), o mediante la asistencia a asambleas o seminarios donde se hablaba de Simone de Beauvoir, Marta Harnecker, Che Guevara, Marcuse, Sartre o Alexandra Kollontai, muchas mujeres tomaron conciencia de la necesidad de pasar a la acción.
Así, acabaron integrándose en células del PCE o de los partidos de la llamada Nueva Izquierda en la universidad. El contexto internacional, el Mayo del 68 francés, la guerra de Vietnam y las guerrillas latinoamericanas influyeron en las diversas escisiones y derivas del comunismo que dieron lugar a una multiplicación de siglas: PCE (internacional) –luego PTE–, Movimiento Comunista (MC), Liga Comunista Revolucionaria (LCR), Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), etc.
Un nuevo clima de rebeldía social invadió a esa generación de chicas “progres” que cambiaron la falda de tubo por el pantalón campana, el jersey ajustado por el ancho, cortaron su pelo y empezaron a hablar de su sexualidad.
Protestas reprimidas
Aunque fueron una minoría las que militaron en el movimiento estudiantil con respecto a los hombres, asumieron los mismos riesgos. Y todas ellas tuvieron un momento de epifanía o de catarsis que impactó seriamente en sus conciencias.
En el caso de Lola González, una de Las abogadas, la muerte de su novio Enrique Ruano supuso un antes y un después en su activismo político. Ruano fue asesinado por policías de la Brigada Político Social (BPS), arrojado por la ventana de un séptimo piso con el fin de simular un suicidio.
En otros casos, el juicio de Burgos en 1970 o el Proceso 1001 a miembros de CC. OO. en 1973 significaron el paso hacia la militancia.
Tras el asesinato del presidente Luis Carrero Blanco en diciembre de 1973 hubo una oleada intensa de detenciones en el movimiento estudiantil de oposición. Al igual que los hombres, las mujeres fueron detenidas, torturadas, encarceladas y juzgadas por el Tribunal de Orden Público.
Las torturas en comisaría han sido descritas por hombres y mujeres como el peor trago. Los policías actuaban al principio con menos violencia sobre ellas, movidos por actitudes paternalistas al considerarlas incapaces de la implicación política y la acción subversiva. Pero a finales de los sesenta aumentaron las torturas, al igual que la imagen de peligrosidad asociada a ellas y los juicios sobre su conducta moral.
Tras varios días en los calabozos, la estancia en la cárcel era vista con cierto alivio por estas presas políticas. Allí reafirmaban sus convicciones políticas al mismo tiempo que sentían el dolor y sufrimiento por el que pasaban sus familiares. Algunas eran familias de antiguos represaliados que revivían el sufrimiento pasado pero otras, más conservadoras, experimentaban la vergüenza y el señalamiento público.
Jóvenes valientes
Las abogadas antifranquistas desarrollaron una intensa actividad. Ingresaron en los colegios profesionales, defendieron a ciudadanos perseguidos por la dictadura en los distintos movimientos sociales de oposición y montaron sus propios despachos laboralistas o se integraron en los muchos que, desde 1964, empezaban a proliferar en las distintas ciudades, especialmente en Madrid.
Cristina Almeida y Francisca Sauquillo se encuentran entre las abogadas que más causas defendieron ante el Tribunal de Orden Público, superando las ciento cincuenta. Sus alegatos muestran las frecuentes irregularidades y la falta de libertades y derechos existentes en la España de estos años. Fueron jóvenes valientes, preparadas y dispuestas a defender la sociedad que querían construir.
La tragedia las golpeó de lleno un 24 de enero de 1977, cuando radicales ultraderechistas irrumpieron en el despacho del número 55 de la calle Atocha y asesinaron a cinco de sus compañeros. Entre ellos se encontraba Javier Sauquillo, hermano de Francisca y pareja de Lola González, quién también resultó gravemente herida. El terrible suceso motivó un multitudinario funeral que conmovió a media España por su carácter silencioso y pacífico.
Repensar lo que sucedió en estos años desde la perspectiva de las mujeres es un buen ejercicio de madurez democrática. La Transición no solo se hizo desde las élites políticas, sino que los ciudadanos y, en este caso, las ciudadanas, contribuyeron a conseguir muchos de los derechos de los que hoy disfrutamos.
Fuente → theconversation.com
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