Nueve capitanes y tres comandantes fueron apresados y condenados. Una amnistía, recibida con reticencia por colegas suyos, los devolvió a la vida civil ya en la naciente democracia. Su irrupción en la España militarista de Franco fue un hito de enorme magnitud, un desafío al viejo golpista que esperaba su muerte en el hospital en que se convirtió su casa, el Palacio del Pardo. En un país donde la palabra democracia estaba sepultada, las siglas de aquel desafío, UMD, fueron una provocación y una esperanza. Esta ilusión democrática duró exactamente un año. Y un año duraron, también, los respectivos encarcelamientos de los que se habían atrevido a un desafío impensable en aquella España encerrada.
En Portugal había triunfado la revolución de los claveles. En Chile se había producido el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende. En Argentina se preparaba la peor dictadura de su historia. El clima era bélico, el centenar de militares que creaban en la clandestinidad, en España, la utopía de un porvenir democrático, afilaban con ilusión sus argumentos para la democracia, y para la paz. Franco llevaba tiempo muriéndose. Acabó su agonía en noviembre de 1975. Dos meses antes mandó a fusilar a un grupo de militantes de la organización armada ETA.
A su organización clandestina aquellos militares españoles rebeldes la llamaron Unión Militar Democrática (UMD), un título que en sí mismo era un desafío, pues la palabra democracia retorcía los intestinos del franquismo. Los creadores de la UMD, Fortes y sus compañeros, fueron dispersados en distintas cárceles. Ahí estuvieron esperando un juicio militar cuyo resultado los mantuvo en prisión hasta 1977, cuando la democracia se abría paso en aquel país de tan larga dictadura.
Un indulto los salvó de un encarcelamiento más prolongado, aun en los albores del posfranquismo. Ahora Fortes es el único superviviente de aquel desafío. Fue premiado por la democracia con el ascenso a coronel del ejército pero entonces, e incluso ahora, colegas más jóvenes le ponen cortapisas para admitirlo en las instalaciones reservadas a los oficiales del Ejército. A él no le importa tanto eso, sino que persistan en España las secuelas del ejército que, en 1936, se rebeló en guerra contra la República democrática y secundó a Franco en una contienda civil que duró hasta el momento en que murió el dictador y más allá. Las secuelas de aquel desastre antidemocrático siguen siendo parte de la polémica nacional. Fue una herida inolvidable.
En la piel de los héroes. Una conspiración democrática en el ejército franquista (Tusquets) es el libro que recoge, minuciosamente, la crónica general de esta lucha, también militar, precisamente, por hacer de España un país liberado. El hijo de Fortes, Xavier Fortes, importante periodista de la Televisión Española, cuenta en un epílogo del libro cómo se vivieron esos años en casa. En un alegato que mezcla historia con la vida doméstica de un niño que contemplaba aquella persecución, como sus hermanos, como su madre, con enorme estupor, termina ese prólogo con este certificado de extrañeza: “Se había dado una amnistía total y completa por temas políticos que benefició incluso a presos de ETA con delitos de sangre, pero no se permitió que los oficiales demócratas de la UMD volviesen a los cuarteles. Con el tiempo mi padre llegó a entenderlo. Nosotros seguimos sin hacerlo”.
Un gentío, su mujer, sus hijos, antiguos compañeros, viejos combatientes de los partidos políticos prohibidos por el franquismo, ministros actuales, acudieron a la presentación de En la piel de los héroes en el Instituto Cervantes, en Madrid. Renacía el sentimiento de gratitud y de esperanza con la que aquella organización de la que él es superviviente había sido recibida en la oscuridad de España. Este periodista, que por la mañana había entrevistado al coronel Fortes, observó que éste nunca rompió su sonrisa mientras se contaba, o contaba él mismo, desde el estrado, aquel episodio peligroso y también heroico de su vida militar.
Por la mañana, además, el ya coronel Fortes (que obtuvo ese ascenso en democracia, años después de su condena, y que en 1987 fue reingresado en la milicia) contó un hecho que subraya su carácter. Despojado de sus galones militares, después de su estancia en la cárcel, fue admitido como maestro en una escuela gallega, su tierra, con el encargo de crear una revista para que en ella los niños pusieran el reflejo de su imaginación y de su alegría. La tituló Vagalume (Luciérnaga), duró 47 números y ahora es una reliquia que, como homenaje a aquel tiempo y a su héroe, será reeditada en un solo volumen, “así de gordo, que debe pesar cinco o seis kilos”.
Risueño siempre, este coronel retirado, nonagenario de insólita memoria, cuenta que cuando lo expulsaron del Ejército necesitaba ganar dinero, poner en marcha la imaginación, dejarse de pensar en las represalias habidas. Un militar del pasado, de los que hizo, ya veterano, la guerra con Franco, le aconsejó a la vuelta de su estancia en la prisión militar: “Algunos no te hablarán. Has hecho lo que tenías que hacer. Mantén la cabeza alta…” “Otros”, confiesa el coronel Fortes, “tardaron hasta veinte años en saludarme; se cambiaban de acera”. A la cárcel lo iban a ver sus familiares, amigos muy cercanos, un cura que, vestido de tal, le llevaba opíparas viandas gallegas.
El resultado de las dudas del militar Fortes fue la rebeldía que lo llevó a dudar del ejército franquista y que luego lo convirtió en parte de la UMD y, en seguida, reo del franquismo ultra. “Yo pertenecía a un ejército que se había alzado en armas contra la República, y llegar a esa conclusión me llenó la cabeza de dudas… Me dediqué desde entonces a ser un buen profesional y a tratar bien a los soldados, con los que hacía marchas, cumpliendo las mismas tareas que a ellos les exigía”.
Aquel ejército estaba concebido para dirigir la sociedad, no para obedecer al Gobierno, “y eso nosotros, los que luego integramos la UMD, no lo podíamos concebir”. Otelo Saraiva de Carvalho, el militar portugués que lideró la revuelta que sería llamada La Revolución de los Claveles, soñó con esa hazaña que derrocaría el régimen militar de su país gracias al Mayo del 68, y Fortes animó su propia rebeldía viajando al país vecino, cuando Portugal empezó a romper con una larga tradición antidemocrática. Para España esperaba un acontecimiento igual. En la cárcel militar, cuando ya había muerto Franco y él y sus compañeros esperaban juicio y sentencia, recibieron un mensaje de quien había sucedido al dictador a título de rey, Juan Carlos de Borbón. “Dile a esos chicos que yo estoy con ellos”.
Era todavía pronto para la democracia, tanto que hasta el rey no sabía qué hacer con el mando que había heredado. Finalmente, el juicio los condenó; el salón se llenó de gritos y denuestos de sus compañeros de armas, y aquella naciente democracia hubo de esperar a que cambiara el rey de presidente del Gobierno (del antiguo fascista Carlos Arias Navarro al exfalangista Adolfo Suárez, que hizo la transición) para que se dictara un indulto que los puso en la calle. En España empezaba a amanecer, por decirlo con un eslogan propio de los tiempos rancios de la España que entonces empezaba a sepultarse.
En esa democracia le propusieron militar como candidato en el Partido Socialista Gallego, y ahí formó parte de la lista más votada. Antes y después recibió insultos como el militar que había dejado de serlo. Él quería para su país, como sus compañeros, una democracia europea en virtud de la cual las fuerzas armadas respondieran ante el Parlamento. El 23 F (el 23 de febrero de 1981, cuando la dictadura volvió a asomar sus dientes, con un golpe que parecía una astracanada peligrosa) fue un episodio que devolvió el miedo al pasado. Fortes lo vivió como los españoles que querían una España sin sobresaltos.
En la entrevista le evoqué al coronel Fortes el caso argentino, aquellos militares que desafiaron la democracia y reinaron como les dio la gana sobre un país aterido. Me dijo: “Hubo un compañero de armas que se fue a Argentina y allí se convirtió en una especie de agregado militar y se hizo un furibundo defensor de la solución argentina… Ya sabíamos que tiraban gente de los aviones aquellos de la Escuela Mecánica de la Armada… El franquismo tenía también algo de maléfico. Era la dictadura”. Todo por la Patria, le dije a Fortes. “Y no era la Patria. La Patria es la gente, el país, la sociedad, y por lo tanto nosotros tenemos que servir, como militares, a la sociedad. Eso del Todo por la Patria no tiene que ver con lo que corresponde con lo que los militares hemos de hacer”.
Le dije lo que Pablo Neruda dice en uno de sus versos breves: “Patria, palabra horrible, como semáforo o ascensor”. Él sonrió. Es el ciudadano militar que sonríe
Fuente → nuevospapeles.com
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