Cómo la extrema derecha impone sus marco
Cómo la extrema derecha impone sus marcos
Miquel Ramos
 
Un manifestante besa la bandera de España durante la concentración del grupo Democracia Nacional en Barcelona. Europa Press.

Siempre que se dan cifras macroeconómicas que pretenden explicar si un país va bien o mal, hay que cogerlo con pinzas. La economía, así, en abstracto, puede ir como un cohete si los datos en papel lucen bien y da para titulares optimistas. Otra cosa es lo que sucede en casa, en lo micro, en lo que la gente debe rascar de su bolsillo para pagar la cada vez más cara cesta de la compra mientras su salario no asciende en proporción. Por no hablar del alquiler de la vivienda y muchos otros caprichos de la clase trabajadora.

Es lo que estaba pensando el pasado sábado noche viendo un debate en la televisión. Porque el debate iba de eso, cuando un jovenzuelo vestido como un señor, tomó la palabra y le dio la vuelta al asunto. A él, dijo, le iba bien, pero conocía a mucha gente, a muchos ‘emprendedores’, a los que les iba fatal. La culpa, como no, es de los impuestos. Hasta aquí, el habitual mantra de la derecha ultraliberal tan de moda, tan normal en todo debate desde hace décadas. Hasta que el menda mete cuña y, con media sonrisa de ‘agárrate que voy’, desplaza el marco: los impuestos que van al ministerio de Igualdad, que no sirve para nada, mientras encima se está abriendo la puerta a miles de inmigrantes ilegales que tienen la mayor tasa de delitos, de asesinatos a mujeres, afirmó.

Esto podría ser tan solo la anécdota de un listillo que se coló en un plató para soltar su discursito y viralizarse luego en redes, pero hay mucho más detrás, y nos sirve de muestra para entender la estrategia de comunicación de las derechas. Da igual que el debate fuese sobre economía, sobre la vivienda o sobre la precariedad de los jóvenes. Todo ha virado hacia donde el menda quería, hacia lo de siempre: que los inmigrantes son unos delincuentes y que las políticas de igualdad no sirven para nada y se llevan tus impuestos. Misión cumplida. Nos olvidamos del debate inicial (la economía) y nos metemos en el barro, en su terreno de juego, en el escenario que ellos han fabricado para que empiece la función.

No, el chaval no es un desinformado, como clamaron algunos en redes. Sabe bien lo que dice, lo que hace y lo que pasará después. Igual que Isabel Díaz Ayuso nos ofrenda cada semana con un tema sobre el que pasamos días debatiendo, y olvidamos así aquello de lo que queríamos hablar. No son estúpidos. Simplemente, dirigen nuestra atención hacia donde les interesa, y nosotros no hacemos más que entrar por esa puerta. Ellos tocan esa música y nos ponen a todos a bailar. Ellos imponen el marco y sus seguidores se encargan de darle bola en redes, de promocionarlo y de provocar que entremos a la gresca. En el debate televisivo, de hecho, se dedicaron varios minutos a hablar de lo que el tipo quiso, incluso en términos morales. Más munición para su ejército, que usó esas respuestas para contraatacar, tratando de humillar en redes sociales a la mujer que le respondió en el plató. Así son ellos. Canallitas de media melena y ropa cara que han venido a combatir el consenso progre y la corrección política con todas sus armas.

El chaval ha conseguido promocionarse y amplificar su mensaje viralizando el video de su intervención en redes, con la inestimable ayuda de quien también lo difunde para criticarlo y entra en el debate que este propone sobre las personas migrantes y las políticas de igualdad. Da igual que los datos que aporte sean inexactos, que cuando las estadísticas hablan de los delitos cometidos por ‘extranjeros’ no se refieran únicamente a migrantes, sino que se incluyen turistas o hasta erasmus. Da igual que su supuesta preocupación por las violaciones y la violencia contra las mujeres sea solo cuando el agresor no sea blanco, mientras al mismo tiempo niegan la importancia de las políticas de igualdad. La estadística de que la inmensa mayoría de violadores y asesinos de mujeres sean hombres, sin embargo, no les interesa tampoco ni les sirve para generalizar. Dan igual sus mentiras, sus contradicciones, sus bulos y sus datos sesgados. Lo importante era poner el mensaje en el candelero: migrantes, impuestos y feministas, caca.

Nada de lo que cuenta esta anécdota es nuevo. Hoy, según Díaz Ayuso, ETA está más viva que nunca. Ayer, las drogas no existían en España. "Alguien", ya me entienden, las exportó de fuera, de otras culturas, ya saben a lo que me refiero. Así que vamos a hablar de la ETA y de drogas que "alguien" ha traído a esta nación abstemia. Lo mismo lleva sucediendo con el fenómeno de la okupación, el nuevo fantasma de la derecha que sirve para desviar el foco del problema estructural, esto es, el del acceso a una vivienda digna, el de la especulación sin límites. El mejor ejemplo reciente nos lo dio Donald Trump recientemente en su debate con Kamala Harris. Nadie recuerda qué propuso ella. Lo que quedó de aquel debate fue que they are eating the dogs. Sí, que los migrantes se comen a los perros. Lo dijo Trump, todos nos reímos, y los medios se dedicaron durante días a desmentirlo. Le salió bien la jugada al multimillonario.

El politólogo dominicano Elvin Calcaño Ortiz lo explicaba muy bien estos días en sus redes: nos equivocamos si creemos que, tan solo contando la verdad se vence al irracionalismo que promueve la ultraderecha. "El progresismo ‘razonable’, así, desconoce las claves políticas de hoy", dice Calcaño. Es la idea caduca de que esta ideología parte del desconocimiento, el clásico lema de que el fascismo ‘se cura leyendo’, como si los fascistas no supieran leer y todo fuese fruto de la ignorancia. Similar al del racismo que se cura viajando, como si el turismo fuese antifascista y los racistas no hubiesen salido nunca de su pueblo.

Todo esto es un consuelo moral obsoleto, arrasado por el devenir la historia, por la habilidad de la nueva extrema derecha para conquistar una parte de los consensos instaurando siempre los marcos de los debates. "El irracionalismo avanza porque apela a lo identitario. Y las mentiras son efectivas porque conectan con prejuicios", añade Elvin. Lo que el tipo del debate ofrecía era la representación de una identidad de moda, un ultraliberalismo regado de racismo y machismo, pijo y canallita, que aprovecha cualquier oportunidad para asomar la patita y conectar con su público. Dijo lo que este quería escuchar, fuese verdad o no.

Y contra esto, la arrogancia como perdición de la izquierda, el tratarles de ignorantes o de desinformados creyendo que tener razón es suficiente para ganar. Que la verdad y los derechos humanos son irrebatibles, en la era de la desinformación y de la promoción constante del darwinismo social como ideología dominante. Un error de partida que nos hace perder la batalla antes incluso de empezar a librarla.



Fuente → blogs.publico.es

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