El 2 de septiembre de 1939 atracó el barco en Valparaíso con 1.979 refugiados españoles, que escapaban de los horrores de la Guerra Civil de su país.
Hace exactos 85 años, el 3 de septiembre de 1939, desembarcaron los pasajeros del Winnipeg en Valparaíso. Atracaba la noche anterior con 1.979 refugiados españoles a bordo, que escapaban de los horrores de la Guerra Civil en su país. Es sabido que la gestión estuvo a cargo del entonces cónsul Pablo Neruda, en excelente conjunción con el otrora Presidente Pedro Aguirre Cerda. Ellos hicieron posible el recibimiento de esta gran cantidad de refugiados.
El barco zarpó el 4 de agosto desde Paulliac, Francia, para llegar al puerto principal a comienzos del mes siguiente. Previo a la llegada del Winnipeg, hay un contexto interesante. Neruda, cónsul en Barcelona, apoyaba abiertamente la causa republicana (“España en el corazón”). Una vez terminada la guerra, de nefastas consecuencias para la causa con la que simpatizaba nuestro poeta, este se dio cuenta de que en Francia había campos de concentración con españoles hacinados que no serían recibidos por ningún país vecino. Entonces comenzó las gestiones.
Las autoridades francesas, reconocidas por su inmisericordia, tenían a más de medio millón de españoles en condiciones inhumanas en verdaderos campos de concentración. Como es de esperar, el gobierno francés proveyó lo mínimo, dando cuenta de la gran mayoría, ya sea por inanición o hipotermia, además de otras causas debido a lo insalubre de las condiciones en que estaban apiñados.
Previo al zarpe, Neruda se encontraba en Chile. En las conversaciones con Aguirre Cerda se decide organizar el viaje y se nombra a Neruda cónsul especial de emigración española en Francia. Al presidente de ese período, aparte de ayudar, también le cautivaba la idea de traer trabajadores capacitados en distintos oficios para hacer que el país avanzara.
El Winnipeg era un carguero que no solía llevar más de 20 personas en sus faenas, pero se le acomodó para que cupiera una cantidad de españoles cercana a los 2.000. Entre junio y julio de 1939, el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) acondicionó el carguero en los astilleros de El Havre.
Neruda no solo contó con la ayuda de Chile y del Presidente, sino que su esposa, Delia del Carril, fue fundamental en que la travesía se llevara a cabo. Ambos visitaron Buenos Aires, Rosario y Montevideo, recaudando fondos que apoyaran la migración española a tierras más calmas, aunque lejanas. En ese momento se elaboró un folleto titulado “Chile os acoge”, dirigido a los republicanos exiliados en Francia. Un fragmento de ese texto de Neruda es el siguiente:
“Españoles:
Tal vez de toda la vasta América fue Chile para vosotros la región más remota. También lo fue para vuestros antepasados. Muchos peligros y mucha miseria sobrellevaron los conquistadores españoles. Durante trescientos años vivieron en continua batalla contra los indomables araucanos. De aquella dura existencia queda una raza acostumbrada a las dificultades de la vida. Chile dista mucho de ser un paraíso. Nuestra tierra sólo entrega su esfuerzo a quien la trabaja duramente”.
Desde luego el viaje no fue fácil. Durante gran parte del periplo se temió un ataque alemán. Así que el carguero vino muy cercano a la costa y en grandes tramos sin luces, para prevenir ser detectado y descubierto a merced. La primera parada fue en Arica, donde hubo gente que prefirió bajar y hacer patria en el norte. A los días, llega a Valparaíso, donde es recibido por el entonces ministro de salud, Salvador Allende, quien encabezó la vacunación contra el tifus. Muchos partieron de inmediato a Santiago y otros a Buenos Aires.
En ese barco vino gente que fue un gran aporte para el país. Cabe destacar a José Balmes, pintor; Roser Bru, pintora, y al gran tipógrafo Mauricio Amster que, si bien era polaco, había tenido una participación activa durante la Guerra Civil Española. De hecho, Mauricio Amster, así como Nascimento con su editorial, es una de las luminarias del siglo XX para nuestro país. Gracias a él, en gran medida, la industria editorial chilena, pero sobre todo el libro, alcanzó una dignidad que hoy parece perdida en las oscuras aguas de “la edición sin editores”.
Fuente → elagora.net
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