Interior entrega al ejecutivo foral miles de documentos que recogen el recorrido penitenciario de quienes estuvieron recluidos en cárceles de esta comunidad en esos más de 30 años
Quien lo cuenta es Diego Val, jefe de negociado de Coordinación de Archivística del Archivo General y Real de Navarra. Val es uno de los encargados de analizar los 39.781 expedientes de reclusos que el Ministerio de Interior acaba de transferir al Gobierno foral para su análisis y custodia. Son 480 cajas con el recorrido judicial de los reclusos que entre 1926 y 1960 pasaron parte de su condena en cinco cárceles navarras: las prisiones de partido de Estella, Tudela y Tafalla, la Prisión Provincial de Pamplona y el Fuerte de San Cristóbal.
Los archiveros forales ya han empezado a analizar estos expedientes, hasta ahora custodiados por Interior en el Centro Penitenciario de Pamplona I. Se desconoce a qué personas corresponden, pero todo apunta a que hay un importante porcentaje de presos políticos por la época y las cárceles que abarcan. No hay que olvidar que, pese a que en Navarra no hubo frente de guerra, sí existió una fuerte represión franquista. Sin ir más lejos, se estima que en 1939 había cerca de 12.000 presos solo en Pamplona, cuando la población de la ciudad apenas superaba los 50.000 habitantes.
Estos expedientes, explica el jefe de Coordinación Archivística, están integrados por las diligencias y documentos producidos durante la estancia de estos internos en uno o varios centros penitenciarios. Eran una herramienta de control administrativo y, de hecho, si el reo era trasladado a un nuevo destino, iba acompañado de su expediente. En ellos hay un formulario de identificación con los datos personales del interno y una hoja con los hechos más relevantes. Por ejemplo: los traslados de centro, las rebajas de condena, las calificaciones de conducta, las recomendaciones médicas, las sanciones, los indultos o las concesiones de libertad condicional y la extinción final de condena.
Al final de cada expediente se encuentran los documentos que sustentan esas vicisitudes. Hablamos, por ejemplo, de cartas manuscritas entre los directores de diferentes centros. Esto supone que el contenido, en muchos casos, es de carácter sensible, por lo que el acceso a esta información es restringido. De ahí que constituyan “una fuente de primera mano sobre nuestro pasado, correspondiente a un periodo de tiempo convulso, crítico y doloroso para muchas familias navarras”, ha declarado la consejera de Cultura del ejecutivo foral, Rebeca Esnaola. En la misma línea, el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Luis Ortiz, ha incidido en que estos documentos “suponen una relevante fuente de información para el estudio de los diferentes regímenes políticos por los que ha pasado nuestro país, así como para conocer los cambios sociales y el diferente perfil de las personas que en cada época han pasado por las prisiones de este territorio”.
En estas cajas, además de la de Manuel, se han encontrado historias como la de los hermanos Celaya Pardo. Fueron detenidos el 20 de diciembre de 1955, con 21 y 36 años, respectivamente, por matar a sus padres y a otro hermano durante una discusión por la herencia. Tras pasar por la prisión de Tafalla, ingresaron en la de Pamplona. En el expediente de Javier, el más joven, consta que no tenía antecedentes, que era labrador de oficio y que estaba soltero. Fue condenado a tres penas de muerte por los delitos de parricidio y asesinato y su caso fue revisado por el Tribunal Supremo. También se sabe que solicitó una libreta postal de ahorros y que, el 1 de junio de 1956, el médico de la cárcel recomendó a la dirección que le permitieran pasear por el patio “de una a dos horas” al día.
El 22 de julio de 1957, el director de la cárcel recibió una misiva de la Audiencia Provincial: “Participo a usted que, por providencia de esta fecha, ha sido señalado el día 23 del actual a las seis de la mañana para la ejecución del reo Cirilo Javier Celaya Pardo y a continuación la de José María Celaya Pardo”. Entre los distintos escritos que atestiguan la ejecución, uno de los jefes de servicio confirma que murieron “habiendo recibido los Santos Sacramentos”. Fueron los últimos en ser ejecutados en Navarra por garrote vil, una máquina utilizada para ajusticiar a los sentenciados a muerte que rompía el cuello a estos.
Hay quienes cometieron delitos de escasa relevancia, como Gabina. En 1929, esta vecina de Tafalla fue condenada a cuatro días de prisión. “Había sido condenada por malos tratos y lesiones, y en el único documento que hay, al margen de la ficha de identificación, pone que en la sentencia también se había condenado a otra persona. Muy probablemente habría sido una pelea o una riña de pocas consecuencias”, apunta Val.
Fuente → elpais.com
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