Para recordar aquel acontecimiento y profundizar sobre la mal llamada Transición española, entrevistamos a Pablo Mayoral y Manuel Blanco Chivite, veteranos militantes antifascistas y que fueron condenados a 30 años y a pena de muerte respectivamente en el proceso de septiembre de 1975 por su militancia en el FRAP.
Ambos estarán en las Jornadas que celebraremos los días 26 y 27 de octubre dedicadas a La Transición Sangrienta en el Espacio Rosa Luxemburgo de Madrid
El Militante (EM): En el verano de 1975, todavía quedaban varios Consejos de Guerra y condenas a muerte por parte del régimen franquista pendientes. ¿Qué prendía la dictadura con estos últimos asesinatos? ¿Cómo fue este macabro proceso?
Manuel Blanco Chivite (MBC): Primero de todo hay que tener en cuenta una cosa: los últimos años del franquismo, lo que se conoce como el “tardofranquismo”, estaba pasando una crisis política y económica de profundidad. En medio de esta situación, la lucha, la movilización, las huelgas y las acciones de calle, estaban en aumento. Precisamente por este escenario de fondo es cuando el régimen franquista, y el ejército que lo sostenía, deciden asesinar y golpear con dureza.
El 27 de septiembre de 1975, la dictadura asesina llevó a cabo sus últimos fusilamientos. José Humberto Baena, José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz, Jon Paredes Txiki y Ángel Otaegui fueron las víctimas.
Pablo Mayoral (PM): Sí. Fueron años de muchas movilizaciones y también de mucha represión. En los años 1974-1975 fue cuando se produjeron más detenciones, juicios y procesos en el Tribunal de Orden público. Las detenciones eran por cientos. Había secuestros de periódicos, estados de excepción, y muchos asesinatos por parte de la policía y la Guardia Civil. En 1975 hubo más de 20 personas asesinadas por el simple hecho de repartir propaganda y realizar otras actividades antifascistas.
En este contexto, es cuando en el verano de ese año, la dictadura decide dar un escarmiento y orquestra deprisa y corriendo cuatro consejos de guerra: dos en Madrid, uno en Burgos y otro en Barcelona. En ellos se pide la pena de muerte a 13 personas, y finalmente dicta 11 sentencias de muerte. El 27 de septiembre es cuando se ejecutan cinco, a nuestros compañeros, unos eran del FRAP, del Partido Comunista de España (Marxista-Leninista) y otros de ETA.
EM: Vosotros dos, al igual que muchos más compañeros, amigos y camaradas vuestros, también fuisteis represaliados políticos y estuvisteis condenados a muerte. ¿Cómo lo vivisteis?
MBC: Cuando militas bajo una dictadura sabes desde el primer momento que te la juegas. Incluso te la puedes jugar sin militar. El hecho de ir a una manifestación, hacer una pintada, cualquier protesta, te podía llevar a las palizas, a la cárcel o a que te pegara un tiro por la espalda el guardia civil de turno.
PM: Los consejos de guerra, como forma de intentar aplastar la movilización social, se hicieron de forma aleatoria. No tenían mucha preparación jurídica, pero tenía una gran preparación política detrás. Los consejos de guerra los sufrimos mucho: trabajadores de la fundición, periodistas, campesinos, enfermeras, mecánicos, estudiantes… Nos pedían la pena de muerte a gallegos, manchegos, vascos, aragoneses, madrileños… es decir, a luchadores de todo el Estado.
Nuestro consejo de guerra duró cuatro horas, era la tónica general, y de ahí se aprobaron tres penas de muerte. En esas cuatro horas se rechazaron todas las pruebas que nuestros abogados aportaron y nos condenaron por las declaraciones de la policía y la guardia civil. Vaya, que todo estaba escrito de antemano. En otros consejos de guerra incluso los abogados eran expulsados de la sala y nuestros camaradas fueron defendidos por militares, que ya es el colmo de la vergüenza.
A nuestra detención se suma el paso por la BPS con torturas incluidas, la estancia en la cárcel de Carabanchel, con largos periodos de aislamiento, donde la visita de nuestros abogados se dilató más de 20 días, estuvimos aislados cerca de 40 en celdas de castigo sin ver a nadie. Pues en estas circunstancias nos condenaron a muerte, a mí en particular me condenaron a 30 años.
Estos hechos, los fusilamientos del 27 de septiembre, ahora cumplirán 49 años. No hace tanto, pero se ha echado toneladas de cemento y tierra para dulcificar a los que formaban parte de una dictadura criminal y sangrienta.
EM: Lejos de la imagen idílica que se nos presenta de la Transición, esos años estuvieron marcados por la cárcel y la sangre, pero también y sobre todo, por mucha lucha, valentía y movilización. Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle, como se suele decir.
PM: Había una efervescencia de lucha total en las fábricas, en la universidades y en los barrios obreros. Y todo eso la dictadura lo trató de reprimir a cal y canto. En el año 1975, en Madrid, en cada estación de metro había una pareja de policía armada, que registraba a todos los jóvenes. Ese era el ambiente, un ambiente de ocupación policial y militar de las calles.
El problema que tenían era que la represión no podía frenar la contestación a la dictadura, que también crecía cuantitativamente y cualitativamente. Por eso, como decía antes, se orquestaron los consejos de guerra. Es curioso porque a principios de los 70 hubo consejos de guerra, especialmente contra independentistas vascos, en los que se conmutó las penas. En los del 75, cuando la situación era crítica, había una orden clara de que los fusilamientos se llevaran a cabo para escarmentar con sangre.
Los condenados a muerte que acababan de salir de la cárcel de Carabanchel en 1977. De izquierda a derecha: Vladimiro Fernández Tovar, Manuel Blanco Chivite, Manuel Cañaveras de Gracia y Pablo Mayoral Rueda.
Esos últimos fusilamientos fueron una salvajada. Y así se vio en todo el mundo, en Europa en particular. Hubo movilizaciones muy potentes el mismo día de las ejecuciones en Francia, Alemania, Gran Bretaña… posiblemente las manifestaciones más grandes desde el fin de la II Guerra Mundial.
Las fuerzas antifascistas de todo el mundo forzaron también a que 17 embajadores de los países más importantes de Europa se marcharan, como forma de protesta, e incluso México pidió la expulsión de la dictadura franquista de la ONU, que había entrado por presiones de EEUU.
La dictadura respondió y el 1 de octubre de 1975 montó una manifestación fascista en Ópera, en Madrid, a la que acudieron miles de fascistas de toda España. Franco dio su último discurso, acusó de que esa respuesta social era una confabulación judeo-masónica, pero ya era insostenible. La dictadura ya no se podía reafirmar.
Yo creo que fue ese día en el que se dieron cuenta que había que mover ficha. Seis días después, como me gusta decir, se “desenchufó” a Franco, luego entró en el hospital… Todo esto, mientras se llevaban a cabo todas las maniobras para imponer a la monarquía. Precisamente, Juan Carlos I estuvo en ese aquelarre fascista del 1 de octubre. El 20 de noviembre Franco muere, y ahí ya empieza otra historia.
EM: La Ley de Amnistía del 77 ha impedido el juicio y castigo a los responsables de la represión durante décadas. Una Ley que nos venden como intocable. ¿Qué opináis de las leyes de Memoria Histórica que nos hablan de la Transición española como un ejemplo modélico? ¿Cuál fue el papel del PSOE?
MBC: La Ley de Amnistía fue una ley de componendas. Por un lado, el movimiento de masas tenía la clara reivindicación de la amnistía total, la libertad de todos los presos antifranquistas. Esto se consiguió, pero en la Ley de Amnistía se incluye un punto que es la autoamnistía de quienes ni siquiera estaban juzgados o perseguidos: los servidores del régimen, los asesinos y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que habían defendido la dictadura hasta el último momento, e incluso después.
En esa Ley de Amnistía queda pendiente honrar la memoria histórica, porque los Pactos de la Transición se encargaron de tachar esa memoria histórica. Es decir, la gran mayoría de la sociedad estuvo durante cuarenta años guardando silencio. Un silencio impuesto a golpe de pistola. Pues lo que esa ley permitió fue que ese silencio se mantuviera intacto aún después de la caída de la dictadura.
Eso es lo que explica que las familias de los últimos fusilados no hayan recibido nada de nada del Régimen del 78.
PM: Hay momentos en la historia que son decisivos. Cuando murió Franco, las ansias de libertad y de querer cambiar las cosas se multiplicaron. El movimiento huelguístico que hubo en 1976 fue abrumador. Y ojo, la represión también se multiplicó. El paso de la dictadura a la monarquía no fue nada idílico: la Semana Negra de Madrid en la que asesinan a Arturo Ruiz, la muerte de Mariluz Nájera, los cinco abogados laboralistas asesinados por los fascistas…
Poco cambió. Nosotros, como revolucionarios, luchábamos por mucho más que de lo que se consiguió. La consigna de la “amnistía” se convirtió en la columna vertebral del movimiento en las calles, y si se consiguieron indultos y salimos de la cárcel fue gracias a la movilización por abajo. Pero queríamos la amnistía total, y no que se exonerara a los criminales y torturadores.
Los días 26 y 27 de octubre celebraremos en Madrid, en el Espacio Rosa Luxemburgo, un Congreso sobre “La Transición Sangrienta. Testimonios y debates”. En él se escuchará la voz de los familiares de las víctimas, y de represaliados en la lucha contra la dictadura.
Y a nivel de la izquierda, fue un proceso muy interesante. El PSOE como tal no existía, luego llegaron las fuerzas oligárquicas y empezaron las maniobras para poner a Felipe González y compañía que fueron bandera de la instauración monárquica. Pero quien sí tenía fuerza era el Partido Comunista, toda la respuesta antifranquista se había organizado en él. Pero a partir de 1968, hubo una movilización a la izquierda del PCE, y empezaron a aparecer opciones más radicales: en Catalunya, en Galiza y en Euskadi las organizaciones independentistas, el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), organizaciones trotskistas como la Liga Comunista Revolucionaria… Fuerzas que no comprábamos la reconciliación nacional que el PCE nos vendía, que queríamos una democracia real y una república popular. Es decir, que hubo una clara diferenciación entre una izquierda pactista y una izquierda rupturista.
EM: Los días 26 y 27 de octubre celebraremos en Madrid “La Transición Sangrienta. Testimonios y debates”, un Congreso donde se escuchará la voz de los familiares de las víctimas, represaliados, hombres y mujeres implicadas directas en la lucha contra la dictadura de Franco. ¿Por qué es importante?
PM: Luchar siempre es imprescindible. Aunque parezca que se ha conseguido ya todo, hay que seguir. Queremos dar voz y presencia a aquellos olvidados de la Transición, los protagonistas, la gente que fue asesinada en manifestaciones, por pasear con una insignia, por salir del cine… Se tiene que hacer oír a esa gente y se tiene que hacer justicia, y así cambiaríamos el relato de la Transición. Hay que sentar en el banquillo de los acusados a todos quienes hicieron de la dictadura cuarenta años de terror. Es preciso recuperar quienes consiguieron las libertades democráticas, cómo se consiguió y contra quién se luchó. El relato oficialista de la Transición tiene que cambiar, tiene que salir a la luz la verdad.
MBC: Esas jornadas buscan el restablecimiento de la verdad histórica, de la verdad que todos vivimos en la calle, en los puestos de trabajo y en general. Fueron años en los que se consiguieron cosas, sí, pero se ganaron gracias a la lucha y gracias a las miles de personas que dieron su vida para conseguir mejoras democráticas. Esta es la importancia: un acto que se suma a todo un movimiento que existe ya desde hace años para establecer la verdad histórica de la Transición sangrienta.
Fuente → izquierdarevolucionaria.net
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