Cuando los labradores de Sobradiel se asociaron a la Liga Nacional de Campesinos, una asociación moderada, el conde intentó expulsar de sus tierras a los arrendatarios de la junta directiva de la Liga. Las elecciones de Abril de 1931 supusieron un cambio radical, un conjunto de vecinos encabezados por Julián Ezquerra, presentaron una candidatura Republicana que les dio el mando sobre el ayuntamiento, Julián Ezquerra Latas fue el primer alcalde democrático de Sobradiel. Pretendieron modernizar y librar del dominio condal al municipio. Se cambió la calle con el nombre del conde por el capitán Republicano Fermín y Galán. Pero llegó el golpe del 36, ante el peligro, algunos labradores de CNT y FAI, los Miravalles y los Albañiles, visitaron a Julián, quien les recriminó los problemas que había causado a la estabilidad de la República las huelgas anarcosindicalistas. Pero se organizaron para lo peor, escopetas de caza, enlaces, puertas atrancadas. Sin embargo había comenzado el exterminio de los ciudadanos que habían respaldado al Frente Popular.
Por la noche entraron en el pueblo varios caminoes de de la guardia civil, fusil en ristre, y directamente golpearon con las culatas de los fusiles la puerta de la casa del alcalde gritando: “Señor Alcalde, abra a la guardia civil”. El hijo del alcalde recuerda que a su padre le detuvo: “Aquel aborto de rata cuartelera que era el cabo de la guardia civil, vociferaba borracho de vino y odio en la plaza golpeando rabioso la puerta”. Julián tuvo que abrir, allí estaba el cabo apuntándolo con el fusil. Le ordenó que los acompañara a casas de otros vecinos para llevarlos al cuartel “para hacer una declaración”, acompañado por su hijo de 13 años, una garantía para que el alcalde no opusiera resistencia. Pero muchos vecinos ya habían huido. Encontraron al tío Pedro Álvarez y al tío Orencio Barrera. Se llevaron a los 3 a Zaragoza. En el centro de la plaza quedó sola su esposa, penando por haber impedido la huida de su marido y gritando para que se enteraran los vecinos más carcas: “¡Cobardes! ¡Ya lo habéis conseguido! ¡Canallas! ¡Criminales!”
Julián y los otros 2 detenidos estuvieron presos, hasta que el 28 de Septiembre fueron fusilados en Zaragoza; en esta saca asesinaron a 20 Republicanos. Los intentos de su esposa por conseguir la liberación de su marido a través de contactos militares no sirvieron de nada. El teniente coronel José Toledo, amigo de la familia, les confirmó que ni siquiera había pasado por la farsa judicial que los rebeldes llamaban “consejo de guerra”. Era ridículo el intento del militar de querer mostrar como una irregularidad las “sacas” en las que fusilaban sin juicio previo a los presos, en realidad eran lo habitual. Las invitaciones a la resignación cristiana y las oraciones de quienes matan en nombre de la religión, todavía le parecieron al hijo de Julián más insultantes.
El hijo de Julián Ezquerra narró cómo “El Royo la Huerta” se presentó en su casa armado hasta los dientes, les encañonó, insultó y les invitó entre gritos y carcajadas a ponerse de luto por un padre que todavía estaba preso; cómo las Hijas de María se presentaron en su casa vestidas de falangistas para pedirles las banderas de la República y quemarlas en la plaza mientras bailaban en un corro; una compañía de requetés llegó al pueblo y requisó a las familias de los represaliados sus alimentos y enseres; obligaron a bautizar a la hija menor de Julián, y obligaron a las hijas de los fusilados a ir a la doctrina con las monjas, donde vejaban a sus padres; las cosechas de los fusilados fueron recogidas por los adictos al régimen, así como la trilladora y los bienes de las asociaciones de izquierda.
Tras los fusilamientos, el conde comunicó a las viudas que tenían que abandonar el pueblo en el plazo de un mes. A la viuda del alcalde le informó que él personalmente había tenido el placer de darle a su marido el tiro de gracia. La viuda pidió a sus suministradores que retiraran los artículos de ferreterías, sacos de alpargatas, conservas, etc. en pago de deudas pendientes; dio la pareja de bueyes, el caballo, las gallinas y el tocino a su hermano Dámaso; vendió las colmenas, las prensas de vendimiar y empacar. Los vecinos que tenían cuenta en la tienda excusaron su pago de mala manera. Sólo el tío Riquelme, guarda del Soto, sin tierras, cargado de hijos y con uno de ellos fusilado, pagó íntegra su cuenta. Con ese dinero la viuda y su hermana Concepción, también expulsada del pueblo, y sus 6 hijos marcharon a un exilio a Zaragoza, donde alquilaron un modesto piso en el barrio de Las Delicias.
El caso de Julián Ezquerra es la muestra de cómo se trunca salvajemente un Republicanismo democrático, laico y reformador, no revolucionario, de unas clases medias locales que habían optado por colaborar con la modernización de sus localidades, amparados por las reformas iniciadas por la República. Los sublevados, las élites tradicionales latifundistas, los defensores de un sistema teocrático, el ejército, la guardia civil, los pistoleros de falange y del requeté se ocuparon de acabar con ellos.
Todos los Nombres del Ángel. Texto: F.J.B.L. Fuentes: Un Ayer que es Todavia: Estampas de un Republicano, Julian Ezquerra Ezquerra
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