1.- No se equivocaba Harold Laski
cuando definió el fascismo como una técnica político-administrativa
del capitalismo en su fase de contracción. De hecho, lo que
singulariza al mundo capitalista de nuestros días, en el que emerge
pujante, como alternativa política viable, el nuevo fascismo, es,
precisamente, la total irrelevancia política del movimiento obrero,
la ausencia de cualquier peligro de revolución proletaria.
Squadrista italiano
2.- Ésa es la causa, y no otra,
de que lo que cabría caracterizar como prefascismo
no haya mutado, aún, en la dictadura terrorista abierta de la
burguesía de que hablaba Dimitrov. Por decirlo de otra manera, a la
clase dominante, sencillamente, no le ha hecho falta todavía
cambiarse la camisa hawaiana democrática por otra negra, parda o
azul.
3.- Aun así, casi de forma
mimética, todos los rasgos que caracterizaron en sus orígenes al
fascismo como ideología y como praxis política pueden observarse en
el prefascismo
actual: el racismo y la xenofobia
–muy especialmente el
neoantisemitismo contra árabes y musulmanes– se revela y configura
como base ideológica aglutinante de una pequeña burguesía
desarticulada y desengañada de sus quiméricas aspiraciones de
ascenso económico y social por la propia crisis del capitalismo; tal
engendro doctrinal
se completa, por un lado, con un anticomunismo delirante y
estrafalario, capaz de demonizar, a falta de una auténtica
alternativa comunista, ¡hasta al Papa de Roma!, y, por otro, con un
nacionalismo de corte imperialista, trabado a base de novelería
legendaria y patriotera.
4.- Las guerras de redivisión
imperialistas no son un rasgo privativo del fascismo. La I Guerra
Mundial es una muestra de cómo los límites a la
internacionalización del capital –la llamada “globalización”
en términos burgueses– son capaces de escindir el bloque
imperialista y agudizar sus contradicciones internas hasta el
enfrentamiento en un campo de batalla de dimensiones planetarias. Esa
situación ya se da hoy en día en la esfera internacional y tiene su
propia traducción interna en cada Estado imperialista. Ni que decir
tiene que lo que hemos llamado prefascismo
no ha de coincidir, mecánicamente, en el caso concreto de cada país
imperialista, con los “globalistas” o con los “nacionalistas”,
es decir, con los partidarios de someter la economía mundial en su
conjunto al capital transnacional, por un lado, y los defensores de
una cierta independencia de cada mercado nacional, por otro. Sería,
por ejemplificarlo, la diferencia entre un Vox plenamente otanista y
un Orban partidario de Putin.
5.- Hasta tal punto el
prefascismo
actual prefigura –posfigura, cabría decir– el fascismo de los
años 30, que ha producido una “izquierda del fascismo”. El caso
español es paradigmático. Ante la agudización de las
contradicciones del capitalismo y su crisis mundial, el llamado
Frente Obrero, en lugar de hacer suyas, con todas las consecuencias,
las posiciones leninistas, asume la agenda política del prefascismo
y la colorea de un discurso “obrerista” y populachero. Por
decirlo gráficamente, en lugar de emular al Partido Bolchevique de
Lenin y Stalin, su máximo dirigente, el squadrista
Roberto Vaquero, opta por jugar a ser Gregor Strasser. No es
casualidad que el Partido Nazi se autointitulase “Socialista” y
“de los Trabajadores”. Tampoco que esos tontos útiles del
capital terminaran como terminaron.
6.- Hoy, más que nunca, es
necesario parar el ascenso del fascismo. Es necesario desenmascarar a
quienes desde la izquierda posmoderna (Podemos, Sumar, Izquierda Unida, ERC, Bildu, etc.) y la izquierda
del fascismo (Frente Obrero) pretenden seguir manteniendo la
dominación del capital monopolista en la forma que sea. El trabajo
es ingente, pero no hay otro camino:
¡El camino de Lenin y Stalin!Camarada Sade / Camarada Forneo
Fuente → cuestionatelotodo.blogspot.com
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