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Artículo del poeta, periodista y diplomático Josep Carner (Barcelona, 1884 - Bruselas, 1970) firmado con el seudónimo Bellafila y aparecido hoy hace noventa años en La Publicitat (13-VII-1934). La policía había sorprendido una reunión clandestina de los falangistas de José Antonio Primo de Rivera en un local de Madrid. Tenían armas y explosivos. Dos años después Falange Española se sumó a la insurrección militar contra la República.
Con motivo de la detención de fascistas madrileños en su centro cercano a la Presidencia del Consejo, en lugar placentero de la Castellana, se repara de este falangismo donde no faltan damas de románticos abandonos, surgencias vagativas, señoritos cretinos, ni pinchos de físico patibulario. No sé, en esta hora, si la mirada de las autoridades en los designios y trekkings del falangismo sería muy profunda y muy insistiendo: seguramente valdría la pena asegurar una limpieza. Esta palabra parece dura; pero lo escribo teniendo en cuenta, no sólo la vocación subversiva, el conocido desazón de proceder a atrocidades salvadoras, sino también otro aspecto, curioso, del falangismo; quiero decir su cayendo de negocio, de sangría poderosa en los bolsillos de la riqueza sobre todo titulada.
Hay una muchedumbre de vivos, de "sablistas", de secadores de bandejas petitorias y cajas de limosna, de defensores contra peligros improbables y con tarifas exageradas, de intimidadores —con ciertos envíos alarmantes— a los monárquicos que no acaban de dejar -se engatusar, que figuran entre las fuerzas falangistas, y le dan, hay que reconocerlo, un tono animado y pintoresco, de trastienda que podría inspirar aguafuertes tradicionalísimos como los de Quevedo y los de Goya. Sobre estas particularidades quisiera yo una cuidada encuesta: el elemento terrible del fascismo español permanecería del todo eliminado con la fundación de ese batallón disciplinario que alguna vez he propuesto, donde figurarían todos los profesionales de la violencia, lo que lleva una corona bordada a los calzoncillos junto a lo que se ha hecho grabar otros emblemas en la seca piel: pero ciertos artículos del Código Penal permitirían hacer trabajar, en obradores del Estado, a manto interceptador de "socorros blandos", de ofrendas debidas a la iracudia de los privilegiados de ayer, de óbolos de viudas escalofriados con una República poco menos que antropofágica, de vertidos de dinero provinciano para el nuevo logro de la unidad de España.
Dado que accedemos a dignificar con el nombre de ideal la retórica tormenta del fascismo español, yo quisiera ver, por piezas pequeñas, que hay al otro lado de este ideal. Sería ejemplar saberlo, y hacerlo correr. Todo ciudadano, si no voy equivocado, tiene interés en hacer un sopesamiento de los valores españoles consuetudinarios que hay en un movimiento que debe salvarnos todos con la oratoria cursi, las versiones más modernas del trabuco, la repentina percepción —en una curva de carretera— de quintas voluntarias, y la meditación de un gran golpe patriótico. ¿Quién pintaría este bodegón, esa "naturaleza muerta" de varios ripios, una camisa de color sufrida, un par de bombas y un "rebozuelo"? Un jurado verdaderamente republicano debería poder darle primera medalla.
Fuente → ara.cat
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