
Jorge Dioni
"El turismo fue un sector mimado por el franquismo y el único capaz de doblegar a la Iglesia", escribe Jorge Dioni
España es diferente. El eslogan ha quedado ligado a la imagen sonriente de Manuel Fraga. Puede ser montado en un camello en Puerto de la Cruz, bajo las espadas de Zumárraga o saliendo de la playa de Palomares con un bañador Meyba. Sin embargo, la frase es anterior y está ligada a uno de los nombres más importantes del turismo en España, Luis Antonio Bolín, director general de Turismo entre 1938 y 1953 y podríamos decir que creador de la «marca España». Antes de eso, Bolín fue corresponsal del ABC en Londres, donde alquiló el Dragon Rapide con el que Franco viajó a la península desde Canarias, y estuvo adscrito a la oficina de Prensa y Propaganda del bando golpista.
Acabada la Guerra Civil, ya como director de Turismo, Bolín organizó los primeros viajes de periodistas con la idea de que vieran la «nueva España» y, en 1948, puso en circulación el primer eslogan: «Spain is beautiful». Los primeros carteles encajaban en la idea de viaje romántico: pueblos de casas blancas, trajes regionales o labores agrícolas con burros y arados. La España eterna frente a la ciudad, fuente de corrupción moral, una Arcadia en la que no había ni ricos ni pobres, ni explotadores ni explotados y ni ganadores ni perdedores. Es imposible medir la felicidad de estos campesinos, se lee. Ese año, 1948, se abre la frontera con Francia y Catalunya y Euskadi reciben a miles de turistas. Georges Bidault, ministro de Relaciones Exteriores, dice ante la Asamblea Nacional: «No hay naranjas fascistas. Sólo naranjas». Es decir, no hay playas fascistas, sólo playas. La dictadura es una particularidad local, una minucia.
Esa es la idea del «Spain is different». España es un país distinto del resto de Europa y no puede tener las mismas soluciones. Su primitivismo, la romantizada ausencia de cultura, hace que sus gentes sean nobles, honestas y trabajadoras, pero también pasionales para el sexo, la diversión o el enfrentamiento. La democracia es imposible. Es algo que trasladan las guías de viaje, como All the Best in Spain o Blue Guide. En ellas se da la idea de que la República había sido un periodo de caos y violencia que había culminado en una guerra necesaria para impedir que el país cayera en las garras del comunismo. Franco era el pacificador que había traído prosperidad. Luego, la política desaparecerá de las guías. España es diferente. Ya está. Fraga recuperó el lema de Bolín, creado por el funcionario Rafael Calleja, para la campaña de los 25 años de paz.
Existe la idea de que el turismo provocó una crisis inesperada en la dictadura o que fue un factor de apertura y democratización. En realidad, el turismo no suele tener problemas con los regímenes autoritarios porque es un factor de orden. El visitante desea seguridad y el anfitrión no quiere nada que ponga en peligro el flujo del que depende su sustento. En el caso español, fue un elemento clave en la legitimación exterior e interior. En 1951, llegaba el turista un millón, se creaba el Ministerio de Información y Turismo y se acreditaba el primer embajador de Estados Unidos desde la guerra civil. Hacia el interior, fue parte de la prosperidad desarrollista que no sólo hizo tolerable la dictadura, sino que provocó el persistente olvido de la represión.
El turismo fue un sector mimado por el franquismo y el único capaz de doblegar a la Iglesia, que protestaba contra los concursos de misses o los minúsculos trajes de baño. Construcción, hoteles u hostelería crecieron gracias a una estructura de explotación desarrollista (consumo de recursos naturales, bajos salarios y grandes plusvalías) no sólo facilitada por las administraciones, sino que contó con la participación directa de políticos del régimen. Históricamente, las élites españolas han captado las materias primas aplicando la estructura colonial al propio país y el turismo no fue una excepción. Tras la victoria militar, hacerse ricos. El turismo permitía una economía de derrame en la que no sólo había oportunidades económicas, sino eróticas, ampliamente difundidas por el cine. Era una fiesta en la que no había ni ricos ni pobres, ni explotadores ni explotados y ni ganadores ni perdedores.
Construcción y turismo están en la base de nuestro modelo desde el plan de estabilización de 1959. El milagro español se sustentaba en unos elevados costes sociales: emigración al exterior, infraviviendas en las grandes ciudades, bajos salarios, desprotección e impuestos. La Administración pública española se financia básicamente a partir de los salarios y el consumo de las clases trabajadoras y redistribuye ese dinero hacia arriba a través de la construcción de las infraestructuras que la explotación de recursos necesita o, más rápidamente, a través de ayudas directas o beneficios fiscales. España es diferente, pero sigue siendo la misma. La materia prima de España es España y los españoles. Hasta que el pozo se agote.
Fuente → lamarea.com
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