El soldado desconocido (1938)
El soldado desconocido (1938)
César Augusto Jordana

Del artículo de CA Jordana (Barcelona, ​​1893-Santiago de Chile, 1958) a Meridiano (24-VII-1938). Aquel verano en el frente del Ebro caían muertos sin dejar rastro chicos de 17 y 18 años, la “quita del biberón”.

 Los mandaban a las trincheras mal equipados y no preparados para la guerra. Eran carne de cañón que protegía, entre otros, a muchachos de su generación emboscados por influencia en la administración o con excusas para no combatir. De los desconocidos sacrificados en la batalla hay mención en algún libro (como la editado en el año 2000 por los herederos de Josep Maria Folch i Torres, padre de Jordi, muerto en combate) y en el Memorial de las Camposines, quizás menos visitado por catalanes que el de Vietnam en Washington.

Sí, ya lo he leído. El ilustre escritor se ha incorporado. El eminente político, el divo del partido o el sindicato se ha enrollado la manta en el cuerpo y hacia el frente falta gente. Sí, ya lo he leído. Y a menudo he tenido que leer rato. El ilustre escritor, lúcido espíritu, trabajador incansable, era la admiración de amigos y extraños. ¿Se podía hacer una excepción? Pues no; no vaciló nada. Le han gritado la leva y nada: ya está en la lista, le gritan, responde: "¡Presente!". El eminente político, el divo del partido o el sindicato, ¿se podía considerar imprescindible en la retaguardia, en servicios delicados, pero blandos? Pues no. 

El hombre ha dicho: "Yo también voy, claro. ¡Aquí me tenéis!" Notas en los periódicos nos lo cuentan. Notas, simples notificaciones cortas, ya está bien. Pero ¿por qué, tan a menudo, notas largas, hincapié en el hecho? No es necesario exagerar la nota. [...] Giro esa insistencia. Me la miro por otro lado. ¿No tendría una desconsideración desdeñosa hacia los luchadores anónimos? Indiscreta por lo menos. ¡Pues fuera! Yo reservaré las alabanzas para el incorporado desconocido. [...] ¿Loarás, pues, a aquellos que no conoces? ¿Aquellos que en su casa los conocen? ¡Claro! Precisamente por eso: porque en su casa les conocen. Aquel joven campesino trataba la tierra con un duro amor que era la ufana de los bancales. A puesta de sol se enderezaba con una dignidad que dominaba el espleto de su trabajo. A punta de día adornada la mula, la pegaba en el carro para llevar al mercado jornadas de sudores. 

Quizás tenía el trato un poco ceñido; pero sus -parientes, amigos- sentían suficientemente la ternura bajo la aspereza del gesto. Se ha marchado a combatir sin sentir nada de rencor. La conserva toda para la aspereza del gesto, de cara al enemigo. Tiene, ese otro muchacho, unas manos de una dura habilidad. Debajo de ellas —amorosas en la destreza dura—, el hierro era dócil y tomaba puestos serviciales. Salían aparatos de una precisión acerada, sirvientes del hombre en los trabajos de la paz. La ametralladora corresponde ahora dócilmente a su deber de lucha, en donde no ha habido vacilación. Mira: un muchacho elegante. Podía fácilmente saltar el mostrador si hubiera querido. 

Pero prefería moverse con una lentitud ahorradora del tiempo. Sus corbatas -como su gesto y su hablar, que ofrecían su trato-, tenían hechizadas a las parroquianas, que siempre querían que fuera él quien las sirviera. Para inscribirse ha tenido que cola un día, dos, tres. Ha tenido que suplicar. Los facciosos habían destruido a su pueblo y no podía presentar la partida de nacimiento. Se ha ido a la muerte con una sonrisa, sabiendo que la muerte le buscaría de cerca y de lejos. ¿Y ese adolescente, el estudiante? Frecuentaba el cine, jugaba a baloncesto, reseguía las fechas de la historia, descubría la equis en las ecuaciones de segundo grado. Le llaman a prepararse, se prepara; piensa sin óbito: "Me tocará pronto." Y sus manos, hábiles en lanzar la pelota, ya hacen molde para las granadas de mano. Sí, en casa de ellos les conocen. ¿Y no los conocemos todos? ¡Diez minutos de silencio meditativo (no en recuerdo dolorido, sino en deseo de victoria), diez minutos de monólogo interior en honor del soldado desconocido!


Fuente → ara.cat

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